Margarita y el maestro: “Si no puedes dormir, levántate y navega”

Entrevista con la escritora y pintora Margarita García Alonso, compañera del poeta y pintor Fayad Jamís los últimos años de su vida.

Fayad Jamís y Margarita García Alonso en el apartamento de O y 27, La Habana, década de los ochenta.

“Fayad Jamís tenía los dientes como un comedor de caña, parejitos. Las manos enormes y cuadradas, un bigotico de don Juan, los pelos muy negros; la risa socarrona, los pies planos y grandes, los ojos tiernos o feroces, según a quien mirara, la nariz de ‘zapatico viejo’ –solía decir- ; y se desplazaba situando puntos cardinales.”[1]

Así recuerda Margarita García Alonso al poeta y pintor cubano, con quien compartió los últimos seis años de su vida.

Fayad (Zacatecas, México, 1930-La Habana, 1988), hijo de mexicana y libanés, se consideraba esencialmente cubano. En el pueblito de Guayos, actual provincia de Sancti Spíritus, transcurrió un importante segmento de su infancia. Allí tuvo experiencias que terminarían modelando su personalidad y su trayectoria vital: las primeras visitaciones de la poesía, el iniciático susto del amor…

El lugar de Fayad Jamís en la cultura cubana hace tiempo fue fijado por la crítica. También –suerte mayor– el imaginario popular lo ha acogido como un poeta de referencia; al menos dos de sus textos se publican y se citan constantemente por las redes, muchas veces sin consignar el nombre de su autor: “Con tantos palos que te dio la vida” y “Por esta libertad”. Fayad se lee y se canta.

Los párpados y el polvo (1954), Vagabundo del alba (1959), Los puentes (1962) y Abrí la verja de hierro (1973), de su autoría, se cuentan entre los poemarios más destacados producidos por la Generación del Cincuenta[2]. Su obra dibujística y pictórica se encuentra en museos y colecciones privadas de diversos países, y si bien no ha sido apreciada en su justa dimensión, es atendida por coleccionistas y críticos desde que se diera a conocer con el Grupo de los Once[3]. Personalidad poliédrica, también fue traductor, diplomático y editor.

“¿Mi primer recuerdo de Fayad? En la ENA, tendría doce o trece años, pues acompañaba con frecuencia al poeta Luis Marimón a La Habana. Fayad salió de un pasadizo, de repente a la luz, me sobrecogió su porte y se me cayeron los libros. Él se agachó y los recogió. Olía a pino, tabaco, a colonia cara. Nunca antes había sentido el perfume de un hombre, fue el más grande descubrimiento de mi adolescencia; y, por supuesto, le dije que me casaría con él. El Moro estuvo riéndose un buen rato.

“Después me enteré de que aquel hombre guapo y seductor era Fayad Jamís, el poeta de “Los puentes” y “El ahorcado del café Bonaparte”, y sentí pena; me disculpé por mi osadía en una nota que nunca recibió.”

Margarita García Alonso (Matanzas, 1959), destacada artista plástica y pintora, desde su casa en El Havre, Francia, amablemente accede a esta entrevista para OnCuba. Lo ha pensado mucho antes de dar el sí, pues para ella la muerte de Fayad sigue siendo un “recuerdo sensible”, una herida que se niega a cerrar.

“Fuimos presentados varias veces, yo estudiaba para guía de turismo en alemán, en la Escuela del Hotel Sevilla, y él merodeaba por allí, por los portalones, con otros intelectuales. Me ponía nerviosilla, pues indagaba qué leía, si había visitado tal exposición, si conocía un autor determinado, si tenía novio…

“A principios de los ochenta coincidimos en un concurso de poesía, en Varadero. Él era jurado; tenía un pie inmovilizado por una caída, y buscó miles de pretextos para que le consolara. Tengo la sensación de que la historia estaba escrita. Entramos en pasión. Rafael Alcides, su amigo hasta el final, rompió el secreto de nuestra relación; fue en el Palacio de Junco, yo cubría el evento como periodista, y me soltó delante de todos: “tú eres la novia del Moro.

“Fayad contaba, muerto de risa, que me conoció sin zapatos y churrosa, en una visita que realizó a la escuela de Arte de Matanzas, junto al Parque René Fraga, actualmente sede de Radio 26. Yo tendría siete u ocho años, vivía en el Kilómetro 101 y pateaba el reparto Lozano, donde residía mi abuelita Juana, la casa de mis tíos en el Valle de Yumurí, y la cantina de la escuela de arte. Siempre fui vagabunda, presta para hacer « mandados », y me expulsaban de muchos lugares. Parece que le desafié con la mirada, sonreí y, con la misma velocidad, desaparecí. Me confesó que desde entonces estaba convencido que portaba un mensaje de su destino.”

Le pregunto a Margarita si hubo algún impedimento para su relación con el Moro, si el suyo aplicaba entre los amores contrariados.

“Para mí, la relación iba demasiado rápido. A él le gustaba el mito del ‘Maestro y Margarita’[4], pero me asustaba frecuentar a una personalidad de ese calibre. El Moro me dedicaba libros, dibujos, inventaba visitas a mi provincia para vernos, y hasta planificó la retrospectiva de su obra en la Galería Matanzas[5]; un real desconcierto en la capital para quienes deseaban homenajearle allí. Yo no tenía idea del rumbo, ni del compromiso y le nombraba Fernando Tapiz.

“¿El impedimento? Aún era diplomático y le colgaban historias desafortunadas: un divorcio por el cual le exigían parte de sus propios cuadros, una amante que se suicidó cuando dejó su puesto en México como Agregado Cultural, y la mudanza, pues no aparecía casa y le reclamaban el cuarto donde guardaba manuscritos y libros. Tampoco lograba obtener el permiso de conducir, le agobiaban compromisos de todo tipo; mientras, yo dedicaba la semana al periodismo, a mi hija pequeña y no me privaba de andar en concursos y talleres literarios.”

Quiero saber si el Fayad íntimo se asemejaba a su poesía, fina, lírica, conceptuosa sin pedantería, conversacional, traslúcida. Ella me responde citando un fragmento de un poema del Moro:

¿Qué es para usted la poesía además de una fábrica de juguetes,
Además de un libro abierto como las piernas de una mujer,
Además de las manos callosas del obrero,
Además de las sorpresas del lenguaje -ese océano sin fin totalmente creado por el hombre-,
Además de la despedida de los enamorados en la noche asaltada por las bombas enemigas,
Además de las pequeñas cosas sin nombre y sin historia
(un plato, una silla, una tuerca, un pañuelo, un poco de música en el viento de la tarde)?

¿Qué es para usted la poesía además de un vaso de agua en la garganta del sediento,
Además de una montaña de escombros (las ruinas de un viejo mundo abolido por la libertad),
Además de una película de Charles Chaplin,
Además de un pueblo que encuentra a su guía
y de un guía que encuentra a su pueblo
en la encrucijada de la gran batalla,
Además de una ceiba derramando sus flores en el aire
mientras el campesino se sienta a almorzar,
Además de un perro ladrándole a su propia muerte,
Además del retumbar de los aviones al romper la barrera
del sonido (Pienso especialmente en nuestro cielo y
nuestros héroes)?

¿Qué es para usted la poesía además de una lámpara encendida,
Además de una gallina cacareando porque acaba de poner,
Además de un niño que saca una cuenta y compra un helado de mamey,
Además del verdadero amor, compartido como el pan de cada día,
Además del camino que va de la oscuridad a la luz (y no a la inversa),
Además de la cólera de los que son torturados porque
luchan por la equidad y el pan sobre la tierra,
Además del que resbala en la acera mojada y lo están viendo,
Además del cuerpo de una muchacha desnuda bajo la lluvia,
Además de los camiones que pasan repletos de mercancías,
Además de las herramientas que nos recuerdan una araña o un lagarto,
Además de la victoria de los débiles,
Además de los días y las noches,
Además de los sueños del astrónomo,
Además de lo que empuja hacia adelante a la inmensa humanidad?
¿Qué es para usted la poesía?
Conteste con letra muy legible, preferiblemente de imprenta.

“Además de todo eso, Fayad era energético, bondadoso, trituraba oscuridades, nombraba lo que en mil vidas no puedes saber de un Hombre.

“¿Días típicos de nuestra vida en común? En calma, escuchando vinilos, leyendo, escribiendo, dibujando, recibiendo amigos, actualizándonos sobre los sucesos del mundo exterior. ¿Días atípicos? Desde que encontramos el apartamento de O y 27, en 1984, ordenábamos la biblioteca, desempacábamos cajas. La de nunca acabar, con pausas jubilosas por cada “descubrimiento” de un libro.

“Al amanecer me iba a la escuela; él contestaba la correspondencia. Nos escribimos notas por toda ausencia superior a veinte minutos, somos el antecedente de los mensajes de texto. Asistimos a casi todos los ciclos de la Cinemateca, y paseábamos a Laura. Fuimos muy bondadosos con el amor.

“Y hubo un tiempo sin tiempo. Lo revivo en cámara lenta. Escaseaba el dinero, y logré que Retamar lo contratara en Casa de las Américas. Bajo la luz blanca de hospitales, tomados de la mano, la química entraba en su cuerpo frente al desfile de niños y adultos con la cara cubierta de cruces para marcar las zonas en donde debían recibir las radiaciones. No logro borrar esas escenas.”

Tocaría saber, de acuerdo a la diferencia de edad (veintinueve años) y del camino recorrido en el momento que se inicia la relación, cuál fue el magisterio de Fayad para Margarita. Él había vivido la bohemia parisina de los años cincuenta, incluso tuvo a André Bretón, el capo del surrealismo, como mentor en su primera exposición en la Ciudad Luz. Ella, una joven matancera recién salida de la adolescencia.

“Con Fayad aprendí a colorear sus grabados para poder entregarlos a tiempo, a manipular el tórculo y a encontrar equilibrio en la pintura, a ‘tallerear’ textos y a leer en voz alta mientras él se balanceaba en su sillón de cojín morado, y fumaba un puro. Pasábamos revista a la historia de la cultura, y, por una razón u otra, caíamos en las religiones semíticas comparadas, la pintura religiosa, Abraham, Mohamed, Cristo, los extraterrestres, la antropología…

“Me excuso con todos los maestros que conocí a su lado; buscaban café, un prólogo, una recomendación; confieso que leí la obra de muchos después de conocerles. Entré de la mano de Fayad a otra dimensión geográfica y poética, a un código generador de múltiples espacios. Me enseñó a despojarme de afanes literarios, a esperar que la obra me invadiera antes de materializarla. Experimenté el gozo de la laxitud tras escribir y la posibilidad de generar en el cansancio; es decir, en estado mediúmnico, semejante a la iluminación. Algo muy raro heredé, relacionado a lo humano y su crueldad: comprendí que la palabra daña por omisión o exceso, y que la manquedad es la causa de que seamos artistas.”

Fayad Jamis: “Tierra”. Óleo sobre tela; 200 x 165 cm. Museo Nacional de Bellas Artes.

¿Qué opinaba Fayad de sí mismo por esos años?

Pensaba que había perdido tiempo en la diplomacia, no en relación al oficio, que le quedaba perfecto por su fineza en el trato, la capacidad de escuchar y su buen juicio, pero las exigencias del MINREX[6] eran superiores a su fuerza; lidiaba con una élite económica y política muy lejanas de la realidad cubana. No se arrepentía, pero agradecía a cada instante regresar a quién era. Además, sabía de los prejuicios que arrastraban los funcionarios, y que el amor les incomodaba. Fue un real alivio alejarlos de nuestra intimidad.

Fayad Jamis: “Pintura”, 1957. Óleo sobre tela; 206 x 112.5 cm.

Al parecer, Fayad tuvo una infancia no precisamente feliz. ¿Cómo crees que estos hechos infaustos tuvieron influencia en él? ¿Hablaba de su infancia, contenida, estilizada, en el poemario La pedrada?

Escribió una novela sobre su infancia, Cómo están las buenas personas, con un tono a lo Hawthorne, simple y universal; la mecanografié; alguien debe guardarla, inédita, en La Habana. Su infancia era tema recurrente, nunca pudo escapar de las pocetas de Guayos donde jugaba con Tomás Álvarez[7], y donde, además, las niguas le ulceraron los pies. Él siempre fue el pequeño libanés, extranjero en México, extranjero en La Habana, su salvación reposaba en la capacidad de maravillarse como un niño.

Cuando conociste a Fayad ya había nacido tu hija.

Adoptó a Laura desde muy chica, se veía padre en sus ojos. Mi hija tiene una extraordinaria capacidad discursiva, hablaban de temas increíbles y pasaban madrugadas preparando sorpresas de las que me enteraba en el último minuto. No era raro que comentara: ‘¿sabes lo que hizo mi hija?’ En los primeros meses de tratamiento, Fayad perdía el cabello, y Laura escondía los mechones para que no se preocupara. El Moro usó todos los artificios paternales para no mostrarse decaído por la enfermedad, incluso enviamos la niña a Matanzas cuando no podíamos asumirla, pero duraba poco el alejamiento, la traíamos nuevamente. Laura no ha querido hablar de su ausencia, le ha afectado demasiado.

Margarita García Alonso y su hija Laura. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Tienes sueños recurrentes con Fayad?

Algunos. Está sentado en los pies de la cama y pide que no me rinda y escriba. Respira en mi espalda, me entrega llaves, me muestra una sala recubierta de cuadros; voy de momentos extremos de amor, al de su muerte y repito lo mismo que le comenté: he visto pasar jinetes tras una mujer muy pálida con collares largos, por la ventana del piso 24 del Hospital Ameijeiras. En los más recientes, le consulto proyectos o le pido ayuda.

¿Es separable la poesía de Fayad de su pintura? ¿Tienes preferencia por una u otra? ¿Cuál es el cuadro de Fayad que más amas? ¿Cuál su libro, su poema inscrito en ti?

Son dos mundos que he podido entender con la madurez, pues escribo y pinto también; dos lenguajes diferentes, dos necesidades del mismo núcleo. Me gustan sus cuadros parisinos, el lirismo de ese derrame; adoro los bichos, los sobres[8], las miniaturas y flores, algunos grabados. De su poesía me molestaban, desde entonces, algunos textos de fervor revolucionario que incluso cantaban en la radio. Me inclino ante sus poemas monumentales, y adoro especialmente Tepalcates, libro que escribió en las tardes habaneras, a mi lado, y me dedicó.

Mi poema mantra existía cuando nací:

Mejor es levantarse

Si no puedes dormir levántate y navega.
Si aún no sabes morir sigue aprendiendo a amar.
La madrugada no cierra tu mundo: afuera hay estrellas,
hospitales, enormes maquinarias que no duermen.
Afuera están tu sopa, el almacén que nutre tus sentidos
el viento de tu ciudad. Levántate y enciende
las turbinas de tu alma, no te canses de caminar
por todas partes, anota las últimas inmundicias
que le quedaron a tu tierra, pues todo se transforma
y ya no tendrás ojos para el horror abolido.

Levántate y multiplica las ventanas, escupe en el rostro
de los incrédulos: para ellos todo verdor no es más que herrumbre.
Dispara tu lengua de vencedor, no sólo esperes la mesa tranquila
mientras en otros sitios del mundo chillan los asesinos.

Si no puede soñar golpea los baúles polvorientos.
Si aún no sabes vivir no enseñes a vivir en vano.
Tritura la realidad, rómpete los zapatos auscultando las calles,
no des limosnas. Levántate y ayuda al mundo a despertar.

¿Sentiste celos de su pasado?

Me impresionaba, pero era tan joven que ni caso le hacía. En breve superé este lío, pues impuso de forma absoluta en el entorno que yo entraba en su vida como su accomplissement[9], y lo decía así, en francés.

¿Cómo y cuándo descubre Fayad su enfermedad mortal?

Fue en 1986. En una farmacia leí un prospecto sobre el SIDA, y él padecía molestias, se le había inflamado un ganglio del cuello. Insistí en el test; no tenía que preocuparse: si me había contaminado, ‘lo mataba’. En los resultados detectaron anormalidades y, tras otras pruebas, el linfoma. Los médicos me preguntaron si quería comunicarle el diagnóstico, pero no pude. Fayad sabía por las radiaciones, luego los sueros en el Oncológico, pero no pronunciamos esa palabra hasta que Elena Poniatowska envió una cartica que leí en voz alta, donde comentaba ‘que estaba muy triste por la noticia de su cáncer’.

¿Lo sobrecogía la idea de la muerte?

No, él no creía que era la hora de morir. Yo también pensaba que ganaríamos la batalla. Solo la noche antes, cuando sudó sangre con medicamentos, tuvimos pavor. Se veía más inquieto por la posibilidad de abandonarnos a mí y a Laura, que por el fin. Una hora antes me pidió que le ayudara; esta escena es simple y conmovedora: estaba recostado en el baño, nos miramos a los ojos, no podía sostenerse.

Luchó como pudo, trató de apaciguarse, se reconcilió con Retamar, invitamos a su hija Rauda al apartamento de El Vedado, iniciamos tráfico de frijoles y remedios naturales desde Matanzas. Se sometió a dictámenes diferentes, a radiaciones, brebajes naturistas, químicos agresivos, y estuvimos muy solos, demasiado solos. Moreno del Toro y Víctor Rodríguez llegaban, de tiempo en tiempo; llamaban Víctor Casaus, Rafael Alcides, Luis Marré[10]…

Durante la convalecencia terminamos el proyecto de Museo de Pequeño Formato para Guayos: pusimos a punto viejos manuscritos, maquetas; hicimos lo que hacen los poetas: escribir, leer y esperar un milagro, sin preocuparnos por nada práctico o legal.

Fayad Jamís junto al poeta Rafael Alcides (izq.).

Si miras hacia atrás, ¿qué te dejó, en lo emocional, tu relación con él?

“Me regaló la muerte y mi destrozo, me dejó sin fuerzas. Ni siquiera pude defenderme cuando familiares y funcionarios me borraron. Sellaron la casa, y al volver del entierro me vi en la calle, sin siquiera una muda de ropa para cambiarme. La poeta Cira Andrés me dio cobijo en esa hora tan amarga.”

Margarita García Alonso ha publicado, desde 1988, una docena de poemarios en Cuba, Francia, España e Italia. Es, además, autora de libros de arte y de novelas. Su obra plástica ostenta la categoría de Patrimonio de Normandía, Francia. Entre otras actividades, se desempeña en la actualidad como directora de la editorial Hoy no he visto el paraíso, de la cual es fundadora.

¿Cuál es el recuerdo de Fayad más permanente en ti?

He querido que no sea su muerte. A veces logo que desaparezca su cuerpo extendido, con el tajazo de la autopsia. Su mano, siento su mano, nunca me suelta, escucho su risa socarrona, los silbidos alegres en el pasillo de casa.

 

 

Notas

[1] Tomado de Efory Atocha, 12 de noviembre de 2019.

[2] Conformada por escritores, mayormente poetas, que comienzan a publicar en esa década. A esta promoción pertenecen, entre otros, Francisco de Oraá, Rafael Alcides, Raúl Luis, Roberto Fernández Retamar, César López, Pablo Armando Fernández y Manuel Díaz Martínez.

[3] Colectivo de once pintores que expusieron en la galería habanera La Rampa, en 1953.

Se considera una de las exposiciones claves del arte cubano en el Siglo XX. Fueron integrantes de Los Once Hugo Consuegra, Guido Llinás, René Ávila, Antonio Vidal, Fayad Jamís, Tomás Oliva, Agustín Cárdenas, José Antonio Díaz Peláez, Francisco Antigua, Viredo Espinosa y José Ignacio Bermúdez.

[4] Se refiere a El maestro y Margarita, la célebre novela de Mijaíl Bulgákov.

[5] Mayda Alpízar fue la curdora a cargo.

[6] Ministerio de Relaciones Exteriores.

[7] Se refiere al escritor Tomás Álvarez Río, autor de la novela Las Farfanes.

[8] Fayad era un dibujante compulsivo. Dibujaba constantemente, mientras atendía una llamada telefónica o en medio de una conversación con amigos. Son memorables los sobres de correspondencia recibida iluminados por él.

[9] Logro, éxito.

[10] Todos, escritores cubanos.

 

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