Felicidades, José María Vitier

"La vida, ya se ve, nevó en mis sienes // pero aún puedo soñar, aún me sucede // que una dorada tarde me conmueve".

José María Vitier. Foto: theobjective.com

José María Vitier. Foto: theobjective.com

Si reviso en mi memoria, me veo sentada, quizás con cuatro años, en el piso de mosaicos coloridos de la sala de mi abuela Fina. Es de noche. Ya es hora de dormir probablemente, pero yo estoy ahí. Los adultos ocupan los sillones a mi espalda y unas butacas de la pared contraria. Todos frente al televisor a finales de los años 70, en una simultaneidad poco usual para aquella casa ocupada por varias generaciones.

Es un recuerdo entre brumas. No guardo muchos más detalles, pero puedo revivir una y otra vez, y para toda mi vida, la emoción que proviene de una voz grave, a capella, interpretando a Martí: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber…”.

“En silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas, han de andar ocultas”. Y sobre ese pacto visceral con Cuba, a través de esa trascendencia que yo apenas podía intuir, cae, desde un más allá que aún me doblega, cuarenta años después, la tecla de un piano y otra, y otra.

 

Yo era tan pequeña, y ese piano, bendecido, era admirado por los adultos a mi alrededor. Se le nombraba con cariño. José María Vitier fue, probablemente, el primer músico en el que yo reparé; la música debe ser bordada por alguien, comprendí. Era el autor.

Y ese ser, que no tuvo rostro ni biografía ni presencia sino hasta que yo fui mayor, bordó otras muchas músicas a lo largo de nuestras vidas.

Porque cada diciembre José María se nos mete en el pecho cuando La Habana súbitamente deja de ser un pueblo grande y se convierte en una urbe con swing, latinoamericana, de cines y cinéfilos viviendo un protoinvierno cultural, salino. Suena “La Aldea”, la banda sonora de 40 festivales de cine.

 

Su música para la película Fresa y chocolate es, en efecto, Cuba dentro de un piano.

 

Y la Misa Cubana suya, estrenada en la Catedral de La Habana en 1996, nos postra ante la Caridad nuestra, la Patrona. Su Ave María por Cuba, africana y europea, en yoruba y en latín, es estremecedora.

 

José María Vitier García-Marruz cumple hoy 65 años. Lo sé porque es mi amigo en Facebook y pude tomarme el permiso de desearle felicidad y larga vida esta mañana, muy temprano, por el chat.

La red no borra las jerarquías, pero sí nos pone en contacto aunque nuestras geografías físicas, generacionales y emocionales sean distantes. La red nos hace descubrir que los ríos de las vidas pueden cruzarse solo con quererlo.

Yo me atrevo, tratando de disimular todo lo que me contiene, a meterme en su vida privadísima y a los pocos minutos él publica en versos su autocelebración, por el “milagro de estar vivo”. Desde este amanecer comienza a recibir los honores de un enjambre amplísimo de admiradores que lo han redescubierto, como yo, como un intelectual completo, como un maestro.

Por la frecuencia de sus posts en Facebook –los más jóvenes dírían que es un “quemador”–muchos hemos podido disfrutar su sensibilidad como poeta, lector profundo, explorador de literaturas distantes. Un dador de ideas que va hilvanando a veces con humor, otras desde una religiosidad muy suya, desde su sensibilidad ¿origenista?: apreciadas verdades dignas de un filósofo cercano.

Hace días pensaba en lo útil que sería compilar sus citas, sus versos, sus relatos cortos, sus aforismos regalados en el mundano Facebook donde no abundan estas riquezas. Menos aún en esta selva hiperideologizada y por momentos fraticida en la que nos desenvolvemos los cubanos en la red.

Y hoy que cumple años este gran músico, hijo de Cintio y Fina, hermano de Sergio, esposo de Silvia, padre de José Adrián, lo he buscado en mi memoria, donde –descubro– vive allá lejos y hace tiempo.

Me veo sentada, con las piernas cruzadas, absorta, escuchando a Martí, grave, decorado con las notas épicas y melancólicas que José María creó para él.

Gracias por todo, y felicidades siempre.

 

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