Sr. Wayne, quítese las gafas

Dayamí "La Musa" y Osmani García "La Voz". Fotograma de videoclip "Incinérala".

Dayamí "La Musa" y Osmani García "La Voz". Fotograma de videoclip "Incinérala".

Christopher Nolan, director y guionista británico responsable de una docena de títulos memorables, nos lega, en un pasaje neurálgico de su Batman Begins (2005), lo que a mis ojos parece una guía “hágalo usted mismo” para la construcción de un cantante de reguetón.

Henri Ducard / Ra’s Al Ghul (Liam Neeson) en duelo físico y psicológico con Bruce Wayne (Christian Bale), provee a este de los ladrillos para la construcción de la identidad del superhéroe enmascarado en el que se transmutará tras su regreso a Gotham City —Batman, en caso de que no esté usted al tanto—. Todo se reduce a una frase:

“La teatralidad y el engaño son armas poderosas. Debes convertirte en algo más que un hombre en la mente de tu oponente.”

Porque un hombre, como dijera el mismo Ducard minutos antes, puede ser destruido, pero si se convierte en algo más, en una idea quizá, se hace leyenda.

De este —más pedestre— lado de la pantalla, tenemos el mismo problema: la identidad puede ser un lastre.

Quiero decir que resulta difícil para quien se llame Ramón Mario, o para quien SEA Jorge Yankiel 24 horas al día, 7 días a la semana, ser creíble al cantar acerca de cómo está “quemando la pista”, de cómo “está pa’ to’…” de cómo “se la lleva con dinero y pasma’o”, tiene “money, jeva, fama” y es, inevitable, suprema y superlativamente “el animal”.

Tiene, como el superhéroe de Nolan, como todos los superhéroes, que reinventarse, que reencarnar en personaje y leyenda. Tiene que ser Daredevil, tiene que ser Superman, Literna Verde, El Micha, El Príncipe, Yakarta o incluso —situaciones desesperadas mediante— ser Aquaman o Chocolate.

El Micha - Con dinero y pasmao. Video Oficial HD

Porque a diferencia de Ramón, El Chacal —por poner un ejemplo hipotético— no tiene un pasado discernible, ni antecedentes penales por hurto de tendederas, ni una mujer amada a la que sorprendió recibiendo “un tubazo” del vecino o, más interesante y moderno aún, siendo protagonista de una sesión de “ellas son locas, ellas son locas, ellas son locas” con la vecina. El Chacal puede darse el lujo de presumir de recursos inagotables y de una potencia sexual roccosifrédica.

Por eso el único rapto de humanidad de Chocolate, en aquel video tan trending (el de su confrontación llorosa con un grupo de individuos con armas blancas) significó el final de su carrera tal y como la conocimos.

Por eso también la primera hornada de reguetoneros cubanos optó por la máscara: esas omnipresentes gafas escapadas de la estética del Intrépido Volador, que impedían que el público conectara emocionalmente con la parte más indiscreta de la fisonomía humana: los ojos. ¿Temían que a través de esas ventanas del alma pudiéramos echarle un vistazo a sus miedos?

Por fortuna, al parecer un avispado especialista en relaciones públicas sugirió lo obvio: Señor Wayne, quítese las gafas.

Incluso las excepciones vienen a confirmar la regla en el caso de esa analogía entre superhéroes y reguetoneros: Yulien Oviedo, quien usó su nombre real en escena, nunca prendió porque todos recordábamos —Climax mediante— que es mucho mejor que eso.

También Osmany García usa su nombre, pero es este un caso peculiar en el que la persona está ligada a una historia de búsqueda del yo, matizada por oficios de toda índole y hasta una temporada de peleas callejeras que nos resulta bien familiar a los que hemos seguido la saga de Spiderman.

Una nota colateral al respecto de este último caso, el sobrenombre elegido por este cantante: La Voz, es la última de la larga lista de reminiscencias al personaje creado por Bob Kane: Wayne elige la parafernalia de un murciélago precisamente debido a su terror a estos mamíferos, motivado por un trauma infantil. Quiere hacer de esa debilidad, de ese temor, una fortaleza. García también toma un elemento que es una obvia debilidad y lo usa como coraza.

Osmani Garcia - Incinerala ft. Dayami "La Musa"

Escribir la nota anterior tuvo como colateral el compartir con una amiga pasada de escéptica la revisión de Batman begins. Para ella, resultaba increíble que la gente no pudiera adivinar al hombre bajo la máscara. Lo comparaba con el Zorro —técnicamente no un superhéroe, pero cerca…— de aquella serie que, con el siempre impecable doblaje del ICRT, dis(que)frutamos en los 90 y en la que nadie daba pie con bola con la identidad del único tipo con un bigote como ese en todo el imperio español.

Bueno, mi dinero está en que la gente sí sabía que era Don Diego; que los apabullados ciudadanos de Gotham consideraban un precio justo el que el Sr. Wayne se diera el gustazo de andar saltando techos vestido de manera conspicua a cambio de que luchara contra el crimen; que los fanáticos del reguetón cubano realmente no quieren conocer a los Ramón y Jorge Yankiel comunes y corrientes porque la identidad es una construcción —alucinación si usted quiere, lector— colectiva y como tal, todos los implicados obtienen de ella algo que necesitan.

Porque Ducard tenía razón a fin de cuentas y todos precisamos con regularidad una dosis de leyenda.

Salir de la versión móvil