Detengan las necrológicas al Gabo

Como si lo hubiesen preparado, de seguro fue así, todo medio con un decoro mínimo por el oficio, por todo cuanto hace al periodismo, la manera más expedita, concisa y detestable de entender el mundo, todo medio ocupó con inmediatez pasmosa la totalidad de sus titulares a la muerte del Gabo. Donde antes hablaban sobre Rusia y Crimea, los más serios y con vocación mundial; sobre Pinar del Río, tan rutilante, tan campeón, tan antídoto al detestable de Víctor Mesa, los más fervientes y con vocación localista; sobre los recibimientos de dirigentes nacionales a dirigentes extranjeros, los más absurdos y ¿con vocación de algo?; donde antes aparecían las urgencias del día, en esas selecciones arbitrarias e insistentes de los medios de información, aparecía a todo ancho de pantalla, a la mayor tipografía posible,  la necrológica sobre la muerte de un escritor, el más mediatizado de los hispanos últimos, el más copiado o aborrecido por las siguientes generaciones literarias, el altar mayor al cual postrarse o desacralizar con la peor de las rabias.

Muere Gabriel García Márquez, dice El País; maestro exuberante del realismo mágico, The New York Times; escritor laureado con el Nobel muere a la edad de 87 años, The Guardian; el autor que expuso el mito y la realidad de América Latina, The Washington Post; fallece el escritor colombiano, Juventud Rebelde; duelo de la cultura mundial, sentencia Cubadebate. Y así.

Pero Milán Kundera escribió algo extraordinario: “¿Qué quedó de la gente que moría en Camboya? Una fotografía de la actriz norteamericana, con un niño amarillo en brazos. ¿Qué quedó de Beethoven? Un hombre huraño con una melena inverosímil que afirma con voz profunda: «Es muss sein!». Antes de que se nos olvide, seremos convertidos en kitsch. El kitsch es una estación de paso entre el ser y el olvido”.

Evitemos los malentendidos: del Gabo quedarán sus libros, su fundación, su dislocación definitiva de la literatura hispana. Pero me espantan las declaraciones tan interactivas, tan sociales, tan de 140 caracteres, me espanta ese invento terrible de la modernidad que son las necrológicas, me espantan los amigos que sustituyen sus señas fotográficas en el Facebook por algún retrato, quizás de alguna contraportada -el retrato tiene todas las señas de pertenecer a Memorias de mis putas tristes-.

Un desmadre, pienso. Mañana todos lo olvidarán. Y a lo siguiente.

Resumo: me espanta la muerte anunciada de forma tan bullanguera, de cómo los lutos, esos actos tan íntimos, ya no ocurren en la soledad, sino a golpe vivo de tuit, de compartir, de seguimiento minuto a minuto, de gráficos interactivos, de trending topic. También, que las muertes poco mediáticas, pienso en los poetas suicidas que nunca escribieron, en las amas de casas de algún suburbio que prefirieron meter su cabeza al horno en sustitución de otro pastel, pienso que nunca, pero nunca, ocuparán la totalidad de una pantalla, la plana entera de algún dominical, ni un tuit, ni un share, ni una foto. Muertes comunes.

Pero los lectores afligidos tienen el derecho básico de exhibir su dolor, ¿real? ¿de pose?, cosas de ellos. También, los medios periodísticos le deben disciplina a los rigores del oficio.

Solo puedo pensar esto, que con tanta sofisticación, tanta multimedia, suena a tontería: bueno, hombre, hacia allá vamos todos, descanse en paz.

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