Una Nobel y una Cervantes en La Habana

Encuentro de Dulce María Loynaz y Gabriela Mistral en La Habana.

Encuentro de Dulce María Loynaz y Gabriela Mistral en La Habana.

—¿Qué le parece?, preguntó la dueña de la casa al ensayista español Don Federico de Onís, al tiempo que le mostraba una sobrecama de encaje legítimo, adquirido para el cuarto de la invitada.

―Lo primero que hará al llegar, será echarse sobre ella con los zapatos enfangados del viaje.

Se ríe la anfitriona, siempre celosa de los detalles, sin saber que la profecía se cumpliría, aunque de otra manera. Dulce María Loynaz recibe en su casa de  19 y E, en pleno corazón de La Habana, a Gabriela Mistral.

Ha pasado tiempo, es cierto; mas la visita se vuelve cada vez más mítica, más inolvidable.

La chilena llegaba a la capital cubana en 1953 para los festejos por el centenario del natalicio de José Martí. Había aceptado la invitación para alojarse en la mansión del Vedado, pues Dulce y ella se habían conocido antes, en las costas de Italia.

No la acompañaba aún la aureola del Premio Cervantes que recibió ya anciana en 1992, pero la Loynaz no era ninguna desconocida. Había publicado Canto a la mujer estérilCarta de Amor a Tuk-Ank-Amen y su novela lírica Jardín; mas resultaba un privilegio recibir entonces a la única Premio Nobel de Literatura  de América Latina.

Así, lo dispuso todo. Y las fotos de ambas en la fuente, quedaron para la posteridad.

“Aquel rincón escogido entre todos, se lo respetaba siempre, y no iba a su encuentro, al menos que ella misma me llamase. Entonces nos sentábamos juntas y conversábamos o por mejor decir, conversaba ella (…) porque mi amiga era más conversadora que yo, y tenía también más cosas que decir”.

Una vez, la anfitriona le confesó que el verso tenía alas esquivas, y la visitante tuvo la respuesta lista de inmediato: “Pues a subir a buscarlo, mi chiquita”.

Sin embargo, no fueron días fáciles.  Dulce María la describe como un Chimborazo cubierto de nieve, que  “como todos los genios, tenía sus impertinencias”. Se negaba a tocar el dinero y cuando compraba, su secretaria o su anfitriona, debían ocuparse. Pero eso no trajo mayores desavenencias, sino cierta invitación…

La discordia

Autoridades diplomáticas y prominentes escritores, reclamaron a Dulce María por diversas vías, que compartiera a tan ilustre personalidad. Y, como requería la ocasión, se preparó un almuerzo de rigurosa etiqueta.

Justo esa mañana, Gabriela Mistral se levantó “con una gran necesidad de ver el mar”, y como no había quien le impusiera normas, allá se fue. Vanos fueran los recados, vanos los llamados por teléfono. Solo se apareció cuando todos se habían ido.

Puesto a prueba su orgullo, la cubana perdió los estribos ante la mismísima Nobel: “(…) cuando Gabriela llegó esa noche, halló una nota en su cuarto donde le decía que puesto que en mi casa no parecía sentirse a gusto (…) era preferible que yo sacrificase el mío de tenerla allí. Y al día siguiente, ella se trasladó a un hotel”.

La reconciliación

En cualquier caso, la poesía con su hilo sutil, acabó tendiendo puentes. En el Lyceum Law Tennis Club de La Habana, Dulce María pronunció en 1957 —año de la muerte de la chilena― la conferencia  Lucila y Gabriela. Sería escogido luego como prólogo a la Poesía Completa de Gabriela Mistral, publicada en España dentro de la colección Premio Nobel.

“Ahora Gabriela (…) necesito decirte algo. A reina pues, llegaste, como en los juegos de tu infancia: faisanes de oro y árboles de leche te contemplan ahora, alta más que las cien montañas de tu valle”.

 

Fuentes:

Dulce María Loynaz: Cartas que no se extraviaron, Fundación Jorge Guillén-Centro Hermanos Loynaz, Pinar del Río-Valladolid, 1997.

Dulce María Loynaz: Conferencia “Lucila y Gabriela”(1957) en Canto a la mujer, compilación de textos, Tomo II, Ediciones Hermanos Loynaz, 1993.

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