Entre habanos: Juan Carlos Roque, de la radio a los fantasmas de aquella realidad

Una novela sobre la vida de tabaqueros puede ser arriesgada.

Foto: EFE.

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Juan Carlos Roque García (1960), que es un absoluto hombre de radio y cuya voz internacionalizó Radio Nederland, ese oasis que llegamos a escuchar alguna vez, escribió y acaba de publicar una novela titulada Entre habanos (Círculo Rojo Editorial, 2019).

Su argumento se despliega a finales de los setenta y se extiende hasta mediados de los ochenta, específicamente entre 1979 y 1985, siete años como las siete letras de la palabra “habanos”, esa suerte de acrónimo con el cual nos presenta el índice al principio de su libro.

Una fábrica como contexto es algo que no creo asome a menudo en la literatura contemporánea; en la cubana, hace años no sé de una con trasfondo “obrero”, si se quiere llamar de este modo a la concatenación de hechos que tienen como punto de partida o fin un centro de trabajo.

Y que se repita la palabra “proceso de confección”, “mejor tabaco” o “exportación” en algunas partes se convirtió para mí en el primer reto como lector, pues la sola reiteración de los vocablos “tabaquería” o “tabaco”, ese elemento que Fernando Ortiz llamó “altivo” y con aspiraciones de ser “puro”, acabó por transformarme en un verdadero funambulista que intentaba no caerse al vacío que creí a mis pies.

Una novela sobre la vida de tabaqueros puede ser arriesgada. De un lado podría esperarme el folclorismo de las guías turísticas y del otro los informes optimistas de la prensa escrita, porque el autor apuntala su historia mezclando literatura y periodismo; no por el uso del lenguaje propiamente dicho, sino por la distribución de fragmentos de obras literarias o reportes de prensa para así ir destejiendo el drama de sus personajes (Paca, Dani, María Trinidad, Julia, Manolo, Ignacio, …), torcedores, obreros de una fábrica, disimiles en su manera de comportarse como seres sexuales, sociales o políticos, aunque unidos por la chaveta, la mesa e incluso cierta moral.

Como puede inferirse desde el título, los diálogos cobran, en lo que es la primera novela de Roque -ambientada en Güira de Melena, Artemisa, su tierra natal-, una importancia sumaria. A través de ellos se desencadenan los hechos; o los hechos desencadenan los diálogos, los condicionan, cosa que ya explicaré.

Entre los ejercicios ideales relacionados con un tabaco, aun encontrándonos lejos de cualquier tabaquería, uno es la conversación: la comunicación entre amigos, familiares, amantes, vecinos, compañeros de trabajo, jefes y subalternos. Tal vez por eso el intercambio verbal en medio de la faena o en la intimidad cobra la importancia de otro personaje en estas 212 páginas.

Pero, también algunas veces podría ser entendido como el diálogo sordo del pueblo con el gobierno, pues los personajes de Roque, que representan a gente común y corriente, también llamada “de a pie”, por momentos parecen hablarle al dirigente que no escucha, al Poder que arremete sus doctrinas a través de la prensa, aquí incorporada casi todo el tiempo como la opinión oficial y definitiva.

Sucede de principio a fin, ejemplificable en algunos pasajes claves, y en otros no tan importantes para el desarrollo de lo que se cuenta. Es el “relato oficial” el que se repite para hablarnos, por ejemplo, de los hechos ocurridos en torno a de la embajada del Perú que dieron lugar al éxodo de El Mariel, al brote de dengue hemorrágico o a la invasión de Granada…

Las “noticias oficiales” se vuelven primordiales tanto en Cuba como en esta novela, y el universo de una tabaquería ofrece la posibilidad de demostrarlo como en ningún otro escenario gracias a que aún se mantiene allí ese oficio prehistórico y estimable que es el de lector de tabaquería.

Foto: Ramón Espinosa/AP.
Foto: Ramón Espinosa/AP.

Tal función es encarnada por Ignacio, cuyo conflicto se torna clave en lo que pudiera ser el soporte filosófico de la historia, que tiene su magnificencia en una escena final, por supuesto no develada aquí. Solo agrego que se trata de una metáfora contundente eso del libro de Marx hueco, convertido en objeto del contrabando; eso sí, por otro lado confirma el comportamiento moralista del que “pecan” la mayoría de los personajes, demasiado buenos, demasiado honestos porque están asentados, tal vez, en una idea de sociedad solo comprensible de haber vivido uno aquellos años en que se ha enclavado la historia.

El lector de tabaquería, además, es aquí algunas veces como el coro de las tragedias griegas, la voz colectiva y el contrapunteo entre la propaganda y la conciencia social, de alguna manera trasmutada a la literatura mediante los fragmentos que escoge para compartir diariamente.

Novelas de Shakespeare, Alejandro Dumas, Carpentier,  Jorge Amado o García Márquez son alternadas con contundentes editoriales, noticias o fragmentos de discursos de Fidel Castro publicados por el periódico Granma; la literatura complementando la realidad periodística, los personajes de la vida real sintiendo lo que los personajes de la ficción, queriendo parecerse a ellos. Pero, es en la realidad donde, como se dice, chocan nuevamente con la verdad.

Aprovecha Roque esta técnica de juntar notas de prensa, fragmentos de novelas y diálogos creados por él para repasar acontecimientos olvidados, personas o conflictos que van desde la caída de un avión de Cubana al capítulo homófobo de la Revolución resumido en aquellas Unidades de Ayuda a la Producción, adonde había ido a aparar uno de los personajes, Dani, a quien no le quedará otro camino que irse del país, largarse aprovechando para ello un momento que el propio gobierno ha propiciado.

Foto: Ramón Espinosa/AP.
Foto: Ramón Espinosa/AP.

Hay una frase bastante repetida en Entre habanos: “la vida sigue su ritmo”, expresión que aunque es dicha por el narrador está siempre en la mente de los personajes, quienes, por cierto, dan la impresión de vivir para la Historia y no para ellos mismos; cada paso, cada acción, cada movimiento tiene la función de desencadenar un movimiento mayor, ajeno a ellos mismos aunque sean ellos los que permitan que así suceda.

Quizá, esta sea una de las interpretaciones más catastróficas que pueda hacer después de la lectura: la vida sigue su curso, continua imparable, y los cubanos no hemos vivido nunca para nosotros, sino para algo que está por encima y que, a la larga, aplasta y desestima las individualidades.

Le debe mucho a la radio Entre habanos, no solo porque su autor sea a este medio como un transistor al equipo de radiotransmisiones, sino porque está escrita casi de manera radiofónica, como esas radionovelas que aún se transmiten en ciertas estaciones y que tienen la cualidad de mantener la atención del radioyente. Puede notarse en el tiempo en el que se narra, en los esquemas en que están divididos los capítulos, en la manera de presentar a los personajes o en la sobreabundancia de datos algunas veces.

Ya Juan Carlos Roque ha publicado varios libros, uno, Nunca me fui, texto testimonial que aborda en primera persona el tema de la emigración. Ahora, con la mirada del hombre que fue joven en la Cuba de los ochenta, desde 1995 radicado en Holanda, reconstruye con la ficción una época que también para él fue esencial. De este modo despierta sus fantasmas, revisa sus obsesiones y quiere que tomemos partido a pesar de él y su circunstancia.

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