Diana Castaños: el golpe de los libros

Diana Castaños recibe el Premio Calendario 2016 en Literatura Infantil, de manos del entonces Ministro de Cultura de Cuba, Julián Gonzalez. Foto: Yander Zamora / Granma.

Diana Castaños recibe el Premio Calendario 2016 en Literatura Infantil, de manos del entonces Ministro de Cultura de Cuba, Julián Gonzalez. Foto: Yander Zamora / Granma.

La piel de Diana Castaños se enrojeció con los golpes de los primeros topes.

Semanas antes, llegó a la primaria un tipo largo y huesudo que los niños recibieron como Santa Claus luego del anuncio: “¿Quién quiere hacer taek-won-do?”. Entre las pocas niñitas que se imaginaron repartiendo patadas estuvo Diana, con notas excelentes y un pelo corto que se abanicaba al ejecutar las rutinas de giros y piñazos.

Aquel paso breve por los colchones del barrio no hizo sino azuzar un genuino interés por las artes marciales. Ya de adulta buscó “esa esencia de lealtad y de constancia”, dice.

“No es el golpe por el golpe, ¿sabes? En practicarlas hay una belleza y una sabiduría intangibles, algo que te da un conocimiento extremo sobre la persona que eres”.

Dice Diana que en las artes marciales también hay amor. Es raro. Uno pensaría que hay calma o sangre o equilibrio. Pero, ¿amor?

“Cuando he dicho eso me han preguntado qué tipo de amor –responde. Pero las grandes sensaciones humanas no deberían intentar explicarse demasiado.”

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Diana me dice que aprendió a leer y a escribir a la edad de tres años. El mérito es de su madre, que se tomó el trabajo de enseñarla:

“Desde entonces leer y escribir es mi vida. Nunca me pasó por la mente una opción de vida que no estuviera relacionada con la escritura.

Las muñecas de las niñas terminan pareciéndose a sus dueñas. De modo que, cuando jugaba con ellas, todas las muñecas eran escritoras.

Mucho después, graduada de Periodismo, le interesaba hacer algo parecido a la literatura. Es así, aunque ante esta afirmación lo niega con una sentencia filosófica:

“Me da lo mismo si estoy haciendo periodismo o narrativa. Para mí esas definiciones de concepto son solo cuestiones metodológicas. Siempre que sea escribir, para mí está bien. Es lo más cercano que hay al paraíso espiritual, un sitio de felicidad que nace dentro de una misma, personal, íntimo, puro y pleno.”

Con esos aires nació De Cuba, su gente, la columna que mantiene en el sitio web Cubasí.

Hay comentaristas atrevidos que le dicen “eres la mejor escritora que he leído en mi vida. Creo que Cuba tiene mucha suerte de tenerte”; o “Diana: ya no sé para qué me tomo tiempo en leer tu columna, esta fue la última vez, pq siempre tus protagonistas son personajes negativos?? tener sexo todo el día perfecto, pero la parte de darle antistamínicos a los niños pa poder seguir en lo suyo irresponsabilidad total”.

Leyendo cosas como esa, quizá Diana repita lo que ya me dijo: ama el oficio.

“Escribir es una tierra agradecida: jamás se pierde lo que en ella se siembra.”

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Diana Castaños. Foto. Trabajadores.
Diana Castaños. Foto: Trabajadores.

A la par de los episodios semanales en Cubasí, Diana escribió novelas. En silencio. Manchó varios papeles. Empaquetó las que le parecían mejores, mandó a concursos literarios y se fue a ejercitar al gimnasio.

“Mi vida creativa es y será la literatura. La vida puede pedirme lo que quiera menos que la abandone. Tendida en su arena soy una persona feliz, pero no necesariamente siento la compulsión de publicar –y se lo piensa mejor-, al menos no el apuro.”

Por alguna extraña certeza, cree saber que un día todo lo que escribe se publicará.

Al menos, todo lo que quiso ver como libro en 2016 se hizo realidad. Ese año, el pasado, fue el año de oro de Diana. Del volcán Diana. Cuatro premios literarios importantes, entre ellos el Premio Memoria, de testimonio, y el David, de poesía.

“Solo envié algunos libros a concursos, nada más –minimiza su éxito–. No significa que haya escrito ni más ni menos que antes. La única diferencia fue que participé en cuatro concursos… y crucé los dedos.”

Cruzó los dedos por la literatura infantil. Hay una resistencia casi religiosa entre los autores de esa literatura a que los llamen de ese modo. Una resistencia que no experimentan, por ejemplo, los autores de ciencia ficción, o de no ficción, o de teatro. Asoma un leve complejo o una rara manía a la contradicción. Como si escribir para una edad u otra los hiciera menores, o como si se pudiera escribir otra cosa que –en última instancia– literatura.

Diana, miembro de esa genealogía de negadores, es capaz de citar al filósofo Kierkegaard cuando decía: “Una vez que me hayas clasificado, me negarás”, y luego explica que sus lectores saben que sus libros tienen varias corrientes subterráneas de sentido.

“Mi literatura es para la infancia que todos, independientemente de nuestra estatura en centímetros, tengamos. Escribo para la niñez, que es un estilo de vida. Escribo para niños de mi tamaño. Para escribir pienso en la niña que fui. No publico nada que a ella no le guste.”

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La niña de 165 centímetros que es Diana, la muñeca rebelde, escribió No hay tiempo para festejos. Y el jurado decidió en 2016 reverenciarla con el Premio Calendario.

Un niño que vive en el campo es sorprendido por un camino de pérdidas (el padre preso por vender carne prohibida, la vaca-mascota que ama), en ese otro camino hacia la adolescencia.

Yo leí, entre líneas, algo de pesimismo. Pero Diana escribió de “la vida en su incesante movimiento, la vida que ordeña vacas, que monta a caballo en su propio caballo”.

Es un libro sobre los seres humanos, que también nos ensuciamos, a veces nos arrastramos y vamos al baño.

“No es pesimismo; ¡es intensidad!”, dice como quien da su mejor golpe.

La intensidad de Diana se mide en las patadas que lanza en el dojo, y estira su tamaño al contar la realidad.

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