La dosis exacta

Al cubano la medicina no le cuesta. Bueno, si quitamos de la ecuación el transporte hacia el hospital y otras menudencias semejantes. La esencia: consulta, tratamiento y medicinas, eso no tiene mayores problemas. Es así desde hace mucho, y ha contribuido a formar la idiosincrasia médica cubana.

En este sentido, somos raros hasta dentro del Caribe. Y si no nos parecemos a otros cuando estamos saludables, enfermos nos parecemos menos. Cuando un extranjero, ya sea de Holanda o de Burundi, se siente mal, pues se siente mal. Hay un tipo de cubano que al contrario: se siente mal y no lo dice. Le da vergüenza reconocer que está enfermo. Tiene la expresión de la muerte en la cara, pero le preguntan como está y él dice: “Ahí, mejor que nunca”.

Si la dolencia no remite durmiendo, y se agrava, por fin acepta que está enfermo. Primer paso, tratar de curarse él. Entonces se toma el remedio cubano para cualquier enfermedad, la piedra filosofal criolla: miel, limón y vitamina C. Para todo: catarro, miel limón y vitamina C, dolor de cabeza, miel limón y vitamina C, piojos, miel limón y vitamina C. No pongo en duda las bondades de los susodichos ingredientes, pero bueno es lo bueno, y no lo demasiado.

Automedicarse viene siendo una suerte de pasatiempo nacional. Me encantaría poder encuestar a la población ahora mismo, y procurarme el guarismo exacto que describe a quien sabe distinguir y no usa –perdonen la frase– a la bartola, las diferentes pomadas y ungüentos. Esperar a que lo recete el facultativo es casi pecado, y vienen siendo lo mismo la Triamcinolona, el Clobetazol, el Aciclovir, el Crotrimazol y el Tolnaftato, por hacer la lista corta.

Entiendo que la solución tópica no engendra tanta desconfianza como la oral en quien se automedica. Siempre tomar algún brebaje o pastilla hace saltar alarmas que no se disparan al untar algo en la piel. Lo grave es que hay errores y errores. No pasa nada por embadurnarse la cabeza con benadrilina, pero tomarse dos cucharadas de lindano, aunque a la larga te corten los estornudos, no da negocio. Vamos, que el fin, no justifica los medios. Incontables las señoras mayores que tienen siempre a la mano Diazepam. Y se lo toman como quien disfruta de un paquete de chocolates M&M. Si les hicieran un examen antidoping, no les permitirían ni siquiera ver las Olimpiadas por televisión.

Pero usted hace las cosas bien. Imagine que se levanta sintiéndose mal. Decide no automedicarse y consultar al médico de la familia. Va a verlo y no aparece: está haciendo terreno. Pero usted se siente mal, no demasiado, pero sí un poco. No teme una sirimba o un patatús inminente, pero tiene “el cuerpo cortao”. Y parte en pos del médico y usted deviene “La Muerte” y el galeno deviene Francisca. En cada casa a la que llega: – Sí, estuvo aquí, pero ya se fue. Cuando ya usted ha caminado 11 kilómetros, lo encuentra, le informa que se siente mal, y él lo mira y responde: “usted está falta de ejercicio”. Y ahí tú (fíjate que empecé a tutearte, que ya te he cogido confianza) tienes ganas de matarlo, pero no le haces nada, porque anda con escolta: cinco fumigadores que parecen la tripulación de un barco pirata.

Bueno, ahí viene otra diferencia. Los extranjeros van al médico y hacen lo que el médico manda, sin discutir. El cubano no, el cubano discute, replica, disiente. “Doctor, ¿usted está seguro? Doctor, míreme bien, yo creo que yo no tengo eso”. De inmediato, busca una segunda opinión, (no tiene que ser de otro médico, ahí mismo, de uno de los fumigadores). “Hermano, ¿que tú crees que sea esto?” Y el fumigador te mira y te dice: “Loco, eso es un infarto del miocardio, toma miel, limón y Vitamina C”.

Y ya estás en el hospital. – Bueno, paciente, se tiene que hacer un ultrasonido, una placa, y un  análisis de sangre.

Continúan los problemas, porque para el cubano no hay lío con el ultrasonido ni con la placa, pero no le gusta sacarse sangre. La sangre se recupera comiendo carne roja, o sea, cada jeringuilla que te saquen es un pedazo de carne de primera que estás dejando ir. En esa situación, si el doctor no es cubano, no te convence de que te saques sangre. Si es cubano sí. Si es cubano, te dice las palabras mágicas y tú te dejas sacar sangre de lo más fácil. Las palabras mágicas son: “Bueno, si no quieres sacarte sangre, te voy a hacer un tacto rectal”.

En otros países a la gente le preocupan las enfermedades más graves, aquellas que atentan contra la vida y el bienestar inmediato. El cubano es diferente. Se le diagnostica una cardiopatía isquémica, y primero le quitas dicha cardiopatía que la manteca de puerco. Se entera de que tiene dengue hemorrágico y sin miedo, él lucha el certificado. Le dices que tiene una hernia discal y si a un socio le hiciese falta mano de obra para una mudanza o para botar unos escombros, con el dolor va para allá. Ahora, una lombriz solitaria sí le molesta, porque un cubano no tolera que una lombriz, ni nadie, esté viviendo a costa de él. Comiéndose su comida, cogiéndole botella dentro del cuerpo para desplazarse.

Otra dolencia que el cubano no soporta es la coriza. Para el cubano, la coriza es llorar por la nariz y el llanto se puede aguantar, pero la coriza no. La coriza es implacable, te interrumpe las conversaciones y te vira la taza de café a golpe de estornudos. Te enchumba el pañuelo, de tal manera que a veces ni siquiera es suficiente una toalla playera para secarse la nariz.

Tengo más cosas que decir, pero lo voy a dejar aquí porque tengo una sensación un poco extraña. No me siento mal ni nada, yo no me enfermo nunca, yo soy un toro. Me siento como una penita en la zona de la espalda, una sensación como si me hubiera mordido un rottwailer, pero eso no es nada, no quiero que se preocupen, ahora yo me tomo tres diazepanes y aguanto el dolor, el dolor no es nada, malo si fuera coriza.

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