Milan Kundera, noventa años en alguna parte

Es de los autores que desde una aguda reflexión filosófica disecciona el mundo, todo el mundo.

A sus 90 años no solo los amantes de su literatura lo celebran. Kundera ha sido un autor muy influyente y llamativo, por su obra y también su vida.

A sus 90 años no solo los amantes de su literatura lo celebran. Kundera ha sido un autor muy influyente y llamativo, por su obra y también su vida.

Está cumpliendo 90 años hoy Milan Kundera (Brno, República Checa, 1929), el escritor que en 1967, con casi cuarenta en las costillas pero, sobre todo en la cabeza, desencadenó la ira de los estalinistas al develar en su primera novela (ese artefacto que no pretende más que plantear interrogantes) —La broma— el peso del humor cuando la existencia se repleta de formalidades y prudencia.

La calidad de un autor profundo y astuto y, por supuesto, de la obra que es capaz de legar, se confirma cuando treinta, cuarenta o sesenta años después de diluido el contexto que la estimula, y a diez mil kilómetros del lugar donde fue escrita, alguien siga encontrando identificación en sus palabras.

Es lo que nos pasa, o pasaba, con sus textos en Cuba, difíciles de encontrar por demás, pero nunca imposible.

Cada obra en nuestras manos era devorada en una especie de declaración de libertad y, sobre todo, de inevitable cuestionamiento al dogma.

Las enseñanzas de su literatura son muchas. Por ejemplo, en el contexto de las abundantes circulares, lineamientos y decretos de tendencia autoritaria, la broma más inocente y sencilla pone en riesgo no solo la libertad del individuo, sino la convicción moral que uno pueda tener de sí mismo.

Se constata en su novela inaugural, en la reacción que produce la parodia a Marx en un entorno de apasionados. Primero, la denuncia; después el castigo colectivo y personal, porque llegado a un punto la misma persona en tela de juicio se muestra vacilante en el plano moral e ideológico tan solo por haberle enviado una postal a la novia militante con la frase: “El optimismo es el opio de los pueblos”.  

Incluso el bromista llega a espantarse por el ingenio de su frase, y llegado a un punto de reflexión acaba sintiendo terror de que, con la excusa de la broma, se evidencie en su carácter algo realmente más grave, porque tal vez nunca había llegado a identificarse por completo con el Partido, con lo cual nunca había sido un verdadero revolucionario. Ese sigue siendo un pecado capital socialista, y sigue generando incertidumbre.

El valor de la duda (como el del humor y la huida) es pilar poderoso en la obra de Milan Kundera. Y estos aspectos fueron desarrollados posteriormente con mucho éxito y desde distintas visiones, pues al año de publicar La Broma un acontecimiento lo sorprendió y su exégesis más adelante produjo la completa expansión de su obra.

Los tanques soviéticos entrando a Praga, la forzosa intervención de los firmantes del Pacto de Varsovia también fueron descritos por Kundera en el libro de 1984 que devino película valiéndose del mismo título: La insoportable levedad del ser: “La crueldad y la violencia no son más que rasgos secundarios (y no imprescindibles).

Para entonces ya estaba asentado en París, donde había obtenido la nacionalidad francesa y su obra empezaba a mutar al idioma de Víctor Hugo.

El prestigio de Milan Kundera ha sido imparable y bien sustentado. Es de los autores que desde una aguda reflexión filosófica disecciona el mundo, todo el mundo, partiendo del que le marcó, el del estalinismo como doctrina, hecho que le permitía comentar a su colega Philip Roth en un libro entrevista que: “el totalitarismo no es sólo el infierno, sino también el sueño del paraíso”.

Milan Kundera ha abordado todos los géneros, desde la poesía con la cual se estrenó en la literatura allá por 1953, hasta el teatro. Es frecuentemente comparado con su compatriota Franz Kafka e incluso se asegura que es el autor checo más importante después de él. Sobre este ilustre antepasado ha reflexionado también Kundera en otro notable libro como es Los testamentos traicionados (1992).

Pese a la fama que acompaña su abundante producción, Milan Kundera decidió escapar de las cámaras fotografías y las revistas desde hace mucho, en particular tal vez desde 2008, cuando volvía a editarse en checo y con gran éxito La insoportable… y otra noticia sacada a colación empañaba a la primera: un supuesto documento de la policía secreta puesto a la luz de la opinión pública lo acusaba de delator cuando tenía veinte años.

Muchos colegas del mundo apoyaron la honestidad de Kundera, que negó el hecho. Pero, entonces, ratificando la importancia que, tanto como la broma, adquiere la huida en su literatura, y al igual que su personaje Jaromil, prefirió recurrir a esa tendencia suya a la discreción: “Solo podía salvarse con la huida”, había escrito sobre el personaje principal de La vida está en otra parte (1972) .

Jaromil es el protagonista de esta novela, un  poeta que en determinado momento es aplastado por su realidad y no tiene más deseo en ese instante que el de ser invisible, huir de puntillas a algún lugar lejano, dormirse y dormir durante mucho tiempo y despertarse dentro de diez años, cuando su cara hubiera envejecido y se hubiera cubierto con las arrugas de un hombre.

Hoy el que ha envejecido es su autor, pero no por ello ha perdido jerarquía en la literatura universal. Su obra sigue siendo potente, eficaz, súbita. Así que, si de repente volvemos a reparar en toda esa grandeza, y los libros están a la mano, en el estante, ¿hacia dónde puede huir el autor?

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