Historia desde México: Los vagoneros del DF son chidos

Foto: Revolución 3.0

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El joven no sabe quién soy, pero yo sé perfectamente cuándo y dónde encontrarlo. El joven es chido. Los vagoneros del metro del Distrito Federal – poetas subterráneos- son chidos.

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Recién llegaba yo a México en agosto pasado y Jorge Gaviño, director del Sistema de Transporte Colectivo, anunciaba en conferencia de prensa la implantación del programa “Cero Tolerancia”, para acabar de una vez con los vagoneros del metro, que representan, según Gaviño, un alto riesgo para ellos mismos y los usuarios.

El que no es chido, pienso, es el señor Gaviño.

Los vagoneros del metro resultan un riesgo, dice. A las personas les molestan en los oídos, agregan las autoridades. La gente quiere leer, dormir y rezar en el metro, y los vagoneros no los dejan. Pero además, estos vagoneros –sostienen- ocupan espacio del transporte colectivo. Y si vamos a las cuentas, y vemos que cada mexicano consume 8 tortillas al día, lo cual se traduce en 6.5 kilogramos al mes, y 90 al año, y que el país ocupa el primer lugar en obesidad, se puede inferir que en horarios pico el metro va bien cargado, y que los mexicanos se apretujan para llegar a los sitios, y que un vagonero más resulta un problema mayor en estos casos.

No obstante, pienso, los grandes poetas mexicanos, todos, están bajo tierra. Los vivos, y los que dejaron de estarlo.

Foto: Revolución 3.0
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El joven sabe que su público agarra la línea verde del metro, en dirección Universidad. Sabe también jugar con los horarios de entrada y salida a clases. El joven –vagoneros les dicen- casi siempre monta en la parada Coyoacán. Lleva una mochila con reserva y en las manos unos cuantos títulos. Debe haberlos leído todos. Nadie precisa en qué momento pero debe haberlos leído. El joven sabe qué libros vender. Llega y ofrece a García Márquez, entero. A un vendedor cualquiera le bastaría con título y precio, una relación clara de marketing. Y eso es lo que tienen estos vagoneros, van a la semilla del producto, a la génesis de su mercancía. No he visto vendedores semejantes. Ni los más graciosos pregoneros cubanos se les comparan en prestancia. El joven, por eso, no anuncia la venta de Cien años de soledad, sino que explica –entre una parada y otra, entre Miguel Ángel de Quevedo y Copilco, supongamos- que la obra del colombiano fue catalogada como una de las más importantes en el IV Congreso de la Lengua Española, dice que se enmarca en el movimiento del realismo mágico, y apenas le alcanza el tiempo para citar par de nombres iniciales, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, pero si las estaciones de metro se alargaran unos segundos, hubiese llegado al menos hasta Pilar Ternera. No parece que vende, parece que enseña. Como si le hubiesen dado la tarea a los vagoneros de ilustrar un poco al resto de los mexicanos. Lleva también Los detectives Salvajes, carga con El laberinto de la soledad, y otro que alcanzo a ver es Arrecife, de Villoro.

Cuando casi va a bajar, como si no fuera ya importante, el joven agrega el precio.

Foto: Reporte Indigo
Foto: Reporte Indigo

En 2015 se han detenido a más de 68 mil vendedores en los vagones del metro del Distrito Federal. Pero en esta ciudad inmensa de 22 millones de habitantes, –la ciudad de este paisazo, como me dijera alguien- esa cifra no simula un gran daño y los vagoneros no parecen extinguirse.

Tienen casi un lenguaje común. Pareciera que estudian primero el producto y el pregón para luego lanzarse a los vagones a vender. En esta ocasión les traigo a la venta –dicen- la fabulosa tableta de chicle Trident, bueno para su salud, sin azúcar, una de las marcas más reconocidas y que le proporcionará buen aliento por horas. Le vale diez, diez pesos vale. Lápiz maquillador de la marca Mac, lápiz maquillador de la marca Mac, la marca profesional de cosméticos que usted necesita, le vale diez, diez pesos vale. Pomada de veneno de abeja para las torceduras, con propiedades analgésicas y anti-inflamatorias, para el dolor articular o muscular, ochenta veces superior a la morfina, quince pesos le vale, quince pesos le cuesta. Paleta Payaso, paleta Payaso, con gomitas en boca y nariz, no lo compre a otro precio en el mercado, llévese la paleta Payaso, cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta. Les traigo a la venta la música de The Beatles. The Beatles fue una importante banda de rock inglesa con cuya música usted puede deleitarse, podrá escuchar Please Please me, Help, u otras canciones como Love me do, le vale diez, diez pesos vale.

Dan ganas, pienso, de comprárselo todo. Me enternece verlos salir de un vagón y cazar el otro, hacer correspondencia, saltar de la línea tres a la doce, y de la uno a la ocho, transbordar así, sin destino urgente, moverse sin horarios, salir de los vagones sin que a veces le compren nada, ir al siguiente a desgañitarse, en ese otro lugar que es el México de los andenes, de la gente que toma el metro, apretado y caluroso a veces. Ese otro país allí debajo.

Foto: Blog de danieljo92
Foto: Blog de danieljo92

Todo, según indica, parece estar muy organizado. No cualquiera puede ir y vender en el metro porque los otros vagoneros le reclamarían. Hay un jefe. Hay, como en casi todo en México, una mafia. Algunos vagoneros han declarado ganar cerca de 400 pesos al día, aproximadamente, y de esto cerca de 100 le dan a su jefe. Ha lanzado el gobierno redadas de policías –ya nadie en México cree en la policía- para acabar con los vendedores ambulantes, pero estos se las arreglan también con las autoridades, es un negocio cerrado, de años. Los vagoneros se conocen entre sí, respetan al que está vendiendo y no comienzan su pregón hasta que el otro termine, codician las líneas uno, dos y tres, cargan a veces con sus niños a vender –saben bien que si algo puede superarlos en cuestiones de venta, es el rostro de un niño pidiendo que le compren.

Cada vagonero forma parte del 5.36 por ciento de los desempleados del Distrito Federal. Cada vagonero, según el censo de la Gerencia de Seguridad Institucional del Sistema de Transporte Colectivo, es llevado a los juzgados unas 27 veces al año. En ocasiones, cuando la cosa anda mala y las personas se quejan mucho de los vagoneros, es como si los policías dijeran vamos a coger unos cuantos y llevarlos a la estación, luego los soltamos nuevamente, pero ahora toca llevárselos.

La policía en México es asunto delicado en la escena del crimen que es este país. Un día encuentra al culpable, y otro día no lo encuentra, y otro día la propia policía es el culpable.

Hasta hace unos días la policía estaba ocupada en un asunto algo serio. Andaba una mujer por las calles de Chimalhuacán, se paseaba con agilidad y destreza. Es morena y delgada, lleva el pelo recogido sobre la nuca, y se acercaba a las personas por detrás, y les cortaba la vena aorta. No robó a nadie, no les quitó nada, solo les enterraba la navaja. Le han llamado La Degolladora, y sumaron siete entre muertos y heridos.

Detrás de La Degolladora estaba la policía, muy concentrada en el caso, y los vagoneros -¡qué chidos!- andaban tranquilos en México. Pero las noticias anuncian que ya la capturaron, y los vagoneros vuelven a estar preocupados. Ya lo había dicho alguien, y ya alguien más lo había citado, y a mí me estruja: “Un oasis de horror, en medio de un desierto de aburrimiento”.

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