Maggie Prior: la musa preterida de Julio Cortázar

Cuando Julio Cortázar llega a La Habana por primera vez, en 1961, Maggie Prior era una negra esbelta, con un rostro quizás no tan atractivo, como sí lo eran su personalidad y ese halo de sensual refinamiento que la distinguía.

Maggie Prior en los años 60. Foto: Cortesía de Zenaida González.

Un día cualquiera del año 2006, Aurora Bernárdez, editora y albacea del narrador y poeta argentino Julio Cortázar, regresa al apartamento que compartieron en París. Hurgando en estantes y gavetas de una vieja cómoda, encuentra una gran cantidad de manuscritos, entre ellos, el poema “Blues for Maggie”. Estos textos y versos vinieron a sumarse a todo aquello que la propia Bernárdez reconocería como un copioso legado inédito. Tras un arduo trabajo de edición junto a Carles Álvarez –estudioso de la obra de Cortázar–, vería la luz el volumen Papeles inesperados(1), en el que aparece el citado poema, entre trece inéditos del autor de Rayuela, que los editores decidieron dar a conocer en la publicación póstuma.

Por más de una razón “Blues for Maggie” sabe a Cuba, a La Habana, a una mujer negra y cubana, a una cantante de jazz. Quienes hoy pueden contar lo que vivieron desde ciertos círculos intelectuales en La Habana de los sesenta, lo recuerdan y comparten. Para ellos no será difícil coincidir con tal afirmación, ni tampoco identificar contextos y motivaciones: la presencia de Maggie Prior en la vida de Julio Cortázar cristalizó en la primera mitad de esa década, en una relación intensa e importante para ambos, según afirman amigos comunes que en La Habana fueron testigos o cómplices entusiastas. Ellos sabían qué podía ocurrir cuando –al decir de otro poeta, nuestro Roberto Fernández Retamar– “en las noches habaneras, abriéndose paso entre periodistas, Julio Cortázar lograba trasladar su osamenta fosforescente hasta El Gato Tuerto”.(2)

Cuando Cortázar llega a La Habana por primera vez, en 1961, Maggie Prior era una negra esbelta, con un rostro quizás no tan atractivo, como sí lo eran su personalidad y ese halo de sensual refinamiento que la distinguía como habitué de los mejores círculos intelectuales y diplomáticos de la ciudad. Maggie era culta, informada; con una elegancia proverbial, su estilo tenía raíces de inspiración en Europa. Pero no era esto lo más importante en ella: contra todo pronóstico y todos los obstáculos criollos que satanizaban el género, Maggie se aferraba a seguir cantando jazz y, de hecho, fue la única que lo hizo. Su voz desgranaba esos estándares inmortales que ha sido preciso recordar para reconstruir la banda sonora de sus noches: “But not for me”, “Stormy Weather”, “Tenderly”, “Night and Day”… Después llevaría algunos clásicos cubanos de la guaracha y el son al ámbito libre del jazz, y serían memorables sus versiones de “Cachita” y “Mama Inés”, en clave de scat.

Rolo Martínez, Maggie Prior y Bobby Carcassés en Cienfuegos. Foto: Cortesía de Bobby Carcassés.

Cuando Cortázar llega a La Habana, ya Maggie cantaba en clubes donde descargaban los músicos de jazz: La Gruta, Habana 1900, Descarga Club, pero su sitio encantado era El Gato Tuerto, inaugurado hacía menos de un año por Felito Ayón en la espléndida casona que mira al mar desde la calle P, en El Vedado. Y aunque recorrió el país entero y los rincones más insospechados de la capital, en la ruta cortazariana los puntos memorables serían Casa de las Américas, el Hotel Nacional y El Gato Tuerto. Allí tendría que ir en las noches quien quisiera encontrarle en La Habana.

Durante los convulsos años sesenta, Maggie Prior hizo parte de su tiempo y, en búsqueda constante, fue más allá: canta en los primeros conciertos de la que sería la Nueva Trova, al tiempo que llevaba a los espacios de la bohemia habanera las mejores canciones de compromiso social: le cantó a Silvio su versión del estremecedor “Terezin”; al italiano Luigi Nono le estrenó “Creare due, tre, multi Vietnam” e hizo lo mismo con “Hagamos la canción”, de Marta Valdés, de igual reclamo antibélico; en su voz se escucharon textos de Aimé Césaire y Frantz Fanon; se suma a la lucha por la libertad de Ángela Davis cantando Por Ángela, de Tania Castellanos. A Pablo Milanés, que transitaba ya bajo el influjo del feeling hacia una nueva canción, le canta su monumental “Ya ves”. Todo esto, como afirma su amiga, la poeta Nancy Morejón “…inserta a Maggie de modo legítimo también en el ámbito de la llamada Canción Protesta”.(3)

Maggie Prior cantando en el Salón Rojo del Hotel Capri. Foto: Revista Cinema.
Maggie Prior cantando en el Salón Rojo del Hotel Capri. Foto: Revista Cinema.

Los espacios de coincidencia para Cortázar y Maggie eran los mismos. La circunstancia, la ubicuidad y la dedicada inspiración en “Blues for Maggie” son evidentes desde el título mismo; la canción-poema de Pablo Milanés como leitmotiv (“Ya ves,/ y yo sigo pensando en ti”) y las referencias a un contexto demasiado evidente para ser obviado (“Ya ves,/ y yo sigo pensando en ti,/ no te escribo, de pronto miro el cielo, esa nube que pasa/ y tú quizás allá en tu malecón mirarás una nube/ y eso es mi carta, algo que corre indescifrable y lluvia”). El poeta también da indicios de la naturaleza de esa relación, que puede intuirse fiera y polémica, hasta adictiva (“nos hicimos jugando todo el mal necesario”). Y devuelve también su visión de Maggie: desde su indefensión, un ser totalmente libre, y eso entonces, ambos lo sabían, no era bien visto. A ella le tocará pagar su precio por tanta osadía.

Maggie Prior parece asomar en otros escritos de Julio Cortázar fechados en los años de sus frecuentes visitas a la Isla: la presencia recurrente de una mujer que erotiza de otro modo las vivencias del escritor se intuye en el texto “Tu más profunda piel”, recogido en el poemario Naufragios en la Isla (1967) (“Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía”). Lo mismo en el poema «To The Dark Lady», escrito en La Habana también en 1967, el año y lugar en que Cortázar conoce y se enamora de su segunda esposa, la lituana Ugne Karvelis (“Una antigua vez más se alza el reclamo/ desde el canto trivial y la guitarra/ la doble soledad que nos amarra/ noche a noche en un bar, y no te amo/ no es el amor, no es nada más que el Amo/ con tu piel, tu saliva, con la garra / que delicadamente nos desgarra/ cada vez que en tus muslos me derramo”).

La otra Habana que retiene a Julio Cortázar suena a jazz y también a feeling, con toda la carga erótica que puede caber en un saxofón, una guitarra, una voz o un lugar. El cronopio argentino tuvo el raro privilegio, para bien y para mal, de llegar a ella pocos meses después del triunfo de la Revolución y regresar durante los años sesenta y setenta, en momentos de una explosiva creatividad en la música y en el resto de las artes, en un ambiente inclusivo y estimulante que los nuevos cambios sociopolíticos prometían y creaban. Las transformaciones revolucionarias y el ambiente único de aquella Habana que aún no dejaba de ser la misma y ya era otra, sedujeron de inmediato al argentino, que supo y pudo dejar en su obra las huellas de un proceso personal de seducción, sedimentación, deslinde y desencanto.

Maggie acompañada a la guitarra por Sergio Vitier en concierto de Canción Protesta, Casa de las Américas, 1967. Foto: Archivo fotográfico Casa de las Américas.

Como ningún otro intelectual de los tantos que hicieron de la capital cubana el cruce de caminos en el peregrinar de sus ideas progresistas y revolucionarias, Cortázar tuvo en la música de aquella Habana sonora que conoció también en la voz de Maggie Prior, y en el disfrute de la gregaria intimidad de El Gato Tuerto, uno de sus mayores goces espirituales. Tanto, que, como escribiría su amigo, el poeta cubano: “Ahora allí hay una silla vacía”.(4)

Blues for Maggie
Ya ves
nada es serio ni digno de que se tome en cuenta
nos hicimos jugando todo el mal necesario
ya ves, no es una carta esto,
nos dimos esa miel de la noche, los bares,
el placer boca abajo, los cigarrillos turbios
cuando en el cielo raso tiembla la luz del alba
ya ves,
y yo sigo pensando en ti,
no te escribo, de pronto miro el cielo, esa nube que pasa
y tú quizás allá en tu malecón mirarás una nube
y eso es mi carta, algo que corre indescifrable y lluvia.
Nos hicimos jugando todo el mal necesario,
el tiempo pone el resto, los oseznos
duermen junto a una ardilla deshojada.

De izquierda a derecha: Martín Rojas, Eduardo Ramos, Omara Portuondo, Sergio Vitier y Maggie Prior en concierto de Canción Protesta, Casa de las Américas, 1967. Foto: Archivo fotográfico Casa de las Américas.

 

Notas:

(1) Julio Cortázar: Papeles inesperados, Alfaguara, España, 2009.

(2) Roberto Fernández Retamar: “Julio Cortázar en Cuba”, tomado de Punto Final, Santiago de Chile, jun. 1967.

(3) Nancy Morejón. Entrevista con la autora, La Habana, 12 may. 2014.

(4) Roberto Fernández Retamar, ibídem.

*Nota de la autora: Agradecimiento especial a la escritora y cantante cubana Jamila Castillo Carballea.

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