Requiem por Frank Abel Dopico

Foto: Francisnet Díaz Rondón (Vanguardia.cu)

Foto: Francisnet Díaz Rondón (Vanguardia.cu)

La noticia llegó desde Santa Clara. Allí, en su casa de la Loma de Belén, ha muerto Frank Abel Dopico, un poeta que transitó desde la cima de la popularidad a finales de los ochenta a un inexplicable olvido en el que se mantuvo desde  su regreso de España en 2008, transformado ya en un desconocido para las nuevas generaciones de escritores.

Lo recuerdo irreverente, bohemio, aprovechando al máximo su condición de actor para leer ante una multitud de admiradores aquellos poemas de El correo de la noche con los que ganó el Premio David en 1988 y el de la Crítica ese mismo año.

A pesar de su cercanía con el coloquialismo, Dopico dinamitó el panorama lírico de los tiempos en que hizo entrada en la poesía cubana con un ingenio verbal, un poder de fabulación y unas insólitas metáforas que lo convirtieron en uno de los más populares poetas de la época,

Sus lectores se estremecían ante sus desplantes de sujeto marginal y desacralizador. He aquí un ejemplo, su Tango a favor de las Putas:

“En resumen, tú eres el inicio
y las palabras llegaron después, en un poema arrancado de la niebla.
Sentir o estar, eso fue todo y fue el semen como la luz, piadoso.
Los golpes en los pechos, la respiración enemiga de los pechos,
el ojo burlón de las iglesias.
Estábamos en un sitio adonde el viento se había llevado volando mi cabeza
y el mismo viento se habías llevado volando una de tus manos.
Eran las nueve de la noche y de pronto ya eran las seis de la mañana.
(…)
Érase un escándalo público a las dos de la mañana
y el público eras tú o yo según tocara, según tú encima y tenías veinte años o seis meses
o no habías nacido y érase que entonces brotabas de mis piernas,
yo, hombre paridor, me tragaba tus huesos de ciruela
y también retrocedía por los años, oh, puta de estilo,
qué bien eras mi madre pariéndome en espejos, qué bien eras mi doble entre la hierba,
cómo nacimos tanto de tanta muerte cursi.
(…)”

Foto: Francisnet Díaz Rondón (Vanguardia)
Foto: Francisnet Díaz Rondón (Vanguardia)

Como Ramón Fernández Larrea, Frank Abel no dejaba indiferente a nadie. Se apropió de la jerga de los jóvenes e hizo malabares con un lenguaje que conjugaba de manera espectacular la frescura de la oralidad con la brillantez de su tropología. Era un maldito y como tal vivía siempre presente en los eventos que congregaban a poetas en todos los puntos geográficos de una Isla que parecía reverenciar su desparpajo.

En 1990 fundó junto a Ricardo Riverón la editorial Capiro, de Villa Clara, y arriesgó en esa empresa de futuro incierto un original, Expediente del asesino, aún más transgresor que su primer poemario.

Dopico se volvió más ineludible, mas venerado, por aquellos que esperaban al Rimbaud cubano, al Baudelaire tropical, que con sus flores malignas y su desprejuiciado desenfado interpretara la sensibilidad de un tiempo donde las costumbres y las tradiciones comenzaban a resquebrajarse.

En 1994 marchó a vivir a España y entonces el poeta pasó a ser un fantasma, dejó de ser mencionado por la crítica y se ausentó de las antologías que hasta principios del dos mil proliferaron en Cuba y de las cuales su nombre fue totalmente borrado.

Esto, a pesar de sus frecuentes pasos por Cuba, específicamente por Santa Clara donde en 1999 Capiro le publicó  Las islas del aire, un libro inesperado donde la rebelión se vuelve sosiego, meditación, filosofía. Era un nuevo Frank Abel el que ahora se mostraba a los lectores cubanos.

Algunos atribuyen la pérdida de popularidad del poeta a este cambio significativo de sus modos de poetizar. Quizás el público prefería a aquel escritor maldito que con la madurez se tornó sentencioso sin abandonar del todo su estilo peculiar.

En 2008 retornó definitivamente a Santa Clara pero se alejó de los escenarios, se dedicó a actividades extraliterarias, cambió su manera de ver la vida y en 2011 publicó el que sería su último libro de versos: de Los puentes de Arcadia, editado por Ediciones Unión.

La última vez que estuve en Santa Clara se me acercó y no lo reconocí. Habían pasado muchos años sin vernos. Tuvo que decirme su nombre para que yo comprendiera que existía, que estaba de nuevo en Cuba. Algo había en él que lo distanciaba del Dopico original, aquel de las madrugadas interminables en los hoteles donde coincidimos participando en algún encuentro de poetas o invitados por alguna provincia a una presentación.

Según su amigo y coterráneo, el poeta Sigfredo Ariel, quien fuera su compañero de estudios, Frank Abel tuvo una vida muy difícil y sus últimos años fueron muy autodestructivos.”Daba pena verlo rodar hacia ese abismo que fue el alcohol, lo que seguramente acabó con su vida”.

La poetisa Soleida Ríos, amiga de muchos años lamentó la pérdida: “tan joven, tan creativo”.

Tengo su imagen dice, engrosada: con el sombrero y la sonrisa que siempre lo acompañan. Fue en el pasado verano, en Santa Clara. Estaba contento por la próxima reedición de El correo de la noche. Cuidado por una mujer y un sistema solidario de salud. No vi la llama del Dopico que conocí. Tendremos que buscarla en sus poemas.

Ahora que llega la noticia de su muerte, escueta, sin información sobre su causa, vuelven a mi memoria muchos momentos del pasado, de la carismática presencia de quien no era mi amigo pero sí un compañero de viaje, un ser luminoso que transformaba con su vitalidad a todo el que lo rodeaba.

Descanse en paz, Dopico y que, al menos en el momento de su muerte, vuelva a ocupar el lugar que siempre tuvo entre nosotros por su talento y por su modo de vivir tan alejado de convenciones e inhibiciones. Que en este grave momento vuelva a ser leído y recordado y ocupe el lugar que le corresponde en la historia más reciente de la poesía cubana contemporánea.

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