Leonardo Padura: con Cuba y con mi lengua a cuestas…

El escritor cubano contemporáneo más publicado en el mundo nos habla de su nueva novela, y de la vida. "Yo creo y quiero ser un cronista de mi tiempo y experiencia, debajo de esa postura intento que quede el sustrato político más evidente. El otro es inevitable y no lo rehuyo".

Foto: EFE

Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha dicho que no es el más talentoso de su generación, pero sí el que más trabaja de ella. “¡Y rápido!”, me dije cuando, unas pocas horas después de enviarle el cuestionario por email, recibía sus respuestas, que tienen el tono por el cual cualquiera intuye al típico cubano circunscrito a una generación que comenzó a marcar territorio en los años ochenta.

Hasta el momento, su último trabajo en librerías era Agua por todas partes (2019), una narración que explica los secretos de sus narraciones; pero, hace una semana, gracias a una entrevista hecha por su esposa Lucia López Coll, supimos de su nuevo libro. ¿El género?: novela.

Como Polvo en el viento es su título y también será publicado por Tusquets, la editorial que le ha permitido alzar su voz en el mundo con el personaje Mario Conde como estandarte hasta alcanzar momento cumbres con libros apasionantes como El Hombre que amaba a los perros (2009).

Imagen: IPS Cuba

Periodista en sus comienzos castigado, ensayista con máquina de escribir de fondo, novelista de oficio diario, Leonardo Padura recibió el premio Princesa de Asturias en 2015. En el discurso de aceptación señaló que era un “empecinado” y que “con Cuba y con mi lengua a cuestas he recorrido un camino que se va haciendo largo”. En medio de ese camino, una parada para estas once preguntas que tienen por fondo el contexto de la Covid-19.

Ahora, cuando lo que más tenemos todos es tiempo para cavilar, ¿cuál es el pensamiento más persistente en Padura, -sin contar cosas como “que acabe la cuarentena y la pandemia”, lógicamente?

Ahora mismo… pues ando pensando cómo entrar en la novela que quiero empezar a escribir en los próximos meses. Será el regreso de Mario Conde, al que en La transparencia del tiempo lo dejé el 17 de diciembre de 2014 esperando que algo grande ocurriera… y ocurrió. Cuba y Estados Unidos comenzaban a conversar para restablecer relaciones diplomáticas y… se restablecieron en el 2015, el presidente Obama visitó Cuba en el 2016 –también andaban por acá Rollings Stones, Chanel, los Tampa Bay, Rihanna, las Kardashian, Rápido y furioso, todo dios– y se vivió un momento como de alegría, de fiesta, de expectativas… hasta enero del 2017, cuando volvimos a más de lo mismo. Una frustración. Otra más… y de eso iría la novela, en el tiempo presente, pues tendrá un argumento en el pasado. De eso, de las frustraciones, y no solo esta más reciente, sino otras en el tiempo histórico cubano. Y me pregunto cómo llevar eso a una novela con la mirada de Mario Conde, que nunca es demasiado optimista.

¿Como polvo en el viento es una novela con más preguntas que respuestas, más respuestas que preguntas, o acaso es una narración que solo aspira a revivir aconteceres esenciales para su generación?

La vida tiene más preguntas que respuestas. Nos pasamos los años de residencia en la tierra preguntándonos cosas, algunas muy trascendentes (¿Dios existe?), otras muy carnales (¿podré con esa mujer?) y otras pedestres aunque muy preocupantes (¿vendrá el pollo a la shoping de la esquina?). Y a veces tenemos respuestas, incluso para las más metafísicas, y muchas veces no… ¿El exilio es la solución? ¿Es satisfactorio? ¿Por qué tengo que exiliarme y tener hijos españoles, franceses, norteamericanos? ¿Qué cosa es ser cubano en Cuba y qué fuera de Cuba?… Mucha gente tiene respuestas a esas preguntas que recorren la novela. Otras no. En la novela hay respuestas y hay interrogaciones abiertas, como en la vida. Y, por cierto, hay cola en la esquina. Seguro que viene el pollo.

Debido a las asociaciones, esta pregunta es aun más Dylan que mía: ¿Qué necesita un escritor cubano para que su obra sea entendida primero como una apuesta intelectual y no como alegato político, aun cuando esa propuesta, como es su caso, tenga un centro gravitacional en la política?

Dice Dylan que la respuesta está en el viento y Kansas le respondió que todo es polvo en el viento. Mi obra puede ser leída como un alegato político, sin duda, pues todo está relacionado con la política, y más en el caso de Cuba. Incluso en la torre de marfil más etérea, en Cuba te toca la política, como sabes. Mi intención es mirar una realidad, poner en ella personajes y conflictos, y tener como resultado un reflejo posible de esa realidad, siempre respetuoso de una verdad –que no es La Verdad, porque esa, la grande, creo que no la tiene nadie. Es mi verdad. Pero siempre evito convertir mi literatura en un alegato político, pues no soy un político de oficio y no me interesa que los del oficio utilicen mis trabajos para su uso. Pueden hacerlo, lo hacen, pero sin mi intención. Yo creo y quiero ser un cronista de mi tiempo y experiencia, debajo de esa postura intento que quede el sustrato político más evidente. El otro es inevitable y no lo rehuyo.

Foto: Kaloian Santos

¿Se considera un escritor para quien la realidad es lo suficientemente pesada como para subyugar a sus personajes?

Soy un escritor de la realidad. Y esa realidad me alimenta con historias en las que coloco personajes de ficción que se parecen mucho a los de la realidad, porque son la emanación de esa realidad, de su aprendizaje y convivencia. A veces incluso son personajes reales: Trostki, Mercader, Heredia, Rembrant… Es que la realidad cubana es muy pesada, dramáticamente hablando. Tanto que nos pasamos y caemos en el territorio de lo peculiar. Un ejemplo. ¿Qué hace falta en el mundo para tener un automóvil? Respuesta: dinero. En Cuba: tener muchísimo dinero. Y puedo seguir por ahí hasta el infinito. Y esa peculiaridad excesiva es literariamente peligrosa, pues puedes caer en la tentación de explicar, y la literatura no está para eso. Debes buscar entonces balances y a veces es difícil. El peligro de lo costumbrista siempre está ahí, al acecho, y debes intentar evadirlo con la conciencia de que la literatura es (o debe ser) connotativa y, además, tener proyecciones universales, sino en las realidades, al menos en las consecuencias humanas de esas realidades: el miedo, el valor, el odio…

¿Cómo concibió esta novela, cuán determinante fue la armazón, la carpintería o como quiera que le llame a eso que la determina? ¿Qué momento de esos años por los que transita la historia le resultó más conmovedor revivir?

Esta es una novela con historias que van circulando a través de veinticinco años. Avanzan en el tiempo y vuelven al pasado en busca de razones y verdades posibles. Es así para cada uno de sus personajes. Esto implica una ruptura de la linealidad, una estructura más cíclica o espiral, aunque todo comienza en 1989 y termina en 2016, y pasan cosas que no tienen retroceso, como muertes, abandonos, engaños… aunque sí tienen razones en el pasado y consecuencias en el porvenir. Y esa fue una estructura que descubrí en el propio proceso de escritura. Cuando escribí el primer capítulo tuve idea de cómo sería el segundo, y luego el tercero… hasta llegar a diez grandes capítulos. En ellos se avanza y se retrocede, se descubre y se ratifica información. Esto ha implicado, por supuesto, un trabajo tremendo, pues luego de una primera versión tuve que reescribir todo para que encajara y a partir de ahí reescribir muchas veces la novela para que encajara bien y estuviera expresado del mejor modo que soy capaz de hacerlo. Sin prisas, con pasión y con cabeza fría. Y creo que el momento que más me removió es justo el bloque final del décimo capítulo: por lo que implica como percepción del abandono y la soledad, por lo que puede ser la pertenencia a una patria y por ver cómo ocurren esas injusticias tremendas del destino que se llevan a uno bueno y nos dejan por acá a tantos cabrones.

Decía Carpentier, uno de sus maestros, que quien quiera tener en América como escritor una acción política eficaz deberá empezar por tener una obra importante. Usted tiene obra y por ella premios importantes, ¿qué incidencia política ha logrado, no ya en América y el mundo, sino en su país, en su ciudad, y en Mantilla?

Creo que Carpentier se equivocaba, al menos conmigo y con otros. Con otros que no tienen una obra importante y viven en un alarido político, incluso supurando odio, resentimiento, revanchismo (y envidia en el fondo, o no tanto). Yo no tengo ninguna incidencia política, creo. Si acaso he hecho pensar a alguna gente sobre algunas cosas. Por ejemplo. Cuando se publicó El hombre que amaba a los perros recibí mensajes de muchas personas, la mayoría cubanos, la mayoría de mi generación, que me dijeron algo muy alentador: la novela les había servido para entender cosas de su vida que no conocían o jamás habían entendido. Y ese fue el mejor elogio que recibí. Si eso se puede llamar incidencia política pues no lo tengo muy claro.

 

Foto: Kaloian Santos

Para un narrador que escribe y vive en el mismo punto de la isla, ¿qué retos tiene sentirse exiliado o emigrado para entonces desarrollar una historia?

El exilio, lo he dicho, mucha gente lo ha dicho, siempre es dramático, desgarrador, y puede tener diferentes consecuencias, según he podido observar. Hay algo importante que debo decir antes: si eres un mal escritor, lo eres en el insilio y en el exilio. Igual si eres un envidioso, un hijo de puta, como sabemos que son algunos. O una buena persona, como otros. Ese drama del exilio puede ser motivador o paralizador. Más lo segundo que lo primero. Y eso es así porque el escritor pertenece a una cultura, a una norma lingüística, a una forma de percibir y vivir la realidad que no son replicables. Y eso afecta a todos, no solo a los escritores o pensadores o artistas. Renunciar o estar alejado de la pertenencia natural es antinatural, aun cuando tanta gente en el mundo opte por la movilidad (que no siempre debe leerse como exilio).

En Clarín mencionaba las colas que  en estos días también se forman en su barrio, ¿tienen las colas las formas de la desilusión?, ¿qué lo desilusiona a estas alturas y este momento?

Las colas tienen la forma de la necesidad y de la ansiedad. Cada vez que veo que en la casa quedan diez tomates, le digo a Lucía… ¿y los tomates? Y así con todo. Ya estoy en pleno sufrimiento porque me queda yogurt para dos semanas. ¿Y después?… Pura necesidad, tremenda ansiedad. Y la desilusión es un sentimiento más rebuscado, más intelectual, que no todos lo procesan o lo procesan igual. Me desilusiona, para seguir con el tema, que tantos años después, todavía los tomates y el yogurt y otras muchas cosas sean motivo de ansiedad más grande que la existencia de un virus mortal. Por eso la gente hace colas en las tiendas. No hemos logrado tener un sistema económico capaz de funcionar, por más planes, leyes, proyectos ensayados. En un país que debería ser capaz de alimentarse a sí mismo hasta la más obscena obesidad. Me desilusiona ver, en tiempos de crisis global, tanta estupidez humana, mezquindad, egoísmo. Aunque a la vez me conforta ver tanta inteligencia, solidaridad, entrega. Hay que ser muy valiente para meterse en un sitio infectado de muerte para salvar a los infectados. Y hay mucha gente capaz de hacerlo incluso sin que les paguen,  o aunque les paguen muy poco, como miles de médicos cubanos que merecen todo mi respeto… y creo que el de mucha gente.

¿Qué enseñanzas cree que puedan dejar los cubanos al resto del mundo ahora que cada país ha sido, por el confinamiento, una isla amenazada por la precariedad económica?

¿Enseñanzas mundiales? Bueno, creo que solo un cubano se atrevería a hacerle esa pregunta a otro cubano. ¡Para eso somos cubanos!… Pues, la verdad, no lo sé. Quizás que es posible vivir con mucho menos de lo que una creía que necesitaba para vivir, y luego seguir cantando y haciendo eso que hacen mucho los cubanos… ¡ñakañaka! Mira, no creo que vivamos algo como otro período especial, aunque pudiera parecerse en algunas cosas. Y en esos años la inventiva de la gente se disparó y, para estar más cerca de mi territorio, la creación artística también. Recuerda que es la época de películas como Fresa y Chocolate o Madagascar. El momento en que la novela cubana volvió a interesar en los mercados editoriales. En que la música cubana produjo la timba y hasta el Buenavista Social Club y Cuba ganaba muchas medallas olímpicas. La necesidad es la madre de la invención, se dice.

El presidente cubano ha llamado o sugerido liberar las fuerzas de producción, ¿cree que la Cuba más conservadora cambie después de esta circunstancia o considera que cuando todo pase volveremos a ser iguales o tal vez peores?

Cuando se habla de liberar, por simple asociación semántica a mí me viene a la mente la palabra “encarcelado”. Espero que esta coyuntura tan difícil en que ya estamos y que solo comienza, sirva para que los que dirigen el país se atrevan a más. No se pueden resolver los problemas de siempre con las mismas soluciones de siempre pues tendremos los resultados de siempre. Sí, hace falta liberar las fuerzas productivas del país sin temor a que se genere riqueza, al contrario, hace falta generar riqueza. Este bache puede ser el momento del salto. Y no en el vacío, precisamente.

Foto: Kaloian Santos

¿Qué le hace feliz, Padura, ahora mismo y en medio de tanta mala noticia?

¡Tener yogurt todavía!… Y pensar que quizás estamos saliendo del peor de los túneles (quedan otros, por supuesto, pero este de la pandemia parece exorcizado pues todo indica que se han hecho bien las cosas, se ha escuchado a los que saben). Y que, al salir, voy a recuperar la posibilidad de volver a sentarme con mi amigos, en Cuba y en medio mundo, y en el mejor estilo del Conde, con ron, vino y comida por medio, pasarme unas horas hablando, aunque sea hablando mierda, porque no solo de hablar cosas serias vive el hombre. Al menos yo. También me hace feliz saber que en unos meses estaré presentando una nueva novela. Que tengo en mente otra más. Que cada semana recibo ofertas de trabajo. Que mi madre cumplió sus 92 años en medio de esta pandemia y sigue ahí, dando guerra. Que Lucía me acompaña y me regaña cuando me paso. Que mis matas de mango me han permitido incluso regalarle bolsas a los amigos. En fin, hay muchas razones para sentirse pesimista, pero también hay otras para sentirse satisfecho, y esas son las que uno debe disfrutar con la gente que quiere y con la gente que se lo merece. Mientras otros sufren por la felicidad y el esfuerzo ajeno, yo escribo, publico, respondo entrevistas y eso me hace muy, muy feliz.

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