Frank Fernández: “No se puede hacer algo bueno sin ser fuerte”

Foto: Tomada de Cubarte.

Foto: Tomada de Cubarte.

Allí, en las paredes, están Flora, Lam, Portocarrero, Lara, Fabelo. A su manera, todos han recreado el mismo virtuosismo oriundo de Mayarí, la misma nariz recta, la misma frente amplia.

Allí huele a madera, tabaco e incienso. En la habitación hay una mesa robusta y desde la cocina llega el aroma del café.

Allí espero hasta que llega Frank Fernández. Son las 11 de la mañana y me advierte que su cerebro no empieza a funcionar hasta el mediodía porque acostumbra a trabajar de madrugada.

Estamos allí, en el estudio que tiene cerca de 5ta Avenida. En alguna parte debe haber un piano, pero no logro verlo. Durante 87 minutos puedo hablar con uno de los hijos más ilustres de esta Isla. Un músico versátil, intenso, universal.

Hace poco más de doce meses viajó por primera vez a Estados Unidos, y Chicago lo recibió con una ovación respetuosa. Fanático del fútbol catalán, el graduado del Conservatorio Tchaikovski de Moscú le ha dado la vuelta al mundo junto a Beethoven, Liszt, Bach, Chopin, Schumann, Lecuona, Cervantes…

Algo en él tiene la constancia de Alí en el cuadrilátero, el ritmo de Guillén, la personalidad de hierro de Vallejo. Fernández encarna lo mejor del panorama pianístico de la contemporaneidad cubana, avalado por más de 200 registros discográficos, igual cantidad de lauros y condecoraciones, y unas 650 obras para disímiles géneros y formatos.

Definida por Mirtha Aguirre como la de un intérprete ideal, su figura se mueve dentro de los límites de una divisa a la que apela con total convencimiento: “Yo amo profundamente al ser humano”.

¿Por qué el arte tiene la virtud de romper hielos entre las personas con más facilidad que los discursos?

La recarga de discursos teóricos sobre problemas políticos, sociales, económicos, provoca un rechazo insoportable. Aunque de eso salvaría discursos de Eusebio Leal y Fidel Castro, que más que teoría son excelente prosa poética. La reiteración no solo no tiende puentes, sino que agota, especialmente a los jóvenes.

El arte es la primera y más fuerte expresión del espíritu; es, como dijera Martí de la música, “el hombre escapado de sí mismo”. El arte sana corazones y constituye un reflejo de la individualidad, de la diferencia. Porque por mucho que queramos unificarnos y emparejarnos por dependencias o hábitos culturales similares, estoy convencido de que una de las maravillas de la creación es la diversidad, esa forma en que cada ser humano es un universo pleno, aunque fisonómica, antropológica y psicológicamente nos parezcamos unos a otros.

Pero también existe lo que nos une…

En esa diversidad es muy difícil convencer, hacer que multitudes piensen igual. Sin embargo, no hay nada que unifique y que tenga un poder de comunicación mejor que el arte. Por ejemplo, el fútbol recauda más dinero, aglutina más personas y tiene una fuerza masiva. Pero, a diferencia de la cultura deportiva, la artística da mayor posibilidad a la individualidad para que aporte, a favor o en contra.

Específicamente el arte musical –que es la más dialéctica de todas las artes porque un segundo después de haber tocado una pieza la vuelves a tocar y ya suena diferente– colma el espíritu y transmite las emociones como ninguna otra cosa puede hacerlo.

Si el artista es bueno, te persuade de que su andar, su sentimiento, su palabra, son buenos. De ahí el peligro tan grande que tiene cualquier movimiento político, revolución, sistema, con la cultura artística.

Cada individuo que se convierta en un intelectual o artista destacado, es un ideólogo. Guste o no. Esté aprobado o no. No es algo que el artista se proponga, sino que ocurre porque no hay nada más fuerte, sensible y valioso dentro del quehacer humano que el arte. Es capaz de hacerte reír o llorar. Es capaz de hacerte olvidar.

Foto: Tomada de cubaheadlines.com
Foto tomada de cubaheadlines.com

¿Por qué piensa que son de mal gusto las comparaciones que se hacen entre la música popular y la clásica?

Eso estaba bien en el siglo XIX. El desarrollo de lo popular y lo clásico no es un problema artístico, sino socio – económico. Las grandes academias solo recibían a las personas que pudieran pagarlas. Entonces, los otros maravillosos amantes del arte, que no tenían dinero, quedaban como especie de juglares.

Desde tiempos inmemoriales, existían los maestros cantores, los trovadores (que eran de la alcurnia) y también los cantores populares. La única diferencia que existe es que, en la mayoría de los casos, hay mayor erudición en la llamada música clásica o culta, donde las obras son más largas, exige conocimientos de orquestación, elementos técnicos… Pero no por eso es más importante. ¿Quién dice que valen más los conciertos de Tchaikovski que Perla Marina? Lo que verdaderamente vale es hacerlo bien.

Otra cosa muy distinta es afirmar que el gusto se educa. Ese gusto se forma pasando por la familia, el barrio, la escuela. Pero ahora hay niños que, sin llegar a la escuela, ya tienen Internet. Sin que parezca que estoy en contra del avance tecnológico, debo decir que el mundo globalizado convierte la comunicación en un producto comercializado por transnacionales, que se han encargado de maleducar el gusto de las grandes masas y de alimentar la pérdida de valores éticos y estéticos.

¿Entonces piensa que hay una crisis de la cultura?

Con gran tristeza tengo que reconocer que estamos inmersos en una terrible banalización de la cultura. Hoy vemos a grandes expositores de la música mundial, gente con increíble calidad vocal, fama y dinero, haciendo música de muy poca calidad. Sacrifican la estética de la buena música y la única explicación que puedo encontrarle a eso es que se trate de personas que no quieren dejar de estar en el centro del mundo. No les hace falta más riquezas, sino alimentar su ego.

Cuando se está dispuesto a bajar un escalón, uno corre el riesgo de traicionarse a sí mismo. Si ese es el caso de un famoso, imaginemos a un joven músico. ¿Preferirá ser concertista y cobrar 450 pesos cubanos? ¿O dedicarse a hacer mala música popular porque es más lucrativo? La banalización cultural no es un fenómeno exclusivo de Cuba, pero nunca pensé que podría afectar tanto a esta Isla.

¿Qué haría para frenar eso?

Lo primero que habría que hacer es no prohibir nada. Habría que mostrar todas las opciones. Tenemos una política cultural clara, pero no podemos seguir insistiendo sobre lo mismo. No podemos culpar solo a la televisión de transmitir lo peor, habría que incluir también a los ministerios de Cultura y de Turismo, las fiestas, la propia educación en la familia.

Como se dice en la calle, estamos de león para mono. Por una vez que un músico bueno pega en la diana, hay 99 malos que son certeros.

¿Por qué Frank Fernández es una persona inclusiva?

En los 72 pocos años que he vivido me he dado cuenta que ninguna riqueza material es capaz de dar la felicidad. Creo que para salvar la raza humana no basta con que tengamos dinero. No se puede seguir con responsabilidades a medias. No podemos decir que tenemos “cierto” deber de no arrojar la basura o evitar que los ríos se sequen.

Las personas piensan “ese problema no es mío”, “el problema de decir la verdad en la prensa es asunto de los periodistas”… No. Es un asunto de los periodistas, de los dirigentes de los periódicos, pero también nuestro. Tenemos la obligación de decir la verdad y para eso no hay que esperar a que un periodista valiente lo haga, como tanto se pide en Cuba. Todos somos responsables.

Foto: Tomada de cubaheadlines.com
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¿Incluso usted?

Yo me siento culpable de lo que ocurre con la cultura. Tendemos a ver la paja en el ojo ajeno, a creer que la culpa es de otros. Detesto cuando la gente dice: “Tenemos que salvar el planeta”. El planeta va a sobrevivir inundado, incendiado o congelado. Los que pereceremos seremos nosotros, la raza humana. A quienes hay que salvar es a nuestros nietos.

¿Hasta qué punto se siente responsable por este país?

Desde hace mucho tiempo estoy completamente comprometido con mi patria. Yo soy de los que digo que el arte no tiene patria, pero los artistas sí. Un chino puede ser un excelente intérprete de Beethoven y un cubano, de Rajmaninov o Tchaikovski; pero no cabe duda de que, como seres sociales, pertenecemos a lugares específicos y yo he entregado todo el esfuerzo que he podido a la cultura cubana.

Lo que pasa es que una golondrina no hace verano y hacen falta muchas gotas para hacer un aguacero. Los que administran la cultura, los que conceden los presupuestos, las personas que están conscientes de que ningún país puede sobrevivir muerto de hambre, no pueden olvidar que, junto con la agricultura, hay que cuidar la cultura. No hay economía sin cultura. No hay desarrollo sin cultura.

Yo entiendo que nadie puede disfrutar de un concierto con la barriga vacía, pero tampoco podemos llenarle la barriga a la gente y tener el mejor transporte del mundo, a costa de vender un pedazo del alma.

¿Con qué Cuba sueña usted?

Un trabajo que leí hace poco preveía un mayor desarrollo para 2030, pero quisiera que yo y muchos otros cubanos que podrían no estar vivos para esa fecha tengamos la posibilidad de verlo antes. Sin embargo, tampoco quiero que la gente tenga el cerebro y el alma vacíos.

Durante el Período Especial, pregunté cuál era el país con mayores riquezas per cápita y me dijeron que era Luxemburgo. Lo visité entonces y descubrí que, además de ser el más rico, era el de mayor por ciento de suicidios. ¿Por qué? Porque tenían lagunas en el alma. Tenían tan resueltos los problemas materiales, que no sabían cómo conseguir la felicidad.

Creo que eso invita a meditar sobre la necesidad de salvar la cultura, en esta búsqueda por lograr un avance económico que permita que la gente esté contenta y pueda tener su casa y su apartamento. Si hay un pueblo noble, cariñoso, solidario, altruista, ese es el nuestro. Pero ese mismo pueblo no puede olvidar las tradiciones, los valores culturales que conforman la identidad nacional.

Recuerdo que una vez le expresé a Vilma Espín mi preocupación por que se estuviera olvidando la letra del Himno Nacional porque a alguien se le ocurrió que era mejor que fuera instrumental y que así se escuchara en los centros educacionales. Fíjate cuántas veces las personas cantan el himno y solo mueven los labios porque no conocen la letra.

Pero no solo el himno, el escudo y la bandera son elementos que constituyen el alma de la patria; también lo son los géneros musicales, por ejemplo. En poco tiempo, nadie conocerá ni siquiera el Quiéreme mucho de Gonzalo Roig, por no hablar de La tarde, de Sindo Garay.

Puedes construir 17 mil teatros, pero no fabricar las costumbres con arena y cemento. Durante largo tiempo esa ha sido tarea de muchos hombres y mujeres; de miles de personas esforzadas. Debemos evitar que lo intangible de la cultura se pierda.

¿Por qué dicen que usted tiene un carácter duro?

Porque debe ser cierto. Yo lo acepto porque cuando lo dice mucha gente, debe ser verdad. Pero tampoco conozco a nadie que haya hecho algo bueno en su vida sin ser fuerte. Una cosa es ser temerario y otra es ser valiente, disciplinado, tener temperamento. No hay obra que se pueda hacer con flojera, como muestra el caso del bateador que se para en el home esperando a dar un jonrón, sabiendo que una bola rápida podría darle en la cabeza y matarlo.

Fuerte no significa duro. El éxito de cualquier faena no puede ser un concurso de simpatías y, cuando uno es fuerte, siempre enfrenta a personas débiles de carácter que solo pueden lograr algo en la vida burlando la ética, el prestigio y el respeto.

¿Qué papel juega la adrenalina dentro de su creación artística?

El primer placer que da la adrenalina es el de sentirse vivo. Lo que más me gusta es aceptar el riesgo, a pesar del temor que trae consigo la adrenalina. La vitalidad nos lleva a enfrentar, a asumir, a tener algún propósito. Siempre evoco una costumbre que existía en tiempos de los mosqueteros, cuando tirar un guante era señal de desafío. Nunca me ha gustado dejar ningún guante en el suelo. Hay que luchar por salvar la honra siempre. Vuelvo a citar a Martí porque todos sentimos miedo, pero “en los momentos de peligro, lo menos peligroso es ser valiente”.

Yo te garantizo que todo ser humano siente temor, pero no hay nada más satisfactorio que enfrentarlo. Es tan compensatorio, que solo así vale la pena vivir.

Foto: Tomada de cubaheadlines.com
Foto tomada de cubaheadlines.com

Según ha asegurado, existen tres grupos de pianistas: el musical, el fuerte y el artista. ¿Cómo los definiría? 

Eso lo aprendí en la Unión Soviética. En Rusia, donde estudié cinco años y medio. Eso está muy claro, los intérpretes tienen musicalidad, pero esa es una cualidad fisio-psicológica que no basta. La fortaleza se asocia a la técnica poderosa, a buenos reflejos psicomotores. Se puede ser fuerte y no musical. Y el artista viene a ser la máxima expresión de lo que se logra con fuerza y musicalidad, de crear un mundo de estados anímicos que lleguen a tocar a las personas y hacerles sentir lo que siente el autor.

La gloria mayor, la dicha más grande, debe ser el aspirar a ser un artista. No importa si eres bailarín, pianista o cantante. De esa forma, se crea una especie de hipnosis en la gente que hace que no se piense en la técnica. Cuando estés oyendo a un artista y estés pensando en lo rápido que toca, ahí no hay un artista. El verdadero artista busca transmitir la creación de forma tal que, después del concierto, pienses en los atributos que tuvo.

¿Cuánto de preparación física necesita un pianista?

Yo diría que igual que un deportista o un bailarín. Solo así se soporta el rigor de crear los reflejos motores para ejecutar las infinitas dificultades físico – técnicas que demanda la interpretación del piano o de cualquier otro instrumento. Lleva muchas horas de entrenamiento, de concentración. Por mucho talento que se tenga, nadie nace con una técnica desarrollada. Ni siquiera los niños prodigios.

Los primeros reflejos importantes para un intérprete se conforman cuando está en el vientre de su madre. Por eso es bueno que las embarazadas escuchen música. Desde la gestación hay que preocuparse por eso. Ya desde ese momento se está formando lo que después se convierte en virtuosismo, destreza, fuerza, agilidad, independencia. De los 0 a los 3 años de vida se organizan las principales combinaciones genéticas y, muchas veces, a los 3 años es que empezamos a determinar qué música debemos oír.

¿Qué piensa un pianista en medio de una ejecución? ¿Solo cabe pensar en la partitura?

En realidad, en el 90 por ciento de los casos estoy inmerso en el proceso creativo, y cuando suceden lapsus –que sí suceden– estoy a un milímetro de equivocarme, de fallar. En ese instante, hay que luchar por mantener la senda. Es muy difícil y lograrlo depende de que el público te ayude con su silencio.

No hay nada más halagador para un artista que el silencio. Eso ayuda más que los aplausos, al igual que un teatro con buena acústica, que es algo de lo que carecemos en Cuba. Nos preocupamos de que esté bien pintado y tenga cosas bonitas. Ya es hora de que cada vez que arreglemos ese tipo de instalación pensemos (en el caso de la música es imprescindible) en cómo va a sonar. A veces hacemos cosas maravillosas, costosísimas, y cuando las terminamos es que nos preocupamos de cómo se escucharán los sonidos y el silencio.

No olvidemos que Beethoven dijo una vez que el silencio podía ser tan dramático o más que un sonido. Hay que saber escuchar el silencio, que suena, canta y te ayuda a meterte dentro de ti mismo, que es la manera más rápida y fuerte de tocar a los demás.

¿Qué es para usted un maestro?

Yo creo que entre los seres humanos dedicados a los demás, entre los primeros escalones –si no el primero– se encuentra el maestro. No solo le deja un pedazo del alma a cada alumno, sino que vela por que aprenda y por que lo que aprenda le sirva para la vida. Es un evangelio vivo, que implica un fuerte sacrificio. Creo que el maestro debería cobrar varias veces más que el artista. Normalmente, cuando se triunfa, se reconoce al artista y cuando se falla, la culpa es del profesor.

Y sus manos… ¿Qué son sus manos?

Dentro del aparato pianístico, el punto físico más cercano a ese milagro que es la creación. Pero yo no creo que se toque con las manos, sino con el cerebro. Hasta que ellas me lo permitan, estaré buscando el sonido y el silencio más diverso y preciso que me permita transmitir los infinitos estados anímicos del ser humano.

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