Hemingway, Cuba y McGovern: ¿La historia recomenzada?

De su segundo safari por África, Ernest Hemingway trajo consigo una piel de lesser kudu. Escribía descalzo sobre ella, en su habitación de Finca Vigía, como puerta a buenos augurios. No se conoce a ciencia cierta, cuánto influyó en su suerte aquel cuero de antílope, pero allí sobrevive, merodeando con sus tejidos al visitante fisgón, al aprendiz, al curioso, al deslumbrado, al museólogo, al mitómano y al mito. Tampoco se supo si en aquel noviembre de 2002, cuando ya estaban las cartas sobre la mesa, para firmar el Primer Acuerdo de Colaboración entre un grupo de activistas estadounidenses y El Consejo Nacional de Patrimonio de Cuba, algunos habían caminado previamente sobre la piel curtida del animal.

El contexto era uno de los más complejos entre ambos países y pensar en un acuerdo colaborativo convidó a muchos pesimistas. Lo cierto es que aquel día comenzó a cambiar la suerte de un Hemingway que se desparramaba entre los libros de Balzac y Benito Pérez-Galdós, las epístolas, los discos de spiritual jazz y música clásica o numerosos trofeos de caza. Un Hemingway plurimorfo, humano, mágico y bestial.

James McGovern no se parece a Ernest, ni a ninguno de sus trofeos. McGovern es congresista demócrata por el estado de Massachusetts. James un día se atrevió. Llegó por primera vez a La Habana en 1979. Firmó junto a Fidel el proyecto conjunto para preservar el legado del escritor. Creyó en la necesidad de conservar la historia del autor y habló de “derribar muros”. Por eso fue él quien gestionó ante el gobierno de Estados Unidos, el permiso para el acuerdo. Algunos de sus colegas congresistas no entendieron. McGovern nos dice, once años después: “Esto que hemos hecho es solo una prueba de lo que somos capaces de compartir y de lograr de forma colaborativa. Más que un proyecto para conservar documentos, se trata de mostrar cómo dos pueblos que han tenido diferencias a través de la historia, pueden sentarse a dialogar para hacer algo en colaboración y que eso favorezca a ambos países. No hay razón por la cual Cuba y Estados Unidos no puedan normalizar sus relaciones”.

Así también piensa ella, desde que se interesó por las huellas del escritor en Cuba  y conoció a su gente. La cercanía de Jenny Phillips con Hemingway, es casi sanguínea. Su abuelo, Mawxell Perkins, editó a un escritor difícil que escribía a mano, que solo mecanografiaba los diálogos y al cual no le agradaba algún tipo de corrección. Era el mismo con el cual se había perdido en cierta isla, al mismo que dieron por muerto después de aquella escabullida del mundo urbano. Al frente de Finca Vigía Foundation, Jenny moviliza a distintos expertos que han aportado a las labores de preservación de las piezas de la colección. Considera que el trabajo en Cuba ha sido “una experiencia de vida, ya que cuando dudó allí estuvo Marta Arjona, con su singular maestría y su sabio impulso: no hay que esperar para hacer las cosas”.

Desde 2003, comenzaron a llegar delegaciones con especialistas de diversas disciplinas que aportaron con sus visiones al proyecto museográfico: Susan Wrynn, el escritor Scott Berg, el arquitecto Lee Cott y Henry Moss, el doctor Stanley Katz, Bill Dupont, Patricia O´Donell y Walter Newman.

En la actualidad, la casa-museo es testigo del proceso de digitalización de más de 4500 fotografías, documentos y libros con anotaciones realizadas por el novelista; una acción que garantizará la conservación de una parte considerable del patrimonio de la institución.

Donde Hemingway tiene sus libros y su casa, donde creó diversas obras que la celebridad ha intentado cercar con sus fiebres, reposa una historia todavía por descifrar, como la carta desaparecida que escribió a su editor y que la esposa de Perkins atesoró y permanece oculta hasta nuestros días.

Hoy continúan las labores de preservación en Finca Vigía, porque es un trabajo que no cesa. Pero no se trata de un acuerdo, ni de un museo, ni de las cabezas de antílope, ni de la colección de clásicos de Ezra Pound, ni The changing face of beauty, mucho menos está en The letters of Thomas Mann, ni en The autobiography of Mark Twain, ni en Fandango Rock o Hamish Hamilton y su Poor no more. Se trata de una ventana, de un camino, de una luz, tal vez; pueden decir los optimistas. Según McGovern, “no es posible cambiar el pasado, pero sí se puede influir en el futuro”, aunque de vez en cuando haya que traer de vuelta de la pesca, el esqueleto de un pez.

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