Otra rosa de Francia

Foto: Reinaldo Cedeño

Foto: Reinaldo Cedeño

Jacqueline pudo haber nacido en Cuba, o tal vez lo hizo, el día que una guitarra le empedró el camino. Quiere atraparlo todo con su cámara. La poesía conmovedora y sutil, imbatible y eterna. La trovada. La historia que sobrevuela en las viejas canciones. A  todos convence para que le canten, para que le cuenten.

De niña se deleitaba con la palabra Caraïbe, con su pronunciación en francés. La sentía exótica como los relatos de Verne. Ella también se las arreglaría para dar la vuelta al mundo, pero mientras el momento llegaba, en su natal Lyon, montaba obras de teatro con sus amigas, se deleitaba con la ópera, con el flamenco.

Los años pasaron volando. Fueron treinta y dos como asistente de dirección, especializada en auditoría. El rigor nunca pudo anclarle los sueños. Primero fue la pintura, luego vino Chekeré, una asociación de músicos franceses locos por la música cubana… hasta que en 2001, inevitablemente, su rosa náutica marcó rumbo a la Isla.

En su primer viaje encontró el amor. No lo supo entonces. Descubrió a Santiago de Cuba, poco a poco. Hizo suyas sus callejas, sus montañas. Y aquel misterio que había visto en la cinta de Win Wenders sobre el Buena Vista Social Club,  se le reveló de pronto. Lo tuvo enfrente. Se dejó llevar. El mundo se detuvo.

Jacqueline se asió a su cámara como un pastor al cayado. Ningún tiempo alcanzaba. Filmó peñas, conciertos, descargas exclusivas en la mítica Casa de la Trova santiaguera. Se instaló, preguntó, escudriñó. Se detuvo donde otros pasaron, y se volvió parte de la historia que contaba.

Alejandro Almenares cantando obras de su padre. Chely Romero bordando  la  Idolatría de Graciano Gómez. José Julián Padilla, conversando con el retrato de su abuelo Pepe Sánchez. El dúo Los Cubanitos, con un regalo exclusivo de Salvador Adams a Pepe Bandera…

Gente de todo el mundo ha visto sus filmaciones. A través de las redes sociales, calladamente, ella reconecta a los cubanos de todas partes con sus barrios, sus familias, sus recuerdos. Si la ves, te dejará un beso en cada mejilla.

Jacqueline es infatigable.  Siempre lleva un bolígrafo y una libreta consigo. Un día descubrió a un mensajero del amor, a un trovador.  Movió cielo y tierra. Tocó todas las puertas. Buscó todas las voces. Y en el Simposio Pablo Hernández Balaguer, el pasado año, estrenó la versión inicial de “Daniel Castillo y Moneda Nacional, del Quinteto al Septeto”.

Desde Europa vivió el paso inmisericorde del huracán Sandy (octubre 2012) y regresó cargada de libros y revistas. La sonrisa de un niño vale un potosí. Organizó actividades para ellos: coros, lecturas, dibujos. Y  acabó montando una biblioteca comunitaria en el poblado de Cuabitas.

Cuando cruza el Atlántico, extraña el aire de la Isla, su ir y venir en moto, el abrazo de los amigos. Tiene un pie en el Viejo continente y otro en el Caribe. Jacqueline Ferraton Petit pudo haber nacido en Cuba, o tal vez lo hizo…

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