Frank Delgado: “Haber estado medio prohibido tiene su encanto”

Frank Delgado en su peña del Almendares. Foto: Regino Sosa.

Frank Delgado en su peña del Almendares. Foto: Regino Sosa.

Frank Delgado creció pensando que lo que corría por la alcantarilla frente a la casa de su abuela era un río. Entonces creía también que las almas subían al cielo porque así lo repetía el encargado de despedir los duelos cada vez que alguien moría en Consolación del Sur.

“Me llamaban la atención los entierros, que se hacían con una comitiva a pie desde la funeraria o la casa del difunto hasta el cementerio. Me sumaba al cortejo por curiosidad, porque en La Habana no existía una relación tan cercana con la muerte”.

Se mudó a la capital con cuatro años, pero pasó en Pinar del Río casi cada fin de semana hasta que tuvo 12. Los patios del pueblo le parecían interminables y los muros, vigas de equilibrio. Tanto como en los recovecos del campo, disfrutó jugando con los instrumentos de su abuelo veterinario.

“Tenía jeringuillas, estetoscopios, medicamentos, cosas que guardaba muy organizadamente y que yo le fui acabando poco a poco”, evoca.

Aquella fue “la patria, el pequeño cosmos” de Frank Delgado. En esa tierra que conoce “de arriba a abajo” tomaba toda la malta con leche que quería, la carne de puerco se guardaba en latas de manteca, cuatro familias compartían un refrigerador y en los techos las lagartijas corrían con libertad y tejían las arañas.

Pasado el tiempo, aquel niño se hizo trovador. El muchacho de Vueltabajo al que diariamente su padre obligaba a leer la prensa aprendió a ser DJ para subsistir y adquirió un Lada, aunque no sabe manejar.

Con la imagen de Santiago Feliú en el pecho y la mirada alerta, dice que a su edad hay quien vive de la leyenda: “Yo hubiera querido hacerlo también, pero vivo del día a día”.

"La Nueva Trova me la impusieron primero, pero luego me gustó muchísimo." Foto: Regino Sosa.
“La Nueva Trova me la impusieron primero, pero luego me gustó muchísimo.” Foto: Regino Sosa.

¿Qué recuerdas de tu infancia en Minas de Matahambre?

Nací allí en una buena casa de madera. Mi padre trabajaba como pagador en las minas cuando les pertenecían a los norteamericanos. Era un hombre muy confiable y se ganó la fama de ser tan honesto que apenas tenía lo necesario para vivir.

Al formarse el Ministerio de Industrias vino para La Habana a trabajar. No obstante, mis mayores y mejores recuerdos los guardo de Consolación del Sur, donde vivían mis abuelos y tenía muy buenos amigos. Fuera de La Habana la gente suele tener mejor corazón, es más noble, menos egoísta. En cualquier lugar del mundo el capitalino tiende a ser más pícaro.

¿Qué te dejó tu formación militar?

En 1972 entré por seis años a la escuela Camilo Cienfuegos, que era la mejor que había en Cuba y donde todo padre quería que sus hijos estudiaran. No entré pensando en ayudar a la patria, sino porque adoraba los uniformes, hechos de un tejido coreano que daba un calor tremendo, y las llamadas gorras de plato.

Fue una vida militar entrecomillas; aunque un poco dura para un muchacho de 11 años, me acostumbré a la rutina.

Allí aprendí a tocar la guitarra. Ese fue el tiempo del rock and roll, que era la música que preferíamos pero había que oírla clandestinamente.

La escuchábamos en las noches de domingo, bajo un pararrayos al que enganchábamos un radio. Teníamos una especie de peña donde nos sentíamos un grupo de iluminados. Participábamos en actos políticos y memorizábamos las canciones de Silvio.

Cuando fui a estudiar Ingeniería Hidráulica ya hacía parodias. Cogía canciones hechas y les cambiaba la letra para hacer algo de verdad gracioso. Empezaba a sonar entonces un trovador llamado Alejandro García, que influyó mucho en mí. No tenía grabadora en aquel tiempo, pero mi oído era casi absoluto. Escuchaba las canciones dos o tres veces y me las aprendía detalladamente, desde la melodía hasta la letra.

La Nueva Trova me la impusieron primero, pero luego me gustó muchísimo. Mi primer intento de canción fue la que le regalé a una enamorada. Era una copia descarada de una secuencia de Mónica, de Hotel California. La impresioné, a pesar de que no quiso creer que era mía.

Foto: Regino Sosa.

Piensas que “el trovador es como un triatleta del arte porque es músico, poeta e intérprete”, pero te gusta más la narración que la poesía…

Siempre hay unos artistas más completos que otros. ¿Quién duda de que Pedro Luis Ferrer sea muy bueno haciendo las tres cosas? Lo que pasa es que la génesis de la Nueva Trova es muy poética. Noel [Nicola] y Silvio [Rodríguez], por ejemplo, estuvieron muy vinculados a lo que fue la poesía de vanguardia en Latinoamérica. Silvio tiene mucho de la poesía sensorial de Vallejo.

Mis primeras canciones trataron de emular con esas canciones y terminaron siendo metáforas muy ridículas. Las tengo todas archivadas y de vez en cuando las releo y aprendo de lo que hice y no me gustó. No fui ni soy un genio. Mi música es resultado de un proceso de aprendizaje del que no me he cansado. Todavía veo cosas que no he hecho, que me asombran, que quiero aprender. Me ha ido bien así y pienso no parar ahí.

¿Por qué consideras que no has estado de moda, pero sí presente?

Yo me he tomado muy en serio mi profesión. Hubo una época de mi vida en que no tenía prácticamente nada material. Lo único que tenía era un patrimonio intangible: mis canciones.

Siempre me ha gustado estar presente pero nunca he compuesto con fórmulas ni ánimos de trascendencia. Hago canciones porque necesito hacerlas. A veces me pagan por cantar, pero otras pago para que me dejen hacerlo porque tengo que probarme ante el público. La gente no me recuerda por la música de una película o novela. Mi público no es muy grande, pero sí muy fiel.

Soy un trovador menos bohemio que antes, pero sigo sintiéndome joven. Por lo menos las ganas de cantar no me han disminuido con los años. No vivo de la música, sino para la música. No sé si un día tendré que tomarlas para alquilar la casa, pero hasta ahora mis inversiones se dedican a seguir perfeccionando lo que hago.

"Mi público no es muy grande, pero sí muy fiel". Foto: Regino Sosa.
“Mi público no es muy grande, pero sí muy fiel”. Foto: Regino Sosa.

¿Crees que el tener que vivir del día a día se debe a que has sido un contestatario?

Por supuesto. Tengo muchos amigos que tienen un discurso más ligado a la Revolución y son mejor tratados. Las cosas que yo hago tengo que lucharlas. A mí no me invitan a tocar aquí y allá. No he sido nunca mediático, pero el haber estado medio prohibido tiene su encanto.

¿Pero tampoco te has propuesto serlo…?

A mí nunca me han agradado las tribunas. Las he hecho, pero poco. Su estética no me gusta. Creo que la televisión, por ejemplo, a veces no ayuda. Yo voy allí cuando tengo algo que anunciar o decir. He declinado muchas invitaciones a grabar programas porque no sé qué puedo aportar yendo.

¿Hasta qué punto Frank Delgado es hoy más serio que antes?

He trabajado más últimamente. Soy de una época en que se cantaba por el puro placer de cantar. Empecé a cantar en 1979 y daba igual entonces si lo hacía en una empresa de bisutería o en un parque. Conseguir un lugar donde actuar, cualquiera que fuera el espacio, era un lujo. No obstante, lo más grande era reunirnos después de tocar, ir de un lugar a otro, cantarnos. Siempre he dicho que los trovadores somos como masones porque nos unimos en torno a una misma idea y respetamos el quehacer de los otros.

Hasta 2007 vivía de los mecenas y era un muerto de hambre casi con 50 años. Eso me hizo replantearme mi vida y entender que no tenía nada, más que un colchón y dos guitarras de las que estaba muy orgulloso. Había dificultades para registrar mi música, me propuse crear condiciones para grabar e hice un estudio.

Foto: Regino Sosa.
Foto: Regino Sosa.

Algunas de tus canciones más conocidas, como “Gallego”, “Cuando se vaya la luz mi negra” y “Utopía”, las escribiste en el Período Especial. ¿Qué significó esa etapa para ti?

En el Período Especial me di cuenta de que tenía una capacidad de resistencia tremenda. Fue una época que me inspiró y entretuvo muchísimo. No quiero que vuelva, pero me hizo creativo y había muchos lugares donde tocar. Me lo pasé en una bicicleta negra Forever, que tenía un cajón detrás y en él iba echando lo que encontraba de comida por la ciudad. Luis Alberto García la bautizó un día como “la agrobicicleta” de Frank Delgado.

Hice mucho para sobrevivir. Los momentos extremos a veces desatan la ingeniosidad del ser humano. Sé que hay muchos que no lo vivieron como yo y no tenían ni energía para montar una bicicleta.

Por mucho que se cierre una puerta, la imaginación y la necesidad hacen que se abra otra.

Soy un compositor compulsivo. Andaba en los 90 con los ojos muy atentos, viendo todo lo que ocurría a mi alrededor. “Embajadora del sexo” nació de las mujeres que veía en 5ta Avenida cada vez que iba a casa de mi madre. Siempre estaban en el mismo lugar y un día me dijeron que esperaban extranjeros y que se les decía “jinetera”.

Mientras menos cómodo uno está más visión tiene. Cuando uno acumula patrimonio tangible, por decirlo de alguna manera, y se protege, se encierra en una especie de urna y menos ve. Yo sé de lo que pasa en la Cuba de hoy, sé de precios y escaseces, aunque no soy el mismo de la bicicleta de hace 25 años.

¿Crees que hay una crisis cultural en Cuba?

Yo digo que estamos en los estertores de la cultura y hay muchos factores que han llevado a eso. Soy de otra época y por eso me horrorizo viendo a un músico que se ha comprometido para tocar en un lugar y rompe su palabra solo porque en otro lugar van a pagarle mejor. Sigo tocando por amor al arte en todos los lugares donde me parezca que vale la pena hacerlo, como lo hago cada sábado en el anfiteatro del Parque Almendares.

Lo que tengo allí es un oasis, pero la realidad va por el camino de la música de gran consumo. Conozco trovadores que son hosteleros, taxistas, gastronómicos. Desde hace siete años mi trabajo como DJ en una discoteca es lo que me da lo suficiente para pensarme dónde tocar.

Asimismo, vivimos una revolución digital en la que cada cual escoge su diversión, pero a mí me la impusieron. En mi época solo había cine y literatura. Cogía mis ahorros para comprar libros que vendían en 30 o 40 centavos. Hoy el mundo es audiovisual, cada vez con menos imaginación. Antes uno tenía más tiempo para cargar el cerebro con cosas útiles y la gente se enfrentaba de otra manera a la obra artística. Hoy cuesta más trabajo porque hay muchas carencias y más opciones.

Me he sorprendido hablando de películas que nadie vio y música que nadie escuchó, y al mismo tiempo persiguiendo el último capítulo de Game of Thrones. Pero, amén de que hay músicos que se adaptan a lo que la gente quiere para poder sobrevivir, hay muchos jóvenes interesados en la poesía, la trova, la historia.

Diego Gutiérrez fue uno de sus invitados a la peña. Foto: Regino Sosa.
Diego Gutiérrez fue uno de sus invitados a la peña. Foto: Regino Sosa.

¿Qué decisiones tomarías si fueras un funcionario de la cultura?

Si se quiere salvar la cultura la solución no está en prohibir, sino en subvencionar como se subvencionan en el mundo las orquestas sinfónicas, los coros, algunos festivales. Sigue habiendo pocos espacios para los trovadores y eso contribuye a que la competencia la ganen totalmente los reguetoneros.

Hay que crear mecanismos para hacer más inmediato el pago de los artistas y repartir mejor los presupuestos. Es preciso organizarse. Lo privado está por encima de lo estatal no solo porque paga y trata mejor, sino porque es más dinámico y creativo.

Por otro lado, hay que reparar y mantener los teatros. Si bien el Estado sigue teniendo los mejores lugares, es como la serpiente que se muerde la cola.

No se trata, por ejemplo, de prohibir el reguetón, sino de dar opciones, de contrarrestarlo y equilibrar la balanza. Muchos pensaron que lo del reguetón no duraría mucho, pero el problema no está en el ritmo, que es tan válido como cualquier otro, sino en lo que encierra, en su contenido, en su entorno. Puede resultar machacón, como un merengue o la rumba, pero el problema está en su letra.

¿Qué piensas sobre la apertura cultural entre Cuba y Estados Unidos?

Es bueno ver como algo común que David Torrens esté hoy aquí y mañana en Miami. Parte de la gente que está allá es el público que tuvimos hace diez años, pero la oportunidad debería ser recíproca. Hay gente que no es enemiga pública de Cuba y que no puede venir con libertad. Es el caso de Alexis Valdés y Malena Burque, por ejemplo. Tampoco pasaría nada si viniera Willy Chirino un día y cantara en Consolación del Sur.

Las tensiones no conducen a nada. Tal vez lo veo así porque no tengo muchos prejuicios ni miedos. No se trata de un enfrentamiento político; solo hay cultura en el medio.

Peña de Frank Delgado en el Almendares. Foto: Regino Sosa.
Peña de Frank Delgado en el Almendares. Foto: Regino Sosa.

He escuchado que eres religioso. ¿Es cierto? ¿Qué significa la religión para ti?

Siempre digo que los cubanos tenemos religiones de diseño; una religión fusión que mezclamos a nuestra conveniencia. Me encanta la libertad que tenemos para invocar a todo el que queramos o necesitemos. Por nuestra herencia española y africana somos muy místicos y creemos en la protección del más allá, a pesar de que cada religión tiene sus cánones. Es un problema de fe y de cultura.

He estudiado mucho la religión afrocubana por la música y la teatralidad que encierran sus mitos. No soy creyente ni tampoco ateo, gracias a Dios, como decía Mario Benedetti. Todos nos encomendamos en un momento dado a ciertas potencias, aunque a veces no sepamos dónde se encuentran o cómo actúan. Es muy difícil desanimarme con algo.

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