La reencarnación de un mito

Ahí viene. En sus pantalones cabe la ciudad. Los zapatos de dos tonos. El bastón entre los dedos, gira. Giran las miradas. La mayoría no conoce cómo se llama, ni hará falta. Es El Benny, la reencarnación del más grande intérprete de la música popular cubana, Bartolomé Maximiliano Moré (1919-1963).

Su padre se lo llevó desde muy temprano a bares y fiestas. Quería que siguiera su afición por la música y el examen era singular: si desafinaba, la mano paterna se dibujaba en su rostro. El niño se cuidó de hacerlo bien.

El Villy, el otro Benny Moré / Foto: Cortesía del autor
El Villy, el otro Benny Moré / Foto: Cortesía del autor

No estudió en academia alguna. Intentó ser boxeador, pero la abuela lo rescató del ring y le puso una maestra de música. La partida acabó ganándola su don natural, su oído de privilegio. Y comenzó a vivir el día a día de las esquinas pasando el sombrero. Se integró a varias agrupaciones, mas su espíritu lo llevó de nuevo a defender su sueño: revivir al Benny en las calles de Santiago de Cuba.

Juan Manuel Villy Carbonell, El Benny santiaguero, nació el 31 de enero de 1962. No es un dandy, sino un artista de la bohemia, al modo de los juglares y trovadores de otros tiempos. Y no le han faltado oportunidades. Un representante de la disquera Casino Sounds lo escuchó, le hizo grabar un disco con el trepidante ritmo del ska  en 2005 y lo paseó por Londres y media Europa.

Sin embargo su consagración llegó un año después, con el filme cubano El Benny, protagonizado por el actor Renny Arozarena. El director Jorge Luis Sánchez necesitaba alguien cercano a la voz del llamado “Bárbaro del Ritmo” y se fue a buscarlo por toda la ciudad. Unas tomas bastaron.

El Villy en Santiago de Cuba / Foto: Cortesía del autor
El Villy en Santiago de Cuba / Foto: Cortesía del autor

Cuando llegó a La Habana con su sombrero de yarey, algunos lo recibieron con risas, pero al comenzar las sesiones de grabación, se sobrecogieron. El mismo tono, la misma sabrosura. Hizo 13 temas para la banda sonora, pero un clásico como Santa Isabel de las Lajas, se resistía…

Una repetición tras otra y nada, mas al apagar la luz del estudio, la esposa le dice que… El Benny, el mismísimo Benny, estaba parado detrás suyo. El Villy se bebió medio vaso de ron a la salud de su ídolo, y aquello fue muy grande.

Ahí viene. Gira el bastón. Lo espero. Lo arrincono. Lo provoco… ¿No te molesta que a todas horas, por todos lados te digan “El Benny”? ¿No te sientes perdido?

La respuesta es un balazo.

—Mira, mi hermano… ¡El Benny soy yo!

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