En los 90 de Omara, los 100 de Bartolo vs. Babe Ruth

Cuando Babe Ruth se paró en el rectángulo ofensivo del Almendares Park en 1920, Bartolo, el padre Omara Portuondo, se agachó en tercera base esperando que “El Bambino” soltara un trueno por la esquina caliente.

Bartolo Portuondo, a la derecha y Bienvenido Jiménez. Foto: Agate Type.

Otra efeméride histórica se suma por estos días al festejo de la familia Portuondo: mientras Omara celebró sus 90 años hace poco, un siglo atrás su padre, Bartolo, vestía la franela del equipo Almendares frente al legendario pelotero Babe Ruth y los New York Giants, como parte de las llamadas American Series, que se jugaron en la Isla de manera intermitente entre 1879 y 1959.

Bartolo defendía la tercera almohada y era el hombre proa de los reconocidos “Alacranes”, que consiguieron cuatro victorias en ocho partidos contra los visitantes norteños en su segunda visita a Cuba, luego de una primera experiencia en 1911.

Aquella serie de 1920, en la cual los Giants se enfrentaron también a los Leones de La Habana, tuvo un sabor especial, porque a finales de octubre el conjunto de New York, dirigido por John McGraw, recibió un refuerzo de lujo: el estelarísimo Babe Ruth.

“El Bambino” había mostrado interés en viajar a la Isla desde mucho antes, hasta que finalmente logró contactar con el más notorio promotor del béisbol cubano de principios del siglo pasado, Abel Linares, quien no perdió la oportunidad de sellar un contrato histórico: Ruth jugaría en La Habana a cambio de 2000 dólares por partido.

Su llegada a la capital cubana ocurrió par de semanas después de iniciados los duelos entre los Giants y las novenas del patio. Sin tiempo para acomodarse en el Hotel Plaza, donde se hospedó con su esposa Claire, Ruth salió por primera vez al diamante a finales de octubre.

En ese momento, ya el recio toletero era un mito viviente. Había ganado tres Series Mundiales con Boston, donde brilló como lanzador, y después pasó a los Yankees, en un inexplicable canje que condenó a los Red Sox durante casi un siglo.

En 1920, “El Monarca” había terminado decepcionado en el orden colectivo, porque los Mulos fueron tan solo terceros de la Liga Americana —detrás de Cleveland y Chicago—, alejados de cualquier posibilidad de competir en el Clásico de Otoño.

Sin embargo, en el orden individual, el slugger ya descollaba con la camiseta de rayas, alimentando los rumores de “La Maldición del Bambino”. Durante su temporada de debut con los Yankees, pegó más de 50 jonrones (cifra que superaría en otras tres ocasiones en su carrera) y encendió la mecha que lo dejaría con un acumulado de 714 vuelacercas de por vida, tercero de todos los tiempos.

No es de extrañar entonces que, cuando Ruth se paró en el rectángulo ofensivo del Almendares Park, Bartolo, el padre Omara Portuondo, se agachó en tercera base esperando que “El Bambino” soltara un trueno por la esquina caliente.

Pero de entrada no fue así. Babe Ruth castigó a los lanzadores antillanos Oscar Tuero y José Acosta con un doble pegado a la línea de primera y un largo triple por el jardín derecho, respectivamente.

De cualquier manera, Portuondo vivió un carrusel de emociones desde la antesala. Por ejemplo, vio como Acosta tomaba desquite y ponchaba tres veces a Ruth en su tercera presentación, o como Cristóbal Torriente despachaba tres largos cuadrangulares, uno de ellos ante “El Bambino”, quien se había encaramado a lanzar.

¡Tres vuelacercas en las narices del mayor jonronero norteño en aquella época! Simplemente memorable…

Ese día, el día que Torriente se convirtió en el primer cubano con un juego de tres vuelacercas según múltiples reportes, Bartolo Portuondo pegó un jit en dos turnos y anotó cuatro carreras, siempre como primer bate del Almendares. El equipo alineó además con Bernardo Baró (jardinero derecho), Baldomero “Merito” Acosta (jardinero izquierdo), Torriente (jardinero central), Pelayo Chacón (torpedero), Armando Marsans (primera base), Eusebio “Papo” González (segunda base) y Eufemio Abreu (receptor).

Desde el montículo, Emilio Palmero y el estelar Adolfo Luque, campeón de la Serie Mundial en 1919, se repartían el trabajo por los “Alacranes”.

Poco después de terminada la serie contra Almendares y La Habana, Babe Ruth aceptó trasladarse a Santiago de Cuba y disputar otros dos desafíos —3000 dólares por juego—, en los que también estuvo involucrado Portuondo, un auténtico luchador en los terrenos de béisbol.

Bartolo formó parte de la generación de peloteros de la Isla que se consagró entre 1910 y 1920, afirma Roberto González Echevarría en su libro La Gloria de Cuba. Desarrolló una brillante carrera en los llamados circuitos independientes norteamericanos y fue uno de los pioneros de la Liga Nacional Negra, en 1920, en Estados Unidos.

Junto con José Caridad Méndez, Cristóbal Torriente y otros coterráneos, vistió el uniforme del All Nations, un equipo multirracial que daba giras por la Unión Americana.

En resumen, jugó como infielder en la pelota profesional cubana entre 1916 y 1927, con los clubes Habana, Almendares y Marianao. Y en las Ligas Negras de Estados Unidos, para los Cuban Stars East, Cuban Stars West, los All Nations Team y los Kansas City Monarchs. Entre sus records figuran que en 1919-1920 lideró las bases robadas (10), y conectó cuatro temporadas sobre los 300.

El 22 de diciembre de 1918, implantó un récord absoluto en bases robadas en un desafío junto a Bienvenido “Pata Jorobá” Jiménez. Entre los dos se estafaron 13 bases, cinco de Bartolo y ocho de “Pata Jorobá”, miembro del Salón de la Fama del béisbol cubano.

Los Portuondo

De acuerdo con el historiador Juan A. Martínez de Osaba, cuando Bartolo se unió en matrimonio con Esperanza Peláez, de origen asturiano, blanca y aristócrata, a quien había conocido desde la niñez en su barrio habanero de Cayo Hueso, ya era un destacado jugador de cuadro, receptor y jardinero, que bateaba y tiraba a la derecha.

El 26 de mayo de 1981, a los 86 años, falleció viudo, en su ciudad natal, al cuidado de Omara. “En su larga existencia no solo acumuló una fructífera carrera beisbolera, pues se acercó al mundo de la cultura, con una capacidad para la música que heredarían sus hijas Omara y Haydeé y también Iván, el varón, quien no la ejerció”, apuntó De Osaba.

Omara, en sus 90 años, ha recibido un rosario de homenajes de músicos cubanos de varias generaciones. Entre ellos la Orquesta Failde, la Orquesta de Cámara dirigida por Daina Guerra y la cantante Haydee Milanés, músicos con los que ha colaborado en diferentes etapas de su carrera.

Pese a su edad, la “Diva del Buena Vista”, calificativo del que ha tomado distancia en varias ocasiones, sigue grabando, ofreciendo conciertos y cantando en distintos escenarios del país, luego de que el Buena Vista se despidiera parcialmente de sus giras internacionales.

Quizá en medio de esos encendidos homenajes recordó a su padre y las historias de su exitosa carrera como pelotero, entre ellas, su histórico juego contra Babe Ruth.

* Con la colaboración de Miguel Hernández, periodista de Around the Rings.

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