Celia Cruz: Cantar una despedida

Celia Cruz

Celia Cruz

Uno puede llegar a pensar que de Celia Cruz en Cuba ya no queda nada. Que sus huellas han sido borradas por el tiempo después de su intempestiva partida allá por el lejano 1960. Que su reminiscencia ha quedado reducida solamente a su incomparable voz de contralto que se escucha escurridiza alguna que otra vez en algún hogar. Que sus familiares más cercanos se han marchado de Cuba llevándose todo el credo, toda la memoria elocuente de una de las más grandes divas de la cancionística hispana.

Pero no. Cuba es experta en guardar reliquias, es capaz de esconder entre sus entrañas la más inesperada de las historias, el testimonio perdido.

El álbum de fotos de la familia
El álbum de fotos de la familia

Santos Suárez, donde inició casi todo…

La barriada de Santos Suárez en La Habana luce aún como era. Según sus vecinos, no ha cambiado casi nada desde hace décadas. Estar ubicada en la periferia de la ciudad le ha concedido su porte legendario, aspecto de barrio ecléctico. A excepción de las avenidas que la atraviesan, sus arterias son idénticas. Para un extraño es bien fácil confundirse, llegar a imaginar que cualquier entrecalle te lleva a la misma entrecalle. Sino fuese por sus enormes parques, Santos Suárez viviera en un absoluto dejavú.

En este barrio nació Celia Cruz, en el mítico solar de las Margaritas. Si nunca se ha estado por aquí, no hay mejor punto de referencia que este solar. Todo el mundo sabe de su enclave, cómo llegar a él. Un amigo me indicó que en las Margaritas quedaba algo de Celia, un par de recuerdos, que los vecinos del solar guardaban especie de un museo bien humilde de la diva.

Información que a la postre no sería tan fidedigna. Bajo la sombra de un añejo portal, un grupo de hombres que se guarecían del potente sol casi se burlan de mí cuando les pregunté por el supuesto sitial. “¿Celia Cruz? ¿Museo?”, me increparon con la risa a flor de labio. “Entra si quieres y averigua, pero allí no hay nada de eso que tú buscas”, terminó por decirme uno de los vecinos con tono chasco.

El solar de las Margaritas desde afuera no parece un solar, sino la puerta de un almacén olvidado. El inicio es una escalera de concreto, de peldaños enormes y dispares. La entrada es bien estrecha, incómoda, después se ensancha en un pasillo interior.

Entrada del solar
Entrada del solar

En la primera casa, en la punta de la escalera, se encontraba Zoraida en una butaca de cuero reposando quizás la siesta. Zoraida es una negra bien mayor, delgada, con aspecto de santera vieja, su brazo izquierdo está totalmente torcido y con mucho menor volumen que su brazo diestro. De su cuello colgaban un collar de obatalá y otro de oggún, uno de sus ojos no abría del todo.

“¿Vengo buscando el museo de Celia Cruz?” – le pregunté. “¿Museo? Ella vivió en este solar pero aquí no hay ningún museo” – me dijo Zoraida. “Mira voy a llevarte donde Robertico que él debe saber algo, porque yo me mudé hace muy poco para acá”- me propuso adentrándose en el solar.

Cuesta creer que de este lugar manó el talento de Celia Cruz aunque ya no quede rastro alguno de su memoria. Por el pasillo inhóspito y sobrio que se estira hasta el fondo corrió de niña. Aquí descubrió la melodía de Paulina Álvarez, su ídolo en la infancia. Cada habitación escuálida del solar la oyó cantar. Aquí prendió a sus vecinos con su voz socarrona cuando entonaba canciones infantiles para dormir a sus hermanos menores.

Interiores
Interiores

“En el solar no hay ningún museo, lo que queda es su casa, pero la muchacha que vive ahí, no está ahora. Igual, en este lugar no queda nada de Celia. Lo más que te puedo decir es que una sobrina de ella vive al doblar la esquina”- testificó cordialmente el tal Robertico, vecino del solar.

La negra Zoraida me guió hasta la esquina próxima. Unos metros después pegó un grito al aire: “Lolina.” Instantes más tarde conversaba con la pariente más cercana de Celia Cruz que queda viva en Cuba.

“Lo único que pido es cantarle en su tumba”

Otro solar, sin nombre, pero igual de descarnado. Su entrada es más decorosa, pero su interior más macilento que el de las Margaritas. Algunas habitaciones bordean la escalera central que yace del fondo de la planta baja. La segunda planta acoge la mayor cantidad de moradas. En uno de esos domicilios vive Irene Hernández Ramos, conocida por todos como Lolina.

La habitación de Lolina es casi una buhardilla, un espacio de 10 metros cuadrados a lo sumo. Está completamente desaliñado, cualquier cosa está en cualquier lugar, sentirse de pronto sentado en su interior puede producir algo de repulsión. No tiene ningún tipo de aparato electrodoméstico, solo un triste y pequeño televisor en blanco y negro en el centro de lo que debe ser un multimueble.

Es plena tarde y la habitación casi que se hunde en la oscuridad. La poca claridad que hay en la casa entra por la puerta. Es un lugar quebradizo, que no debe recordar la última vez que algún plumero intentó desalojarle el polvo, la nata espesa y gris que resalta de los pocos objetos que hay en la habitación e incluso hasta del propio piso.

Lolina, la sobrina de Celia Cruz
Lolina, la sobrina de Celia Cruz

“Nací en el solar de las Margaritas. Mi mamá era Dolores, hermana de Celia Cruz. Ellos eran 4 hermanos: Dolores, Celia, Bárbaro, Gladys -vive en Estados Unidos-. También mi abuela tuvo dos hijos más, Normita y Japón, pero ellos fallecieron de muy pequeños.”

Lolina es muy cordial, bastante afable para sus 68 años. Vive contando los recuerdos de su tía, su impronta. Su rostro denota alguna similitud con Celia. Su voz es igual de fuerte. Cuando habla de Celia Cruz sus ojos se achican, expresan la crudeza de su ausencia, la notoriedad de la memoria.

“Celia nació en la calle Enamorados, después al mudarse para Subirana y más tarde para Lawton, en la calle Terrazas, comenzamos a vivir juntas. De niña siempre la acompañé a todos lados, a todas las emisoras de radio. Me celebró mi fiesta de quince años. Incluso quiso llevarme con ella para México pero mi padre no la dejó.”

“Siempre fue muy cariñosa, ocurrente, jocosa y extremadamente burlona. Una vez íbamos en un carro para Radio Progreso con Bola de Nieve y me dijo delante de él: sobrina, este hombre escupe cuando habla, tápate la cara cuando empiece a hablar. Siempre íbamos a verla actuar junto a mi mamá y mis hermanos. En este cuartico no nos faltaba nada, siempre nos traía cake, o cualquier otra cosa. En las navidades y el día de los reyes siempre nos hacía regalos. Mi mamá era la hermana que más apegada estaba a ella.”

El triunfo de la Revolución cubana en 1959 es el punto neurálgico en la vida de Celia Cruz. Desde ese instante la excepcional artista se desprendería de su tierra para lanzar su carrera en el extranjero.

Álbum de familia
Álbum de familia

Desde niña Celia fue el centro de esta familia, lo más preciado. Su carisma chispeante era el alma de los Cruz y los Alfonso. La decisión de abandonar Cuba traería consigo un letargo de angustia para sus más allegados.

“Eso fue muy duro para la familia. Mi mamá se puso muy mal. Recuerdo que la acompañamos al aeropuerto, todos íbamos muy tristes en el camino y ni hablar de la despedida final. A mi me hubiera gustado que se quedara pero esa fue su decisión, hay que respetársela. Mi abuela sufrió mucho cuando Celia se fue.”

Después de aquel día Lolina no volvería a ver a su tía nunca más. Pero se quedaría con uno de sus regalos más preciados: su apodo. Así la había bautizado Celia Cruz en su infancia. Además de su apodo, los únicos recuerdos que quedan de la diva en casa de Irene son un viejo álbum de fotos con algunas hojas sueltas y el rostro de Celia, recortado de la portada de una revista, anclado en lo alto del multimueble.

A pesar de los años que han pasado, Lolina, sueña con que su familia norteña la invite a viajar a los Estados Unidos. “No quiero vivir allí, mi país es Cuba. Lo único que pido es que me dejen cantarle en su tumba para despedirme de ella.”

Lolina durante la entrevista
Lolina durante la entrevista

La muerte de Celia Cruz

La vida en ocasiones depara consumaciones insospechadas, casi que cabalísticas. El 15 de julio de 1960 Celia Cruz dejaría su patria, se desprendería de su familia y amigos, pero créanme que nadie iba a predecir, ni el más capaz de los babalawos, ni el propio Nostradamus si estuviera vivo, que 43 años y un día más tarde, se despediría de su público para siempre.

Aquella mujer que a golpe de irrepetibles movimientos estridentes en el escenario se ganaría una estrella en el paseo de la fama de Hollywood, la que acuñaría su firma en el libro Guinness por su abarrotado concierto en Tenerife, la que por méritos propios clavaría una estampilla rebosante de éxito en una de las paredes del Madison Square Garden. Esa cubana, Celia Cruz, la de los 8 Premios Grammy dejaría de ser providencia para convertirse en leyenda.

“El día de su muerte yo iba a cobrar la chequera –pensión por el bienestar social- a Santa Catalina. Se me acercaron unos vecinos y me dieron la noticia. Aquí en Cuba se sintió la muerte como si ella estuviera con nosotros, dicen que la gente por el Prado salieron a llorarla.”

“En Estados Unidos eso fue apoteósico, las calles estaban llenas de cubanos despidiéndola por última vez. Un amigo me llamó para que pudiera ver el velorio en su casa porque él tenía cable –señal satelital-. Fue bien duro, se me partió el alma. Espero algún día por lo menos cantarle en su tumba, yo sé que ella me escucha y que va a complacer a su sobrina querida.”

Interiores del solar en el que vive Lolina, la sobrina de Celia
Interiores del solar en el que vive Lolina, la sobrina de Celia

 

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