Los viajes de Jamila en el país de la siguaraya

Jamila Medina Ríos. Foto: Juan Rey Hernández Cabrera.

Jamila Medina Ríos. Foto: Juan Rey Hernández Cabrera.

A Jamila Medina no le gustan las entrevistas. Me lo dice con una sonrisa de oreja a oreja, mientras me hace prometerle que no olvidaré mencionar su segundo apellido –el de su madre: Ríos– ni le preguntaré por temas como lo femenino, la identidad o la poesía joven.

“Nunca me siento cómoda con lo parcelado, con las categorías cerradas –me explica. Prefiero lo híbrido, lo que trata de mover límites”.

Esta filosofía irradia la literatura de Jamila. Poeta, narradora, editora y ensayista, no rehúye la contaminación de los géneros y defiende el trabajo con el lenguaje como el cimiento común de sus obras.

Su libro País de la siguaraya mereció recién el Premio Nicolás Guillén de poesía –el más importante de su tipo en Cuba–, lauro que recibió este viernes en la fortaleza San Carlos de la Cabaña, en la antepenúltima jornada de la Feria Internacional del Libro de La Habana.

El premio confirma a Jamila a pesar de su juventud –nació en Holguín en 1981– como una de las voces poéticas más pujantes de la Isla, y se une en su ya reconocido currículo a galardones tan significativos en el contexto cubano como el David de poesía y el Alejo Carpentier de ensayo.

Para mí, en cambio, supone la oportunidad de saldar un viejo deseo: el de entrevistarla, aunque eso signifique lidiar con sus condiciones y con su escaso tiempo libre en el vértigo de la Feria del Libro. Un banco de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) fue entonces el mejor sitio para conversar sobre el poemario ahora premiado.

País de la siguaraya es un viaje a través de Cuba –me comenta Jamila. Cada uno de sus poemas se relaciona con diferentes lugares del país que he visitado, o en los que he vivido, por tanto, los poemas nacen de esa experiencia. Y tienen también mucho que ver con mi carácter, porque me gusta viajar, me gusta explorar, todo me da curiosidad, y en cualquier ciudad o sitio en que esté, sea Matanzas o La Habana, El Escambray o Guantánamo, siempre trato de encontrar algo con lo que me podría conectar.”

Aunque la siguaraya es un árbol sagrado en la cultura afrocubana, la frase que da título al libro tiene generalmente una connotación sarcástica…

Es cierto que es un término peyorativo que se le ha dado a Cuba para hablar de muchas cosas, para confirmar que aquí puede ocurrir lo más increíble o descabellado. Por eso es un término que se asocia con el choteo. Pero en mi caso hay una vuelta a ese término de una manera que no es sarcástica del todo. Hay, por supuesto, una ironía tensionante porque hay una mirada real sobre el país, con sus carencias, sus siguarayas y sus marabúes, pero ese no es el hilo conductor. Este libro no pretende descarnar, aunque tampoco resembrar, pero sí mirar, descubrir, acercarse con interés a la Cuba que he conocido.

¿Qué distingue a este poemario desde el punto de vista formal de los otros que ya has publicado?

Aunque tiene verso libre y también trabajo con el slash para manejar el ritmo, desde el punto de vista formal el libro se caracteriza por el empleo de la prosa poética. Eso lo distingue de otros cuadernos míos, aunque ya había trabajado la prosa poética en algún que otro poema anterior. Y también lo distingue que no tiene divisiones, a diferencia de los poemarios previos que están partidos en tres secciones. País de la siguaraya en apariencia no lo está, aunque sí se pueden descubrir en él fracturas porque es muy difícil escribir un libro lineal.

El poemario tiene, además, imágenes, fotos testimoniales de mi paso por diferentes lugares y que forman parte de su concepción como libro. Algunas imágenes son de la actualidad y otras de cuando era niña, de sitios en los que estuve con mis padres. Pero en ellas no estoy como personaje sino como viajera, como curiosa, y por eso los fotógrafos –mi padre, mi novio– no tienen crédito como tal sino como testigos de mi presencia allí.

Fotografía incluida en el poemario. Testigo: Juan Rey Hernández Cabrera.
Fotografía de Jamila incluida en el poemario. Testigo: Juan Rey Hernández Cabrera.

Al margen de haber obtenido un premio como el Nicolás Guillén, ¿cuán satisfecha te sientes con el libro?

Un escritor siempre está muy apegado al último libro que escribió. Puede sentirse feliz o infeliz con ese libro, pero en cualquier caso está emotivamente relacionado con él, más allá de que haya obtenido un premio.

En lo que respecta a País de la siguaraya, estoy muy feliz por haberlo escrito. Es un poemario que vengo trabajando desde hace varios años, un fragmento suyo ya había ganado la beca de creación de La Gaceta de Cuba en 2012, así que no es un libro que nació de la nada… En él están mis viajes por toda la Isla, sitios que tienen un significado para mí. El único paisaje que aparece en el libro que no nace de una experiencia personal, y que por tanto tuve que crear, es el de las salinas, un lugar que he intentado visitar alguna vez y que todavía espero conocer.”

Además de la poesía, trabajas otros géneros literarios, en los que tienes también premios y libros publicados. ¿Cuánto de esos otros géneros, como el cuento y el ensayo, asoman en este poemario?

Si hay otro género que asalta el discurso poético de País de la siguaraya es la narrativa. El libro tiene poemas largos, en prosa poética, que podrían ser interpretados como una narración. Aunque no lo sean desde el punto de vista clásico, sí tienen personajes, diálogos y cierto devenir del conflicto, que no tiene por qué llegar a una solución, como mismo suele pasar en mis cuentos.

La mirada ensayística estaría, en cambio, en la conciencia de la escritura más que en la propia escritura. En cómo atreverse a reescribir lo nacional, que es un tema que para muchos resulta tabú y que sin embargo ha sido bastante trabajado en la poesía, entre la nostalgia y el sarcasmo.

En País… no aflora el pensamiento dominante de la globalización, que concibe a un sujeto cosmopolita y deslocalizado, sumido en una identidad o en un imaginario colectivos, sino, por el contrario, se asienta en la particularización, en el detalle de los lugares, que podrían parecer rurales o poco interesantes para un lector que no sea cubano o que no se conecte con lo que trato de recorrer en mis poemas. Tampoco son postales; si acaso ventanas a ese país, a ese paisaje que a veces de tan familiar se nos vuelve invisible.

***

Llevamos ya un rato conversando. En unos minutos Jamila debe participar en un encuentro de escritores y no quiero que se retrase por mi culpa. Para conocer más de su libro solo me faltaría leerlo pero, como bien me aclara, no estará listo hasta dentro de un año, cuando se presente en la próxima Feria de La Habana. Son las reglas del concurso.

Antes de despedirnos, le pregunto por lo que la ocupa ahora. Supongo que me hablará de poesía, o de una novela en ciernes, o quizá de su investigación sobre alguno de los escritores cubanos que le apasionan, pero me sorprende con su respuesta. Tanto o más que con el tatuaje de un tatú que luce en su antebrazo izquierdo.

“A lo que más tiempo le dedico es a mi proyecto de doctorado. Es una investigación que tiene que ver con el imaginario mambí en la literatura y el arte contemporáneo cubano, con su resemantización por artistas visuales, poetas, narradores y dramaturgos de la Cuba de hoy. De ahí podría nacer un libro de ensayos que sería otra ventana a lo nacional, junto a mi tesis inédita de maestría sobre la actualización de la retórica revolucionaria cubana en la obra de Nara Mansur. No importa si gana algún premio o no; lo que me interesa es el viaje de su escritura”.

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