Frank Delgado y las dos orillas

"No les digan más escoria, que esos son los marielitos."

Foto: Kaloian.

En los años 90 en Cuba se produjo un proceso de apertura en torno a la literatura cubano-americana, hasta entonces sujeta a prohibiciones y tabúes. Revistas como La Gaceta de Cuba y Temas dedicaron dossiers a este y otros tópicos –las artes plásticas, la música, el uso del español, etc.–, y luego se comenzaron a discutir problemas como la dinámica lengua-literatura, globalización, nación e identidad, lo cual condujo incluso a polémicas entre críticos y teóricos a ambos lados del Estrecho de la Florida.

Este nuevo fenómeno, no exento de contradicciones, se correspondió básicamente con procesos socioculturales que tuvieron lugar por entonces en el escenario cubano, caracterizado por un sostenido incremento de la emigración al calor de la crisis y por las visitas de la llamada comunidad cubana en los Estados Unidos al calor de políticas de la administración Clinton que posibilitaron un mayor contacto entre las dos orillas y, en general, mayor fluidez de los intercambios culturales.

En 1994 se estrenó Delirio habanero, del dramaturgo Alberto Pedro (1954-2005) en el contexto del Período Especial, como otro clásico suyo: Manteca (1993). En la primera aparecen, juntos, Benny More (Bárbaro) y Celia Cruz (La Reina) en medio de una retahíla de nostalgias, frustraciones y dramas existenciales. Quedaba así planteado, de nuevo, el tema de los que se fueron y los que se quedaron, iniciado en el cine por Memorias del subdesarrollo (1968). “La separación espiritual, este asunto de gente que vive allá y gente que vive aquí […] es el gran tema de la literatura cubana del siglo pasado y de este siglo”, le dijo Alberto Pedro al suplemento literario de El País diez años después de estrenada la obra.
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Al año siguiente, el joven trovador Frank Delgado (Consolación del Sur, Pinar del Río, 1960) publicó su primer fonograma, Trova-Tour, contentivo sin dudas de un discurso ideoestético muy peculiar dentro de la segunda generación de trovadores, a la que pertenece, conocida como postrova o generación de los topos y compuesta, entre otros, por Santiago Feliú, Donato Poveda, Alberto Tosca, Carlos Varela, Gerardo Alfonso y Polito Ibáñez.

La característica distintiva de la manera de Frank consistió desde el inicio en apelar a la ironía y al humor y en renunciar deliberadamente al lirismo de los fundadores. “La génesis de la Nueva Trova es muy poética”, dijo una vez en una entrevista. “Noel [Nicola] y Silvio [Rodríguez] estuvieron muy vinculados a lo que fue la poesía de vanguardia en Latinoamérica”.

Sus referentes no eran necesariamente “cultos” –aunque bien mirado, les sobren–, sino se remontaban sobre todo la tradición guarachero-picaresca, iniciada durante la Colonia y cultivada en el siglo XX por figuras como Miguel Matamoros, Ñico Saquito, y después por Pedro Luis Ferrer y Virulo. Sus textos no eran, pues, ni metafóricamente sofisticados ni crípticos sino bien denotativos, es decir, narraciones/crónicas sobre los problemas de Cuba y los nuevos fenómenos sociales asociados al mundo postsoviético y al turismo. Uno de ellos, por ejemplo, las jineteras (“Embajadoras del sexo”):

Embajadora del sexo
Funcionaria del deseo
De día estudias inglés
Y por las noches te veo

Escarnecida en historias
Como burda Mesalina
Pero envidian tu aventura
De ser puta clandestina

Que no paga al sindicato
Ni chulos, ni a pretendientes
Por esa parte te digo
Son putas independientes.

Frank Delgado. embajadora del sexo

Otro, los llamados “diplobabalaos”, que en los 90 comenzaron a cobrar sus servicios en moneda dura. “Johnny el babalao” es una tonada inteligentemente construida contrastastando tradición/mercancías de las shoppings o importadas de Miami y apelando a la manera de hablar de los negros de nación, recurso expresivo afincado en la poesía negrista de los años 20 del pasado siglo:

Yo ta’se, Johnny el babalao
Y tengo consulta con aire acondicionao
Yo ta’se, Johnny el Eleggún, y tengo computer
Pa’tirar el diloggún
Ta tene tanque con omiero
Y una parabólica pa’ver los noticieros.
De Miami me mandó la grey
Un tubo que tira cascarilla con spray
Johnny el babalao tiene un invento mayor
Taita N’kisi, soy acere Obón
Y tengo mi n’ganga en la cazuela de teflón.
[…]
Si algo ofrendo en pesos desconfían
Creo que mis santos ya saben de economía
Mis orishas se han aburguesado
Y ahora solo quieren caramelos importados

Pero también en ese disco Frank reservaba un espacio para otro tipo de cambios.

“La otra orilla”, una de sus composiciones más famosas, se ubicaba en el centro de la dinámica aludida al inicio mediante una mirada crítica a las dos primeras décadas del triunfo revolucionario, donde por acción de políticas establecidas había que hablar de quienes se iban del país

.. en voz baja
A veces con un tono de desprecio
Y en la escuela aprendí que eran gusanos
Que habían abandonado a su pueblo.

Lo cual empezó a cambiar en 1978, después del Diálogo con los llamados representativos de la comunidad cubana, hecho que permitió –por primera vez en más de veinte años– las visitas familiares y alteró de mil maneras las percepciones sobre Miami y su cultura por la vía del contacto directo. En ese contexto, los gusanos devinieron entonces “mariposas” o “comunitarios”:

Un día tío volvió de la otra orilla
Cargando con su espíritu gregario
Y ya no le dijeron más gusano
Porque empezó a ser un comunitario.

la otra orilla - Frank Delgado

De ahí incursionaba en el éxodo de Mariel, evento traumático para ambos lados, que el texto conceptualiza, por lo mismo, de “fatídico”. En 1980 unos 125 00 cubanos emigraron a Estados Unidos, hecho que el trovador articula con la oleada de las clases medias en los años 60 –la salida por el puerto de Camarioca– y, después, con la firma de los acuerdos migratorios de 1994, al cabo de la crisis de los balseros:

Y al fin llegó el fatídico año 80
y mi familia fue disminuyendo
como años antes pasó en Camarioca
el puerto del Mariel los fue engullendo.
Aún continúa el flujo a la otra orilla
en vuelos regulares y balseros
y sé que volverán sin amnistía
porque necesitamos su dinero
(o su consuelo, yo no sé).

Pero si en la obra de Alberto Pedro se colocan en un mismo plano de la cubanidad a dos figuras como Benny More y Celia Cruz, aquí el trovador llega más lejos y funde a la primera, de muchas maneras un símbolo del exilio, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, expresiones de la nueva canción política surgida después de 1959. Y lo hace a sabiendas, a contrapelo de polarizaciones y gargantas.

Los cubanos de la Isla figuran entonces, indistintamente,

Bailando con los Van Van, oyendo a Silvio y Pablito
Haciendo cola pa’l pan o compartiendo traguito.

o,

Bailando con Celia Cruz, oyendo a Silvio y Pablito.

Canciones de este calibre lo colocaron entonces en un área difusiva gris debido ese poder cuestionador característico del arte genuino, dato que sus seguidores sin embargo agradecieron desde aquel despegue en 1995. “No he sido nunca mediático, pero el haber estado medio prohibido tiene su encanto”, diría después.

Lo cierto es que de entonces a la fecha las propuestas de Frank Delgado hay que seguirlas muy de cerca, sobre todo si los cubanos de las dos orillas queremos mirarnos por dentro y conocernos mejor a nosotros mismos.

 

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