Silvia Padrón: “Elpidio Valdés es de todos los cubanos”

Unos 5 mil archivos entre dibujos, acetatos, guiones... conformarán el fondo documental de Juan Padrón, misión que ocupa los días de su hija.

Juan Padrón junto a su hija Silvia. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Montañas a lo lejos, azules, moradas; una lomita más próxima, de color marrón; palmas reales; un bohío; matojos; pedruscos… Como cualquier cubano desde los años 70 hasta ahora, lo reconozco apenas lo veo: es un fondo de Elpidio Valdés.

Está en el teléfono de Silvia Padrón, quien va mostrándome en la pequeña pantalla algunas de las fotos que ha tomado en los últimos tiempos a la vasta papelería de su papá, un verdadero tesoro gráfico. “Mira, por ejemplo, tú ves esto y recuerdas perfectamente la escena. Es de cuando él [Elpidio] está con el cabestrillo”, me dice cuando llega el turno a un dibujo que, aun sin personajes, nos hace repetir el “Muchaaacho, ¡tú estás herido!”.

Juan Padrón no tuvo que buscar la inspiración para estas recreaciones: nació en 1947 en un central, el Carolina, en Matanzas, y los paisajes rurales le eran familiares; aunque muchos de estos fondos no los hacía él, sino otros dibujantes en los Estudios de Animación del ICAIC. “Cuando cumplí 40 años y fui a Hanabanilla tuve una revelación que me hizo revalorizarlos. Realmente retratan la manigua, el campo cubano”, cuenta Silvia, antes de añadir que lo que sí buscó su padre en libros y manuales, con voracidad detectivesca, “fue a los españoles y a los mambises, al punto de que las primeras caricaturas de Elpidio se desarrollan en Marte y están llenas de cosas medio estrambóticas; todo porque su rigor no le permitía dibujarlo en Cuba en el siglo XIX hasta que no hubiera estudiado”.

Ese estudio lo esperaba en La Habana. Es que uno de los personajes más cubanos que han existido no nació en Cuba —más bien, de la añoranza por Cuba. Un joven Padrón, que había leído sobre el centenario de las guerras de independencia hasta emocionarse, estaba lejos entonces, en Rusia. A miles de kilómetros de cualquier campiña criolla, en el frío marzo de 1970, nació su mambí.

Reseña de la primera aparición de Elpidio. Foto: “Mi vida en Cuba”, autobiografía dibujada de Juan Padrón.

Apenas regresó a Cuba, meses después, “se metió en la biblioteca y empezó a estudiar el ejército, los grados militares, las armas, los uniformes… todo. En mi casa hay libros muy especiales, quizá hasta ediciones únicas”, asegura su hija, que creció entre ellos.

Silvia Padrón se dedica desde hace años a preservar y promocionar la obra de su padre, el caricaturista cubano más famoso, padre de Elpidio Valdés, de los célebres vampiros y de mucho más. El corazón de este trabajo es La Manigua, un espacio cultural ubicado en Paseo y 35, que ofrece a las familias, y en especial a niños y niñas, experiencias de juego, creatividad y aprendizaje relacionadas con la historia, el arte y la cultura cubanas, a partir de la obra de Juan Padrón. En mayo de este año la misión de Silvia entró en una fase crítica: el camino a la digitalización para crear un fondo documental.

“Hasta ahora lo que teníamos eran cosas guardadas en diferentes sitios y muebles de la casa. Todo eso se está inventariando y catalogando; además del archivo en Dibujos Animados [Estudios de Animación del ICAIC]. También haremos labores de preservación, que van desde el alisado hasta la reparación de hojas en mal estado. Este proceso termina con la digitalización, con apoyo de la Embajada de Alemania, que tendrá dos salidas: una es la creación de una plataforma para consulta de especialistas, y la otra es una exposición que queremos inaugurar en La Manigua en enero de 2025, cuando mi papá cumpliría 78 años”.

Será, además de un homenaje, una muestra del proceso de animación en 2D, técnica descontinuada por la gran industria y cuya estética resulta ajena para la mayoría de los nacidos después de los 2000. En la exposición podremos ver muñequitos hechos a mano, el proceso cuadro a cuadro, a lápiz, plumón, pincel. Es tan elaborado y abarcador el arte de la animación, que Padrón lo consideraba “el cine puro”: todo lo que aparece en la escena, absolutamente todo, es creación del cineasta.

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“En lo que es el proceso de animación, mi papá tenía además varias funciones. Escribía el guión, después lo pasaba a lo que se llama guión dibujado —estos cuadritos donde va diciendo ‘Aquí, en off, Fulanito dice esto’, con una casilla abajo donde están los diálogos. Después de eso se hacía la puesta en escena y mi papá rehacía el personaje, ya bien dibujado y en las posiciones en que debía estar. Los animadores lo que hacen es darle vida al personaje; y llega el otro punto: los coloristas, entre ellos los que hacen el fondo en el acetato.

“Ahí empieza otro ciclo: poner el acetato, tirar la foto, cambiar, y así. Hemos encontrado acetatos muy completos, con sus distintas capas. Hay unos preciosos, por ejemplo, de Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), una escena en la que él sale o va para el banco, no recuerdo, y va caminando por una calle en Estados Unidos. El fondo es muy largo. Y como va caminando, hay diferentes acetatos porque cada personaje de la calle se animaba.

…un trabajo tremendo.

Lástima que la animación siempre ha sido subvalorada, considerada un arte menor, un arte para la infancia. Creo que mi papá siempre quiso que se valorara la animación como cine en sí; no como un primo menor del cine. Es una de las razones por las que Elpidio Valdés fue haciéndose más serio. Al inicio había mucho gag, el chiste de alguien que tropieza, y él fue complejizándolo.

Con Vampiros en La Habana (1985) tuvo problemas porque el entonces presidente del ICAIC le dijo que estaba decepcionado —creo que fue la palabra que había utilizado. Que si las escenas de sexo…; o sea, les pareció que la película era vulgar o subida de tono. Tuvo muchas incomprensiones. La concepción de aquella época en Cuba era que la animación solo estaba destinada a público infantil. De hecho, todavía cuando hablan del cine cubano nunca aparece una escena de animados, de Vampiros en La Habana, por ejemplo, aun cuando junto a Fresa y chocolate (1993) es la película cubana producida por el ICAIC más vendida por la distribuidora internacional, y en formato DVD.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

Por otro lado, los muñequitos pueden verse con cualquier edad; el mismo Elpidio le gusta a gente de cualquier edad. Mi papá contó en una de las últimas entrevistas que le hicieron que había aprendido con Onelio Jorge Cardoso, cuando trabajaron juntos en la revista Pionero, a no subvalorar al público infantil; sino a respetarlo y tratarlo como igual. Y creo que ahí está la magia: como no son guiones aniñados, lo pueden disfrutar todas las generaciones. Y no solo: tú puedes ser del campo o de la ciudad, puedes tener ingresos más altos, ingresos más bajos; tener un nivel cultural u otro; ser hombre o ser mujer…, y te gusta. Es de las obras que más nos unen como connacionales. Forma parte de nuestra memoria afectiva y de nuestra identidad.

Elpidio Valdés es de todos los cubanos, y tiene que continuar siendo de todos los cubanos, piense cada uno lo que piense. Dicho esto, cualquier intento de desnaturalizar el espíritu antimperialista y anticolonialista del personaje, so pretexto de querer “despolitizarlo” no es más que una manipulación, justamente, con fines políticos. Alterar su esencia, como se ha hecho a veces, es traicionar el legado de la obra de mi padre y faltar a la verdad.

A los cubanos nos cuesta ponernos de acuerdo sobre casi cualquier cosa y desgraciadamente nos hemos acostumbrado a discutir entre nosotros con un alto nivel de toxicidad. Pero creo que no me equivoco si digo que existe consenso en torno a la obra de mi padre. Por eso me parece importante que Elpidio siga siendo de todos los cubanos.

Sintetiza como pocas cosas nuestra naturaleza.

Mi papá tenía esa gran capacidad, de la que él no era siquiera consciente. Tenía mucha facilidad para reflejar a los seres humanos. Lo hacía cuando regalaba tarjetas de cumpleaños. Hacía un dibujo que tuviera que ver con el destinatario. Y los retrataba. Percibía más allá de lo que percibimos todos. Eso explica que su obra sintetice la cubanidad y los arquetipos cubanos de una manera impresionante.

Y entre esos cubanos que dibujó no podía faltar él mismo. Se metía mucho en sus películas. Yo logro reconocer las autocaricaturas que se hace; en Vampiros, por ejemplo, está (búsquenlo). Además, actuó un montón de personajes. Yo lo escucho todo el tiempo, haciendo un grito…, ¿sabes? Yo lo reconozco. En algunas películas incluso detecto su voz en ruidos y cosas así; aunque para ruidos había un experto.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Qué volumen de material conformará el fondo?

Calculamos que en mi casa —en casa de mis padres— debe haber entre 2000 y 2500 folios, y en Dibujos Animados hay otra buena cantidad. Así que el fondo, mínimo, tiene que ser de 5000 documentos. Estamos encontrando joyas, acetatos preciosos. Hay cosas muy lindas.

Una de las últimas conversaciones que tuve con mi papá fue sobre el storyboard del primer cortometraje de Elpidio Valdés —Una aventura de Elpidio Valdés. Mi hermano había hecho un cuadro grandísimo y pensé que ese, enmarcado, era el original. Pero no, el storyboard original estaba en una cajita en la casa.

Es muy emocionante porque te pones a verlo y sale, por ejemplo, que la pelirroja originalmente no era pelirroja, sino rubia: “¿A ti qué te duele, rubia?”. Vas siendo testigo del proceso de creación, cómo va construyéndose hasta llegar a lo que fue en definitiva. Es muy bonito.

Relato gráfico y biográfico de Juan Padrón, publicado en 2021.

¿Es ese el primer episodio de Elpidio Valdés? Creo que muchos lo ignorábamos.

Sí, lo que pasa es que se transmitió primero Elpidio Valdés contra el tren militar, porque Una aventura de Elpidio Valdés (ambas de 1974) tuvo un problema en la producción. Por el propio nombre se nota que era algo más general, introductorio. “Contra el tren militar” ya es algo más específico. Mi papá siempre tuvo esa insatisfacción de que no hubieran salido en orden.

El caso es que, como era su primer cortometraje de Elpidio, hizo un storyboard espectacular, con tarjetas a color. Normalmente es a línea en una hoja de papel tamaño carta, a veces un poco más grande, pero en todo caso con las casillas pequeñitas. Y este es en tarjetas tamaño A5 más o menos, cada una coloreada. En sí mismo es una pequeña exposición.

Storyboard de “Una aventura de Elpidio Valdés”, el primer episodio. Foto: Cortesía de la entrevistada.

En esos primeros episodios Elpidio tiene los ojos redondos y el bigotico como un muelle. Después era un dibujo más limpio. Insisto, sobrecoge ir viendo el proceso, los cambios. Tener entre las manos un poco de la mística que tiene la creación antes del resultado final.

De Vampiros en La Habana hay menos material; pero de Elpidio Valdés hay mucho, incluso de Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983) y Elpidio Valdés contra el águila y el león (1995), las dos últimas películas.

El ICAIC anunció que va a digitalizar y restaurar los dos cortos que cumplen 50 años, en colaboración con Colombia. También están haciendo gestiones para hacerlo con Elpidio Valdés, la película (1979) y Elpidio Valdés contra dólar y cañón. Además, el año que viene queremos hacer un crowdfunding para digitalizar Vampiros en La Habana (1985), que estará cumpliendo 40 años.

El proceso de digitalización de una película ahora es carísimo, muy complejo. Primero tienen que escanearlo en 4K, y cuando esa imagen se lleva a 4K salen a relucir rayones, marcas… Tienen que volver a corregir el dibujo, el color. Es como si volvieran a hacer la película, revisando y reparando cuadro por cuadro.

¿El fondo incluirá material de la obra más temprana de Juan Padrón, sus primeros dibujos?

Sí, los piojos, los verdugos, habrá de toda esa obra que no es de animación, sino cómic, historietas de esa etapa. Hay bastante. Son tan tempranas que él ni siquiera firmaba aún como Juan Padrón, ponía “Padroncito”.

Marcial en uno de los acetatos que integrarán el fondo. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Alguna vez dijo qué quería hacer con sus dibujos?

No demasiado. Él estaba preocupado por que las películas se restauraran y se salvaran. Incluso, a él lo ingresaron un miércoles y creo que el lunes había ido al ICAIC a entregar una carta que tenía que ver con eso para ver si se podía empezar a salvar su archivo. No subió porque el elevador estaba roto. Después la entregamos nosotros.

Él quería que su trabajo estuviera bien conservado y cada cierto tiempo organizaba, incluso hizo listas de materiales dentro de las carpetas. A la vez, mi papá tampoco era muy ambicioso, no se planteaba algo como un archivo. Cuando hicimos La Manigua, desde el inicio pensamos en que tuviera una zona dedicada a eso y él estuvo de acuerdo, pero tampoco pensaba mucho en eso. Estaba más centrado en su obra audiovisual.

Por otro lado, a veces cogía su obra, la digitalizaba él mismo y la coloreaba para que quedara con los colores que él quería. Hay muchas historietas que a lo mejor originalmente se publicaron en blanco y negro o incluso en colores y él digitalmente las convirtió en archivos con los colores incorporados o retocados. Quería que, cuando él ya no estuviera, esa obra estuviera disponible con la mejor calidad.

Uno de los acetatos que integrará el fondo. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Trabajaba mucho, ¿no?

Todo el tiempo. Yo siempre decía que daba envidia, ¡lo disfrutaba tanto! Lo escuché muchas veces reírse de su propia creación. Sabías que estaba dibujando y sentías a lo lejos la risa.

A la vez era una persona que dedicaba mucho tiempo a la familia. Recuerdo, por ejemplo, que mi mamá podía demorarse en salir del trabajo, en esa época no había móvil ni nada de eso, y mi papá podía pasarse una hora, dos horas, esperando afuera. Jamás se ponía bravo. Se dormía, ahí sentado en el carro, como cualquier chofer. A mí misma, de grande, me malcriaba un montón, me llevaba al trabajo por las mañanas. A veces se ponía un poco ansioso si sentía que no tenía tiempo para trabajar.

Trabajas con la obra de Juan Padrón, que, además del gran animador que es para todos, es tu padre. ¿Ese vínculo interfiere en tu forma de abordar su legado?

Es fundamental entender que los valores de los personajes y de la obra de Juan Padrón no están sujetos a la voluntad mía ni de ninguno de sus herederos. Nuestra responsabilidad con la obra radica en mantenernos fieles a los valores y principios que inspiraron a su autor, tanto como en preservarla desde el punto de vista material.

Por ejemplo, se ha querido desconocer que Elpidio Valdés y la obra de mi padre son, por su esencia, antiimperialistas, anticolonialistas. Están profundamente ligados al contexto histórico y los valores que inspiraron a la Revolución Cubana. Elpidio no lucha por una idea abstracta de libertad, sino por la libertad concreta de Cuba, que se cifra en su lucha en contra del colonialismo español y del imperialismo americano. Queda claro en títulos como “Contra dólar y cañón” y “Contra el águila y el león”; Elpidio se define en su oposición a esos poderes.

¿Se ha interpretado de otra forma?

Toda obra está sujeta a interpretación, pero no significa que cualquier interpretación sea posible. Si por alguna extraña razón los herederos de Astérix consideraran que la serie no se define ya por su infatigable lucha contra el Imperio Romano, ¿deberíamos dar ésta interpretación por buena, aun cuando contradiga uno de los ejes —si no el eje— del personaje?

Una aventura de Elpidio Valdes

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