Pablo Milanés y un baúl de canciones

Pablo Milanés. Foto: Claudio Pelaez Sordo

Pablo Milanés. Foto: Claudio Pelaez Sordo

«Yo llamé a la madre para que viera aquello porque nadie me creería», cuenta entre risas Pablo Milanés recordando lo que llamó «el colmo de Haydée», su hija. «Estaba cantando frente al televisor el Himno Nacional, tararéandolo. ¡A los seis meses! Imagina la musicalidad que tenía esa niña desde que nació».

Cuando ya se acerca Amor, Haydée Milanés a dúo con Pablo Milanés el 11 de junio, hemos pedido al trovador que nos cuente cómo asume su protagonismo en este proyecto de su hija, qué opinión le merece como artista y qué expectativas tiene de la presentación del próximo sábado.

«Haydée –cuenta Pablo– se fue desarrollando con un oído tremendo. Había veces en que yo le estaba enseñando una cosa a alguien en mi casa, y ella salía y seguía ella, porque se le pegaba todo. Siempre tuvo una tremenda musicalidad, independientemente de que en mi casa se escuchaba música buena, de todos los géneros, no había discriminación. Tanto música folclórica como tradicional, o de vanguardia, barroca, clásica… Se oía todo, yo lo que siempre procuraba es que fuera buena. La influencia para mis hijos fue absolutamente gratuita. No impuse nada a ninguno. Ellos simplemente escuchaban y después cogieron su rumbo».

Pablo Milanés invita a concierto con su hija Haydée

¿Es muy exigente Haydée como artista?

Absolutamente. Me cuesta decir esto como padre, pero he visto pocas artistas jóvenes tan exigentes como ella. En su propio trabajo, consigo misma, y con quienes la rodean por supuesto, porque ella impone su disciplina. Es muy trabajadora; y todo eso se combina con sus estudios y la laboriosidad que tiene cuando quiere lograr una cosa. El disco de Marta [Valdés] estuvo tres años para hacerlo; y en el que estamos trabajando ella y yo, mucho antes de empezar a grabarlo, duró seis meses. Ella se impone cumplir con cosas que uno no ve y que son detalles. Es muy detallista.

Su propósito era hacerme un homenaje con esas canciones desconocidas. Pero yo creo que va más allá, es un trabajo en el que yo he querido complacerla a ella también, y los dos nos sentimos muy satisfechos con los resultados. Ha sido beneficioso para ella y para mí… desde todo punto de vista.

¿Cómo ha sido este proceso creativo entre los dos?

He asumido lo que Haydée ha querido. La he complacido.

Ella lo ha hecho como una especie de homenaje hacia mí; el verdadero sentido de este recital es recobrar una serie de obras –que no están perdidas, están grabadas, pero yo nunca las he cantado–. Prácticamente el público no las conoce, y ella quiere que esas obras se conozcan.

«Son canciones que estaban –dice el trovador– ahí en el baúl».

¿Las canciones que van a parar al baúl se eligen o simplemente van quedando atrás?

Van quedando. Yo hoy día hago veinte o treinta canciones de un repertorio de quinientas. ¡Y todas me gustan! A la hora de escoger es difícil y hasta doloroso dejar canciones a un lado, pero hay que hacerlo porque no puedes cantarlas todas. Inclusive el público a veces pide cada una… Y es imposible complacer a todos con un repertorio tan amplio.

¿Este proyecto también saldaría entonces una deuda con el público y consigo mismo como autor?

Ese es el propósito de Haydée, hacer justicia a estas canciones olvidadas y desconocidas. Para mí, sí, es saldar una deuda como autor, claro, también con el público. ¡Y con las canciones…! Pobrecitas.

Haydée cuenta que en este disco quería que usted volviera a la guitarra…

Sí, me ha hecho tocar guitarra después de siete u ocho años –sin hacerlo en público, porque la toco en mi casa–. Tengo un problema en las manos y ya no lo consigo con la facilidad de antes. Entonces ella me ha hecho superarlo; incluso me ha dado fisioterapia para las manos en este último año, para poder acompañarme con guitarra en cuatro o cinco canciones, y complacerla.

¿Cómo vive ese retorno?

Es muy agradable, me hace recordar los años pasados cuando empecé con mi guitarrita en los 60. Tocábamos en las esquinas y siempre la llevábamos encima. Nunca la dejábamos: era parte de nuestro cuerpo, incorporada absolutamente. Dejarla hace ocho años me dolió mucho, pero fue necesario; así que tocar de nuevo me da mucha alegría.

Haydée Milanés encarga canción a su padre, con 5 años

Pablo, ¿cuánto debe su obra a Bayamo?

Creo que es importante dónde yo nací, porque de niño recuerdo con 3 o 4 años escuchar bailes alrededor de mi casa con el órgano manzanillero y aquellos sones, independientemente de que mis padres escuchaban mucha música cubana en la radio; a María Teresa Vera, los danzones… Todo eso me lo sé de memoria por influencia de mis padres. Mi magia auditiva de pequeño tiene mucho de aquellos sones manzanilleros y de la zona del Cauto que se tocaban en los bailes populares.

Luego estudié en un conservatorio, y tenía de la escolástica pero también mucha inclinación a la bohemia. Estuve después con Leo Brouwer en el Grupo de Experimentación Sonora [del ICAIC]. Aquellos años fueron muy beneficiosos para mí; aprendí muchas cosas con Leo, sobre todo conceptos, cómo abordar una obra en su forma, en su estructura, en su armonía, su ritmo… Tal vez antes las hacía inconscientemente, sin saber.

Haydée sugiere una búsqueda de los clásicos. Primero las canciones de Marta Valdés, ahora estas suyas… ¿Hay futuro para la música tradicional?

Si se rescata. Hay que hacerlo y tienen que encargarse los gobiernos, los que dirigen la cultura en cada país, y ponerla como una norma. Si no, las compañías comerciales se van por otra vía mucho más fructífera desde el punto de vista del dinero, de las promociones, de las propagandas, de nuevos seudo géneros que salen a la calle. Entonces se echa a perder el reconocimiento de esas músicas.

Sin embargo, usted apuesta mucho por los jóvenes creadores.

Naturalmente, claro que sí. Siempre que valga la pena.

Yo lo doy todo por todos esos jóvenes. De hecho, este estudio está siendo un laboratorio. Todos los días viene alguien que si no quiere hacer algo en solitario, quiere que colabore, y lo hago con muchísimo gusto; porque eso enriquece, a ellos y a mí. Enriquece el espíritu.

Dicen que es difícil cantar con Pablo Milanés. ¿Hace concesiones en los dúos, tiene algún recurso para no sobresalir demasiado?

Para no sobresalir no. Simplemente lo hago en la forma más discreta; pero en la forma mía, porque si no estaría haciendo unas concesiones que son perjudiciales. Esta es mi voz y, humilde y discretamente, canto con ella. Pero no puedo dejar de hacerlo como soy yo. Esto es lo que me dio la naturaleza. Y lo cuido.

Aparentemente no, pero sí tengo mucho rigor con la voz. Me cuido mucho. Por ejemplo, en el año 81 un foniatra me dijo «el cigarro o la voz» y yo no fumo desde aquel momento, ni he vuelto a tener deseos. Lo dejé definitivamente y creo que por eso canto todavía.

Video: Claudio Pelaez / Denise Guerra, Ismario Rodríguez

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