Tarde gris para Beatlemaniacos

Una mujer sostiene los espejuelos de John Lennon durante el concierto homenaje a los 50 años del disco Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band en La Habana, Cuba. Foto: Fernando Medina / Cubahora.

Una mujer sostiene los espejuelos de John Lennon durante el concierto homenaje a los 50 años del disco Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band en La Habana, Cuba. Foto: Fernando Medina / Cubahora.

El primer error fue ir, el segundo, grave, fue sentarme sobre el pasto. El pasto que no era tal cosa sino un tejido mojado y con fango. Tengo la zona baja de la espalda con unos pegotes de tierra como de pintura rupestre. Toda mi culpa, porque por un momento se me subió el hippie que todos llevamos dentro y creí, bobo de mí, que el concierto que se iba a dedicar a los 50 años del disco Sergeant Pepper´s Lonely Hearts Club Band se celebraría a lo grande y que mancharme la ropa no me iba a molestar demasiado; al final, ni lo uno ni lo otro.

Se dice fácil, pero mirémoslo en números y palabras mayores: Señoras y señores, ha pasado medio siglo desde el lanzamiento un primero de junio de 1967 de la más grande reliquia que nos dejara la enorme banda de Liverpool, una sopa magníficamente condimentada con psicodelia y experimentaciones sonoras que viajaron más allá de la música en su estado básico y transportaron hacia lo sideral en un subidón expreso. ¡Un jodido medio siglo de esto se ha cumplido!

Rolling Stone, en 2012, lo nombró “el álbum de rock & roll más importante”, y se puede o no estar de acuerdo, cuando en el género se han gastado tantas genialidades. En ocasiones, pensándolo bien, Pink Floyd, un revólver vuela sesos, ha logrado desarmarme para volverme todo psiquis como ningún otro grupo, ese extraño modo del solipsismo a través del otro.

Pero en el concierto estamos, tarde lluviosa, parque John Lennon, calle 17 entre 6 y 8, Vedado, La Habana, lugar conocido así después de que le hicieran una estatua en tamaño natural del compositor e integrante de The Beatles. La estatua ha perdido los anteojos, se dice que los han robado, ahora posiblemente se los hayan retirado por precaución porque no están. Sin anteojos, Lennon se ha ido de Lennon, sentado en el banco con las piernas cruzadas es otro turista cegato, de los que no ve cambio alguno después del 17D y ahora se rodea de un arroyo de nostálgicos beatlemaniacos y de adolescentes que deben desencogerse un poco cuando suene Lucy in the sky with diamonds porque lo recuerdan de la presentación de la telenovela brasileña Imperio así como el coro de Y dale alegría, alegría a mi corazón, se lo atribuyan algunos a la Charanga Habanera en vez de a Fito Páez.

Hay extranjeros que piensan que los cubanos vivieron décadas sin conocer a The Beatles y que, gracias a la apertura con el gobierno de Obama, pueden armar una algarabía por la libertad del Sargento Pimienta.

Es normal que ocurra ya que siempre ha habido interpretaciones desde el homo sapiens primigenio. Y el rock ha sido en el archipiélago semejante al Bloqueo, digno de juicios encontrados.

Cuando Estados Unidos hacía guerra en Vietnam, los músicos propusieron un pastel de colores, optimismo, amistad y amor. Hoy que el mundo se estremece por el tuit covfefe de Trump más que por los muertos en Siria, los músicos nos proponen ser idiotas, porque vale admitir que en la idiotez está la paz y la sandunga.

En el parque anuncian que van a tocar Los Kents, La Vieja Escuela, La Flota, Sweet Lizzy Project, Gens, Héctor Téllez J.R y la compañía infantil La colmenita. Cuando Juanito Camacho dispara sus ráfagas de conocimiento, cerca de los quioscos y los baños públicos ni se escucha qué viene después. Entre una presentación y otra hay unos huecos de silencio tremendos, digamos unos cinco o diez minutos sin música ni un sonido distinto al murmullo. Y cualquier expectativa se derrumba porque los varios grupos que fueron invitados solo interpretaron los temas del Sgt Pepper´s Lonely Hearts Club Band, y luego el público y el concierto mismo quedaron como en un mal coito: ¿se acabó, qué es un concierto sino el apareamiento de la música en vivo y las sensaciones corporales? Cuando esto falla, tenemos un acto político o un karaoke.

El público tuvo que girar, mirándose las caras, la venta de cerveza fue una chambonada. Empezaba, se cortaba y volvía, se cortaba y no volvía. A un ambiente hippie no puede faltarle, mínimo, la cerveza. Los apelotonamientos iban a los pulóveres de homenaje por veinte pesos cubanos, amarillo de pollito no psicodélico con el nombre de The Beatles, talla XXL, a la medida de los menos. El público tuvo que girar y posarse para las fotos al lado de Lennon en el parque con cara de pocos amigos. Un selfie grupal por aquí y por allá, el desorden de los que no encuentran motivos para sonreír fuera de los encuadres. En esta ciudad casi no queda nada gratis que valga la pena, hay que pagar por que monten un buen número. El homenaje fue lo contrario a la voluntad de The Beatles: Quizás la primera ocasión en que Sergeant Pepper´s nos maltrató como un oficial del Servicio Militar Obligatorio. Se mancharon mi espíritu hippie y mi pantalón. Me vuelco hacia el interior de los corazones solitarios.

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