Mildre estadísticamente feliz

Foto: Yariel Valdés González

Foto: Yariel Valdés González

En Santa Clara se sabe que Mildre Hernández, la escritora que ganó un reciente premio Casa de las Américas, tiene novia, tres perros (ex)callejeros y un huerto propio. Mildre, con inaudita osadía, alguna vez se imaginó la historia de Cuasi, una niña mestiza —cuasi negra, cuasi blanca— con dos madres. Y, en contra de todos los pronósticos, a pesar de la crítica más pacata, a contrapelo de los prejuicios populares, la saga de Cuasi se convirtió en un inusual best-seller.

Hasta hoy, Mildre ganó casi todos los premios posibles de la literatura infantil cubana. A estas alturas sus vecinas recortan los periódicos donde ella aparece, sintonizan la radio cuando la entrevistan, y afinan el oído para criticarla si no reconoce su actual domicilio, porque «Mildre tiene el deber de darle renombre al barrio».

“Cuando llegues a Antón Díaz —me instruyó la escritora— bájate de la guagua, ve hasta la bodega y pregunta por mí al primero que veas”. Yo me adentré en los callejones sin nombre, fui dejando atrás casas similares, típicamente rurales. Una cerca de madera, verde y amarilla, más intensa que todo el paisaje, delimitaba la perspectiva del callejón. Mildre también puso una pared entre ella y la gente.

—Hoy no estoy preparada para fotos, se adelantó. No tengo buen aspecto…

—¿Estás enferma?, quise saber, indiscretamente.

—De los nervios, bromeó.

***

—¿Tú querías aislarte cuando viniste a vivir aquí?

—De un tiempo a la fecha me siento mejor aislada. Fueron muchos años vagando por las calles y alquileres de Santa Clara, o al amparo de quien pudiera tenerme en su casa, unos días. Ahora, cuanto más aislada estoy, me centro más en mis proyectos. Sucede que al repasar mi obra, noté que en ocasiones había sido algo descuidada con la escritura. Y eso, ni la propia obra, ni el tiempo, ni los lectores, te lo perdonan.

—¿Qué es lo que tú necesitas para escribir?

—El silencio y una computadora.

—Dicen tus colegas que eres un caso atípico en el panorama literario: ¿es cierto que has logrado vivir solo de tu obra?

—Sí, vivo de mis derechos de autor, y lo hago de una manera sencilla: porque me gusta y porque no me queda otro remedio. En este país el dinero se gasta en tratar de alimentarte lo mejor posible.

—También dicen que tú has levantado las paredes de tu casa con cada nuevo libro…

—Sí, le debo estas paredes a mi obra. Y comprenderás que levantar una pared y alimentarse lo mejor posible, a la vez, es difícil. Pero soy contadora de oficio, y sé llevar bien las cuentas. De hecho, antaño, hice varios “negocios” en los que no me fue tan mal.

—¿Antaño? ¿Esa pasada vida no te interesa ya? 

—No, me interesa el presente.

Foto: Yariel Valdés González
Foto: Yariel Valdés González

Es raro ser niña y Una niña estadísticamente feliz, dos de los libros más exitosos de Mildre, se convirtieron inmediatamente en best-sellers. La autora, en una historia tan original e iconoclasta, logró desplazar los prejuicios de los adultos, que leyeron o dejaron leer a sus hijos la historia de Cuasi y sus dos madres Alma y Vida. Para completar, la familia de Cuasi sobrevive en medio de condiciones económicas muy adversas.

—Yo todavía no me he leído tu biografía, porque no se ha escrito, pero en algunas entrevistas me ha parecido que Cuasi eres tú misma, cuando eras niña…

—Siempre hay un poco de una en lo que se escribe, pero eso no puede oscurecer el personaje, quitándole su psicología propia. El personaje debe ser genuino.

—La familia de Cuasi es la primera familia homoparental de la literatura para niños y adolescentes en Cuba. ¿Tú sabes que tus libros marcan un hito en el panorama literario de la Isla?

—Eso no puedo asegurarlo. Tampoco voy a quitarle mérito a tu opinión. Pero algo sí he tenido muy claro: ese no ha sido mi objetivo, sino contarle una historia a los niños.

Es raro ser niña y Una niña estadísticamente feliz, en mi opinión, abordan varios temas: la incomunicación entre el mundo de los adultos y los niños, la imposición tutelar, la rigidez en la crianza, el abandono paterno, y la carencia de fantasía en el niño cubano de hoy.

“Ahora, que la familia sea homoparental solo es un dato más. Fíjate que la protagonista de estas novelas, Cuasi, no hace énfasis en sus dos madres; para ella es muy natural, porque encuentra felicidad en su hogar. A ella le inquieta la situación que viven sus amigos, entre familias socialmente ‘normales’”.

—Yo no he encontrado otras historias como las tuyas. ¿Tú crees que está bien hablar a los niños de relaciones amorosas entre personas del mismo sexo?

—Mucho de lo que el niño ve, sufre y/o calla, diariamente, es más inapropiado que hablarle sobre las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo. Los niños no son subnormales. Se les puede hablar de todo… siempre que se haga con respeto.

“Ellos siempre van a encontrar bien lo que trasmita equilibrio emocional. Es una pena que en Cuba, mayormente los prejuicios aún lastren el usual camino de la infancia, que no es otro que la felicidad, venga de donde venga”.

Foto: Yariel Valdés González
Foto: Yariel Valdés González

A Mildre no le bastó con la popular saga de Cuasi. Después escribió Diario de una vaca, el más paródico de todos sus libros. Y, aunque ella reconozca que su obra no tiene que ver directamente con Cuba, ningún lector adulto podrá resistirse a trazar las semejanzas entre la fantasía infantil y la realidad de la Isla.

—¿Cuándo tú escribías Diario de una vaca estabas pensando que escribías un libro para adolescentes?

—Por supuesto. Es un libro donde prima la aventura, el humor, el descubrimiento y la búsqueda de la libertad, temas muy propios en la adolescencia.

—¿Tú sabes que los adultos pueden leer Diario de una vaca de una manera muy diferente?

—Los adultos siempre lo vemos todo de una manera “diferente”. Quizás por eso seamos tan “adultos”.

—A mí me parece que Diario de una vaca está escrito en clave social y política. Creo que estás en contra del poder, de cualquier poder. ¿Acaso te inspiraste en Rebelión en la granja, de George Orwell?

—Me opongo a todo poder, siempre que sea represivo. El poder es tan inevitable como necesario. Sin él no hay orden. Sin orden no hay una sociedad equilibrada. De hecho, al primer poder que se somete el ser humano es al de los padres: te imponen, castigan, sobreprotegen, educan y sostienen económicamente. Los personajes de esta novela buscan, precisamente, el equilibrio porque según ellos —y yo— “un establo (sociedad) mejor es posible”.

“No me inspiré en Rebelión en la granja conscientemente. Los temas son universales porque las inquietudes del hombre son las mismas en cualquier época”.

—Tú has escrito: “(Brunilda) siempre está metida en problemas por decir lo que piensa”…

—Propio de los que piensan.

—”Aquí en Vaquislavia del Norte también hay vacas sagradas pero esas les escriben loas al patrón”…

—No sé escribir loas.

—”Cualquiera se equivoca de mujer”…

—¡Eso creo!

—”Enemigo es quien no piensa igual que nosotros”…

—Falso.

Foto: Yariel Valdés González
Foto: Yariel Valdés González

Mildre tiene una veintena de libros por terminar, pero el futuro de cada personaje ya está trazado en su computadora. Acaso esos seres raros, tan raros como ella misma, le han concedido el más notable éxito de crítica y lectores. Mientras tanto, ella sigue viviendo aislada, en la periferia de la provincia.

—Ahora, cuando tú eras una muchacha, cuando empezaste a llevar guiones a Radio Sancti Spíritus, cuando llegaste a Santa Clara y tuviste una vida errante, ¿imaginaste que ibas a ganar el premio Casa algún día?

—Sí, yo siempre he tenido buena imaginación. El premio Casa, como los que le antecedieron (y los que vendrán) son el resultado de mis horas de trabajo y aislamiento.

—¿Y cuáles otros crees que vendrán?

—Los que el jurado decida darme… de ser posible, por unanimidad.

—¿Cómo es el proceso? ¿Después que un escritor gana el Casa podría concursar otra vez en el Premio Literario Fundación de la Ciudad de Santa Clara, por ejemplo?

—Eso depende de la necesidad o visión de cada escritor. Yo no menosprecio ningún concurso.

—¿Tú reescribes tu obra?

—Constantemente. La obra siempre está abierta al mejoramiento. Y el lector lo agradece.

—¿Pero tú no estás arrepentida de lo que has escrito hasta hoy?

—Es normal que el ser humano se arrepienta de algo. Pero, pese a las erratas que han invadido mi obra, y ciertas maneras que tuve de contar, que hoy me incomodan, no me arrepiento de ella. En general, yo soy una mujer estadísticamente feliz.

—¡Esa era mi última pregunta!

—Yo la adiviné.

Salir de la versión móvil