Vamos John Lennon, coge tu cajita…

Cada vez que paso por la dulcería La Suiza de Santa Clara, “Micifuz”, el pintoresco cargabate del equipo Villa Clara de beisbol, que en su tiempo libre vende envases de cartón fuera de este establecimiento, me dice: Vamos John Lennon, coge tu cajita para que lleves el cake. Siempre que el “Misu” me llama así no puedo evitar cierto estremecimiento por la connotación que en otros tiempos tuvo en Cuba ser comparado con el mítico músico inglés.

Terminaba yo el 9no. grado en la secundaria anexa al Instituto Tecnológico Lázaro Cárdenas de mi provincia, el día en que fui a recoger las notas de fin de curso se me acercó un profesor y me espetó despectivamente: ¿Tú, con ese tipo de “beatle” que tienes eres alumno de esta escuela? Tomé la certificación de notas y espantado me prometí no regresar nunca más a aquel lugar, promesa que al cabo de cuarenta y tantos años se mantiene incólume.

Al año siguiente, cuando cursaba el 10mo. grado en la Secundaria Básica Capitán Roberto Rodríguez de Santa Clara, un día, en que una delegación de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) visitaba la escuela, unos de los profesores, militante de esa organización le pidió al presidente de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) que me dijera que saliera del centro porque con mi facha de Lennon no era el mejor ejemplo.

Exactamente un año después, al comenzar mis estudios de Historia en la filial del Instituto Superior Pedagógico Capitán Silverio Blanco, situada en medio de sembradíos de tabaco en la zona de Cabaiguán, una noche mi profesora de Español-Literatura me avisó asustada porque en una reunión donde ella estaba, el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) había planteado que yo, con mi aspecto “intelectualoide”, era un “foco diversionista” pues evidentemente era fanático de la estética de ese pacifista burgués llamado John Lennon. Confieso que me invadió un gran temor pues en esta década, ser un “diversionista”, es decir, tener “problemas ideológicos” era algo grave.

No pocas veces había sorprendido a este dirigente, junto a otro de la UJC, tratando de subir el volumen de mi radio VEF, pasada ya la media noche, para ver si estaba oyendo la emisora WQAM de Miami. En realidad a esa hora estaba escuchando el programa Formalmente informal, de Radio Habana Cuba, dirigido y conducido por el periodista Orlando Castellanos, donde era habitual oír a cantautores de izquierda latinoamericanos como Horacio Guaraní, César Isella, Alfredo Zitarrosa, Víctor Heredia o Mercedes Sosa. También a cultores de la nueva trova cubana con composiciones que raramente podía encontrar en las demás emisoras, sobre todo temas de amor.

La acusación de seguir la estética de Lennon que arrastré desde la adolescencia supuse que estuviera motivada, primero, porque llevaba la raya del pelo más hacia el centro de la cabeza de lo que normalmente se usaba. Además, me pelaba con lo que se llamaba entonces barberito, especie de peine doble con dos cuchillas de afeitar soviéticas marca Astra dentro, que al pasarla picaban el pelo, también de manera distinta a lo usual, aunque cumplía perfectamente con lo reglamentado en cuanto al largo del cabello. Tal vez lo que puso el colofón a la “sospecha” fue que comencé a usar espejuelos con aros dorados, traídos del exterior porque en Cuba no existía la graduación exacta que requería mi trastorno visual.

Durante más de una década arrastré el azoramiento por aquella imputación, sin poder darme cuenta todavía que en realidad me estaban elogiando al compararme con el extraordinario músico y humanista. Que en esos momentos en que en Cuba era considerado un “pacifista burgués” el notable artista estaba siendo espiado y asediado por el FBI debido a su campaña contra la guerra de Vietnam y su convocante prédica por la cohabitación pacífica de los seres humanos.

Es difícil para una generación, fortificada en estos estigmas, superarse y comprender sus errores, puede, “por política” simular públicamente la comprensión y vencimiento de sus faltas, pero en su fuero interno guardar recelosamente sus prejuicios.

En 1984, cuando ya creía superadas estas obcecaciones, trataba yo de obtener una de las plazas disponibles en la Biblioteca Martí de Santa Clara. Notaba que a pesar de mis dos títulos universitarios idóneos la gestión se dilataba, hasta que una mañana, muy temprano, una trabajadora de dicha institución me pidió apenada, y en el más estricto secreto, que me pelara un poco y me arreglara la barba, porque a la directora de la biblioteca no le parecía bien mi apariencia bliteriana para trabajar en aquel lugar.

Toda esta “mala educación sentimental” se me agolpó de pronto el día 8 de diciembre de 2000, ante la noticia de la inauguración, en un parque del barrio El Vedado en la capital cubana, de una estatua de Lennon. Oí discursos y elogios, sentí aplausos y vítores, y una larga letanía acerca de las virtudes del artista que era un ejemplo para la juventud del mundo.

Pero tenía otros recuerdos y otros conocimientos, que ese día habanero se encresparon en mi sensibilidad; ya conocía de donde había llegado esa animadversión hacia los mundialmente famosos escarabajos ingleses. Sabía que en algún momento de este infortunado y grisoso devenir, ciertas elucubraciones colegiadas por la intelligentzia de la “alta cultura” del país habían propiciado un caldo de ridícula suspicacia que los calificaba como enemigos de la aséptica sociedad pretendida en la Cuba de entonces.

Ha pasado el tiempo y hoy es difícil encontrar una plaza cubana donde no se haya oído cantar Imagine there’s no heaven / It’s easy if you try / No hell below us / Above us only sky / Imagine all the people / Living for today….

Aquel profesor que me acusó de “tener tipo de beatle” ahora viaja frecuentemente a Miami, el profesor dirigente de la UJC que dijo que parecía un Lennon y era un mal ejemplo no lo he visto nunca más en mi ciudad, posiblemente, como casi toda su generación, hoy se encuentre en algún lugar de los EE.UU o se haya convertido en ciudadano español por ascendencia familiar. Uno de aquellos dirigentes que me vigilaban en la Filial Pedagógica de Cabaiguán lo encontré hace algunos años depauperado y triste, me dijo que él sabía que yo estaba bien “parado” en Cultura y necesitaba que le consiguiera un trabajo. El otro, hacia finales de los años noventa vendía pizas por las calles de Santa Clara, luego se volvió un alcohólico público y ahora todas las semanas lo encuentro entrando a una logia masónica de la vecindad. Al parecer sus celos por la pureza ideológica no les reservaron ninguna congratulación. Mientras, yo sigo disfrutando en mi Santa Clara a Los Beatles, pero sobre todo a Horacio Guaraní, César Isella, Alfredo Zitarrosa, Víctor Heredia o Mercedes Sosa, además de las hermosísimas canciones de la nueva trova cubana, música con la cual ya estaba identificado cuando aquellos personajes transitorios, pero perniciosos, me acusaban del pecado ideológico que era seguir la estética de un hombre bueno que había nacido en Liverpool, el 9 de octubre de 1940, y había revolucionado el mundo de la época, primero con su música y luego con su ideal de paz.

Tal vez “Micifuz” sea de aquellos que tuvieron que esconder los discos de Los Beatles en estuches se la Aragón, Los Zafiros o Gina León. Quizás invocar el nombre de Lennon sea una temeridad a la que puede dar riendas sueltas ahora. Pero confieso, que lejos de sentirme halagado, cuando paso por la dulcería La Suiza de Santa Clara y oigo la voz del “Misu” invocando al legendario beatle y proponiéndome unas de sus cajas, siento otras vez aquel extraño sentimiento de indefensión y un asedio de miradas proponiendo mi nombre para una execrable lista.

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