Teresita Fernández y las poéticas de la vida

Este 10 de noviembre, murió en un hospital habanero del Cerro, Teresita Fernández, la trovadora inmensa que nos legó canciones que forman parte imprescindible de la memoria colectiva de varias generaciones de cubanos. Su extensa obra es expresión de lo más auténtico de la cancionística infantil en Latinoamérica. Sin embargo, existe otra parte de su creación que apenas se conoce.

No quiero solemnidades, me dice. Intentemos de otro modo, le digo.

Tal vez, los signos que nunca aprendió a descifrar fueron los de la soledad. Pero se resistió a las ausencias y puso en cada espacio vacío una canción, un motivo de vida. Aferrada para siempre a la guitarra, salió a cantarle a la muerte, con la ternura que solo su verso limpio supo ofrecer.

La redescubro entonces, en una de sus tantas presentaciones, hace más de diez años. Y allí está ella, una anciana perenne construida desde el recuerdo. La memoria tiene sus trampas, pero también sus afectos salvables. Siempre son difíciles las poéticas de la muerte, le digo. Hay que buscar el modo de encontrar la poesía, me dice.

El día que yo me muera hagan una buena acción en mi nombre, abracen algo, quieran algo. Esa será la mejor forma de recordarme, pide en esa ocasión a los niños que la acompañan. La escena se repite ante los ojos y retumba en mi esófago, más de una década después.

En la funeraria de Calzada y K, veo una mujer tendida ante un puñado de amigos que estarían hasta el final. Las canciones dan vuelta por todas partes. Mi infancia está jugando con ellas, haciendo guiños, burlándose de mi solemnidad. Hay muchos modos de envejecer. Teresita siempre lo ha sabido, por eso, canta.

Son difíciles las poéticas de la muerte, insisto. Hay que buscar el modo de encontrar la poesía, repite.

Tuvo también un puñado de gatos, un puñado de canciones, un puñado de angustias y un puñado de verdades a las que nunca renunció. Otras voces la recuerdan, dialogo con ellas, escucho.

Creo que hay mucho que hacer no solo con la cancionística infantil sino también con la obra gigante para adultos que dejó y que no está grabada . Estamos muy tristes, es la zona de este viaje que no acabamos de comprender. Lo que me da fuerzas es pensar que sería más triste no haber tenido una Teresita Fernández . Es de esa gente irrepetible, una mujer muy grande. Pensemos en lo que nos ha regalado, expresa la cantautora Liuba María Hevia, sin dudas, la hija más querida de Teresita por identidad y por vocación de vida.

Ella se definió siempre como una juglar  y una maestra que cantaba, tal vez por esa facilidad con que hilvanó magisterio y ternura. Hay siempre dos mujeres latiendo en ella, una Teresita profunda que descubrió matices en los objetos cotidianos, que cantó a la verdad y a la belleza. Y otra que tuvo un gato, una palangana, un zunzún y hasta una ronda que hizo también suya.

Es su canto un sitio para reencontrar los misterios que conforman el arte esencial. Desde su participación en la Peña de los Juglares, espacio desde el cual dio nueva vida  a los versos de José Martí, las rondas de Gabriela Mistral y vio crecer sus canciones, inició un camino artístico donde defendió una voz que no debe quedar en el olvido.

Reconocida con el Premio Nacional de la Música en 2009, Teresita preconizó una manera de asumir desde el respeto, la sensibilidad y la inteligencia, la obra destinada a los niños. También desarrolló un extensa obra para adultos que incluye boleros, poemas musicalizados y habaneras. Sobre todo, nos deja fragmentos fecundos de esa infancia que siempre nos sorprende cuando escuchamos sus canciones.

Pero Teresita insiste en seguir jugando con las solemnidades, por eso, en su propio entierro tuvo caramelos, flores y música. Por eso, no hubo despedidas, porque hay voces que no pueden morirse nunca. Amigos y admiradores reunidos en la Necrópolis de Colón, en este noviembre, tributaron a la niña-poema. Entonces, la voz de Liuba rompió con “Lo feo”, y fue otra vez Teresita la que convidaba.

No quiero solemnidades, me dice. Entonces cantemos, le digo.

Por: Yenys Laura Prieto Velazco

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