Reynaldo González: “Hemos vivido décadas en un diálogo de sordos”

Foto: Roberto Ruiz

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Reynaldo González es un escritor lenguaraz. Aunque ha obtenido el Premio Nacional de Literatura, el de Periodismo Cultural y siete veces el anual de la Crítica no se duerme entre sus laureles.

De manera no muy estridente ni pública participa de todas las polémicas que se sostienen –casi siempre de manera silenciosa– en el complicado mundo literario cubano. Siempre lo ha caracterizado una vocación social que le impide permanecer callado desde una “torre de marfil” y elude los estereotipos y lugares comunes con una ironía que molesta. Por eso tiene bastante detractores que no le perdonan su exceso de sinceridad.

Acaba de cumplir setenta y cinco años y todavía es irreverente como un veintiañero. Su sabiduría y larga experiencia como escritor y como ser humano lo convierten en uno de los intelectuales cubanos más lúcidos.

En esta entrevista se manifiesta como un testigo de las diferentes épocas que han marcado la vida cultural cubana con sus luces y sombras. Nadie mejor que él para ofrecernos una visión desprejuiciada de diferentes cuestiones que tienen que ver no solo con la literatura sino también con los complicados entresijos de la política cultural cubana. On Cuba se acerca a él en busca de respuestas y él accede gustoso a compartir sus ideas con nuestros lectores.

Acaba de cumplir 75 años, ¿qué balance haría de su carrera de escritor y de su decisión de vivir en Cuba?

He trabajado mucho, con tesón y honradez, siguiendo las líneas que marca mi voluntad. A ella me acojo para responder su pregunta. En mi obra no accedí a reclamos que eran órdenes, ni a tendencias ocasionales que se traducirían en drásticos errores. No convertí lo fútil en imprescindible, ni lo ocasional en razón. Tampoco obvié el compromiso, signo de mi generación. Afirmar eso en la convulsión que nos ha acompañado en más de medio siglo, creo que es motivo para sentirme bien conmigo mismo. Temprano aprendí a no perder mi centro de gravedad, aunque no faltaron vientos huracanados. Desde esas condiciones, los 75 no son diferentes de los 30, cuando desataron una guerra desde un solo flanco, donde intelectuales y artistas quedamos en víctimas colaterales porque nadie se responsabilizó con la masacre moral. Entonces aprendí la lección: la vida es civil.

La segunda parte de la pregunta se ha convertido en un lugar común que no debería existir. Nací en Cuba, soy cubano. Esa es la respuesta. Las contingencias son contingencias y pasan. La obra perdurará, si lo merece, o será olvidada cuando el mal tiempo se vea como un paréntesis. No es cosa de haberse ido o permanecer. Algunos, muy valiosos, ya no están y lo lamentamos. Otros que se quedaron es como si no estuvieran. Y a personajillos enseñoreados, idos o quedados, es de buen gusto olvidarlos. Un motivo de fuerza mayor, el libre albedrío, no se respeta. Una vez sentí que me echaban. Permanecí. No pido favor por algo tan natural, pero no olvido. Soy respondón y tengo en alta estima el decoro personal, que se nombra poco. De la gran compositora Marta Valdés recuerdo unos versos aleccionadores: “y que nadie pretenda enseñarme / si el camino es quedarme o marcharme / de donde soy”. En cuanto a aquellos nubarrones, y otros, me acojo a una conocida expresión: “Yo llegué primero”. Ante la persistencia de errores explícitos, pero negados, apliqué la sabia decisión de apartarme de lo inútil, feo y contaminante. Es buen escudo para llegar a viejo con dignidad.

Foto: Roberto Ruiz
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Entre todos los géneros que cultiva ¿en cuál se siente más cómodo?

Me tientan todos los géneros literarios, en varios he trabajado. La idea, el asunto, marca el género y, ya en él, la forma. Un error de inicio puede ocasionar una catástrofe. No amo la página escrita, sino la por escribir. Esa pasión me incapacita el juicio. Prefiero el ensayo y la novela. En ambos se trata de concebir algo, enriquecerlo, vivirlo y hacerlo conocer a otros, siempre con la mayor claridad posible. En la novela acudo a recursos de la ensayística y en el ensayo a trucos de la narrativa. Reúno argumentos, documentos, personajes que debo conocer mejor que ellos mismos. Gozo desde que me preparo para persuadir al lector, ese impertinente que respira encima de mi pescuezo. Hablo de gozar porque si sufriera, no escribiría. He tenido la suerte de que los lectores agotan mis libros, sin imposiciones oficiosas. Algunos textos se me han revelado tan autónomos de mí como yo del medio; sea cual fuere el género, cada vez son más complejos, laboriosos, protestones. Y yo con ellos.

¿Cómo ve la literatura cubana de la llamada diáspora?

Me gustaría conocer bien la literatura de la diáspora, no de manera episódica y fragmentaria. Tampoco desde unas anteojeras ideológicas. Una vez dije que nuestra cultura estaba demediada sin esa otra parte y que incluyéndola respiraríamos con más anchura. Si la uniéramos toda, por la fuerza cultural que posee Cuba, resultaría un continente. El dilema no es nuevo. Nuestra cultura siempre conoció y vivió el exilio. Pienso en Martí, Villaverde, Varela, Saco, Heredia. Me extiendo a Arenas, Sarduy, Cabrera Infante, Casey, a desconocidos por el lector común y otros también por mí. La palabra diáspora duele y mi edad no perdona lágrimas. Todo para decir que no conozco tanto esa literatura como para opinar sobre ella. Sé de opinantes inescrupulosos que presumen de expertos por lo que le roban a otros mejor informados. Sus afirmaciones o negaciones son tan ascéticas que parecen salidas de un laboratorio. Allá pasa lo mismo. De nosotros conocen lo que más suena o se les hace ver; un muestrario escuálido, un conocimiento fragmentario y por la forma en que se le adquiere, intencionado, dirigido. El otro tipo de “información” es un intercambio de vituperios, buscan la frase que mejor descalifica a quienes consideran más adversarios que colegas. Hemos vivido décadas en un diálogo de sordos. Desde ambos lados del muro pudimos leer textos sesgados por intereses poco literarios, convenio donde la calidad no es elemento decisivo. Si sé que las obras escritas en el exilio son tan cubanas como las del insilio, merecen igual respeto. Hasta ahora una bruma condicionante ha perturbado la información en ambas orillas de un mismo mar. Para salud de todos, las afirmaciones altisonantes deben desatenderse desde que en tono de comisarios levantan la voz y mueven el dedo enfático.

Muchos piensan que el mercado internacional ha producido un vacío de la Literatura con mayúsculas para sustituirla con obras que gozan de mucha fama pero no poseen valores estéticos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

El tema tiene sus bemoles. Antes de ensayar una respuesta veamos si tenemos una comprensión ecuánime de ese fenómeno. El mercado, las modas, las nuevas tecnologías, los argumentos, diversos hasta hacerse incontables, el paisaje social en que se desenvuelve cada escritor, todo ha cambiado porque la cambiada es la vida. Los decidores cambiaron con ella, paulatinamente. A nosotros, que hemos padecido un largo silencio y muchas tribulaciones, el reconocimiento de esa circunstancia nos impone preguntarnos si transitamos el mismo espacio, al mismo tiempo y al mismo ritmo. Por razones externas e internas (lo del obstinado bloqueo yanqui no explica el enclaustramiento) no participamos en condiciones actualizadas, ni nuestro punto de vista se equipara con las circunstancias de otros países. Poco importa que algunos sesudos nuestros, con cuatro datos, emitan opiniones tamizadas por la ideología, sin una vivencia equilibrada del llamado mercado internacional. ¿Estamos equipados para opinar sin preconceptos o prejuicios?

Al tratar estos temas las palabras adquieren diferentes significados. Aunque hablamos de mercado internacional, a la palabra Occidente le pareamos capitalismo salvaje y, de ser así, va en contra del verdadero talento. Ahora, cansa el latiguillo de las comparaciones desde una condición virtual, supuestamente más bondadosa, nimbada de pureza. ¿Puede entenderse que por vivir aquí ya somos de otra materia, nuestro entorno más sano, nuestras realizaciones más perfectas? Nada de eso es demostrable. El sacrificio no es heroicidad. Acaso imaginamos que por estar distantes –y sin embargo, cercanos– ya dejamos de ser lo que realmente somos, el entorno geográfico en que estamos, la realidad histórica de que surgimos. La extrema diferenciación puede enajenarnos de nuestra inmanente naturaleza, o hacérnoslo creer. Esa dislocación ¿no nace de una proyección ideológica extrema, que da por realizado lo que es proyecto?

En los primeros años de la Revolución nos machacaron en exceso con un concepto de Occidente siempre en versión negativa, amenazante. ¿Qué mapamundi consultaban? Aquel concepto de Occidente no era geográfico, sino político, de política igual a credo. ¿De qué salutífero Oriente nos apropiamos? ¿En términos culturales hay un punto más occidental que Cuba? Repasemos la isla en el paso de los vientos, todos los vientos, todas las culturas, todas las razas. Hoy estamos viendo que una buena parte del movimiento del mercado internacional es necesidad de nuestro país, como lo fue ayer pero no se le veía así. El bloqueo y otros bloqueos por más de medio siglo de ser (o estar) o creernos diferentes, salen sobrando en estas ecuaciones. No solamente en términos económicos; desde siempre, en arte y en literatura Cuba aportó al movimiento cultural del Occidente que somos, querámoslo o no. En el mercado internacional debe interesarnos la calidad de nuestra literatura y nuestro arte, portadores de una complejidad que no es sino occidental, y la variedad de puntos de vista correspondientes a las individualidades que los animan. En ese sentido pocos países de nuestro entorno poseen tantas evidencias de rango como el nuestro. Huelgan los ejemplos. Afirmado en que nos formaron esos valores –no ocasionales, ni como excepcionalidad, ni otorgados, sino ganados–, podré responder un resto que se colige en la pregunta.

Si deviene convicción, la idea de la falsía como premisa puede conducir a la desconfianza total, atribuida a todos los triunfadores. Al decidor se le atribuiría una autoridad irrecusable, que devolvería la afirmación al punto de que parte este diálogo, pero a la inversa, una vuelta en redondo sobre “obras que gozan de mucha fama pero no poseen valores estéticos”. Escuché muchas veces ese comentario sobre libros y autores triunfantes. Excusen, pero trasunta la incomodidad de quien no triunfó y carga la peor posición para emitir un juicio.

¿Le parece que Cuba es todavía un lugar donde se valora al escritor que no hace concesiones para lograr un sitio en el “salón de la fama”?

Aquí hay de todo, como en todas partes. ¿Por qué debería ser diferente? ¿Hablamos de escritores o de obras? ¿Estamos seguros de que premios y lauros otorgados a algunos escritores nuestros, a lo largo de cincuenta años, fueron decisiones justas? Recuerdo premios no otorgados sino repartidos, casi al por mayor. Ahí están las obras, ¿qué pasó con ellas? En cuanto a los premios, ya no se les atribuye la justicia del principio, tropezamos con las “categorías” –no escritas pero sabidas– premio de estímulo y premio de compensación. Es una balanza rara y caprichosa. Esos procederes ocasionaron el egotismo de unos y el ninguneo de otros. Por otra parte, ¿qué es “hacer concesiones”? La literatura no se mide por puntos, como el deporte, aunque sí tiene un salón de la fama. Una valoración enferma superpone razones extra literarias.

¿Piensa que si ocurre una completa normalización de relaciones con Estados Unidos la cultura cubana se verá en peligro de ser aplastada por la hegemonía de una industria del entretenimiento tan poderosa a nivel global?

Estados Unidos nunca tuvo una relación normal con Cuba, sino de injerencia y dominación. Recuérdese el asunto desde nuestra lucha por la independencia, la torcedura que le dio al final y una serie de intervenciones que ocuparon medio siglo. No se debe menospreciar el pugilato que ha marcado nuestras relaciones durante la revolución, con el bloqueo más largo impuesto a nación alguna. En la actual situación Cuba procura un fiel de la balanza y el respeto a nuestra identidad nacional. Según las declaraciones del presidente Obama, Estados Unidos reconoce su fracaso en la política de bloqueo y acciones adversas, pero perseguirá los mismos fines por otros caminos. Si el proceso se cumple como Cuba quiere, por supuesto que muchos aspectos de nuestra vida cambiarán, pero también el escenario en que se desarrollarán y defenderán. El riesgo adoptará otras formas, con otras valoraciones de las obras y de los autores, sus individualidades inalienables. No es que a ese escenario lleguemos como novatos, desde un imaginario déficit, sino con la fuerza y la responsabilidad que se defienden sus valores propios, sus arrestos y sus libres virtudes. Afrontaremos la competencia, como dicen nuestros apostadores de “cubilete y vaso limpio”: a suerte y verdad.

¿Cómo se define Reynaldo González?

Soy solamente un escritor.

Foto: Roberto Ruiz
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