Aplaude lo sentimental

Foto: Dazra Novak.

Foto: Dazra Novak.

Pasadas las ocho de la noche iba corriendo yo Galiano arriba, demostrando la impuntualidad típica de la gente de mi barrio, ese manejo sui géneris del tiempo que nos hace decir tantas veces ¡llego en quince! A lo que un interlocutor extranjero, curado ya de espanto, intentará descifrar: ¿quince minutos reales o quince minutos cubanos? Para qué mentirles, en realidad eran veinte los minutos de retraso cuando llegué a la entrada del Teatro América para asistir al homenaje a Elena Burke.
Afuera las barandas de contención mantenían a raya a un público variopinto que, claramente desesperado, hacía gala de otra frase de nuestro acervo popular: la esperanza es lo último que se pierde. Ninguno tenía entradas, pero allí estaban, con su insistencia, como rindiendo su propio homenaje a la señora sentimiento. Con notable angustia y cierta dosis de suerte, el portero vio mi mano agitando la boleta de entrada por encima de las cabezas y gritó, en buen cubano: ¡dejen pasar a los que sí tienen entradas!
De todos modos, sus gestos fueron de reproche por la imperdonable tardanza, aunque algo elegantes, incluso más que el traje que orgulloso vestía. Orgullosas también las señoras entaconadas que entraban a la par con sus moños enormes y sus cachetes hartos de rubor. Hacía tanto que no entraba al América que me sorprendió su cortinaje rojo, sus añejos juegos de living tapizados del mismo color. Me di cuenta entonces de que los otros se habían tomado más en serio que yo la indumentaria y, a fin de que me tragara la oscuridad de la sala lo más pronto posible, me lancé a todo trote escaleras arriba.
Basta ser cubano para saberlo, nada es perfecto. Cuando por fin mis ojos se acostumbraron a la oscuridad oteé el auditorio minuciosamente pero nada, allí no cabía un alpiste. Todas las butacas estaban llenas y, siguiendo a los que decididos se habían quitado tacones y habían sacado sus pañuelos del bolsillo, también yo acomodé mis posaderas en uno de los alfombrados escalones de un elegante América, igual de histórico que el viejo continente, solo que ahora más desenfadado. No sé por qué, se me antojó que esto a Elena le habría divertido mucho.
No tanto la primera parte del espectáculo, que estuvo un tilín aburrido. Al menos eso declaraba el público con su conversación que iba subiendo de tono hasta casi competir con los cantantes, hasta que algunos en butacas cercanas los mandaron a callar. Entre canción y canción, pasaban videos donde Elena hablaba de cuántas veces le habían tocado la campana en La corte suprema del arte, confesaba una vez que se le habían roto los tacones en pleno espectáculo y fue entonces que lo noté: el público reía divertido como si Elena estuviera ahí, la aplaudían como si ella pudiera escucharlos.
Aquella noche, más que la persona que había sido Elena, asombraba el público. La gente aplaudía con genuina efusividad a grandes como Ivette Cepeda, Osdalgia, Pedrito Calvo y a Haila, que cantó acompañada por las respectivas voces de las de Aida en aquel famoso video de la canción Amigas. El público cantó a la par, sin que nadie les pidiera hacerlo, y en las voces se percibía, más que la emoción al revisitar aquellos viejos y siempre mejores tiempos, ese respeto categórico de cuando el otro canta en grande lo que tú sientes por dentro.
Para cuando anunciaron la presencia de Farah María, el teatro en pleno se puso de pie y acabé por confirmarlo, Elena nos había convocado para que lo viéramos todo desde su punto de vista. De modo que admiré, despertado el orgullo por mi barrio, el otro espectáculo de más arriba. El de las señoras –algunas bastante mayores– que se llevaban las manos al pecho mientras otros abrían los brazos y cantaban a grito limpio aquel popurrí de temas que la diva iba imponiendo, imponente, desde el escenario.
Como si el tiempo –el implacable– no hubiera pasado. Como si no hubiera sido demostrado lo suficiente: la vida de mi barrio se vive a todo corazón desde la música. Así celebrábamos al final, todos de pie con Anacaona un homenaje para tu ausencia, lo llenas todo con tu presencia… Y sin embargo corridas las cortinas bajamos lentamente las hermosas escaleras en silencio. Y es que al ganar la gente la calle Galiano, rumbo a perderse dentro de sus propias vidas otra vez, todavía aplaudía en nosotros lo sentimental.

Salir de la versión móvil