Ivette Cepeda: siempre cubana, sea en La Habana o en París

¿Cómo buscarle comparativo en el espectro musical cubano más moderno? No existen adjetivos suficientes para expresar lo que Ivette Cepeda hace sentir cuando canta. Sabe lo mismo estremecer con una balada, un son o un chá chá chá.

No cabe dudas de que Ivette es de esas cantantes que llega al público por el sentimiento que brota de su interpretación y proyección escénica, conjugado con un repertorio exquisito de grandes del pentagrama musical de antaño de la Isla, retomados por su contralto dulce y armónico, capaz de traer de nuevo al recuerdo a Moraima Secada, Bola de Nieve, Elena Burke, entre otros.

Sobre un escenario hace vibrar a las personas aunque estén lejos… eso sucedió en la Sala Chaplin de la Cinemateca de Cuba durante la premiere del documental Una cubana en París y del concierto Miracle (Milagro por su significado en español).

No hizo falta estar junto a ella durante un maravilloso recorrido nocturno por  los Campos Elíseos, por Notre-Dame o el Arco de Triunfo; o sentarse en una butaca en el Centro de las Artes Enghien- les- Bains, para sentir lo grande de una cantante que ante todo se considera “privilegiada por la experiencia. Simplemente soy una cubana más en París, pero también una cubana más en La Habana”.

El documental Una Cubana en París narra a través de una conversación con Ivette, las impresiones de la cantante acerca de grandes músicos como Rita Montaner, Bola de Nieve, Edith Piaf enlazados con fragmentos de canciones interpretadas por ella como Perdóname Conciencia, Lo material, Si me pudieras querer, Vete de mí, entre otros.

Un filme que toca de cerca la fibra más sensible del alma,  por los recuerdos que muestra a través de imágenes de archivo y por la demostración de esa humildad y gracia que inundan la personalidad de Ivette Cepeda. Como ella misma confiesa “no quiero que cuando cante sus canciones piensen en mí, sino en ellos que son los grandes de la música cubana”.

Cabe decir que si los franceses disfrutaron de lo lindo durante el concierto de la Cepeda en la Ciudad Luz, no hubo diferencia en el Chaplin porque, aunque desde una pantalla, su voz – llena de matices exquisitos, tonos altos con agudos poderosos hilvanados con falsettos dulces y finos como gotas de cristal- y su proyección escénica confidente  – pletórica de una pasión que deja huella en el cuerpo y el alma- erizaron la piel a más de uno y arrancaron cerradas ovaciones como si fuera una de esas actuaciones en vivo que solo ella sabe hacer, ya sea en lo íntimo del hotel Telégrafo, o en la grandeza del Teatro Mella.

Sin dudas, llegó tarde a nuestras vidas, pues como la nombra el propio documental, ya sea en Paris o en La Habana, Ivette Cepeda resulta un milagro de la música cubana que vive y siente lo que canta y sabe trasmitirlo a un público fiel a su voz y entrega.

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