Ferdydurke

Foto: Calixto N. Llanes.

Foto: Calixto N. Llanes.

Iba a regalar a un amigo la novela Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, y a última hora no sabía qué poner en la dedicatoria. Es sabido… las dedicatorias suelen constituir prólogos personales, íntimos. Acaso el prólogo perfecto es la dedicatoria, que puede prescindir de aclaraciones y prudencias, que se restringe al verdadero objetivo de un prólogo, que es provocar en el lector una impostergable, sincera curiosidad.

Pensé en una escena de la novela. Un hombre de letras era vencido en una discusión por un total analfabeto. Pensé en la comparación que se hacía: un maestro de esgrima sin respuesta ante el ataque de un ganso, y todo lo que pude escribir como dedicatoria fue la frase «uno de los libros más divertidos que haya encontrado en mi vida». La tinta azul ya estaba seca y sentía que había cometido un sacrilegio, que había reducido una obra maestra a un chiste de trescientas páginas. A fin de cuentas ¿qué significa que un libro sea «divertido»?

Tal vez el Quijote fuera divertido, pero Ferdydurke no era divertido de la misma forma que el Quijote. No se notaba en la novela un personaje extraordinario, ridículo por contraste entre muchos comunes… en Ferdydurke no había personajes comunes, como no hay individuos comunes en un sueño. Su realidad era como la realidad de un sueño, un cuadro expresionista, lleno de exageraciones y sinsentidos ocasionales. Si la novela parodiaba a alguien, era a toda la especie humana.

Sin resultar desagradable, su sentido del grotesco fue para mí una verdadera revelación estética. Un sobrio culto al exceso (si vale la expresión) y a la libertad. Se lee y uno siente que puede pasar cualquier cosa, y que cualquier cosa podría estar bien, del mismo modo que el hombre dormido admite los sucesos de su sueño. La escena del duelo, que termina en una alegre mutilación colectiva, es la demostración perfecta de que no existen los límites dentro de la literatura. Ferdydurke se alza en armas, hace un cerco alrededor de sí misma y decreta sus propias leyes. Nadie más tiene la verdad allí.

Entonces pensé que la novela era divertida porque nos introducía una poética completamente nueva, nos ponía el horizonte más lejos, nos enseñaba a disfrutar el lenguaje como no lo habíamos hecho antes. Haré la salvedad: desconozco el polaco, pero al menos puedo decir que la traducción que hace Virgilio Piñera nos hace disfrutar el idioma español como no lo habíamos hecho antes. Ferdydurke encuentra, por decirlo de algún modo, la poesía oculta en la palabra ombligo. Es una poesía inesperada, algo absurda en un primer instante, pero de grata inteligencia e irresistible complicidad.

Ombligo no es una palabra como brazo, o edificio, o cerámica. Cuesta un diminuto esfuerzo pronunciarla. Para nada designa una parte deshonrosa del cuerpo, pero está ahí como en tierra de nadie, se resiste a ser usada. Es tan sobrante e imperfecta como el ombligo mismo. Ya era hora de que se alzara en armas, creara un cerco y decretara su absoluta soberanía. Todo lo que la forma aún no domina, que entre. Todo lo lúcidamente inmaduro, lo subterráneo, lo creativo, que entre. Y se tiene de pronto una obra auténtica, fuera de cualquier clasificación.

Sí, por eso es una novela divertida. Tan divertida como lo es la palabra ombligo dentro del idioma español. Tal vez el subconsciente, diestro, hubo seleccionado una dedicatoria apropiada. Aunque Ferdydurke no se meta con alguien en particular, uno la siente como una novela clandestina, de las que se esconden debajo de la almohada y de las que no se les permite leer a los niños. Aquello que la hace sentir clandestina no es su retorcido erotismo, ni su amarga crítica social. Es su capacidad para otorgar un goce sin compromisos con molde alguno.

Finalmente, después de setenta años, se edita Ferdydurke en Cuba. La traducción es la de Virgilio Piñera (no podía ser de otra forma) y el dibujo de cubierta es nada más y nada menos que el original, el de la primera edición, obra del inigualable Bruno Schulz, cuyos relatos constituyen el puente que una a Franz Kafka con Witold Gombrowicz y con el propio Virgilio Piñera. Los perturbadores sueños de Kafka se llenaron de color y candidez en la imaginación de Bruno Schulz, y de humor, en la de Gombrowicz. Regalar la primera edición de Ferdydurke en Cuba, traducida por Piñera, es también de algún modo regalar una pieza tardía, pequeña e imprescindible en la historia de la Literatura Universal.

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