Piel Adentro: “Mi patria es una cultura a la que pertenezco en plenitud”

Escritor, editor, gestor cultural, comunicador y bloguero. Bayamés infatigable y quijotesco, se licenció en Letras en la Universidad de Oriente e integró el equipo fundador del Festival y de la Casa del Caribe en Santiago de Cuba. Radicado en República Dominicana desde 1998, y desde 2013 en Miami; ha publicado quince libros en diversos géneros como crítica literaria, narrativa, literatura infantil, ensayo… y parece tener otros quince en mente. .

Entre sus galardones, destacan el  Premio Memoria (Oficina Regional de la UNESCO para América Latina y el Caribe, 1997); el Premio Iberoamericano de Cuentos Juan Rulfo (Radio Francia Internacional, 2012), donde resultó finalista; así como los premios nacionales de ensayo (2008) y de cuento (2013), en tierra dominicana.

En su cosmos espiritual, a contrapelo de frases hechas o consignas, se ha decantado por “la amorosa consistencia de la familia, la amistad, la tolerancia y la solidaridad”. Esta conversación debió tener lugar hace mucho, porque José. M. Fernández Pequeño es, hoy por hoy, una de las figuras imprescindibles de las letras cubanas. Quiero creer que nunca es tarde, si hay tiempo para el diálogo.

Para un escritor que ha vivido más de cuatro décadas en Cuba, quince años en República Dominicana y que ahora reside en Estados Unidos, ¿cómo se traduce en su vida interior y en su producción literaria una declaración tan rotunda como esa de “soy inmune a la nostalgia”? ¿Es posible seguir adelante sin esas marcas, sin revisitar lo que se nos fue?

Primero, no siento que se me haya ido nada. Y segundo, la nostalgia no es una forma de revisitar el pasado, sino de vivir en el pasado, lo que en mi opinión resulta castrante. Lo vivido me sirve para existir en este segundo que ahora mismo es presente, no para llorar lo que fue. Y lo que dejé atrás (el tiempo que pasó) no es una pérdida, es una ganancia que morirá conmigo. La migración me ha enseñado a desconfiar de símbolos tan excelsos en apariencia como nación y patria, que hasta hoy casi siempre han servido para encadenarnos a los intereses más despiadados. Mi patria es una cultura a la que pertenezco en plenitud, que me permite entender y entenderme, que me ayuda a ser quien soy. Cuba (y ahora República Dominicana) no es distancia, está donde yo esté.

Me he deleitado con un fragmento de A.M. que le acreditó el primer premio en el Concurso Iberoamericano de Cuento convocado por Casa de Teatro en Santo Domingo, 2001. Un cubano vende folletos en el transporte público dominicano: «[…] aprendí que la papaya había cubierto la putería de su masa con el casto título de lechosa; la noble malanga ganaba punta y terminaba en yautía; la pimienta dulce, tan de mi gusto mosquita muerta, prefirió la vulgaridad de ser malagueta; la guitarrera naranja había tomado la contraseña exótica de china, tan falta de imaginación que ni siquiera llegaba al juguetón chinola; el boniato, dulce y buena gente hasta en sonido, ganó en batata arrogancia musical… y así, con la marcha de los días, fui cruzando un puente de palabras […]». ¿Cómo recorrió ese camino de diferencias del lenguaje, las costumbres y la cultura entre Cuba y República Dominicana? ¿Dónde descubrir ese “ser caribeño” del que tanto se habla?

Fue una lucha titánica con lo que he llamado “la lengua del desconcierto”. La inquietud de ser interpelado por códigos que me ponían ante otras formas de ver el mundo, que revelaban otras maneras de vivir y de paso cuestionaban algunas de mis percepciones más firmes sobre la realidad. Entre el momento en que me detuve intrigado frente a un cartel callejero que decía “Se cortan chazo” y aquel otro donde me sorprendí escribiendo en dominicano, corre un mar de anonadamientos y conflictos, pero también una explosión de renuevos, el placer de comprobar que ser cubano se constituía en una clave noble para acercarme a lo dominicano por la vía más confiable, la de las diferencias. Me gustaría pensar que los cuentos de El arma secreta son modestos testimonios de cómo la mezcla vivifica lo caribeño, un guiño al frenesí gozoso y creativo del mulataje.

El arma secreta recibió el Premio Nacional de Cuento “José Ramón López” 2013 en la República Dominicana. ¿Qué aspectos remarcaría en ese volumen? ¿Qué cuentos leería para ilustrarlos?

Remarcaría intimidades que están cosidas a la experiencia autoral y que probablemente interesen muy poco al lector. Primero, que es el resultado de una investigación sensible e inconsciente en busca de fabricarme un equilibrio dentro de ese tejido magnífico que es la cultura dominicana. Segundo, que esa investigación me llevó (también de forma inconsciente) hasta un descubrimiento revelador: los tesoros que algunas veces salimos a conquistar lejos, suelen estarnos esperando en nuestro entorno más inmediato. Y tercero, ese sabroso rejuego que cuquea y echa a maridar diversas formas del habla, un aquelarre donde pronto se me hizo imposible distinguir qué era cubano y qué dominicano. Puro despelote y desfachatez, en fin. ¿Qué cuentos del libro leería para probarlo? Cualquiera, pero si estuviera obligado a escoger uno, sería El arte de roncar.

¿Cuánto puede decir hoy a la cultura caribeña una figura como Max Henríquez Ureña y la huella intelectual de una familia como aquella? ¿Cuál es la génesis, cuál el aliento del ensayo En el espíritu de las islas: los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña?

Los Henríquez Ureña son un hito fundacional en la historia intelectual del Caribe. Legaron una obra sin la que hoy la literatura de la región no sería la misma y marcaron un ejemplo de seriedad en la investigación, entrega a la sociedad a través de la cultura y de ética intelectual a toda prueba.

Comencé la investigación sobre Max en el Santiago de Cuba de 1983 y la terminé (si es que esas cosas terminan alguna vez) en el Santo Domingo de 2003. Veinte años rastreando la huella y la obra de este dominicano que fue el más agudo gestor intelectual en la historia de Santiago de Cuba hasta la llegada de los ochenta y de aquel grupo variopinto en el que fue Joel James el ideólogo descollante. Cuando Taurus, que imprimió su primera edición en 2003, me devolvió los derechos de autor sobre el libro, hice gestiones para publicarlo en Cuba, sin dudas su espacio más natural, pero los resultados de esa gestión es mejor dejarlos ir en unos suaves, pudorosos y suspensivos puntos…

Algunos afirman que las torres de marfil han sido derribadas y que el mundo se ha vuelto una aldea global, que todo queda al alcance de un clic. ¿Qué experiencias le ha dejado su blog Palabras del que no está  y cómo se llevan el bloguero y el escritor de libros?
Al alcance de un clic están la información y los interlocutores posibles, el resto (es decir, cómo usar ese poder para generar valor intelectual) hay que construirlo con sagacidad y obstinación. La globalidad queda vacía sin lo local como elemento de equilibrio y raíz. Si el blog me ha permitido entrar en contacto con treinta mil lectores que igual viven en España que en Estados Unidos, en Uruguay que en China, también me permite recrear personas, hechos u obras que han sido fundamentales en mi formación como escritor; es decir, que pertenecen a mi entorno local. Y siendo así, el bloguero y el escritor de libros son un mismo desvelo.

Un ejemplo, entre 1997 y principios de 2013 casi todo lo que escribí como narrador fueron relatos largos. Los cuentos que he escrito en estos dos últimos años buscan muchos de ellos acogerse a la brevedad y estoy seguro de que el formato comunicativo del blog ha influido en ese hecho, al menos tanto como los intercambios a través de las redes sociales con autores como Maurice Sparks (desde Miami) o Ernesto Pérez Chang (desde La Habana, cuando logra conectarse), especialistas ambos en la narrativa breve.

Se insiste mucho en las posibilidades comunicativas de las actuales tecnologías y muy poco en torno al hecho de que estas, como lenguajes, abren perspectivas inéditas para pensar la vida, al tiempo que transforman nuestros mecanismos mentales, los misteriosos trillos de nuestras conexiones sinápticas. Las limitantes en el acceso a Internet que padece la mayor parte de la población en Cuba, no solo impiden a esas personas el libre manejo de la información, también les privan de un elemento formativo fundamental para comprender la contemporaneidad. ¿Te imaginas la desventaja que pudo significar para una persona de nuestro medio no haber conocido la radio, el teléfono y el cine cuando ya el siglo XX avanzaba hacia su primer tercio? Pues eso mismo, pero peor.

¿Qué demonios asaltan o acarician al escritor  ahora mismo? ¿Cuáles encontraremos en sus próximas páginas?

Los de siempre, esos que me salen al paso en el intento de entender al ser humano con la ayuda de la literatura, de entrever aunque sea una esquinita de la verdad convocando a la mentira. No otros demonios encontrarás moviéndose entre los cuentos del libro “Memorias del equilibro”, un regreso a asuntos cubanos que siempre me interesó narrar y, en ciertas páginas, a voces entrañables, como José Soler Puig o Virgilio Piñera. Fatigando otros caminos, esos demonios te espera también en los cuentos de Sutiles, un libro que terminé hace solo días y que se balancea entre una relectura jodedora del costumbrismo y discursos donde los planos temporales y espaciales se interpenetran y fecundan, nada inusual en la experiencia de quienes suelen pasearse por la avalancha chismográfica de las redes sociales.

¿Qué asoma a sus ojos desde las ventanas de su casa en Miami? ¿Qué asoma a sus ojos cuando escucha la palabra Cuba?

Desde las ventanas de mi casa en Miami asoma ahora mismo la lenta paz de Weschester, pero también lo cubano enriquecido por el contacto con las numerosas culturas que comparten la ciudad. En cuanto a la palabra Cuba, cuando la escucho veo a mis familiares, a los amigos, a los escritores y artistas con los que he compartido (y en algunos casos todavía comparto) sueños, recuerdos, letras y desacuerdos, no importa cuál sea su orientación literaria o política, en qué creen o descreen…. Y justo ahí le paro la pechada a la reminiscencia, no vaya la nostalgia a creerse cosas que no son, y regreso a la literatura.

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