Pedro Luis Ferrer en concierto: Todos por lo mismo

Una sala Chaplin con poquísimas butacas vacías a pesar de la escasa promoción, reunió de nuevo al público fiel de Pedro Luis Ferrer en un concierto que “cerraba la vorágine ‘marzeña’”, en palabras del trovador. “Este mes ha estado muy movido, hemos visto muchas cosas”, dijo haciendo alusión evidente a la visita de Barack Obama, el juego amistoso con los Tampa Bay Rays y el concierto de Los Rolling Stones, la más reciente y muy notoria trinidad de acontecimientos en la Isla.

Lo acompañaban en escena su hija, la cantante y compositora Lena Ferrer; Claudia Gabriela Luis en el piano y el cello de Massiel Benítez, dos jóvenes egresadas de la Amadeo Roldán. Por supuesto, su tres y su voz de cuerdas como si de guitarra… Como es costumbre en sus presentaciones, combinó obra lírica con guaracha, que no siempre son alegres, dijo. “A veces hay historias muy dramáticas detrás, si bien son tratadas alegremente”. Así, además, el repertorio se parece más a la gente: un poco de lirismo y un poco de sabrosura, somos “seres que se ríen, que lloran, que tienen nostalgias…”.

Sonaron clásicos como “Inseminación artificial”, “Ciento por ciento cubano”, “Él tiene delirio de amar varones”… Y canciones actuales, hijas de los días que corren:

Ahora que permiten criticar,

me quiero dedicar a descansar,

las flores del jardín son tan bonitas.

Ahora que permiten criticar,

estreno un pantalón y una camisa,

pusimos una hamaca en el portal

y un timbre que parece campanita.

Ahora que hasta el mudo quiere hablar

y están de moda el grito y la querella,

tus piernas las quisiera devorar,

el modo en que caminas y te sientas.

Su obra acumuló hace tiempo un prolífico historial de canciones “incómodas”, algunas ironizando a propósito del voluntarismo, de la burocracia, las diferencias sociales; otras referidas a dramas cotidianos, a lugares de la sociedad cubana generalmente negados por el discurso oficial y los medios de comunicación: la pobreza, la prostitución, la discriminación por orientación sexual o credo. Pero si bien Pedro Luis se declara “dedicado a descansar”, vuelve a la carga con la plegaria:

Ellos hacen como si trabajaran

y el Estado como si les pagara.

Ellos hacen como si fuera cierto,

ellos hacen si hubiera ganas,

ellos hacen como si un gran esfuerzo,

ellos hacen como si trabajaran.

“Muchas de mis canciones hablan de comida”, dijo riendo. Pero su puso serio y completó la idea mientras afinaba su guitarra: “Cuando oí decir que los frijoles eran más importantes que las balas… creo que ahí comenzamos a mejorar”.

Lo que mata no es el hambre (…)

una mañana en ayuna,

verás que no pasa na’.

Dos días pan con azúcar,

lo malo es la cantidad.

Un gofio de vez en cuando

no es cosa perjudicial.

Lo malo es cuando te obligan

a comerte un matorral.

Su tradición decimista y poética le viene de familia. Su influencia más conocida es la de su tío Raúl Ferrer, pero también otras tías, su abuela Inocencia, su padre, Rodolfo, le legaron la manía de jugar con las palabras, versificar humorísticamente, trágicamente, sobre lo hermoso, lo terrible, o los asuntos triviales de lo cotidiano. Todo, con la guitarra.

Cuando llega el apagón

me alumbro con luz brillante

Y si a Dios tengo delante

le pido una solución.

Aunque no prenda el fogón

jamás me quedo en ayuna

Y si se aparece alguna

vecina a vociferar,

siempre la mando a callar

y alumbrarse con la luna.

Si falta el ventilador,

me echo fresco con la penca

y busco el agua en la cuenca

de mi vecino mejor.

Si falla el televisor,

Con la radio me defiendo

Y como todo lo entiendo

Y aunque no me da lo mismo,

no solo al imperialismo

Le achaco lo que estoy viendo.

“A ese padre mío –contó– con su sentido del humor, le escribí una canción que comencé en La Habana y terminé en Mississippi mientras visitaba a mi hermano pequeño que vive allá”. Y se oyó: “Mi padre fue fidelista, yo no tanto como él; pero quien toque a mi padre tiene que darme también”.

Su mensaje por la convivencia armónica con la diversidad, lo mismo generacional que política, sexual o religiosa, estuvo contenido en “Todos por lo mismo”, una canción que dibuja el mosaico social cubano, dentro del cuadro general de la soberanía. “… y todos somos iguales, somos cubanos…”, dice.

“Contra las páginas coloniales. Materialistas, homosexuales, ateos, brujos y moralistas”, donde además alude a que muchas posiciones obedecen a una moral mimética y simuladora a favor de lo que sea corriente fuerte: encima, mucha diferencia es, en verdad, solo aparente.

En sus conciertos siempre recuerda a su tío Raúl, y esta vez no fue diferente. “Me dio muchas respuestas éticas y estéticas”, dijo antes de presentar “Romance de la niña mala”, poema que musicalizó en los 70 después de haberlo recitado durante toda su niñez. Como el “Romance…”, Pedro Luis interpretó este otro texto Raúl Ferrer “Romancillo de las cosas negras”:

(…) tengo dos cositas negras

Allá en el colegio

Que son las dos cosas

que de allí más quiero.

El pizarroncito en donde el maestro

Me explica los temas del libro tercero

Para que mañana conozca el derecho

Que tenemos todos los hombres del pueblo.

Y mi amigo Antonio, mi amiguito negro

Que se sienta junto conmigo. Lo quiero

porque van tres años de estudios y juegos

Vinimos junticos del grado primero

Como en la manigua juntos anduvieron

Luchando por Cuba juntos su abuelo y mi abuelo

Para ver la patria de Martí y Maceo.

Pedro Luis Ferrer no solo cantó. Entre música y música leyó para los asistentes a la sala Chaplin un pequeño texto que invitaba a pensar en el futuro: “Cuando aparecen las luces de la rectificación, esos pequeños gérmenes de la recuperación, hay que guardar y poner a buen recaudo los recuerdos y vivencias lamentables y contraproducentes depositarlos en la más profunda intimidad como si dejaran de existir para que el progreso no se espante y fluya con alegría, para que se afiance y florezca la buena voluntad. El pasado negativo es, sin dudas, aleccionador en el caudal de la experiencia; pero el crecimiento desmesurado de sus contornos oscuros en nuestra mente y nuestras palabras pueden convertirlo en el mayor obstáculo para la prosperidad, en eterno emisario de la decadencia. Así que lo mejor es, pienso, disponernos con alegría y sinceramente a impulsar el cambio”.

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