Entre lauros y retos

El entramado que forman las voluntades creativas de los realizadores organizados o aislados, construye un panorama cinematográfico nacional que se valida con la existencia de diversos espacios de confrontación artística, cada uno con sus propios objetivos temáticos y técnicos.

Entre ellos, el Festival de Invierno del Cineclub Cubanacán, que este año se celebró entre el 14 y 17 de noviembre, ha constituido históricamente una oportunidad para la ubicación de obras desarrolladas por cineastas aficionados, provenientes de los cineclubes del país; así como también de potenciar el crecimiento artístico de estos realizadores no profesionales, mediante el debate y el intercambio de ideas.

En un contexto marcado por dificultades económicas, la celebración anual del encuentro resulta un reto organizativo, y cada vez exige con más fuerza una justificación, mediante la calidad de sus resultados y el enriquecimiento intelectual y creativo de sus participantes, para continuar existiendo como paladín de la promoción del cine aficionado.

Realizadores, críticos, miembros de la Federación Nacional de Cineclubes de Cuba (FNCCC) y asistentes a la cita, concuerdan en que la presente edición del festival distó de la anteriores, principalmente, en cuanto a la factura de los materiales presentados y la poca solidez de los debates.

Sin embargo, coinciden en que esta edición 29 constató mediante la presencia de cerca de 60 obras, pertenecientes a cineclubistas de todas las regiones del país, la pertinencia de este evento como espacio de confluencia para estéticas diversas.

Experiencia reciente de cineclubistas en Santa Clara

Así como el ciclo productivo en el cine profesional insertado en la industria culmina cuando finalmente el espectador visualiza la película, en el caso de la producción cineclubística la proyección de la obra acaso es la mitad del camino.

Su carácter comunitario y participativo exige que los materiales, además de validarse como productos audiovisuales desde el punto de vista técnico y artístico, ejerzan una acción transformadora sobre los sujetos y objetos protagonistas de la obra, o sobre quienes la consumen.

El Festival de Invierno, desde su fundación en 1983, funcionó como una extensión del trabajo del Cubanacán. De esta forma instituyó, como antes hiciera esta institución a escala local, un espacio de intercambio entre los cineastas aficionados, y con el público, capaz de enriquecer la perspectiva cultural y humana de los participantes.

Los espacios principales de la edición 29 de la competencia fluctuaron entre las dos esferas de los cineclubes: la creación y la apreciación. En ese sentido el encuentro se dividió entre la proyección de obras audiovisuales en concurso y el evento teórico, a partir de materiales provenientes de cineclubes de distintas regiones, como Ataveire de Granma, Gildo Castro de Gibara, Arenas de Varadero, Mégano de Camajuaní, Unimatvisión de Matanzas y José A. González de Santa Clara, entre otros.

La diversidad temática de las obras evidenció una serie de inquietudes por parte de los realizadores, relacionadas con las particularidades del territorio donde viven, los conflictos que se generan desde la comunidad y sus propias interrogantes como artistas. 

La preservación del medio ambiente, a través de materiales como Moluscos curiosos, de Eliecer Ramírez, fue uno de los argumentos presentes, junto a otros como el desarrollo agrícola local, en el caso de Energía del futuro, de la directora Marcia Daniel, la interacción de los jóvenes con las tecnologías digitales, abordada en trabajos como ¡¡Facebook??, de Johan Vidarte, y el rescate del patrimonio espiritual y arquitectónico, como es el caso de La luz que llevo dentro, de los autores Ramón Cabrera, Lázaro Alderete y Mario Rodríguez.

En cuanto a los géneros desarrollados, abundó la perspectiva documental, como en el caso de Camino a la universidad, de los estudiantes Yanquiel Sarduy y Arley Morel, aunque en varios se aprecia la influencia ejercida por la televisión sobre los creadores, en detrimento del lenguaje cinematográfico, y que constituye actualmente una de las deficiencias más notables de la producción cineclubista.

Según Mario Rodríguez, presidente del Encuentro de Cineclubes de Yumurí, cuando los cineclubistas no cuentan con una industria que los apoye, se unen a la televisión en busca de instrumentos para realizar su obra, y en este acercamiento muchas veces comprometen el hecho artístico que es el cine.

«Se pueden aprovechar los recursos de la televisión, pero siempre considerando, en esa imbricación, que nuestro movimiento es creativo más que informativo, y por tanto sus consecuciones estéticas pretenden provocar, incitar, fabricar otra realidad en la búsqueda de nuevas formas de pensar y decir». 

Producto de esta mezcolanza entre el medio televisivo y el arte cinematográfico, se incluyen además en la competición diferentes manifestaciones audiovisuales, tradicionalmente asociadas al primero, como el videoarte, en el caso de Makarofe, de Antonio Albalat, y el spot, tanto publicitario como de bien público, entre cuyos representantes estuvieron Adael Cendoya y Francisnet Díaz, con el anuncio Será mejor esperar.

Varios trabajos se inscribieron dentro del género ficción, como El último retrato, de Yeidel Hernández, e Ilusiones, de Eliecer Ramírez. Entre los elementos mencionados por el público y los especialistas como mejorables, destacan la importancia de la dirección de actores en la obtención de un material más verosímil, y la edición rigurosa para evitar distenciones en planos y secuencias sin intencionalidades específicas.

En la categoría de la animación solo concursó la obra Metamorfosis, de Geovanny Erbello y Kevin Pérez, provenientes del Cineclub Arenas, de Varadero. Realizado con la técnica del stop motion, dedicado al público infantil y con una finalidad educativa, el corto fue celebrado por su tratamiento sencillo de la temática ambiental y el acertado manejo del modelado en plastilina. Sin embargo, resulta notable la limitada incursión de los cineclubistas en el género, por causas que pueden variar desde la desmotivación por este tipo de estética, hasta el desconocimiento de las técnicas de animación, o escasez de recursos necesarios para desarrollarla.

«Lo más difícil es encontrar la materia prima para modelar, ya sea silicona, barro o plastilina, en nuestro caso. Luego, las cámaras a veces tampoco son fáciles de conseguir, pero creo que lo más importante radica en la idea que quieres materializar en la obra», comentó Geovanny Erbello.

El ejercicio de apreciación, inherente a los cineclubistas, siguió a la proyección de cada obra en competencia, de la cual se discutían aspectos como la dramaturgia, la fotografía y la edición, siempre con el espíritu de aportar perspectivas diversas a los creadores e influir de manera favorable en su superación como artistas.

Un momento importante dentro del festival lo constituyó el concurso de trabajos teóricos y críticos, al que se presentaron varios artículos de apreciación sobre películas cubanas, investigaciones acerca de la historiografía cinematográfica y consideraciones alrededor del cineclubismo. No obstante, resultó más valioso el intercambio con los participantes y especialistas que los propios materiales en concurso, carentes en su mayoría de profundidad metodológica.

Ramón Cabrera, miembro del ejecutivo de la FNCCC y crítico de cine, sostiene el criterio de que la apreciación en los cineclubes aún es muy epidérmica, «no entra en análisis más profundos de carácter estético y artístico. Tiene que haber más talleres que eduquen la apreciación, para que el criterio de ese intermediario entre la obra y el perceptor le sirva a este último como herramientas para ver con más armas una película, un dibujo animado, o cualquier obra relativa al mundo de la imagen y el sonido».

Al cierre del festival, el jurado otorgó el Gran Premio Indio Cubanacán al realizador David Morales, por su obra Chevo contra Chevo, primer lugar en la categoría de ficción a Camilo Quiñones y Nikolay Almeida, por Tráficos de lunes para la estupidez cotidiana, y primer lugar en el apartado documental a Lo que sale del corazón, de Alejandro Quesada, Yuniel Salazar y Evelyn Quesada. En el caso de la Animación, el primer puesto quedó desierto. La categoría de Videoclip quedó igualmente desierta, así como la especialidad de Actuación Femenina.

Lázaro Alderete, presidente de la FNCCC, afirmó que la calidad de los trabajos se advierte inferior a años anteriores. Se percibe la ausencia de un criterio especializado en la selección de las mejores obras para concursar, y el descarte de aquellas que no cumplen con los requisitos de exhibición. «Hay que ser exigentes en la evaluación de la calidad de los materiales, para que a la vez esta se revierta en calidad del festival».

David Morales, realizador del grupo independiente de la Televisión Serrana, Ataveire, aseguró que «aunque conocemos muy bien las limitaciones económicas para efectuar cualquier cita nacional, existen otros factores organizativos que deben ser atendidos para lograr el buen desarrollo de un encuentro tan relevante para los hacedores de cine como lo es el Festival de Invierno».

Impronta que exige un veredicto

Aunque la última edición del evento mostró grietas en el aspecto organizativo, y las afectaciones en el oriente de Cuba tras el paso del huracán Sandy impidieron la asistencia de numerosos participantes de la región, su pasado certifica la importancia que posee como plaza de socialización, aprendizaje y creación audiovisual.

Establecido como el festival de cineclubes más añejo del país, el de Invierno procede de la voluntad cultural de Miguel Secades, de mostrar que la obra de estos centros también conformaba una sección importante dentro del panorama audiovisual cubano y con los años se ha convertido en un gran taller para los que asisten.

De tal forma debe mantenerse como una de las prioridades culturales del año en la provincia, tanto para las autoridades villaclareñas como para la Federación de Cineclubes, una de las principales responsables y beneficiadas con los resultados de la cita invernal.

Desde su época fundacional se consolidó como un espacio para la presentación de temas que no abordaban la televisión ni el cine producido por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Numerosos materiales exhibidos captaron incluso la atención de importantes documentalistas profesionales como Santiago Álvarez y José Massip.

Rápidamente se apreció que en las salas del Festival de Invierno convergían obras devenidas clásicas expresiones de la estética cineclubista, en las que lo popular y lo cotidiano recibían un tratamiento frontal. «Dentro de la FNCCC funcionó como aglutinador de la producción no profesional nacional, no solo por coronarse como el evento más atractivo para los cineclubistas, sino por la mirada que ofrecía, interesante y transgresora», explicó Mario Rodríguez.

En la actualidad, obras premiadas en sus escenarios se conservan en la Cinemateca Nacional, junto a lo más destacado de la filmografía cubana, como muestra indiscutible de que el encuentro constituye un medidor de la calidad del audiovisual aficionado.

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