Luis Carbonell: el artista total

luis carbonell cuba

"Vivió de la poesía, lo que no se puede decir de nadie, de casi nadie. Y lo mejor, nos hizo vivir con ella" / Foto: Tomada de Cubarte

Si pudiera decirles quién fue Luis Carbonell… pero ni él mismo lo sabía. No ando buscando palabras de ocasión. Un día, una madrugada irrepetible, en el salón del aeropuerto, me confesó: Yo no conozco a Luis Carbonell, yo aprendo con él, me sorprendo, lo ando descubriendo todavía.

No vengo a repetir la biografía de este hombre nacido un 26 de julio, en 1923, en las calles de Santiago de Cuba. Me conmovió —me conmueve aún— su declaración de que “primero era santiaguero y después cubano”. La patria antes de ser conciencia, asoma por el pequeño pedazo bajo el sol.

Permítaseme un salto, el primero de muchos. Después que su ciudad natal fuese arrasada por el huracán Sandy (octubre, 2012), estrenó una estampa del actor y director artístico Santiago Carnago. Se necesitaban todas las voces, todas las manos. El artista estaba dispuesto a recoger piedras si era preciso, y así lo hizo saber a las máximas autoridades del territorio. De ese tamaño era su desprendimiento de cualquier fatuidad.

Si me dieran a escoger una muestra de su estirpe tomaría uno de los sucesos antológicos de la discografía nacional. Cuando en 1955 se graba Esther canta a dos, tres y cuatro voces, no se hablaba de multipistas y mucho menos de digitalización. Era un tributo a su amistad con Esther Borja. Se necesitaba una disciplina inquebrantable, un nivel de detalle milimétrico. Ambas cosas las tenía Luis, y las tenía la intérprete.

Acometió los arreglos musicales para la ocasión, el montaje de las voces, el acompañamiento pianístico (junto con Numidia Vaillant)  y la redacción de las notas. Un artista total. Años después participó en la formación del Cuarteto del Rey ―con el que debutara Pablo Milanés—; en el de Los Bucaneros y Los Cañas. Muchas agrupaciones siguieron consultándole en las décadas siguientes.

Luis nació para enseñar, aunque no fuese Derecho ni Medicina como quería su madre. Y en ese camino no solo escaló, sino que supo espantar una montaña de prejuicios.

¿Cómo logró aprenderse la monumental Elegía a Jesús Menéndez de Nicolás Guillén? ¿Cómo seguir al Capitán  Muerte? ¿Cómo decir Jesús / caña / Manzanillo / ejército?  También se lo pregunté.  “Estudiar” fue su única respuesta, lacónica respuesta. Algo debió notar en mi rostro, alguna sombra, cuando decidió agregar. “En realidad son tres cosas: Estudiar, estudiar y estudiar”.

Vivió de la poesía, lo que no se puede decir de nadie, de casi nadie. Y lo mejor, nos hizo vivir con ella. Le extrajo el zumo a cada frase, llevó cada palabra al límite.  De la cáscara a la médula descarnó el poema, y luego lo vistió, capa por capa, dando la gentil impresión de no haberlo tocado nunca.

Pepe Biondi, el artista argentino, le confesó un día: “Usted no recita. Usted dibuja los versos, los pinta. Usted es un acuarelista de la poesía”.  Y aquel bautismo, con el aderezo antillano, la acompañó para siempre en escenarios del Caribe, América del Sur, Estados Unidos y Europa.

Hizo a Lorca y a Camín, a Palés Matos y a Eloy Blanco, a Tallet y a Ballagas. Hizo grandes poemas y grandes autores; pero también insufló vida a obras que no parecían mucho y las hizo levitar.

Se empeñó en decir que no escribió poesía, intentó demostrárnoslo; pero ya sabemos que la palabra rodaba por la punta de sus dedos, nos recorría, nos trajinaba, nos llevaba donde quería y luego… le bastaba halar el cordel.

Véanlo como dibuja el aire, como la voz hace el milagro: Fulóooo. Y como llega aquel mozo, con guantes y to, che ché; como aplaude, como grita, como pronuncia su nombre, igual que el niño Valdés.

Salir de la versión móvil