Juan Carlos Suárez, un “Píxel de Azul Celeste”

El director del grupo “Polaroid” habla sobre su carrera, su relación con Cuba y el nuevo disco de su autoría.

Juan Carlos Suárez, director del grupo “Polaroid”. Foto: cortesía.

Crearon un disco fundamental en la historia más reciente de la trova cubana, subieron contadas veces a los escenarios nacionales, giraron por 11 ciudades de Argentina para presentar su debut con una notable recepción de público y tras confluir creativa y espiritualmente se separaron porque sus intereses artísticos llegaron a ser prácticamente antagónicos. Así, a grandes rasgos, se puede resumir el breve curso del primer Polaroid por la escena alternativa cubana.

El grupo, que estuvo liderado por Juan Carlos Suárez y Miguel Díaz-Canel Villanueva alcanzó en muy poco tiempo un sello distintivo entre las nuevas propuestas troveras, si bien su música no puede encasillarse solamente en esos términos. Ágora, el debut de la banda, definió su alcance por la elevada factura de composiciones como “Aro de fuego”, “Hoja seca”, “Novia río” y “Madrugada”, la calidad de sus textos, los muy cuidados arreglos y la experimentación entre fuentes musicales a medio camino entre el rock argentino, los emblemas estéticos y éticos de la canción de autor latinoamericana y los postulados más experimentales de una zona de las vanguardias musicales de Cuba.

Al disolverse la agrupación Juan Carlos Suarez continuó con Polaroid mientras Miguel Díaz creó el grupo D´Cuba, atravesado sobre todo por el pop con elementos de la canción contemporánea. Juan Carlos, ahora junto al guitarrista Alejandro Bonzon, no ha dejado de darle forma a la música de Polaroid durante esta etapa de encierro, confinamiento e incertidumbre durante la pandemia. Lo ha hecho en un estudio artesanal en el que ensaya con frecuencia los temas del nuevo disco de la banda, Píxel de Azul Celeste, tras dejar grabado, para su distribución independiente, el álbum Cannonball.

Juan Carlos Suárez, licenciado en Economía por la Universidad de La Habana, es un músico autodictada que desde hace años viene creando una obra de matices existenciales, con una visible hondura lírica que nace de la reflexión sobre la naturaleza del ser humano y el mundo. Son temas de una probada altura poética que surgen de diálogos internos en los que el músico pone la vida por delante y en los que siempre va buscando, ante todo, la libertad creativa, uno de los principales destinos del decursar de Polaroid. Como director de la agrupación, habla sobre su carrera, su relación con Cuba y el nuevo disco de su autoría.

¿Qué causas llevaron a la desintegración de la alineación inicial de Polaroid?

La alineación inicial se separó básicamente por conflicto de intereses, y por lo que yo interpreto como un abandono de la identidad creativa de la banda. Una vez el productor Enrique Carballea nos preguntó antes de comenzar a trabajar con nosotros si queríamos entrar entre los “40 principales” o si queríamos hacer música.
Obviamente, aunque respeto a todos los músicos profundamente, los “tops” como ya dije, nunca me han interesado, además, no soy un compositor al que se le den bien las fórmulas (a no ser la que uso para componer, que todos los compositores la tenemos, compongo espontáneamente, cuando tengo flashazos de ideas, jamás me siento a componer), por tanto la canción siempre fue mi prioridad, el respeto a la poesía, la coherencia estética y a la tradición profunda de la canción. Y desafortunadamente eso fue desvaneciéndose en el último año, al entrar en contacto con varios intereses, con espacios donde prima más el divertimento fácil que el pensamiento (derivado entre otras cosas por la necesidad de ganar dinero).

Lo que sería “la tapa al pomo”, fue un concierto lanzamiento del DVD Ágora en el Teatro Mella, en el cual, a pesar de la participación de músicos a los que respeto, quiero y admiro, se tomaron decisiones estéticas de último minuto con las cuales estuve diametralmente en desacuerdo y que afectaron, a mi entender, el resultado. Aun así di el concierto por respeto al público y a los músicos que nos acompañarían, pero fue la señal inequívoca de que tenía que replantear las cosas y defender a capa y espada lo que había sido Polaroid hasta ese momento, aunque implicara quedarme solo, como definitivamente pasó.

Juan Carlos Suárez, director del grupo “Polaroid”. Foto: cortesía.

¿Cómo influyó en tu carrera esa separación?

Influyó no tanto a nivel creativo como a nivel emocional y “logístico”. De alguna forma yo me he mantenido componiendo siempre, mis etapas de sequía creativa son realmente cortas. Pero aunque desde el 2011, en que creé Polaroid, la banda ha sufrido varios cambios de formato, esta separación en el 2017 de lo que fue una etapa bastante sólida a nivel de lo que se había logrado (dos discos de estudio, un DVD, gira a Argentina, etc.), me obligó a detener un camino ya trazado, y a replantearme cosas, o más bien a defender lo que yo tenía muy claro desde siempre: mi identidad como cantautor y la identidad de Polaroid, cosas que, más allá de las exigencias del mercado y a pesar de ellas, nunca han sido negociables para mí.

¿Qué perseguías con el primer Polaroid y que persigues ahora?

Con aquella formación realmente perseguía lo mismo que ahora, hacer la mejor música posible, las mejores canciones que yo sea capaz de hacer. No soy un cantautor que me desviva por premios, por “encajar” en una realidad determinada, ni por llegar a todos los públicos posibles, no me atraen los “tops”, las listas, no me desvivo por estar presente “en los medios”, si algún público es amoroso con mi obra, me desvivo por ser fiel a ese público, por tratar de mantener ese amor, y cuando compongo, cuando ensayo y por supuesto cuando me presento, lo hago siempre pensando en esa persona que me ha demostrado y me demuestra que mis canciones le sirven para su vida.

Por eso la separación de la banda en el 2017; porque para la otra parte creativa de la agrupación eso cambió drásticamente, los intereses cambiaron drásticamente, y empezó a preocupar más “el llenar grandes espacios” que el mantener la identidad creativa de la banda. Yo persigo siempre ser el mejor cantautor que puedo ser, el mejor poeta que puedo ser, y eso, definitivamente, tiene consecuencias, y definitivamente choca con las exigencias del mercado.

¿Existe en Cuba público, apoyo y espacios para la obra que haces y quieres defender?

Yo creo que sí hay público. Como la vida, se trata de ciclos, y las generaciones van cambiando, yo creo que muy poco a poco (porque los cambios sociales hay que verlos así, muy lentamente), el acceso de la gente a información diversa, con la llegada de internet, ha producido una posibilidad (bastante limitada aún) de que cada público vaya identificando lo que quiere y lo vaya, a su vez, encontrando.

El monopolio de la información ha comenzado a drenarse porque la gente empieza a identificar necesidades que no sabía que tenía, y comienza a buscarlas. Eso definitivamente tiene un impacto en la cultura y en el acceso del público a la cultura, independientemente de las fronteras físicas y políticas. Internet es como un campo de batalla, una gran tienda (porque no es gratis, sobre todo para los cubanos) donde la mayoría de los gustos pueden ser colmados, desde los más aberrados hasta los más puros, y el acceso a esa información de nuestras generaciones, incluso las más jóvenes, ha ido moldeando, definiendo lo que busca cada cual.

Lo que sucede es que, institucionalmente, Cuba no está preparada para esa “evolución”, para esa variedad de gustos y necesidades, y no sólo que no está preparada, sino que no le veo intenciones de prepararse. El concepto de plaza sitiada, que a mi modo de ver es una justificación para imponer el concepto de “plaza tomada”, identifica la diversidad, la espontaneidad, la irreverencia naturales en el ser humano, como un peligro para su supervivencia, y lucha denodadamente contra ella.

Y por más que los artistas, en general, luchen y se reinventen constantemente, usando inclusive esas mismas plataformas nuevas, si no hay apoyo institucional todo se queda en el intento. Y algo que yo creo importante, el apoyo institucional no se trata de subvencionar al artista, ni se trata de encerrarlo en espacios predeterminados para “la trova”, o para cualquier género musical, el apoyo institucional del que hablo es precisamente interiorizar que, más allá de marcos legales muy específicos, sobre todo en el marco de la protección del creador y la propiedad intelectual, las instituciones culturales no pueden actuar como polizones, deberían limitar definitivamente su participación como intermediarios entre el público-espacio y los artistas. Y definitivamente también, no deben ser las instituciones y sus requerimientos burocráticos las que determinen el aval y el derecho de un artista a mostrar su arte libremente.

Por eso este tipo de obra [la de Polaroid, por ejemplo] “sufre”, aunque no me quejo, ni me victimizo; ya te digo que mi objetivo es componer las mejores canciones que pueda, cómo llegan esas canciones al público no me quita el sueño, y aplico esa misma lógica para las presentaciones y lanzamientos. Lo hago “cuando lo siento”, así pasen años. Un amigo me dijo una vez que si quería hacer la música que yo quería hacer, en algún momento, tendría que concientizar que no podía vivir de ella, al menos no ahora.

Y eso ha signado todo el tiempo mi visión de Juan Carlos Suárez “el cantautor” y de Polaroid. Por eso no me preocupo mucho por los espacios. El contexto de la COVID-19, a pesar de su saldo tristísimo que incluso he sufrido en carne propia, ha propiciado el descubrimiento para los artistas cubanos de plataformas que ya existían para la promoción del arte, pero que no usábamos porque no teníamos conciencia de la necesidad de ellas.

Por eso lancé mi tercer disco Cannonball, grabado totalmente independientemente en el estudio del guitarrista Alejandro Bonzon, quien ha sido pieza importantísima en estos últimos dos años (Haydeé Milanés, Carlos Varela, Buena Fe) en Spotify, en mi canal de YouTube, una forma de atemperarse a los tiempos. Una manera de liberarme (aunque no del todo porque tengo empresa) de las ataduras de la burocracia y llegar al público, que siempre espera las canciones de Polaroid.

¿Cómo son tus vínculos con tu generación y tu país?

Mi relación con mi “generación”, si tal cosa existe, porque no me gusta hablar de generaciones, sobre todo porque reconozco que no tengo un espíritu gremial, nunca la he tenido. Soy un tipo solitario; me muevo por impulsos más que por disciplina, lo cual no es necesariamente una virtud; es bastante limitado. No soy un cantautor asiduo a peñas, conciertos o festivales, que es el ámbito en el que generalmente se mueven los cantautores con los que comparto mi generación o las cercanas. No tengo nada en contra de esos espacios, iría en el momento en que me invitasen porque quiero y respeto a todos los cantautores cercanos a mi generación, y muchos influyeron determinantemente en el cantautor que soy hoy.

Siempre digo por ejemplo, que descargar en la piscina vacía de la Lenin con Diego Cano a mis 18 años definió mi camino como trovador, creo que alguna vez se lo dije. Pero casi siempre prefiero encerrarme en el estudio, grabar mis discos, ausentarme por períodos más o menos largos del escenario, y luego, cuando siento que tengo una obra que mostrar en su conjunto, lanzarme a tocar por períodos más o menos largos igualmente. Por eso la relación con mi generación va más bien al ámbito de lo sentimental, de la amistad, más que a la comunidad de intereses.

¿Y con tu país?

No sabría bien cómo responderte eso, habría primero que determinar lo que entendemos como país. Si mi país es su geografía, su naturaleza, su clima, te diría que amo a mi país, lo he recorrido casi de punta a cabo hasta en casas de campaña. Si mi país es mi familia, mis amigos, los que están en Cuba o fuera de Cuba, te diría también: amo a mi país profundamente.

Soy padre de 3 hijos, ellos son mi país. Si mi país es el deporte, el arte, Martí, Finlay, Lezama, Titón, Matamoros, Santiago Feliú, Omar Linares y Kendry Morales, entonces también amo a mi país. Si mi país son las instituciones y los políticos, entonces no amo tanto a mi país. Una vez a Jorge Luis Borges le preguntaron a qué afiliación política le gustaba pertenecer. Y él dijo, como el genio que es, que le gustaba identificarse como un “anarquista moderado”. Yo no diría que soy tal, porque sería meterme en terrenos escabrosos y no soy un filósofo aunque dedico largas horas a filosofar, sólo te diré que me cuesta trabajo entender conceptos como país, nación, política, fronteras.

Creo que cada ser humano es como dijo Marylin Bobes: “el ser humano no es un individuo, acaso una república habitada por ciudadanos múltiples”. No comulgo con el poder ejercido y detentado a expensas y a costa de la diversidad intrínseca que hay en el ser humano. Si la política y los conflictos de poder son lo que se pretende entender como país, entonces tengo una relación bastante deficiente con mi país y con cualquier “país” en el que el ser humano no tenga la oportunidad de ser consecuente con lo que se cree y lo que se siente. Desde el espacio no se ven las fronteras. Y yo quisiera vivir en el espacio la mayor parte del tiempo. Puede parecer ingenuo, pero es así.

¿Cómo han sido los vínculos creativos con Alejandro Bonzon?

Lo primero que voy a decir de Alejandro Bonzon, aunque suene manido, es que siento que es un gran músico. Con habilidades que para mí rayan en lo inalcanzable. Yo soy un músico que doy libertad absoluta a los músicos que trabajan conmigo si, y sólo si entienden mis canciones y el espíritu que hay en ellas.

Por eso puse en manos de Alejandro un puñado de canciones escritas en inglés y nos metimos en el estudio a producir el “Cannonball”, y el resultado es un disco que necesitaba hacer, un disco que necesitaba para romper emocionalmente de alguna forma con un período muy difícil que fue la ruptura del Polaroid anterior. Un disco en el que dejo todo eso detrás, incluso el idioma, lo único que mantengo es mi identidad como compositor, el objetivo de hacer la mejor música que pueda hacer. Yo necesitaba un músico como Alejandro, y quisiera entender que él necesitaba un músico como yo.

Juan Carlos Suárez, director del grupo “Polaroid” y Alejandro Bonzon. Foto: cortesía.

Él navega en aguas del músico talentoso y disciplinado, y yo navego en las aguas de la espontaneidad y la inspiración. Esa es mi relación con él, y creo que funcionó para Cannonball. Es una relación más allá de compositor-director vs. músico-productor-arreglista. Es una relación básicamente creativa, en la que no se da un paso si no lo sometemos al filtro de nuestras personalidades y nuestros intereses. Somos amigos también.

¿Cuál sería el formato final de Polaroid?

Esa es otra pregunta bien difícil y que no puedo responder ahora porque Polaroid ha atravesado muchos formatos. Ahora somos un dúo, pero la vida es muy rica y los caminos son inciertos, he aprendido a no dar nada por sentado. Vamos a decir que, en el punto en el que estoy, Polaroid es Juan Carlos Suárez y Juan Carlos Suárez es Polaroid. Yo soy básicamente un cantautor, lo he aprendido a las buenas y también a las malas. Hoy somos un dúo, pero mañana podemos ser una sinfónica, o puedo ser yo solo con mi guitarra. Eso es algo que está constantemente bajo revisión y una de mis principales preocupaciones, pues cada día que pasa regreso más a mis raíces.

¿Qué expectativas has depositado en tu nuevo disco?

Mi próximo disco es un disco puramente de cantautor. Fíjate que tengo un conflicto entre producirlo y lanzarlo como parte de la obra de Polaroid, o como cantautor en solitario, porque es un disco tan personal, tan íntimo, que creo que responde más a Juan Carlos Suárez que a Polaroid y es algo que aún estoy pensando. Por eso es tan difícil de responder la pregunta relativa al formato de la banda. Porque a medida que pasa el tiempo voy ajustando el formato a los requerimientos de la música que voy haciendo y no al revés. Pero lo que sí te puedo decir es que amo profundamente las canciones que estarán en este disco, y me vierto en ellas tal cual soy.

Si los dos discos Ágora iniciales eran de exploración, de banda hippie que quería extender el trabajo de cantautor hacia la canción contemporánea; si el tercer disco Cannonball rompía con ello emocionalmente hacia la irreverencia rockera del indie, este cuarto disco Píxel de Azul Celeste será un retorno a la matriz, a mi guitarra, una definición honesta de lo que soy más allá de los públicos, más allá de los intereses, una relación del individuo que soy con el universo. Y mis expectativas son las más simples: que aquel que escuche las canciones se eleve por encima de los avatares de la vida cotidiana y se conecte con sentimientos que casi siempre están ausentes.
Después de Cannonball grabado a dúo de manera independiente junto al guitarrista Alejandro Bonzon, a partir de la reestructuración de Polaroid, y escrito completamente en inglés; compongo los 12 temas de mi próximo disco: Píxel de Azul Celeste, un disco en el que retorno a la Canción de Autor en su estado más puro, a los caminos que una vez me llevaron a componer discos como Ágora. Un disco orientado a la poesía, a las canciones que hace rato quería escribir, un disco que habla desde mi generación y mi país, hasta la relación del ser humano que soy con el universo. Un disco que aún comienza a dar sus primeros pasos en la inicial etapa de producción, pero puede ser quizá el disco que más profundamente me identifique de los que he hecho, y que sin más pretensiones que hacer arte, me devuelve a lo que realmente creo que soy como ser humano y artista, un “Píxel de Azul Celeste”.

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