Wendy Guerra desnuda en La Habana

Habrá que hablar del tiempo que no vemos pasar.
Patrick Chamoiseau, Texaco

Wendy me dice, cuando ya casi me voy, que, por favor, le pida a Darsi Fernández las palabras con las que minutos antes había presentado su última novela, Posar desnuda en La Habana. Diario Apócrifo de Anaïs Nin (Letras Cubanas, 2014) para que las ponga en mi trabajo. Sé que intenta burlar la cualidad performática… la fugacidad de unas palabras que difícilmente se conozcan si no fueron grabadas.

A Wendy Guerra le interesa el discurso de Darsi Fernández, en que no se habla de sus muchos premios ni se vende su nueva novela por sus posibles valores estéticos o estructurales. Ni se adelanta a la crítica feminista que la coloque en una tradición de narradoras legitimadas en el canon occidental. Wendy quiere que se haga pública una amistad profesada durante años. Y que se hable de su amor por Cuba, de su voluntad infranqueable de no ser una más de las que se van. De su verdadera obsesión, su isla, la que guarda sus más íntimos recuerdos, y a la que se empeña en reinventar en sus novelas.  De sus ansias de también cambiar lo que debe ser cambiado.

Ella quiere que se hable de su sensibilidad, de su obstinación por las cosas que cree bellas y justas —rescatar la identidad de alguien ya muerto, por ejemplo—, o de esos torrentes de emoción que le fluyen al tener ante sí un libro de firmas matrimoniales antes manoseado por Anaïs. O de su agradecimiento a quienes por doce años le ayudaron a concretar un proyecto…

Y por eso cedo:

«De las cosas que se han dicho de esta novela desde que fue publicada por Alfaguara en 2010, casi todas celebrándola, me gustaría detenerme en una: “El personaje y sus avatares le han permitido a Wendy Guerra expresar una devoción por Cuba que atribuye a Anaïs Nin”. Supongo que a estas alturas ya nadie tiene dudas de que el verdadero personaje de todos los libros de Wendy Guerra es Cuba, su verdadera y definitiva obsesión, el nuevo corpus que ha encarnado, probablemente para siempre».

Y sin estar conforme solo con esas palabras, voy en busca de mis respuestas:

¿Cómo te relacionas con la literatura?

La literatura para mí está relacionada con la educación materna. Ella me exigió siempre tener un libro a mano, y un cuaderno para escribir lo que pensaba de estos libros. Es un diálogo eterno con mi madre.

¿Y cuánto pones de ti en tus personajes, o en tus novelas?

La primera novela, y alguna de las posteriores, tienen una columna vertebral propia. Pero tienen mucha improvisación y muchísima ficción. Yo no he escrito nunca una novela autobiográfica. He escrito novelas que tienen mucho, muchísimo, un porciento muy alto de autobiografía. Pero no son plenamente autobiográficas.

¿Y de tu poesía en Posar desnuda en La Habana?  

Esta primera novela —que cronológicamente, desde el punto de vista de mercado, no es mi primera novela — tiene mucho de prosa poética. Sobre todo las primeras páginas y las últimas. Es una novela de imágenes, y eso la hace poética.

¿Crees que tu escritura prefigura un lector ideal?

No. Cuando empecé a darme cuenta del fenómeno de Todos se van y de las personas que compraban mis libros, pensaba: ¡menos mal que nunca pensé en escribir para alguien en específico!, porque me compran viejos, niños, jóvenes. Creo que uno escribe para decir lo que siente aunque nunca sepa quién se va a identificar con eso. El lector es un fantasma que uno nunca conoce.

¿Te sientes inserta —o lo intentas— dentro de alguna tradición o línea de escritura femenina?

Yo soy una persona que ama mucho a Dulce María Loynaz, que respeta a Fina García Marruz, a Reina María Rodríguez. Pero también me gusta mucho Gastón Baquero y soy una admiradora de Sigfredo Ariel, de Antonio José Ponte. Creo que si soy capaz de  llevar a mis páginas la mejor literatura cubana, me voy a morir feliz.

¿Qué significa para ti  volver a publicar en Cuba? Supongo que tengas muchas expectativas.

Bueno, esto es un paso muy importante para mí. Yo estuve silenciada en Cuba durante siete años, y estoy traducida a trece lenguas, menos al “cubano”. Esta sala llena indica que a la gente le interesa mi trabajo, y ojalá que cuando se lo lleven a casa quieran repetir con un próximo libro.

Yo creo que mi país es un país que aprende. Hemos aprendido juntos —mi país y yo—a entendernos, y a caminar hacia adelante.

Escribo y pienso. Sí. Mi país empieza a ser otro.

Escrito por: Camila Cabrera Rodríguez
Salir de la versión móvil