Hablamos africano: Arturo O’Farril sobre el intercambio Cuba-Estados Unidos

Chano Pozo y Dizzy Gillespie en 1948. / Foto: Allan Grant

Chano Pozo y Dizzy Gillespie en 1948. / Foto: Allan Grant

Arturo O’Farril, el hijo de Chico, es uno de esos músicos que lleva su genialidad más allá del escenario. Los amantes del jazz en Estados Unidos lo saben, y los habaneros lo han podido comprobar en las visitas que este ha realizado a la ciudad durante el festival Jazz Plaza, cuando habla de música como si hablara de filosofía (y qué sino es la música después de todo). Ahora en estos tiempos de cambio, O’Farril convoca en este texto publicado en JazzTimes a continuar una de las más hermosas conversaciones que ha dado la historia. Se necesitan, de ambos lados del estrecho de la Florida, muchas voces como la suya.

Por: Arturo O’Farrill

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En 1947, Chano Pozo y Dizzy Gillespie empezaron una conversación. Buscando un sabor exótico para sazonar su música, Dizza le pidió a Mario Bauzá que le recomendara un percusionista. Los dos hicieron buenas migas, y es famosa la frase de Dizzy, “El no habla inglés y yo no habla español pero ambos hablamos africano”.

Dizzy estaba en claro. Él y Chano se reconocieron mutuamente. Ninguno vio al otro músico como un subconjunto de su propio arte. Todo lo contrario, ellos descubrieron una información vital –una pieza faltante en su entendimiento sobre ellos mismos y de dónde procedían musicalmente.

Frecuentemente, para entender hacia dónde vamos, uno debe saber de dónde viene. Y de ese modo la conversación comenzó con una señal que fue trazando las futuras direcciones y posibilidades para esta genial forma del arte.

Entonces, en las proverbiales palabras de los profetas, las cosas se jodieron. Chano fue asesinado en un bar en el 48. Una ideología gobernante fue cambiada por otra y sobrevino un gran divorcio. Dos pueblos que estaban culturalmente enamorados entre sí fueron separados y la conversación fue interrumpida. Con el tiempo, incluso el gran Dizzy Gillespie se unió a los ancestros.

Oh, aún tenemos algunas imitaciones de conversación. Instituciones de jazz y festivales han tenido de un 10 a un 15 por ciento de su programación enteramente dedicada al “Latin” jazz, pero continúa siendo ampliamente ignorado por los programas educativos de jazz. Afrontémoslo: La mayoría de esos espacios no entienden la premisa que Diz y Chano comenzaron a ver, que estas dos tradiciones musicales estaban en realidad tan entrelazadas que esencialmente eran dos caras de la misma moneda.

La mayoría de los músicos de jazz miran hacia la música cubana con gran interés. Ellos, vestidos con sus batas de laboratorios, destacan cuán exóticos son esos ritmos alocados. Por su parte los músicos latinos ponen el jazz en un pedestal de mármol y veneran a esos poderosos gringos y su jerga. Ninguno de los dos lados es aceptado completamente por el otro, ninguno de los dos lados entiende que son coherederos de un poderoso río que fluye desde la riqueza de África. Somos como unos ciegos que piensan que el tronco que estamos tocando es un elefante.

Los muy estúpidos insisten en que el suyo es el elefante. En estos días oscuros aún tenemos tipos por ahí diciendo que el jazz es un invención norteamericana y es la música clásica de Estados Unidos. Decir eso es lo mismo que decir que la música clásica es un invento de Austria. El jazz es un océano infinito nacido de un cataclismo llamado trata de esclavos, un grito de victoria sobre la opresión y el sufrimiento ocurrido a lo largo de las Américas. Esto no suena bien en los salones del elitismo y el nacionalismo. Es una verdad universal que no pertenece a ningún hombre ni a ningún país. Por cierto, el jazz no necesita ser llamado música clásica –ya es de por sí arte del más alto calibre.

Luego están esos que usan el jazz para demostrar y defender su ideología política particular. Su amor al capitalismo los ha cegado hacia las problemáticas imágenes de encarcelaciones masivas, las balaceras a jóvenes de minorías desarmados y la cada vez mayor desigualdad en los ingresos y la polarización por la que ahora somos famosos los estadounidenses. ¿Es eso lo que queremos que el jazz represente?

No me malinterpreten. Amo mi país, mi ciudad, mi cuadra. Pero las amo precisamentente por la misma razón que amo a Cuba. Por su increíble diversidad de colores, estéticas y puntos de vista. Sin embargo, los hay quienes siempre gritan más alto, demandando atención y dirigiendo la conversación a su provecho.

La apertura de Cuba, el restablecimiento de la conversación tiene implicaciones extraordinarias. Estaremos obligados a reconocer generaciones de músicos para quienes las formas folclóricas africanas no son vistas como algo desde lo que evolucionar sino algo a lo que volver, estamos obligados a reconocer un pueblo que es poseedor de los más altos logros en las artes, la educación, la medicina y la cultura, todo ello sin las motivaciones de las ganancias o (esa destructiva palabra) la carrera. Porque hay pocas esperanzas de alcanzar algo de eso en su pobre pero rica nación.

Estamos obligados a reconocer que incluso aunque lo tenemos todo estamos muertos de hambre, y que aunque ellos no tienen nada están repletos de los más ricos valores humanos –el amor del pueblo (en español original), el amor de la comunidad. Todo para todos; si mi vecino tiene necesidades, entonces yo estoy incompleto. Bien diferente de nuestra fijación con los contratos con las disqueras, discos vendidos, los objetivos de la carrera, el producto educativo y todas esas matracas que nos distraen del propósito original de nuestras vidas: hacer música, crear arte, progresar y hacer uso de nuestros dones para sanar– no para la marca. No podemos quedarnos con lo que verdaderamente no nos pertenece. Solo podemos darlo y rezar porque inspire el mismo comportamiento en otros. Si bastante de nosotros hacemos esto, el mundo cambiará.

Tenemos personas visionarias aquí, como también tenemos personas codiciosas. No pretendo hacer una pintura en blanco y negro del asunto. Solo trato de continuar la conversación: una conversación sobre valores diferentes, puntos de vista diferentes, ideologías diferentes, maneras de pensar, ser y actuar diferentes. Una conversación más parecida a la que conectó primeramente a Chano y Dizzy hace muchas décadas. Una conversación de hallazgo.

¿Quién sabe a dónde nos llevará? ¿Perú, Colombia, India, el mundo? ¡Sólo cabe esperar!

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