Arenal loves New York

El octogenario se mece en su sillón. Sitiado por la calma de una tarde que se escurre para convertirse en noche. Puede contarme de sus novelas, de sus poemas que mantuvo ocultos hasta cumplir los 80. Incluso, se lanza a leerme algunos con una voz y claridad que niegan sus canas.

Y así, en medio del recital que incluye algunos poemas más de su libro La vida en tres tiempos, casi veinte minutos se han ido. Humberto levanta la mirada y me busca. Ha terminado la lectura y una sonrisa endulzada en melancolía invoca recuerdos dormidos.

Esta entrevista la he conformado frase por frase. Cogiendo un poquito de información de este o aquel archivo de audio; como quien hace un collage. De las tres horas de grabaciones en las que conservo la voz del escritor Humberto Arenal he podido extraer estas pinceladas de su estancia en el país que desde 1948 lo acogió como un hijo adoptivo: Estados Unidos. Allí no solo inauguró su trayectoria artística o unió por primera vez su vida en matrimonio, sino que además, conoció a quienes estarían a su lado compartiendo amistad, inquietudes intelectuales: Edmundo Desnoes, Pablo Armando Fernández, Calvert Casey…una generación que haría la isla que se refundaba luego del 59.

Segunda casa

“En Santos Suárez tuve una profesora de inglés que se llamaba Charlotte. Era muy buena conmigo, además de ser una pedagoga bien preparada. Ella, al ver que yo adelantaba mucho en el curso me propuso para conseguir una beca que otorgaba un instituto que respaldaba la embajada de U.S.A.

“Aunque no era funcionaria del consulado ni mucho menos (era otra de las tantas mujeres estadounidenses que vivía y había hecho familia en Cuba), tenía amistades allí con cierta influencia. El caso es que el instituto donde Charlotte me daba clases brindaba una beca por la duración de un año para perfeccionar el idioma en la ciudad de Nueva York. ¡Y eso era fabuloso!

“¿Sabes qué? Mi padre y yo tuvimos ciertas discrepancias, por el hecho de que él no quería que me dedicara a la literatura, al teatro, o al cine. Para él, el mundo artístico estaba totalmente corrompido. Incluso, esas diferencias no llevaron a tener dos peleas muy serias. Con el tiempo reafirmé que sin duda alguna mi ambiente era el de la cultura.

“Cuando aquello yo tenía una novia que se opuso firmemente a que viajara a Norteamérica. Pero me enfrenté a su criterio y al de mi padre, hasta que monté en el avión. Eso sí: siempre he sido muy tenaz y gracias a ello he logrado muchas cosas.

“Una vez allá pasé el curso de inglés con gran facilidad. En verdad el curso lo tomé más como un pretexto para viajar. Nunca he sentido adoración por los Estados Unidos. Ahora, yo sí creo que los Estados Unidos es un país lleno de contradicciones y lleno de riquezas.

“Uno no puede decir que todos los norteamericanos son imperialistas y que todos odian a los negros. Esas no son las características mayoritarias del pueblo norteamericano. Por otro lado, ellos ansían el poder, ser dueños de algo; eso es lo que verdaderamente mueve a muchos.

“Infortunadamente no pude ingresar a determinada escuela de cine porque era muy cara, y transcurrió buen tiempo hasta que me enteré de que para estudiar teatro no era necesario matricular en costosas academias, sino que había grupos off-Broadway en los que podía insertarme para conseguir el conocimiento dramático que buscaba.

“Cuando concluyeron los doce meses del curso me enfrenté a la dura realidad de que mi visa de estudiante había caducado. Un buen día me cogieron en la calle sin documentación alguna encima, y terminaron por llevarme hasta una dependencia de Inmigración. Gracias a las buenas calificaciones escolares, entre otras cosas me dijeron que no existía problema alguno para que me dieran la residencia de forma permanente si lo deseaba. Pero me dio una rabia terrible cuando el oficial que me atendió me dijo: “usted puede ser residente porque usted habla bien el inglés, tenemos buenas referencias y además, usted es blanco”. ¡Era insultante, chico!

“Yo no había escrito un artículo en mi vida. Pero sí leía mucho la prensa, sobre todo el New York Times. Para mí era y es un gran periódico; defensor de determinada clase (la defiende con mucha elegancia, por cierto), pero un gran periódico. Finalmente me inscribí en un curso de meses, al que asistía tres noches por semana después de mi trabajo en una oficina. Comencé entonces a colaborar para el Diario de Nueva York.

“No pasó mucho tiempo para que una vecina mía me incitara a buscar trabajo en una revista que tenía un sólido respaldo económico y que en breve se fundaría. Aquella publicación, llamada Visión, siempre la vi como una copia de la fabulosa Time, pero fue una experiencia muy buena trabajar para sus páginas.

“Once años duró mi estancia en la gran ciudad hasta que en 1959 regresé a Cuba. Está en mi literatura, en mis primeros libros de cuentos, y también en mi memoria como mi segundo hogar.”

* Esta entrevista fue la última que se le realizara al destacado escritor.

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