Rafael García, el repentista

En los últimos años todo un bosque de poesía oral improvisada se nos ha ido entre las manos, ante nuestros ojos, sin haber hecho nada.

Rafael García

Ha muerto Rafael García, el repentista, uno de los mejores y más carismáticos poetas improvisadores de mi generación, de mi promoción, la segunda promoción post-naboriana. Rafael García y yo pertenecemos al que yo bauticé como “Grupo del 86”, un pequeño grupo de improvisadores que entramos a formar parte de la Empresa Artística Antonio María Romeu ese año y a engrosar el staff de repentistas profesionales en la Habana (entiéndase, en el país, por el impacto mediático que suponía profesionalizarse: acceso a la televisión y a los programas de Radio Rebelde, Radio Taíno y Radio Progreso dedicados al género).

Veníamos a llenar un vacío, la falta de voces jóvenes dentro del repentismo profesional en la Cuba de la década del 80, sensación de vacío aumentada por la muerte de algunos, la jubilación de otros y la salida del país de muchos (Justo Vega falleció, Pablo León y Manuel Soriano se fueron a Miami, Angelito Valiente falleció, Jesús Chávez falleció, el Indio Naborí ya no improvisaba en esa época, Raúl Rondón falleció, El Jilguero de Cienfuegos, Adolfo Alfonso y Efraín Riverón se jubilaron, aunque Adolfo devolvió “la chequera” y siguió improvisando en la radio y TV hasta su muerte).

Nosotros, los entonces jóvenes miembros del “Grupo del 86” (yo era el más joven, con apenas 18 años y Rafael García uno de los mayores, pero no creo que llegara a 35), veníamos a tomar el relevo (sobre todo mediático) de la promoción anterior, aquella que comenzaba con los grandes nombres (y las grandes obras) de Chanchito Pereira, Ernesto Ramírez, Efraín Riverón, Manolo Soriano y Asael Díaz “Candelita” y terminaba con las figuras de Omar Mirabal y Jesusito Rodríguez, líderes indiscutibles del repentismo nacional en los años 80, los más mediáticos improvisadores del momento, actualmente dos clásicos.

Pero volvamos a Rafael.

Rafael García era un improvisador de carácter, impetuoso, histriónico, uno de los mejores herederos del repentismo teatral de Ángel Valiente, y sobre todo, quien, a mi juicio, lo llevó a las más altas expresiones, con una gestualidad tan vívida como personal, tan efectiva como significativa. Nada sobreactuado ni efectista; con mucho dominio del lenguaje gestual, del espacio escénico, del concepto estanilaskiano del “foco de atención”.

Rafael García hablaba con los brazos, con el cuerpo, con los pies, con el cigarrillo que tenía en la mano a veces, con los ojos. Le metía la décima por los ojos al público, a alguien del público que convertía en su pívot anímico, y desde ese punto-persona irradiaba emociones hacia todos los otros. Pero no solo eso. Rafael García era de los pocos improvisadores que se emocionaba con los versos del rival cuando el rival improvisaba bien, cuando una décima contraria le movía las fibras. Aplausos cómplices, sonrisas expresivas, palmadas en hombro, choque de manos deportivo.

A finales de los años 80 y principios de los 90 (nuestros mejores años como repentistas: jóvenes y activos protagonistas de la renovación del repentismo en la isla), Rafael García y yo improvisamos juntos muchas veces. En Los Palos, Nueva Paz, Limonar, Matanzas, Cabezas, Madruga, Bermejas, Cayajabo… Y siempre protagonizamos buenas controversias, algunas inolvidables, como aquella de Bermeja que él siempre recordaba (y yo también), sobre “los quemados a lo largo de la historia”, porque Rafael García tenía fama entre los improvisadores de ser un poeta culto y un fanático a los temas históricos, un gran lector de libros de historia, y un repentista con predilección por estos temas. Algunos le temían por esto y evitaban que Rafael los llevara hacia temas históricos, donde él estaba cómodo (pura y legítima estrategia de ambas partes, de Rafael  y de sus contrincantes). Pero a mí me gustaba el reto. Me gusta la historia. Así que no me extrañó que aquella tarde invernal en una cooperativa de Bermejas, Matanzas, Rafael y yo comenzáramos improvisando sobre el frío que hacía, la humedad, las bajas temperaturas, y a las pocas décimas, por esos vaivenes que dan las controversias, estuviéramos cantando sobre el calor, el verano, el fuego. Y que a las pocas décimas empezáramos a nombrar, décima a décima, a los personajes que habían pasado por la hoguera a los largo de la historia. Aquella tarde por nuestras décimas desfilaron, humeantes de metáforas, Giordano Bruno, Juana de Arco, el francés Jacques de Molay, la matemática Hypatía, el Indio Hatuey quemado por los españoles, la presidenta hindú Indira Ghandi (incinerada en esos años, luego de fallecida), y por supuesto, Nerón incendiando Roma.

Si algo impresionaba en Rafael García, más allá de sus versos —ya de por sí impresionantes—, era su expresividad y su histrionismo, tan exactos. Del mismo modo que esos peloteros que advierten-anuncian a la afición (y al rival) cuándo van a dar un jonrón —recordemos el mito de Capiró señalando al jardín izquierdo del Latinoamericano, por dónde sacaría la pelota, y la sacaba—, así Rafael García señalaba al público o a alguien del público —casi siempre otro poeta— cuando sabía que traía en el gatillo una décima de 10, un jonrón poético, antes de cantarla. Lo señalaba directamente y luego se la cantaba verso a verso, embutiéndole la estrofa de una manera salvaje y disfrutona. Daba gusto verlo. Me parece estar mirándolo. Ahí sigue Rafael.

Su estampa de sheriff sobre el escenario. Su pose poética. Sus muecas de concentración tras el micrófono. Sus mohines casi de espiritista en trance al final de cada décima, a veces tras la primera redondilla. Su brazo derecho en alto, enfático, señalando y marcando el rumbo tras los puentes. Sus raros movimientos de cabeza mientras piensa. Sus pantalones apretados. Sus botines de puntera fina. Sus anchos cinturones de guajiro en ropa dominguera aunque fuera día entre semana. Su pelo negro muy peinado de los años 80, en una cabeza que siempre parecía desproporcionada, ese su almacén particular de metáforas y otras lindezas del idioma, ese invaluable reservorio de décimas propias y ajenas que lo convirtieron en una enciclopedia viva del repentismo de la isla.

¿Cuántas décimas de Naborí, Valiente, Tacoronte, su admirado Chanchito, o del Ñato Rubiera, Sergio Mederos, Tuto García, Gerardo Inda, Ernestico Ramírez o suyas propias había en la cabeza de Rafael? Un misterio. Un misterio y a la vez un tesoro de gran valor que se lleva a la tumba. Ah, qué torpes y qué lentos y qué poco profesionales somos los investigadores de la improvisación en Cuba, los pocos que somos. Es imperdonable que sigamos dejando que se vayan los árboles.

Dicen que en África cuando muere un árbol muere una biblioteca. Pues nosotros, en Cuba, estamos dejando que se nos mueran las bibliotecas ambulantes que son los repentistas, un auténtico crimen eco-poético o poeti-ecológico. 

En los últimos años todo un bosque de poesía oral improvisada se nos ha ido entre las manos, ante nuestros ojos, sin haber hecho nada. Ramoncito Martínez, Castellanitos, Ramón Espinosa, Tuto García, Manolito García, El Fiscal, Gabriel Llanes, Felo García, mi hermano Marcelo, y ahora Rafael García. Muchos árboles del bosque generacional al que pertenezco, tal vez por eso me duele más, me hace sentir de cierto modo responsable, culpable, no de su muerte, claro, pero sí de su posible olvido, y de la pérdida irreparable de la sabiduría y el corpus textual que se llevan al silencio.

Qué gran “memoria de vida” hubieran sido esa larga conversación con Rafael que siempre pospuse para el siguiente viaje. Qué documento histórico para recuperar parte de la historia no escrita del repentismo cubano, una tarea ingente que no voy a dilatar más, impostergable, aunque sea lo último que escriba.

Muchos serían los ejemplo de sus performances (era uno de los pocos repentistas performers en la actualidad; los otros son Héctor Gutiérrez y Miguel Herrera). Pero basten sus pocas controversias subidas a Youtube (con Chanchito Pereira), o este ejemplo de un “duelo” con Manolito García en Río Palma, Sabinilla, Matanzas, el 27 de diciembre del año 2003.

Manolito y Rafael Sabanilla

Cantan Rafael y Manolito García, ante miles de aficionados que actúan y reaccionan como si aquella en lugar de un recinto festivo fuera un estadio de fútbol o de béisbol, y vociferan ante las décimas como si fueran goles o jonrones. Cantan los poetas y el escenario está lleno de espectadores que los rodean, lo que demuestra que entre el público ya no cabía nadie más. Y lo digo por conocimiento de causa: yo estaba allí ese día, yo también protagonicé, no recuerdo con quién, una controversia.

Y mientras cantan los poetas, y aplaude el público, y tocan los músicos (increíble el personalísimo sabor del laúd de Mayito, por ejemplo), en un momento de la controversia surge el tema de la amistad. Entonces, Rafael García le dice a Manolito en una de sus décimas.

Me hace falta tu amistad

porque no  hay mejor mendigo

que el que no tiene un amigo

para una necesidad.

 

Y tras el breve interludio musical que separa la redondilla del puente, el poeta continúa.

 

Porque el rico de verdad

es el pobre que te ofrece…

 

Y remata:

 

el lujo del que carece

pero en su barrio sin clase

no hay madre que no lo abrace

ni viejo que no lo bese.

 

Y los gritos del público recuerdan, no exagero, al Coliseo romano, al Bernabéu o el Cap Nou, al estadio Latinoamericano.  Vítores, aplausos, gritos, risas, para arropar a un poeta guajiro que ha improvisado, aunque ellos no lo sepan (tal vez ni él), un filosofema y a la vez un aforismo sobre la amistad, una décima de tintes filosóficos y sociológicos. Un gran poema improvisado.

Así era Rafael García, el repentista, el poeta memorioso que admirábamos tanto, el improvisador de los temas históricos, el repentista histriónico, guajiro, naboriano y pereirano, que ahora ha muerto.

Pero la vida es azarosa. Y pese a que no me perdonaré nunca haber pospuesto una larga entrevista con él, tuve la suerte de verlo por última vez el mes pasado, durante mi visita a Cuba y a Madruga. Había guateque y yo volvería a improvisar en controversia después de un año exacto sin hacerlo. Y me encontraría con algunos colegas en ese ambiente campestre que tanto me emociona.

Y allí estaba Rafael, sentado entre el público, apoyado en una muleta, convaleciente de muchas dolencias. Sin pensarlo dos veces, lo saludé, e inmediatamente saqué el teléfono y le hice una pequeña entrevista que se convierte ahora en un archivo de incalculable valor, no solo documental, sino humano.

Rafael García contando por última vez anécdotas de cuando él era guardia de prisiones en Cuba, muy joven, y allí le tocó ser carcelero de otros grandes repentistas como Lalo Cámaras, Julito Martínez o Juanito Armenteros. Rafael García recordando algunas de sus décimas. Rafael García dando para mí su personal Top Ten de los mejores repentistas de todos los tiempos; a saber: Gustavo Tacoronte, Naborí, Valiente, Sergio Mederos, Sosa Curbelo, Pablo León, Tuto García, Gerardo Inda, Wicho Vasallo y Lalo Cámara. Rafael García vivo y vivaz dentro de sus dolencias, que ya eran muchas.

Un regalo final para todos los amantes de la décima y la improvisación, esa que sigue siendo la Cenicienta de la cultura cubana, aunque en la UNESCO le presten coronas patrimoniales que lucen muy bien en los titulares de la prensa, pero que apenas arropan a los protagonistas de esa coronación, en este caso más inmateriales que patrimoniales, como es el caso de mi amigo Rafael García, uno de los más grandes improvisadores que ha dado Iberoamérica.

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