Entre el mito y la realidad

Escribir radio no es un oficio difícil pero si arduo porque tienes que escribir todos los días. Estás atrapado dentro de un mundo que puede ser una novela, un cuento, una aventura. Cada obra en sí misma encierra un universo, un universo que tú creas. Si es una versión, es un universo que crea otro pero tú lo estás realizando y haciéndole cambios porque muchas veces lo que se escribe para un libro no es exactamente lo que sale en radio. En radio lo que prima es el diálogo y una buena narración, un buen estilo de narrador.

Estas fueron las primeras palabras que Joaquín Cuartas me dijo, grabadora en mano, cuando logré que se apartara de la máquina de escribir y se instalara en un butacón de su sala para que conversáramos. Afortunadamente no tuve que derrumbar su puerta pues sus vecinos al verme desorientada frente a su casa le llamaron por teléfono para que me atendiera y gracias a ellos pudo ocurrir este diálogo.

La entrevista sucedió en un abrir y cerrar de ojos pues Joaquín interrumpido en plena labor creativa, a pesar del acuerdo previo, no concedió minutos de más. La escritura lo llamaba imperante y él  respondió a mis preguntas con exactitud, guiado por una fidelidad de años.

Con el desenfado que le caracteriza concedió diversas pistas para comprenderlo como autor y como hombre, para de ser posible desbaratar el mito que sobre él se cierne, después de entregar a cientos de oídos cubanos radionovelas como La canción del Shannon, Viento Sur, Crónica social, Cuando baja la marea, Historias de amor y olvido, Cuando la vida vuelve, entre otros cuentos y teatros.

Si usted recuerda los altoparlantes situados en Infanta, frente a la emisora Radio Progreso, la calle abarrotada de gente que escuchaba el último capítulo de Cuando la vida vuelve en el año 1997; entonces tiene que saber que ese acontecimiento marcó, para quienes tuvieran dudas, el regreso indiscutible de la radionovela cubana. Este fue el mejor homenaje que Joaquín creyó podía hacerle a Félix B. Caignet, demostrar que todos aquellos recursos que el santiaguero utilizó en El derecho de nacer, continuaban siendo efectivos a finales del siglo XX.

A sus más de setenta años Joaquín Cuartas es sin discusión uno de los autores radiales más queridos por los radioyentes cubanos. Dueño de una imaginación sin límites, maestro de la ironía y poseedor de un fino sentido del humor cada día se debate entre las criaturas y los mundos  que crea, esperando secretamente que la realidad en que vive no sea más que otra de sus ensoñaciones.


¿Cómo le llegan las historias?

Mis historias no son de la realidad aunque la vida real a veces sorprende. Tomo las cosas de películas, de otros escritores, no hay nada nuevo bajo el sol; todo es una recreación constante, es tomar lo que existió y volverlo a recrear.

¿Cómo crea a sus personajes, de qué moldes los extrae?

Los personajes parten de un ente imaginativo casi siempre. Yo no me baso en hechos de la vida real, mis personajes son todos muy imaginativos porque en la vida real sí hay historias muy buenas pero nunca tienen el vuelo que tú le puedas dar imaginativamente. Tú  puedes coger una historia real cambiarla, reconstruirla y darle todo el vuelo que tú quieras pero necesariamente con una historia real estás constreñido al hecho y a la personalidad de cada una de las personas que intervienen y de ahí no puedes escapar. Soy creativo en cuanto a los personajes, unos son de farsa, otros de comedia, otros de tragicomedia, de pieza, o sea, de los diferentes géneros teatrales. En la radionovela funcionan todos porque un personaje puede ser trágico,  de comedia, de pieza, que empiece y termine en lo mismo y así. Claro que cuando escribo teatro ya soy más regimentado, más formal en cuanto al género.

Mis personajes lo que tienen que tener es humanidad, bondad, sacrificio. No me gusta la vulgaridad.

¿Qué sucede cuando versiona?

Lo cambio todo, desde los personajes. La única novela que no cambié y me quedó horrible fue El rojo y el negro. No quise cambiarla porque era de Stendhal pero fue insoportable yo mismo lo reconozco. Todo lo demás lo cambio sin problemas.

¿No respeta nada, más o menos?

Bueno sí, menos que más.

¿No lo paraliza de alguna manera escribir las novelas por encargo? (Con esta respuesta hace gala de su ironía proverbial)

No, siempre he trabajado por encargo. Miguel Ángel hizo la Capilla Sixtina por encargo y le quedó muy bien por cierto.

¿Con que sensación se enfrenta a la primera cuartilla?

Peligro.

¿Por usted o por ella?

Por los dos.

¿Sigue algún ritual para sentarse a trabajar?

No tengo ningún ritual, sentarme en la máquina, producir ideas y ya.

¿Con qué dificultades tiene que lidiar?

El problema que tengo es que a la vez que empiezo a escribir una novela me quedo preso en ella; y a las tres de la mañana estoy  pensando en la novela, por la mañana estoy pensando en la novela y los personajes, y llega el momento de que me arrepiento de haber nacido porque la novela me tiene atrapado y no me da espacio para más nada. Es una compulsión. La creación de este tipo, como la creación de todo, me imagino, es un estado febril.

¿No teme que se le agote la imaginación?

No, porque yo me divierto  mucho imaginando cosas. Yo toda mi vida he vivido más en un mundo imaginario que en la realidad. Por eso siempre choco con ella. La realidad no me interesa. Siempre soy muy imaginativo. Soñar no me cuesta nada.

Después de tantos años escribiendo, ¿ha perdido el placer de la creación?

No, para nada. Sigue siendo un acto casi religioso, me hace sentir muy bien. Además, es lo único que sé hacer bien. Yo no sé poner un chucho de luz, yo no sé hacer nada.

¿Le quedan muchas novelas en el tintero?

Depende de mi estado de salud. A ver si un día no me toca decir adiós, bueno, a todos nos toca decir adiós.


¿A Joaquín hay algo que le interese más que escribir para la radio?

Sí, mi hija y mis nietos. Esa es la prioridad, todo lo demás viene después.


¿Cambiaría su vida por la de algunos de sus personajes?

(Se queda pensando antes de responder, al final sonríe y responde) No porque yo soy todos los personajes.

Con tantas historias de amor escritas, ¿cómo lo ha tratado el amor a usted?

Hummm, ya a los 74 años el amor se convierte en una cosa poco relevante, pero el amor si ha sido importante para mí. He tenido mis amores pero no creo en la relación fija. Siempre he pensado que del amor…mira, hablando de amor ( Michu su gata, se le sienta encima y se deja acariciar) va quedando un poco a través de los años y se convierte en una compañía. Más que el amor es lo cotidiano lo que amarra. Los amores perdurables son los que se frustran, sino acuérdate de Romeo y Julieta.

Me dijeron que cuando viniera a hablar con Usted no le mencionara a Dios porque no estaba en buenos términos con él, ¿es cierto?

No, en modo alguno. Si Dios no existiera yo lo inventaba, mi ángel. Uno necesita de algo. Además, cuando tú ves la inmensidad del universo y lo pequeño que tú eres te das cuenta de que todas las miserias humanas son boberías y que no te debes preocupar tanto por nada.

¿Qué es lo que Joaquín más detesta?

La imbecilidad. (dice categórico)

Para mi la imbecilidad es la manifestación más ingenua de la maldad. Un malvado se mide pero un imbécil puede darle candela a una casa sin darse cuenta y el país está lleno de imbéciles que abusan del privilegio de la imbecilidad.

¿Tiene enemigos?

Me imagino que sí, y me da mucho gusto tenerlos, me divierten mucho. ¿Qué sería un hombre sin enemigos? Los enemigos son la sal de la vida.

¿Qué siente cuando dicen que usted es el escritor de radionovelas más importante del país?

Que no es verdad, aquí hay muchos escritores radiales muy buenos. Y lo que sí siento es gran admiración por Félix B. Caignet. Para mí ese es el escritor radial más importante que ha habido en Cuba. Además, como tuve el gusto de conocerlo puedo decir que era una persona maravillosa, buen músico, de todo. Félix B. Caignet, es para mí el paradigma de todas las cosas.

¿Cuáles incentivos encontró en la radio para serle fiel durante tantos años?

Cuando empecé a escribir me divirtió mucho. Y es que yo me divierto escribiendo, me río de las cosas que hago y también lloro. Me tengo que divertir, eso sí, si no me divierto no lo hago. Hay que divertirse, aprender a reírse.

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