El Gabo en mi primera persona

Decían que tu hermano te leía, que pasabas las tardes en el patio de tu casa, escuchando tus propias historias, sin salir de Macondo, sonriendo desde tu propia ternura. Decían que recordabas al Coronel, a los Buendía, a Florentino declarándose en amores a Fermina. Decían que tu cara se iluminaba cuando pasaba Mercedes y que la piropeabas.

No solo de memorias está hecho el recuerdo. Allá por los ochenta, La Habana disfrutaba viendo como aparecías en la Plaza Vieja, o en la silueta de un carro, rumbo oeste por el Malecón. Supiste ser uno de nosotros y la vida tampoco fue la misma; nos enseñaste que el cine y la literatura se podían respirar.

Tu mundo se convirtió en nuestro. Nunca América Latina estuvo tan cerca, nunca mejor nos comprendimos que en tus obras, todas hechas de recuerdos, de realidades imposibles, de verdades rotundas e increíbles. Nunca pudo el tiempo ser descrito en mejor forma, el tiempo de una casa, de un paisaje, de un río por el cual un barco sube y baja a dos amantes entregados a su beso.

Hasta hoy supimos dónde estabas, lejos, en tu mundo de recuerdos y en el espacio descansado de los iluminados. Nos acompañabas, a tu manera, vigilando la lectura que una y otra vez, y alguna más, haremos de tus libros.

Duele escribir cuando es eso lo que falta, cuando la forma de leer nunca más será la misma y lo que somos es tan frágil que imaginarte en pasado es tan absurdo como absurda es la certeza de tu ausencia.

La realidad no es oficio de escritores. Quizás por eso decidiste perderte en la desmemoria sabia de los que ya se saben vivos para siempre. No se puede mirar al mundo con esa intensidad, con ese brillo, y saber regalarlo con la astucia y la malicia de los sabios simples, de los pobres, sin jugarse la vida en cada letra. Y lo hiciste. Hoy el mundo está un poco más vacío. Hasta ayer creí en el milagro de tu próxima novela,  de tus trepidantes entrevistas, de tu periodismo cirujano.

Olvidarse es una forma de saberse. Este mundo nos deja demasiada muerte para tan poca vida y lo sabías. Pero eres sabio, y esa desmemoria tan coherente con tu obra te ha servido para quedarte para siempre caminando por las calles de mi Habana, escribiendo en tu Colombia, en el misterio del DF o en la divina memoria de tus putas tristes.

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