A bailar y gozar con la música digital

La antropóloga canadiense Alexandrine Boudreault-Fournier viene a Cuba por segunda vez para investigar cómo han impactado las tecnologías digitales en la música cubana con el proyecto MusDig, dirigido por la profesora Georgina Born, de la Universidad de Oxford, Gran Bretaña. Hace unos años estuvo en la isla por su tesis de doctorado sobre la cultura urbana en Santiago.

Seis especialistas escogieron países con diferentes niveles de desarrollo: Kenya, Argentina, India, Canadá… El objetivo era acercarse al consumo, circulación y producción musical, junto a los cambios socioculturales que nacieron con la digitalización; para luego trazar comparaciones, líneas cruzadas y paralelas.

Entonces Alexandrine volvió a Cuba, porque desde hace tiempo le atrae su riqueza artística, sus diferencias con Latinoamérica y con el resto del mundo. “Cuando uno empieza a estudiar sobre un sitio se va interesando más y más, ahora es como el lugar de investigación que más me ha gustado”.

Ante sus ojos foráneos resultó llamativo lo que para cualquiera de nosotros es cotidiano. De tal manera, cuando vio en plena calle a los compradores y vendedores de discos copiados, quienes además tienen autorización para ello, se dijo: “Ese es mi tema, olvídate de eso”.

El trabajo de campo fue intenso. De enero a julio de 2012, esta profesora de la Universidad de Victoria conversó con cuentapropistas y consumidores de música, entrevistó a abogados y artistas. Entre La Habana y Santiago fue acumulando un gran volumen de información, que más tarde le sería harto difícil organizar y escribir. Luego, los resultados confirman algunas conjeturas y plantean nuevas interrogantes.

Por el momento no hay leyes que rijan la propiedad intelectual ni el derecho de autor en esta actividad. Entre quienes comercian los CDs existe consciencia sobre los distintos “planos de legalidad” de la venta: permitida en el país pero censurable a nivel internacional. “Vender un disco de Celine Dion copiado en la calle no es algo común. No sé qué pensaría Celine al respecto, pero me imagino que eso podría causar problemas”.

Estos expendedores constituyen piezas clave en la circulación de la música en Cuba, porque el mercado del disco original en el país está virtualmente ausente. Entretanto, es imposible bajar el precio de las placas a causa del costo de producción.

El permiso para ejercer esa modalidad deviene sustento económico para muchos trabajadores y su familia, lo cual parece haber pesado como elemento importante en el proceso de aceptación institucional y legalización.

Las opiniones de los creadores varían. Para algunos es una competencia desleal, si bien reconocen que los artistas apenas obtienen beneficios del mercado musical; para otros, esta resulta una manera alternativa de que las personas accedan a sus canciones, aunque no están del todo conformes. Hay quienes compran su propia obra en la esquina, sin importar que alguien más gane con lo que es “suyo”. Incluso están quienes lo toman como broma: “Johnny Depp es una copia, nosotros somos los verdaderos piratas del Caribe”.

Sin embargo, hasta la fecha del estudio, la Sociedad General de Autores y Escritores (SGAE) o entidades homólogas como CENDA y ACDAM, no habían recibido queja oficial por parte de músicos cubanos, de modo que mientras tanto la situación se mantiene como un secreto a voces.

Otras conclusiones indican que el contenido circulante entre portales y puntos de venta no coincide con la política cultural cubana en general. “Vimos que era menos grave en la música, pero en la producción fílmica, audiovisual, no hay coherencia tampoco. Lo que rige este tipo de industria es la demanda de la gente”, explica Alexandrine.

Como sus investigaciones han sido de carácter etnográfico y cualitativo, ella ha vivido aquí lo que llama “inmersión cultural”. Eso significa aprender el lenguaje, ser sensible a las particularidades locales y nacionales, tener en cuenta la subjetividad y las condiciones históricas, así como un probado rigor ético.

Por el camino del acercamiento, la observación y el diálogo, se fueron develando “redes inteligentes” sobre la base de información -específicamente música- copiada de mano en mano, mediante memorias flash. Los dispositivos de almacenamiento vienen a desempeñar entonces el papel de Internet.

“La gran diferencia está en que el usuario es quien se mueve. Una consecuencia significativa se da en una serie de relaciones humanas, nexos personales: no tener conexión te obliga a ir a casa de alguien. Esa idea del contacto físico para intercambiar ‘textos’ digitales es fascinante desde el punto de vista antropológico”.

Se habla metafóricamente de “virus” y “contaminación”, como la forma extensiva y rápida en que se distribuyen los contenidos. Muchas letras de temas de reguetón y hip hop confirman esa transmisión “underground”. Tanto así, que Alexandrine encontró en varias computadoras exactamente los mismo archivos.

Cambiando la perspectiva, en su opinión el acceso limitado a las redes y la tecnología digital ha tenido algún saldo positivo para los artistas cubanos. Al no poder actualizarse sobre lo que acontece en otros lugares, no están “contaminados”, y sus creaciones serán originales, definitivamente únicas.

El proyecto MusDig se encuentra en fase de publicar libros y artículos en revistas especializadas, ofrecer conferencias sobre sus resultados investigativos, y formar una red profesional de interesados en estos temas, a través de su sitio www.musdig.org.uk.

La profesora canadiense tiene más planes de trabajo en Cuba, y para eso aprovecha la empatía que ya ha creado por aquí. “Como antropóloga vivo en ese ambiente, entiendo los miedos, los problemas, ‘la lucha’; pero también los éxitos de la gente, comparto esas experiencias y empiezo a identificarme mucho”.

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