Infraestudio: Entre ficción, arte y arquitectura

La arquitectura de Infraestudio es una colisión de nuestras obsesiones personales con ciertas necesidades públicas. Para que un edificio sea más que un espacio hay que ir mas allá de las funciones utilitarias básicas que permiten que se realicen actividades dentro de ese predio.

Casa C, proyecto de Infraestudio (en construcción). Foto: cortesía de Infraestudio.

Con regularidad asociamos la arquitectura con un espacio físico, por ejemplo: una edificación en un espacio puntual, una construcción que adorna (o no) un entorno, o la materialización de un proyecto que tiene como fin satisfacer una necesidad, pero este arte-ciencia es mucho más complejo.

En conversación con Fernando Martirena y Anadis González, dos jóvenes arquitectos fundadores del proyecto Infraestudio, les preguntaba (desde mi ignorancia), cómo asociaban ellos su trabajo desde la arquitectura con los espacios, pensando que este aspecto definía el trabajo que realizaban con su proyecto cuando, en realidad, todo arquitecto trabaja en base a un espacio en particular, aunque el interés de Infraestudio va más allá de la mera ejecución de una obra.

Fernando Martirena (izquierda) y Anadis González (derecha), fundadores de Infraestudio. Foto: su cortesía.

“Todos trabajamos con el concepto de espacio en arquitectura, pero a nosotros nos gustan mucho las ideas detrás del espacio y muchas veces nos interesan más esas ideas que el espacio mismo, por eso decimos que tenemos más una práctica discursiva en la que se produce arquitectura, obras de arte, libros…no solo es [Infraestudio] un estudio que produce exclusivamente arquitectura”, comenta Martirena a OnCuba.

Al respecto, González añade que “aquí se ha perdido la arquitectura como disciplina, en tanto no se trata solo del espacio físico de una construcción, sino la conceptualización, narración y ficción de dicho espacio donde además intervienen la crítica, el debate, los diferentes acercamientos a la arquitectura y la tradición”.

Mucho debate se ha generado en los últimos meses acerca de la importancia que merece esta profesión no solo para el desarrollo económico del país, sino también para la sociedad y el embellecimiento de las diferentes ciudades de la Isla, cuyo entramado urbanístico se encuentra deteriorado, además de otros problemas de carencias en materia de construcción de viviendas y edificaciones de corte más social.

La ciudad reclama arquitectura

Los arquitectos, si bien producen proyectos con un fin establecido, principalmente desde un propósito social, también se insertan dentro de las manifestaciones artísticas, algo que parece pasar al olvido en muchas ocasiones en cualquier parte del mundo, aunque en Cuba este problema se acrecienta, y proyectos como Infraestudio vienen, en parte, a contrarrestar dicho fenómeno y a resaltar la arquitectura de autor, prácticamente nula en nuestro contexto.

Infraestudio… ¿Arte, arquitectura, ambos?

Anadis González: Se pudiera explicar el vínculo de nuestra arquitectura con el arte porque el arte tiene una autonomía desde lo personal hacia lo funcional, y una cosa no tiene que relacionarse con la otra. El artista tiene obsesiones personales, sus propias búsquedas artísticas, que no precisamente tienen que ser utilitarias, sin embargo en la arquitectura el principio y el fin están en lo utilitario. 

La arquitectura de Infraestudio es una colisión de nuestras obsesiones personales con ciertas necesidades públicas. Para que un edificio sea más que un espacio hay que ir mas allá de las funciones utilitarias básicas que permiten que se realicen actividades dentro de ese predio. Ese encuentro crea estructuras y rupturas entre el ser y el parecer, entre lo que se espera de un edificio y aquello que produce.

Pabellón de «Viaje Infinito» (Proyecto de Infraestudio). Foto: cortesía.

Fernando Martirena: Creo que la arquitectura ha sido bastante autónoma y ha tenido límites bastante claros, aunque por supuesto ha tenidos momentos de apertura: el Renacimiento o los años 60 del pasado siglo, por ejemplo, pero como precisamente la arquitectura trabaja con sistemas de poder tan grandes —económicos en particular— y tiempos tan largos, ha estado un tanto aislada de la sociedad y creo que la sociedad se ha proyectado hacia la arquitectura, pero no en sentido contrario.

De ahí los preceptos que manejan, que suelen ser un tanto conceptuales…

Fernando Martirena: Al ser una disciplina tan lenta, y demorar tanto desde el nacimiento de la idea hasta su materialización, en la arquitectura mucho trabajo queda sepultado en el proceso. Nosotros estamos muy interesados en valorizar esos productos que no llegan a concretarse, pensamos que la ficción es suficiente. Es decir, al final la nuestra es una práctica intelectual en la que, en el mejor de los casos, se llega a construir algún que otro edificio, aunque la mayoría solo se quedan en proyectos. Buscamos un placer más intelectual que estético, por eso existe un discurso detrás de todo lo que hacemos. Una práctica similar a la del arte conceptual.

Casa Gruta (en construcción). Foto: Laurian Ghinitoui/cortesía de Infraestudio.

Al empobrecerse la disciplina se han seguido produciendo espacios que no aportan cultural o artísticamente a la profesión; nosotros formamos parte de una generación que recomienza o hace renacer esta práctica artística y nuestro interés particular es mezclarla con discursos que provienen de otras disciplinas, dando origen a una arquitectura que no intenta definirse como arte, pero que emana de todos estos espacios comunes.

Así nació Infraleves

Fernando Martirena: La idea de inventarnos una editorial viene de entender nuestro proceso de trabajo. Uno contrata a un arquitecto para que produzca una idea casi que abstracta, una ficción. Los arquitectos no construimos edificios, construimos ideas de edificios, y lo que entregamos son collages, textos, videos, maquetas y otros objetos que están mas relacionados con las artes visuales.

Libro «Casa para piedras», de Ediciones Infraleves. Foto: Su cortesía.

Muy pronto comprendimos que estos elementos no eran productos derivados sino productos terminados que constituyen piezas de arte. Paralelo a esto, nuestra obsesión por los libros y por la práctica desarrollada desde los años 60 por artistas que se dedican a la producción de obras-libro nos impulsó a entregar a cada cliente un libro manufacturado por nosotros mismos.

Así comenzamos a crear nuestra propia colección, a la cual le fuimos añadiendo libros sobre investigaciones urbanas, sobre poesía y otras ideas que nos obsesionaban. Como mismo no tenemos un estudio de arquitectura legal, sino una ficción, nos inventamos otra ficción, que es la editorial, a la cual bautizamos como Ediciones Infraleves, inspirados en un concepto de Marcel Duchamp sobre la levedad y la línea fina entre el existir y el no existir.

No se trata de una editorial real, sino de una editorial conceptual que nos inventamos, donde producimos libros hechos por nosotros manualmente.

Evento dedicado al libro «El espacio del texto», de Ediciones Infraleves. Foto: cortesía Infraestudio.

Anadis González: Diseñadores y arquitectos no producimos objetos materiales, creamos ficciones espaciales y las manifestamos a través de nuestros libros, porque es la única forma en que de hecho podemos construir algo.

En realidad estos libros son un soporte de imágenes, textos, planos —las únicas cosas que producimos—, y la infravaloración de estos productos que no son tangibles ha ocasionado que desaparezca el valor que tiene la producción de ideas y lo necesario que es ese proceso para que luego se lleven a cabo los proyectos, se materialicen y se hagan tangibles.

¿Estos libros pudieran suplir carencias en cuanto a bibliografía sobre la especialidad en el país?

Anadis González: No es un material de consulta o material académico. Es una obra libre de arte, que es un discurso en sí. Puede producir conocimientos en tanto proviene de conocimientos, pero no es su objetivo final. A la vez tiene un carácter particular que es mostrar proyectos y metodologías.

Fernando Martirena: La mayoría de los libros académicos en arquitectura responde preguntas y resuelve problemas y nosotros no estamos interesados en resolver problemas más allá de los que tenemos que resolver en nuestros proyectos; queremos crear problemas todo el tiempo a través de la arquitectura, que no sea un fondo u objeto, sino que proponga en sí misma retos a la sociedad.

Pudiera decirse entonces que tienen una identidad bastante marcada

Anadis González: Creemos que la identidad es un concepto demasiado arbitrario y olvidadizo. En realidad, lo que llamamos identidad puede ser la pérdida de una identidad anterior, y así sucesivamente. 

A su vez, la pérdida de identidades particulares es tributo para ganar una identidad más global, colectiva o compartida, en la cual se pierde el sentido de la nación, de lo regional, de aquello que no se comunica o que no vincula. Es como la defensa de algo que no nos interesa porque nos pensamos seres más universales.

Fernando Martirena: Pensamos que al final la arquitectura debe proponer y responder simultáneamente a un problema, y todos los problemas son arbitrarios.

Nosotros estamos más enfocados en cómo nuestras obsesiones personales, si logran una colisión accidental con las necesidades públicas de una manera eficiente, pueden producir algo nuevo que podría ser, por ejemplo, progreso, poesía o innovación. Por tanto, no nos interesa hacer algo así como arte cubano o arquitectura cubana propiamente dichos.

Centro de Arte «Línea 508» (en construcción). Foto: cortesía Infraestudio.

La mayoría de las veces, cuando las obsesiones personales chocan con las necesidades públicas no producen nada, y nosotros buscamos estas excepciones donde, trabajando desde algo universal, desde un contexto muy circunstancial, exista la posibilidad de crear algo nuevo.

En nuestro caso, nos interesa mucho lo posnacional y la muerte tan rápida de la arquitectura; no hay un estilo cubano, no hay regionalismo crítico en Cuba y eso te zafa de muchas amarras para hacer mucho más libre la profesión, desde lo identitario.

Restaurante Ruinas Circulares (proyecto). Foto: cortesía Infraestudio.

Anadis González: Cuba como contexto, al igual que otros países y regiones, tiene circunstancias específicas que se definen en la práctica, pero que a su vez deben tributar a valores universales, por eso la identidad deviene en parte una camisa de fuerza en los procesos creativos.

A partir de la visión que tienen de la arquitectura, ¿cómo pudieran beneficiar estos conceptos al entramado arquitectónico de la capital de Cuba?

Anadis González: Como mismo la ciudadanía no tiene conocimiento de todo el entramado arquitectónico de la ciudad, nosotros no tenemos todos los elementos necesarios para saber qué reestructuración llevaría la capital cubana.

Eso sí, el primer cambio sería ese contacto entre los ciudadanos y el sistema del diseño urbano. Estoy pensando en los grandes últimos cambios de construcción de hoteles, por ejemplo, que son cambios realizados sin previa reflexión sobre el impacto ciudadano y urbano de los inmuebles, más allá de la arquitectura.

Fernando Martirena: Todavía seguimos arrastrando, desde el nivel gubernamental hasta el personal, esta idea del gran proyecto y las grandes obras y el mundo tiene una larga historia de catástrofes derivadas de ese tipo de abordaje. Sería terrible la existencia de un gran “plan de La Habana”; la capital debe democratizarse, no solo desde la distribución de la información o las tecnologías, sino también desde la planificación. 

Debería haber una serie de acciones simultáneas a través de procesos de gobernabilidad nuevos que permitan programas pequeños y funcionales, y no un macro programa que solo resuelva algunas cosas esenciales y no cambie de forma significativa la vida de la ciudad.

La Habana como proyecto

En el caso de Cuba hubo una producción de arquitectura en los años 60 que nos parece increíble, y a través de la sovietización de la construcción en los 70, se produjo una muerte, primero del arquitecto como autor, lo cual no necesariamente es malo, pero en nuestro país devino en la muerte de la arquitectura.

Lo que pasa ahora tiene sus lados buenos y malos: por una parte, es muy difícil hacer arquitectura, porque nadie cree en ella, pero por otra parte existe un desierto a poblar en el que todo vale, y donde es posible de reescribir la historia sin cargar su peso. 

De ahí la importancia de un marco legal para los arquitectos

Anadis González: En los últimos meses hemos estado abogando para que la práctica de la arquitectura independiente en Cuba se reconozca de manera legal, lo cual significaría un tributo a la diversidad de la profesión —que es lo que produce arquitectura en sí— como cualquier otra rama de producción de conocimiento en el país.

Si esto no sucede, se empobrecerá aún más el paisaje urbano, como sucede con el suelo a través del monocultivo. La única forma de práctica establecida para los arquitectos cubanos hoy son los servicios a empresas estatales, donde se produce muy poco diseño y el foco recae más en la construcción porque la variable de costo/beneficio elimina la innovación y el papel del arquitecto en la comunidad, en el cual la burocracia en la que está sometido [el arquitecto], constituye una sola forma de producción de la arquitectura, con metodologías claras y establecidas muy verticalmente, lo que ha hecho que la arquitectura se empobrezca.

El sector privado cubano ha estado promoviendo el diseño en el marco de los cambios económicos que se han impulsado como parte de la actualización del modelo socialista. Una vez que se permitieron nuevas formas de colaboración entre actores privados y públicos, se logró que el diseño resurgiera como un factor que crea plusvalía y que rescata cosas tan básicas como la competencia o el valor añadido que puedes darle a tu espacio. A partir de ahí se creó una demanda que no tiene aún soporte legal, que son las ideas del diseño.

Fernando Martirena: Las ciudades cubanas tendrán en los próximos años al menos medio millón de viviendas que rehabilitar y un número similar de nuevas construcciones que deberán acometer. Si el país no cuenta con los arquitectos independientes para ello, este volumen de construcción que va a cambiar el rostro de la ciudad va a ocurrir de todas maneras, solo que de forma ilegal y no regulada, y ahora mismo no somos capaces de medir las consecuencias de ese cambio de las reglas del juego.

Anadis González: Algo como eso ocurrió especialmente en los años 90. En aquella época el arquitecto de la comunidad no pudo suplir la vorágine constructiva que hubo en esos años, cuando se construyeron muchas más viviendas que en los años anteriores de la Revolución; la mayoría construidas por esfuerzo propio a partir de la estrategia de venta de materiales locales para la construcción. Su papel [el del arquitecto de la comunidad] realmente no funcionó. La propia identidad de la nueva arquitectura no produjo cultura o plusvalía a la cuidad, y por plusvalía me refiero en este caso a la belleza. Es algo que ya conocemos y no queremos que se siga repitiendo.

Fernando Martirena: Podemos poner el ejemplo de cualquier hotel que se haya hecho en los últimos años. Si a ese hotel le realizamos un buen diseño y le añadimos un espacio público, el nivel de plusvalía, de felicidad urbana y de servicios que genera ese hotel cambian, y estamos hablando de un mínimo de cambio económico en términos de inversión para lograr una transformación rotunda de recuperación en esa inversión.

Lo que pasa con estos hoteles en Cuba no es que sean malos —los hay en el mundo entero—, el problema es que la inversión urbana se ha centralizado en ellos y ahí es donde creemos que está el error. En todas las ciudades del mundo existen edificios genéricos como estos, pero también se invierte en otros edificios que compensan este desajuste en las obras.

Pienso que si ya se decidió que serán la inversión urbana más visible que tendremos, se podría manipular su diseño de manera que la ciudadanía también gane algo a cambio a través de ellos.

Anadis González: No se trata de un problema económico sino de gestión, y cualquier intervención que se haga en la ciudad a través de una correcta gestión de las inversiones puede tener un impacto exponencial en la ciudad.

¿Cómo se pudiera empezar a revertir dicho fenómeno?

Anadis González: Una parte muy importante dentro de los cambios que necesita el sistema de planeamiento urbano son los concursos de arquitectura, de urbanismo, espacios públicos. Su existencia permite un balance entre la centralización del diseño y la producción de conocimiento colectivo.

Fernando Martirena: El último momento importante de concursos en Cuba fue en los años 60 y este es un tema muy debatible porque producen [los concursos] una cantidad excedente de ideas que no van a ningún lado, y trabajo no remunerado, pero por otro lado la ciudadanía gana con un mínimo esfuerzo un máximo de ideas de futuro.

Otra cosa, es que es muy difícil tener concursantes buenos, un jurado a la altura de ese concurso, y un sistema de gestión y comunicación ciudadana en funcionamiento que ayude en la toma de decisiones.

Todo esto es difícil y costoso. Creo que aunque se empezaran a hacer ahora [los concursos] los resultados ni siquiera serían buenos, pero hay que comenzar este proceso cuanto antes para que la ciudad aprenda de sus propios errores. Mientras más errores seamos capaces de cometer, más aprenderemos y mejor preparados estaremos. 

Anadis González: Nosotros tenemos la ambición de construir obras sociales, y conocemos muchos arquitectos independientes deseosos de formar parte de una construcción más equitativa y democrática de nuestras ciudades. Lamentablemente hoy no existe ese marco legal que nos permita integrarnos. Ha sido un largo recorrido de diálogo con las instituciones cubanas para lograrlo, y somos optimistas al pensar que algo se logrará, pues darle a las ideas el valor que merecen es una necesidad que no podemos seguir aplazando.

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