Rafael Alcides: “Puesto que iba a ser apartado, me aparté”

En 1983 yo iba a un preuniversitario en La Habana y conocí su libro Agradecido como un perro, publicado entonces. Me deslumbró. Era tanta la humanidad y la magia que desbordaban aquellos versos y, además, venían de un poeta desconocido. Su libro me ha acompañado siempre: en la cárcel, en el Estrecho de la Florida, en la guerra.

Varios años después de llegar a Estados Unidos –y todavía sin haber conocido personalmente al poeta– decidí que haría mi tesis de Maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de Washington sobre su obra. Fue entonces cuando, a través de su esposa, Regina Coyula, y de la Internet, por fin pude contactarlo.

Lo que empezó con una colaboración a distancia devino una amistad entrañable. Un día por fin pudimos abrazarnos. Durante años me envió cartas que atesoro. De él me siento como un hijo.

Este 19 de junio el poeta cubano Rafael Alcides ha muerto en La Habana.

En noviembre de 2012 Alcides respondió mis preguntas para una entrevista que quedó incluida en mi trabajo de investigación. Es un testimonio de vida, inédito, de un hombre admirable.

Foto: Regina Coyula

El poeta Rafael Alcides Pérez, uno de los exponentes de la poesía coloquial cubana de la segunda mitad del siglo XX, nació un 9 de junio de 1933 en Barrancas, en la provincia de Holguín, Cuba. Es miembro de la llamada generación del 50 y el movimiento poético de los 60. Sus primeros pasos como escritor coinciden con el triunfo de la Revolución, en 1959. Himnos de montaña, su primer libro de poemas, fue publicado en 1961. Siguieron, tras intervalos de silencio más o menos largos, Gitana (1962),  La pata de palo (1967), Agradecido como un perro (1983), Y se mueren y vuelven y se mueren (1988), Noche en el recuerdo (1989) y Nadie (1993). En 1965 obtuvo una mención en el concurso Casa de las Américas por su novela Contracastro, aún inédita. En enero de 2011 recibió el premio Café Bretón, de España, por su libro Memorias del porvenir

¿Cuándo sintió dentro de sí por primera vez el llamado de la poesía? ¿Cuándo escribió sus primeros poemas?

Desde niño. Entonces no los escribía, claro está, los pensaba, o los decía en voz alta en el patio o en la vega del río, siempre donde no me oyeran. Hoy sé que aquellos soliloquios fueron mis primeros poemas. Entonces creía estar hablando solo. Por eso, temeroso, o avergonzado de ser sorprendido encuerando mis sentimientos, pero necesitado de exteriorizarlos, me escondía para proclamarlos. Después he conocido algunas personas con madera de poeta, y aun con poemas envidiables ya escritos, pero que preferirían dejarse arrancar pies y manos y hasta el alma toda a verlos publicados. Vencer el miedo de encuerarse ha sido siempre la primera gran hazaña del poeta.

Muchos de sus poemas tienen un tinte autobiográfico. ¿En qué medida el pueblo de su niñez, Barrancas, y la figura de sus abuelos, influyeron e influyen en su poesía?

Los orígenes pesan. Buenos o malos, quienes no hemos bajado del cielo estamos marcados como las reses por el hierro del lugar al cual pertenecemos, allá donde nos hicieron. Todavía hoy Barrancas (que ya no existe) sigue siendo para mí una pauta además de un planeta muy particular donde existieron una vez un rey y una reina, carentes en lo material hasta del pan para amanecer vivos al día siguiente pero que sin embargo hicieron de mí y de mi hermano Rubén los príncipes más felices de este mundo. Porque, aquí entre tú y yo, Carlos, la Felicidad no es un pueblo a donde se va los domingos.

El agradecido

A Nati Revuelta

Toda mi vida ha sido un desastre
del que no me arrepiento.
La falta de niñez me hizo hombre
y el amor me sostiene.

La cárcel, el hambre, todo;
todo eso me ha estado muy bien:
las puñaladas en la noche,
y el padre desconocido.

Y así de lo que no tuve
nace esto que soy:
bien poca cosa, es verdad,
pero enorme, agradecido como un perro.

¿Cómo ve, en retrospectiva, el legado de la poesía hecha por la generación del 50, a la que usted pertenece? ¿Cuáles son las influencias de las que se nutre más esta generación? ¿Nicolás Guillén, José Lezama, Emilio Ballagas? ¿Cuáles son las fuentes, escritores o poetas, que considera influyeron más en su derrotero?

No seas pícaro, Carlos, ahí no hay una pregunta, hay tres. La primera de ellas daría para un largo ensayo del cual han sido escritos ya numerosos esbozos no siempre coincidentes. Para algunos autores, mirando desde su acera generacional, esa Poesía no ha dejado nada. Aquello fue un paso de retroceso. No nos perdonan el haber sacado la Poesía del mundo de alfombras y cortinas cerradas donde la halláramos esperando por los señores, y allí a veces más parecida a una tumba que a una deidad. Les parece un ultraje. Para otros autores, ha dotado a la lengua de algunos de los mejores textos del siglo. Yo no te hablaré de calidades. Te diré lo que hicimos. Menos la majestad, le disimulamos cuanto de bajada del cielo tiene (le disimulamos, he dicho, no quitamos), de modo que sin cometer la afrenta de convertirla en un nuevo esperanto pudieran, sin embargo, ser tratados en ella con naturalidad cotidiana los asuntos de las plagas en la agricultura, el peligro de las carreteras en los días de niebla, la preocupación por las enfermedades emergentes, tal el caso de la legendaria gonorrea, y así. En tanto ámbito, nada nuevo. Era algo ya en camino desde la aparición misma de tan augusta deidad (nunca sabremos si es hembra o macho). Homero, cosa que suele olvidarse, llegó más lejos. Y en tanto estética, tampoco nada nuevo. Ya en el “Fidelia”, de Zenea, había algo de eso, y de manera explícita en el recién terminado siglo XX lo hallaremos en el Villena de “Canción del sainete póstumo” y, entre otros, en el “Vida de Flora”, de Virgilio Piñera, y en el Eliseo de “La Calzada de Jesús del Monte”. Esto por lo que a Cuba toca. Si miráramos al extranjero en busca de otros referentes poéticos, encontraríamos a muchos de los que nos nutrieron. Los hallaríamos en Whitman, desde el sombrero hasta los zapatos, en el Darío de la “Epístola a Madame Lugones”, a menudo en el Neruda de “Walking around” y “Maligna” o en el Vallejo de “Masa” y de “Solía escribir con su dedo grande en el aire”, en Drumond de Andrade (“En el medio del camino había una piedra…”).

Foto: Regina Coyula

En fin, eso estaba ahí, afloraba en España, en México, en Nicaragua, crecía ya como la verdolaga. Ninguno de nosotros lo inventó. Lo afinamos, le subimos a esa guitarra una octava, y empezamos el guateque. Lo que en otros había sido excepción, y llamaron Conversacionalismo, los coloquialistas (no sé de dónde salió la tal denominación) lo convirtieron en sistema, en su lenguaje habitual, de modo de cumplir con las exigencias de su día. Como cuando Jehová dividió las aguas, después, nada volvió a ser igual. Nada ni nadie escapa a su hora. Toda la casa poética había sido estremecida. El Cintio de Vísperas no será el de La fecha al pie y el Viaje a Nicaragua. Aun Lezama en su poema a María Luisa, tal vez porque a una esposa no se le podría hablar con palabras de mármol y aun así ser creído por ella, lo hizo al modo de los coloquialistas. Y si te fijas en el Gastón Baquero de Magias e Invenciones en adelante, es un Gastón bien lejos del Gastón inicial. En tono de disculpa él, hablándome de su primer poema publicado, hermoso texto casi tan oscuro como algunos de los escritos por los excelentes poetas jóvenes de hoy, me decía en 1994 caminando por el Paseo Blasco Ibáñez, en Valencia: “Sí, pero entonces yo tenía diecisiete años”.

No obstante lo dicho, la revolución de los coloquialistas no pretendía desalojar a los que ya estaban. Ni a los que estuvieran por venir. No dijo, al modo de un mandarín: “Este es el lenguaje”. No señor. Fue heredera y continuadora de los maestros ya acreditados. Hizo (y por mi parte sigue haciendo) lo que tenía que hacer. No te extrañará luego, entonces, que en lo personal, como lector, como peregrino siempre en busca, siga yo frecuentando los viejos templos de la Poesía y exhortando a quienes aún no lo han hecho a que lo hagan. Como la música, la Poesía necesita de todos los sonidos. Es una paleta necesitada de todos los colores o no podría seguir creciendo y llenar por fin, las necesidades espirituales de un mundo cada vez más complejo.

Fuera de las influencias, o más bien antecedentes ya mencionados, no veo otras participaciones en el ejercicio coloquialista. Pueden, sí, haberse dado coincidencias. Con Guillén, por ejemplo: Nicolás tiene textos coloquialistas anteriores al Coloquialismo, y posteriores. Pero, excepto por el deseo de hacerlo tan bien como él, para nada influyó en la generación.

Respecto a mí, a menudo me he visto incluido en el team de Nicanor Parra. Craso error. Cuando en 1965 vine a enterarme de la existencia de Parra (oportunidad en la que andando él y yo solitos por el interior de la Isla trabamos una muy hermosa relación) ya tenía yo escritos y publicados algunos de mis mejores textos (“El caso de la señora”, por ejemplo, publicado en la revista Unión en 1963). Yo vengo, más que de un poeta, de un poema. El poeta, Rubén Martínez Villena; el poema, el ya mencionado “Canción del sainete póstumo”. Ahí en ese poema me hice antipoeta, ahí hallé mi estética, ése es el poema cuyo espíritu siento resonar en todo cuanto he escrito, un algo, bueno o malo, algo que Rubén me pegó. Y, cosa curiosa, en la obra tardía pero perfecta de este autor de vida breve y apasionada, que como persona tengo entre mis ídolos del siglo, el único poema que me interesa…

Los ministros

Cada vez que oigo hablar de un amigo
al que van a hacer ministro,
alguien borra una parte de mi vida.
Me quedo solo en el parque Aguirre
con aquella camisa Mc Gregor que jamás llegué a tener,
conversando en la noche con nadie.
El poder no siempre corrompe a los hombres,
pero los separa.
Entre un ministro y yo hay algo más que un escritorio
de por medio:
Los ministros sueñan.
Avanzan en su máquina cargados de sueños,
con sueño. Sin tiempo siquiera
para poseer a su mujer, acariciar a sus hijos.
Un ministro no es un tipo cualquiera del pasado,
es alguien que ya está en la Historia.
De él depende todo el día de mañana.
Y sueña.
Firma documentos.
Discute. Toma su corazón y lo pone de maquinaria
donde hacían falta piezas de repuesto.
No sale al teléfono.
No tienen derecho a estar tristes los ministros.
No beben cerveza
en público. No van al cine.
Jamás los encontramos en un ómnibus.
Un ministro es tal vez el ser más infeliz del mundo.
El más solo.
Sus amigos de antes, los más desgraciados.

La memoria no debiera alimentarse del recuerdo.

Los ministros debieran nacer ministros,
es mi última palabra. Entre las lágrimas.

Su poesía de la década de los 60 es de compromiso con la Revolución cubana y de esperanza con el proceso que se desarrollaba en la Isla. Una novela suya inédita, Contracastro, obtuvo una mención en el concurso Casa de las Américas en 1965. ¿Por qué no fue publicada? ¿Han sido publicados alguna vez extractos de esta novela?  

Lo primero, si te fijas bien en la respuesta anterior, fue contestado. En cuanto a lo segundo, molestó, escandalizó el título. Fetichismos. Cosa que me alegra, pues como por estar yo entonces dentro del bosque no podía ver el bosque, enfoqué mal allí lo que sin duda ha sido la mayor tragedia cubana si se exceptúa la de la Reconcentración de Weyler, con la que sin embargo tiene despavoridos puntos de contacto. Exceptuados los dos capítulos dados a conocer en el año de mención, dicha obra (que después la Casa de las Américas quería publicar), permanece metida en alguna gaveta esperando su segunda parte.

¿Cómo lo afectó, en términos de producción literaria y en términos humanos, el proceso contra el poeta Heberto Padilla y el subsecuente “quinquenio gris”?

Ya por ese tiempo yo no contaba, Carlos. Después de la entrada de los tanques rusos en Praga y la felicitación del Máximo Líder a los tanquistas, me hice a un lado y sabiendo lo que hacía no dudé en darle mi opinión al respecto a la persona menos conveniente para oír esas cosas. Y puesto que de todas maneras iba a ser apartado, me aparté. Para empezar no volví a poner los pies en la UNEAC hasta fines de 1987. Dejé de asistir a eventos culturales de todo tipo, ni siquiera se me volvió a ver en una exposición de pinturas, en una obra de teatro, en una presentación de libros. Necesitado sin embargo de dar a conocer mi desencanto, en el 70 presenté en la UNEAC un poemario llamado entonces La ciudad de los espejos, texto que me fue devuelto por nihilista, por impropio del Hombre Nuevo, en construcción ya bien avanzada en esos tiempos, y que en el 91 cuando hacían falta libros nihilistas demostrativos de la diversidad de la escritura cubana, y acaso ya empezando a dudar de la fabricación del Hombre Nuevo, me solicitó Letras Cubanas. La editorial lo publicaría a fines del 93, entonces de gabardina con el cuello alzado y sombrero encajado hasta las cejas y un título que era toda una declaración de fe: Nadie. Insistiendo en dar a conocer mi desencanto, en el 72 había entregado en la UNEAC una novela escrita a continuación de la entrada en Praga de los tanquistas rusos: El tesoro de los muertos. Ya la tenía en plan de publicaciones y con una hermosa portada hecha por el excelente Darío Mora cuando desapareció el Tesoro, se fue volando, se hizo invisible, se esfumó. Y así hasta el día de hoy. A renglón seguido, el jefe de redacción de la Gaceta de Cuba me devolverá unos epigramas porque los halló “ácidos” (epigramas, dije). No insistí, ni cabía hacerlo en quien había escogido para sí el destino de la auto reclusión. Tan acostumbrado estaba a esa vida anónima, de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa que, cuando en el 84 me publican de nuevo, ya era yo sin poderlo evitar un auto recluso institucionalizado; y seguí sin romper mi auto reclusión hasta fines del 87, cuando los engañosos vientos de la Perestroika me hicieron creer que en Cuba estaba al suceder algo. Cuando a mediados del 91 la expulsión de la UNEAC de los firmantes de la “Carta de los diez” demostró que todo seguiría igual, dejé de asistir a las reuniones del consejo nacional de la UNEAC, del cual era miembro, y dejé de publicar y volví a mi auto reclusión ahora mayor que antes porque ahora no tengo que ir a trabajar. Estoy jubilado desde 1993. Así que en lo personal las desgracias llegadas con la irrupción del Caso Padilla, no me incluyeron. Ya yo no existía. Pero del daño que en la cultura cubana hicieron aún no se ha sacado la cuenta…

Foto: Regina Coyula

¿En qué términos, en cuanto a la libertad de creación artística, pudiera usted valorar la década de los 70 en la Isla? Para usted, ¿en qué se diferenciaron estos años (los 70) de los primeros años del triunfo de la Revolución (en términos de libertad artística)?

Imagínate a quienes quisieron ampliar los horizontes de la poesía a los efectos de hacerla instrumento de trabajo en los cañaverales, himno en las calles, arma en el combate, confinados en la cárcel que sin darse cuenta construyeran ellos mismos. Imagínatelo.

En 1983 la editorial Letras Cubanas publica Agradecido como un perro. ¿Cómo fue, desde su perspectiva, la acogida que tuvo este texto por parte del público cubano y la crítica? ¿Fue la publicación de este libro una suerte de rehabilitación poética, una forma de dejarle saber que su obra ya no estaría condenada al ostracismo?

Sobre lo último, Carlos, en Cuba nada podría garantizarte no caer en el ostracismo, hayas estado avecindado allí antes o no. Si estuvieres entre los conocidos del gran público, en cuanto dejaras de aplaudir pasarías a la lista de candidatos al olvido. Respecto a la acogida de público y crítica obtenida por Agradecido como un perro, fue de las mejores obtenidas por libro alguno en nuestro país. Recuerdo no menos de veinte reseñas, amén de las que tengo en casa, inéditas, porque fueron escritas para publicaciones en las que ya había aparecido algún comentario, y aquí, por razones de espacio, rara vez verás en una publicación dos reseñas sobre un mismo hecho de creación artística o literaria. Prosigo con tus preguntas. Agradecido como un perro me reafirmó en el aprecio que venía disfrutando desde los tiempos de La pata de palo, en el 67, y me dio a conocer –con otros de mi generación que también estaban traducidos a veinte idiomas o más–, ante una generación de universitarios que en su mayoría ni había oído hablar de nosotros. Esta fue la principal marca dejada por aquel libro mágico. En cuanto a lo primero, los generosos juicios por donde comenzaste esta última parrafada, han sido tuyos, recuérdalo, no míos.

Durante los últimos 20 años ha habido una especie de deshielo literario o apertura cultural en Cuba. Escritores que habían abandonado el país, emigrados y exiliados, y que no eran publicados en la Isla, poco a poco han retornado a la escena nacional. ¿Cuál es su opinión acerca de esta liberalización artística? ¿Su obra ha tomado parte en esta especie de renacer literario? ¿Cuáles son, en su opinión, los beneficios y las limitaciones de este proceso?

Sí, así es. Pero no veo en eso ni un tin de liberalización artística. Nunca hubo problemas con la obra de esos autores, el problema eran ellos. Y ahora están muertos. Por consiguiente, han dejado de ser un problema y la cultura nacional, por su parte, se ha enriquecido adquiriendo para su cuadra una lista de grandes nombres, firmas que venden, que dan esplendor, caballeros que pueden hombrearse con los mejores del siglo en cualquier literatura. Imagínate: Lezama, Virgilio Piñera, Cabrera Infante, Gastón Baquero, para empezar.

Carta a Rubén

Hijo mío,
harina, ternura
de mis ternuras,
ángel más leve que los ángeles:
desde hoy en adelante
eres el exiliado,
el que bajo otros cielos
organiza su cama y su mesa
donde puede,
el que en la alta noche
despierta asustado y presuroso
corre por la mañana
a buscar debajo de la puerta
la posible carta
que por un instante
le devuelva el barrio,
la calle, la casa
por donde pasaba la dicha como un río,
el perro, el gato,
el olor de los almuerzos del domingo,
todo lo bueno y eterno,
lo único eterno,
cuanto quedó perdido
allá atrás, muy lejos
cuando el avión como un pájaro triste
se fue diciendo adiós.
El que deambula y sueña
lejos de la patria, el extraño,
el tolerado -y, a veces,
con suerte, el protegido
al que se le regalan abrigos
y los zapatos que se iban a botar.
Pero nosotros,
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos,
los que medio muertos
hemos visto partir el avión
-sin saber si volverá
ni si estaríamos entonces-,
nosotros, esos desventurados
que fuman y envejecen
y consumen barbitúricos,
esperando al cartero,
nosotros, ¿dónde,
adónde,
en qué patria estamos ahora?
¿La patria, lejos de lo que se ama…?
¿La patria, donde falta un cubierto a la mesa,
donde siempre sobra una cama…?
Dios y yo y el sinsonte
que cantaba en la ventana
lo sabemos, niño mío, que fuiste a dar tan lejos:
donde se vive entre paredones y cerrojos
también es el exilio, y así,
con anillos de diamantes
o martillo en la mano,
todos los de acá
somos exiliados. Todos.
Los que se fueron
y los que se quedaron.
Y no hay, no hay
palabras en la lengua
ni películas en el mundo
para hacer la acusación:
millones de seres mutilados
intercambiando besos, recuerdos y suspiros
por encima de la mar.
Telefonea,
hijo. Escribe.
Mándame una foto.

Su poesía es un reflejo del proceso social que le tocó vivir. A través de la lectura cronológica de su obra se le puede tomar el pulso a la sociedad cubana. ¿Es esa, en su opinión, la función, el oficio del poeta? ¿Se considera usted un cronista de su tiempo? ¿Qué influencia tendría su obra para las nuevas generaciones de poetas cubanos?

Sí, amigo mío: dar testimonio de su tiempo es la función del poeta. Torres de Dios, pararrayos celestes, les llamó Rubén Darío. Hoy sabemos más del mundo helénico por Homero que por sus ruinas arqueológicas. Si la Biblia se perdiera nos habríamos perdido el primer gran manual de historia de la humanidad. Tal vez por eso Salomón y sus compañeros de escritorio fueron tan claros, tan precisos, tan coloquialistas en definitiva, de modo de escribir para todos los tiempos los hechos que de otro modo el tiempo habría borrado. Gracias a ellos, ahora podemos ver todos los días a Jehová haciendo el mundo sin equivocarse ni una vez.

Después de más de cinco décadas de creación artística reconocida o ignorada, ¿se siente usted reivindicado, por haber tomado posiciones que antagonizaban con el discurso oficial de la cultura cubana? ¿Volvería a enfrentar las mismas vicisitudes, si ese fuera el precio que tuviera que pagar, para decir su verdad? ¿Cuál es el futuro que usted avizora en términos de creatividad artística en la Isla? En términos literarios y humanos, ¿cómo quisiera que la posteridad valorara su obra?

Mi posición política adoptada en 1968 y mantenida hasta hoy, exceptuados los ya dichos tres años de falsa esperanza llegados con la Perestroika, me reivindican, aunque si volviera a vivir volvería a ser el revolucionario emocionado que era ya al entrar como un tren 1959 y que nunca he dejado de ser, pues creo que el mundo está falto de una gran revolución, por eso tengo mi fe puesta en los Indignados que andan estremeciendo la hora actual de polo a polo y en quienes en Cuba estamos por el cambio, por una transición pacífica hacia la democracia. Respondiéndote a algo más. ¿Quién dijo que he dejado de pagar el precio de mis posiciones políticas? ¿Es que he vuelto a publicar en este país después que en 1991? ¿Es que he dejado de hacer vida de auto recluso institucionalizado? Respecto al futuro de libertad para la creación artística y literaria en la Isla, no temas, Carlos, no temas: ese futuro va con el resto del futuro general de los cubanos, de modo que va bien, le aguardan grandes días. Es un futuro que ya tuvimos en 1959, y de qué manera; confiemos en que esta vez no lo dejaremos perder. Ah, sí, la posteridad. De eso no hablemos, la posteridad es ahora, de la otra quién sabe. Además, tal como están las cosas, en cualquier momento podría acabarse incluso la posteridad de ahora mismo; no obstante lo cual debemos ser valientes y continuar viviendo, te lo recomiendo, como si fuéramos eternos.

Foto: Regina Coyula

Agradecido como un perro
                  

A mi hijo Rubén

 

Dentro de tres horas voy a cumplir 44 años
y me recuerdo de mí mismo cuando pálido, en otro tiempo, cumplí los 30.
Con ese orgullo excesivo del que es todavía muy joven
lloré ese día de 1963, al llegar la noche, y cortando una flor
que introduje en un sobre y guardé con una foto,
silenciosamente dije adiós a la juventud. Fue como si al llegar
a una frontera remota me estuviera despidiendo de mí mismo.
Fue como dos soldados que habiendo hecho juntos una campaña muy larga tomaran de pronto por senderos diferentes
en la seguridad de no volverse ya nunca más a encontrar; y es de noche
y llueve todavía y el bosque está minado y a lo lejos
siguen tronando los cañones del enemigo.
Fue como haber despertado de repente en medio de un planeta desconocido
y no saber aún cómo pudo suceder.
Fue como cumplir 30 años
cuando nunca se habían cumplido 30 años. Y adiós,
muchacho. Hasta siempre.
Hoy en cambio no le digo adiós a nada
ni a nadie digo adiós. Por el contrario:
hoy doy la bienvenida a todo lo que tengo
y a todo lo que soy.
No estoy alegre pero estoy contento.
He vivido. Me he quedado calvo
de vivir. Como las grandes cumbres que bate el huracán
en las alturas, me he quedado apenas con unas yerbitas calcinadas encima.
Fue la erosión de vivir.
No me quejo. Mías han sido el hambre
y la gloria de ya no pasar hambre.
En esa colosal superproducción de guerra con un final feliz
que ha sido la historia de mi vida,
he sacado mi papel
por lo menos lo mejor que pude.
No fue fácil. Además del papel de hijo de la cocinera
me dieron un corazón que hoy juzgo demasiado blando
pero un corazón con el que he llegado a encariñarme,
por lo que agradecido lo conservaré hasta que me muera.
Lo demás lo puso la Revolución,
lo demás lo puso la fortuna
y entre los dones de la fortuna
(sin olvidar aquel corazón), los amigos.
Porque a pesar de mi origen humilde,
algunos de los mejores amigos de la tierra
los he tenido yo; algunos (lo he dicho en otra parte)
casi tan buenos que se podrían comer.
Ellos fueron el hallazgo sorprendente de la noche
y las conversaciones en el camino. Después,
por último,
cuando ya cansado de escribir poemas por amores que pasaban
                            sin calmar mi eterna sed de eternidad
me había entregado con dedicación sincera a mirar fijamente los astros,
apareció una tarde fisicamente en la tierra
Teresa.
No sé si la inventé o bajó Teresa
porque quiso
desde su constelación lejana.
Esta historia en todo caso me confirma
lo que ya habla sabido por mi abuela desde los años de Barrancas:
“El secreto —decía mi abuela— consiste en desear,
desear profundamente hasta que la cosa suceda.”
Mucho he deseado yo en mi vida
y todo ello, poco a poco, a su debido tiempo
se ha ido cumpliendo.
Hasta el sueño de Teresa.
Y entonces
¿Para qué volver a escribir poemas de amor
si ha sido el poema en lo adelante
un acto material y cotidiano? Sin soledad que engañar,
hoy Teresa y yo nos comemos y nos bebemos el poema
hecho potaje y hecho café que es como alimenta,
y nos reímos de ver cómo se calientan en un jarro
o se fríen en una sartén con manteca
nuestras próximas Obras Completas.
Y de esta manera
cuando Teresa por la mañana barre
o se dispone a lavar las sábanas
o va con su plumero de jarcia sacudiendo los muebles,
no es el suyo entonces un trabajo
sino que es, para ambos, una lectura apasionada.
Por el solo hecho de haber participado de nuestra dicha del día anterior,
hasta las cucarachas muertas de cada mañana
son hoy partes del poema
que en casa vive, y versos invisibles
y por eso mismo más creíbles
el polvo cuando se acumula en las repisas
y el tizne de las cazuelas.
Fue lo que vi en la casa sonada de mi infancia,
lo que después he visto en los hogares maduros
donde el acto no se deja sustituir por la palabra.
En Barrancas vivieron un hombre y una mujer que se amaron
hasta morir de viejos,
sin saber uno de los dos leer ni escribir.
Y no tenían aire acondicionado. Ni conocieron la televisión.
Para que nada falte en ese poema no contaminado de papel
ni estorbado por utensilios inútiles
donde azules y lilas hemos decidido envejecer Teresa y yo,
esperando estamos ahora un hijo cuya primera lección
será aprender él también a no convertir la dicha en literatura,
aunque sobre la dicha escriba; y la segunda,
aprender desde temprano a desear,
a desear con todo el corazón,
como sólo quien ha de morir alguna vez pudiera desear.
Y así,
ante la inminencia de la fecha
que en otro tiempo hubiera creído espantosa,
veo que mi suerte ha sido grande,
acaso demasiado grande para quien como yo nació en Barrancas
y le dieron en aquel film
al parecer el último de los papeles.
Como dijo Darío con tristeza: “¿Fue juventud la mía?”
Si por jóvenes entendemos ser o haber sido felices,
yo entonces he sido joven ahora por primera vez.
Y de esta manera
yo el extraviado de otro tiempo,
me siento como quien regresa adonde nunca había estado
pero donde sin duda faltaba, habiendo sido por ello mi aventura
mucho más maravillosa que la de Ulises.
Y ya se escuchan las campanas.
Es Ia dicha anunciando que todo un viaje de calamidades
fue para llegar a este día azul,
a esta edad magnífica,
a esta madurez del corazón,
a este país invisible pero blindado
donde, al fin, el azaroso viaje ha adquirido explicación.
EI pasado ya es cine, y por ello, sin rencores,
y si dejar con Teresa de seguir alimentando la candela
con versos que jamás se escribirán,
puedo decirme a mí mismo desde aquí,
con el juicioso entusiasmo de un joven con hijas ya mujeres:
                                                                           gracias,
gracias. Gracias a todos
por el bien y por el mal que me hicieron dar conmigo mismo.
Gracias. Feliz aniversario, padre, hijo, Alcides, criatura mía.
Nada turbe tu sueño. Con la Revolución, tus hijos, el mundo y
tus amigos,
tuyos sean perpetuamente Teresa y la paz.

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