Mi canción en tu voz

Atesoré el deseo de escuchar una canción mía en tu voz. Y lo logré: ahí está "Boleros de victrola", con un Sol descomunal a tus 74 y tu bondad para enmendar mi melodía.

Frank Delgado y Pablo Milanés.

Me urge soltarlo todo. Venía postergándolo porque te sentía inmortal. Porque te vi levantarte tantas veces apotéosico y tronante, después de procedimientos, intervenciones, impedimentas, transfusiones y conatos glandulares. Pensé que esta era solo una escaramuza, una benigna emboscada.

Y pensaba que tal vez para tu cumpleaños 80 iba a sonar mi teléfono y Nancy me iba a invitar a tus sonoros onomásticos, y allí con Luis Alberto y Pichy, y Athanai, Kelvis, Renecito, Juan Pin, con la corte celestial que te acompañaba: Lázaro Gomez, Frank Bejerano, Emiliano, Eduardo, Aragón y tu Suylén ausente.

Quería preguntarte si tu voz sonaba en “San Pedro no me llames, cierra tu portón” en aquel Cuarteto del Rey. Cómo se podía llegar a aquel “La vibrante en Campesina”, por qué aquella escala descendente del D-A/C#-G/B te regaló tantas hipermelodías, como aquellas seguidillas de 5tas, E-A-D-G-C-F eran resueltas por ti con giros inesperados y gloriosos; por qué aquel rasgueo mínimo con tu dedo índice desembarcaba en el lirismo de un son; qué misterioso efecto provocaba aquella voz meliflua; qué entidad te dictaba aquellas combinaciones rampantes, que saltaban cual fieras a mi oido, “me sumo a tu locura callejera”, “los caminos no se hicieron solos”, “era el perfecto aburrido fragor…”.

Y confesarte —sí, confesarte— que te seguí por toda la geografía musical; que me encantaba la combinación que hacían tu guitarra Ovation y aquel Fender Rodes. Que te admiré cuando defendiste como nadie “Siempre te vas en las tardes” y “26 peldaños” de tu amigo Eduardo, y que gracias a ti conocí la trova tradicional y “Yo sé de una mujer que mi alma nombra”; a Luis Peña, y a Cotán, a los Rodriguez Rivera y a Compay Segundo antes del Buena Vista.

Siempre atesoré el deseo de escuchar una canción mía en tu voz. Iba a ser la prueba suprema de mi existencia en la música. Y lo logré: ahí está “Boleros de victrola”, con un Sol descomunal a tus 74 y tu bondad para enmendar mi melodía.

Te quería contar que un día casi logro mi quimera.

Eran los 90, en el Gran Rex de Buenos Aires (o tal vez el Ópera, no logro visualizar en qué acera de la calle Corrientes estaba yo). Empezaste a cantar “Homenaje”, creo que ya con Miguelito y Osmany, Arango, Germán… De lo que sí estoy seguro es de que cuando empezó el estribillo final y el teatro en pie cantaba, sentí unos tambores queribles y conocidos bajando por una de las rampas. Eran mis amigos uruguayos El Foca, El Araña, Jimmy y Candamia, con quienes había pasado noches interminables de Llamadas y Candombes. Y como un niño que corre al galpón del Barrio Cordón en Montevideo tras Pierrot y Columbina, me fui detrás de mis amigos candomberos.

La seguridad del Teatro no me dejo subir al escenario. Estaba claro que desentonaba.

Estuve a punto de compartir escenario contigo.

Estaba tan eufórico que me viré y empecé a animar al público a que cantara: “Un homenaje para tu ausencia, lo llenas todo con tu presencia”.

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