Alcides y Silverio en un caballo de palo

“Ando buscando a un niño..."

“Ando buscando a un niño..."

 

Pónme a la grupa contigo
caballero del honor.
León Felipe

Apenas subían los años 90, el Período Especial cerraba sus tenazas feroces sobre la vida de los cubanos. Ramón Silverio, creador de ese mítico sitio llamado El Mejunje, encendía mechones en las noches, ponía gomas de carros para sentarse y convocaba a los artistas a trabajar con mínimos recursos, incluso sin recurso alguno. Creador imparable inventó un  festival de teatro de pequeño formato, y actor él mismo dispuso su casa como un escenario.

En esos días había caído en sus manos el libro Nadie de Rafael Alcides, y ese fue el detonante para su imaginación. Silverio leyó emocionado una y otra vez esa joya de la poesía escrita en nuestra lengua y fue creando una dramaturgia para el texto. En pocos días tenía armada una puesta en escena fabulosa.

Entonces llevó al público para su desvencijada casa, casi en secreto, a oscuras. Los invitados iban pasando sin saber a ciencia cierta qué iban a ver. Cuando la expectación estaba al desbordarse, se oía la voz del actor conminando a seguirlo.

Los textos del poemario se enfatizaban en cada habitación, como deslumbrados todos lo seguían al llamado de los versos: la sala, la saleta, el pasillo, la cocina, el comedor. Al final, en el dormitorio Silverio se desnudaba completamente y se acurrucaba en su cama. Entonces nosotros, el público, sobrecogido, quedábamos durante largos minutos meditando aquella lección de vida, poesía y sinceridad –valga lo redundante. No había aplausos, solo una sensación de confortable dolor.

Sobre esta experiencia, el poeta y dramaturgo santaclareño Norge Espinosa diría años después:

“Y en la casa real de esa persona estábamos Lina de Feria, su hermana Dulma, y algunos más, para presenciar una función de Nadie, el espectáculo-doméstico que Silverio se inventó cuando parecía que el Período Especial iba a barrernos de la imaginación (…) De algún sitio de aquella destartalada casa brotó una música, fantasmal y evocadora, y fuimos recorriendo habitación por habitación, penetrando hasta en los sitios más secretos de su vida y su cotidianidad, mientras él hilvanaba los poemas de Alcides, en un juego itinerante donde si algo emocionaba era la falta de máscaras”.

Durante casi cuatro años estuvo presentándose aquel espectáculo. Por la casa de Silverio pasó buena parte de la población villaclareña, incluidos los intelectuales y los estudiantes universitarios llevados por sus profesores. De diferentes partes de la Isla llegaron muchas personalidades a Santa Clara para ver aquella insólita puesta de Nadie.

En el librero de Silverio podían verse en un lugar sobresaliente los ejemplares de La pata de palo, Agradecido como un perro, Nadie, Noche en el recuerdo, y otros textos de Alcides. Si ya no están todos allí, es porque de la consulta los libros han pasado de mano en mano, aprovechando ese desprendimiento magisterial de Silverio, y muchos los guardan como pruebas de aquellos días “duramente humanos”.

Cuando el director de El Mejunje cumplió 50 años, quiso celebrarlos en el mismo sitio donde vio la luz, en las inmediaciones de la Minerva, a 20 kilómetros de Santa Clara.

Hasta aquel lugar, convertido ya en un exuberante marabuzal, fuimos un grupo de amigos. La noche avanzaba, las teas encendidas crepitaban, pero el cumpleañero no aparecía. De pronto, entre los arbustos, se oyó un ruido y apareció Silverio montado en un caballo de palo diciendo: “Ando buscando un niño”, como en aquel hermosísimo poema de Alcides.

“No con todo el mundo se parte el pan. No a todo el mundo abrimos la casa hasta la habitación última, para darle a cambio unos cuantos versos. En aquella tarde, Ramón Silverio lo hizo para Lina, para mí, y no tuvo aplausos a cambio”. Esto apuntó Norge Espinosa también sobre aquella experiencia.

Ahora que la certeza de la muerte de Rafael Alcides nos desgarra, no me he atrevido a preguntar al artífice de El Mejunje qué siente. Tal vez se le ocurra aparecer otra vez, como en aquellos irradiados días, gritando: “Ando buscando a un niño que se quedó montado en un caballo de palo por aquí, por aquí mismito fue: por estas veredas del fondo de la casa”.

En la puerta de la vieja casa de Silverio (el de la izquierda en la foto de tres) estuvo por muchos años este texto: "El que necesite mi vida que pase por mi casa a recogerla, o mejor me encuentra en el trabajo, pensando en eso siempre la llevo conmigo". Rafael Alcides
En la puerta de la vieja casa de Silverio (el de la izquierda en la foto de tres) estuvo por muchos años este texto: “El que necesite mi vida que pase por mi casa a recogerla, o mejor me encuentra en el trabajo, pensando en eso siempre la llevo conmigo”. Rafael Alcides
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