Fidel Betancourt: “No imagino mi vida fuera del arte”

Su habilidad interpretativa se fortaleció en películas de la cinematografía cubana de los 2000, así como en la escena teatral y televisiva, medios en los que ha tenido oportunidades dentro y fuera de Cuba.

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

Quien haya visto a Fidel Betancourt en pantalla o sobre las tablas sabe que es un actor de fuerza dramática. Nacido en Santiago de Cuba el 25 de octubre de 1981, Fidel ha interpretado decenas de personajes en el teatro, el cine y la televisión. 

Su habilidad interpretativa se fortaleció en películas como Chamaco (2010), Habana Blues (2005) y Madrigal (2007) y en las puestas de Argos Teatro de las obras Roberto Zucco (2003), Vida y Muerte de Pier Paolo Pasolini (2004), en las que fue dirigido por Carlos Celdrán, y Morir del Cuento (2005), bajo los comandos de Alberto Sarraín con el grupo Hubert de Blanck.  

Las oportunidades de construir una carrera internacional, con el tiempo, empezaron a llegar. En España, donde reside actualmente, alcanzó la popularidad en producciones como Aida (2010), en la que interpretó al personaje de Yoslandi, así como en la quinta temporada de La que se avecina (2011), en la que fue Enmanuel. Fidel encaró todos estos proyectos con la misma ilusión de aquel joven que se imaginaba dentro de la pantalla aun siendo estudiante. 

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Siempre tuviste claro que querías ser actor?  

No siempre tuve un interés marcado por la interpretación; me era un mundo ajeno a mis deseos profesionales: me gustaba el arte, la pintura, la música, pero como aficiones, jamás pensé que podría acabar siendo actor.  

Por eso irme a estudiar actuación a La Habana, en el Instituto Superior de Arte (ISA), tan lejos de casa, fue una verdadera sorpresa en mi vida. Tenía claro que quería conocer el mundo, explorar nuevos caminos que en mi natal Santiago de Cuba no podría.  

Conseguí una plaza para estudiar en el ISA y esa decisión cambió mi vida por completo. No tenía claro a dónde iba, ni qué iba a encontrarme; tenía apenas curiosidad y ganas, pero aquel sería un viaje a lo desconocido. Así comenzó mi vida en el arte. 

Los primeros años en la Universidad fueron muy extraños, me gustaba lo que me rodeaba, pero no entendía nada; el comportamiento tan liberal de mis colegas, sus maneras de pensar y su desenfado me confundían todo el tiempo: ¿era realmente este mi lugar?, me preguntaba. 

Pero fui dejando correr mi suerte, intentando adaptarme y avanzar en lo que me había llevado hasta allí, que era aprender a actuar. De ese modo, poco a poco me fui convirtiendo en uno más del grupo. Cuando terminé el primer año de la carrera y regresé a mi ciudad, me di cuenta de cuánto había cambiado. Guardé a mi querido Santiago en un lugar bien seguro y decidí mirar hacia adelante. 

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿En qué momento empieza a ser reconocido tu trabajo? 

Cursaba el tercer año de la carrera cuando llegó mi gran oportunidad. Por esas cosas de la vida que no tienen explicación lógica, pero que vamos a llamar buena  suerte, después de una audición me ofrecieron un personaje en Argos Teatro, compañía dirigida por Carlos Celdrán. Era uno de los grandes grupos de teatro del momento; lleno de actores admirados y con un historial de espectáculos que realmente me intimidaba. 

La presión era inmensa, pero, como dije antes, sabía que estaba ante mi gran oportunidad y las oportunidades son como los amaneceres, si te demoras demasiado, los pierdes. 

Fue un éxito total esa puesta en escena, estaba dentro del mundo profesional del teatro cubano.  

¿Quién fue el primer mentor que creyó en tu talento? 

En la actuación, el mundo docente es muy diferente al de la práctica profesional: los profesores te guían, siembran en tí el interés por la profesión; absorbes cosas de tus maestros que luego filtras para poder usarlas cuando realmente te enfrentes al mundo profesional. 

Tuve de maestra durante la carrera a Corina Mestre, que era pura fuerza y carácter. Todos caímos rendidos ante ella. La actriz que tantas veces había visto en la televisión me estaba enseñando tres veces por semana los secretos de la actuación; pero aquel no dejaba de ser un entorno escolar, con las limitaciones que implica. 

Carlos Celdrán me dio la primera oportunidad profesional cuando me confió un espacio dentro de su espectáculo, de su compañía y de su vida. Puedo asegurar que mi trayectoria como actor está marcada en gran medida por el trabajo que compartimos. Nunca me he desligado de su entorno. Tenerlo cerca siempre significa aprender.

De izquierda a derecha: Fidel Betancourt, Lieter Ledesma, Laura Ramos, Carlos Celdrán y Manolo Garriga. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Te consideras un actor de método? ¿Qué pasos sigues para entrar en el personaje? 

No me considero un actor de método; redacto mi propia biblia actoral con las distintas experiencias que voy acumulando. También depende del tipo de teatro que esté haciendo o de si el papel que voy a interpretar es para televisión o para cine. Por ejemplo, la cámara requiere mucha sinceridad: tus ojos lo dicen todo, y otros elementos como tu habilidad para construir el personaje en el set definen el resultado.  

Interpretar una obra de Moliere o un clásico del Siglo de Oro español en verso requieren técnicas diferenciadas, otra manera de construir el personaje; en esos casos trabajas más la farsa, la voz, mueves tu cuerpo de forma más exagerada, comunicas la historia de otra manera. A mí me guía muchas veces la intuición, pero lo que lo que nunca debe fallar es tu compromiso con la historia y tu comprensión total de lo que cuentas. Si lo entiendes, simplemente lo vives. 

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

Para muchos de tus colegas el teatro es la consagración del actor, ¿sientes que es así? 

No lo veo así. Tengo que decir que el escenario es un espacio casi sagrado donde dejamos el alma, exponemos nuestros miedos, nuestros secretos y hasta nuestra dignidad. Nos hace fuertes, nos inunda un inmenso placer habitarlo y llegar al éxtasis sobre las tablas. Pero la profesión es inmensa y cada vez se va adaptando más a los nuevos tiempos que corren. Con la ayuda de la tecnología es posible construir momentos de gran profundidad emocional, delicadeza artística y vuelo poético en la interpretación, logrando en un pequeño instante algo poderoso e inmortal. La consagración está en ti, en el pacto mudo con la profesión, en la capacidad para seguir avanzando en la vida sin abandonar tus personajes, que también te componen. 

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Cuándo te diste cuenta de que habías pasado de ser estudiante del ISA a actor?  

Fue en mi debut profesional. Estrenamos en el noveno piso del Teatro Nacional Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, del francés Michel Azama, con Argos Teatro. Ese día, con el teatro lleno y toda la expectación del momento, estaba muerto de los nervios esperando el comienzo de la obra. 

Se me acercó Alexis Díaz de Villegas, a quien sigo admirando y respetando profundamente, y me preguntó si era mi primera vez; le respondí con la cabeza, no podía ni hablar, estaba verdaderamente acobardado. Me agarró las manos y me dijo: “Bienvenido al teatro, disfruta este momento que nunca más va a volver, lo que pase hoy será único e irrepetible”. Luego apuntó: “Mírame a los ojos, si tienes problemas, mírame, confía en mí”. Y así fue, una gran noche llena de recuerdos entrañables. Ese día me convertí en profesional.  

 ¿Qué consejos te han dado para tu crecimiento profesional? 

 Al principio quería demostrar de lo que era capaz y más, quería abarcarlo todo, aunque fuera imposible. Luego fui avanzando en la vida y descubriendo que la profesión acompaña tu progreso, que no hace falta alardear oportunidades ni buscar el reconocimiento fácil, que según te vas transformando con el paso del tiempo y los años, ella también va cambiando. El actor que fuiste una vez necesita actualizarse. El rostro cambia, la voz, el cuerpo, las emociones y experiencias; adaptarte orgánica e inteligentemente a esto es la mejor manera de crecer como actor. 

¿Qué tipo de personajes te llaman la atención? 

Los villanos. Siempre espero con mucha expectación mi próximo proyecto. Mientras más complejo, mejor. 

Fotograma de Chamaco (2010), junto al actor Pancho García. Foto: Cortesía del entrevistado.

En España has participado en series y películas de reconocimiento como La que se avecina (2011), Aida (2010), Centro médico (2017) y Servir y proteger (2021), entre otras. ¿Cómo fue tu experiencia? 

Llevo viviendo en España más de 15 años y ya he trabajado en diversas producciones para la televisión y el cine. He seguido desarrollando mi carrera y cada uno de los proyectos que he emprendido ha sido un aprendizaje. A pesar del tiempo que llevo aquí hay múltiples referentes y detalles culturales que tienes que aprender y a veces adivinar. Compartir mis experiencias vitales, que provienen de otra cultura y darles un lugar en ésta es mi homenaje en secreto a mi país, que tanto extraño.  

¿Fue difícil encajar en estas producciones?

Siempre es un gran honor conocer y compartir con los compañeros de profesión. A pesar de que el acento es diferente, cuando hay verdad y pasión en lo que haces, enseguida conectas con las personas. Tengo que decir que he vivido momentos hermosos trabajando aquí, y he conocido gente que admiro y respeto profundamente. Los proyectos van y vienen, pero a pesar del cartel y la fama que puedan generar, desde adentro se viven de otra manera: si ofreces con el alma, recibes de corazón.  

Fidel Betancourt. Foto: Cortesía del entrevistado.

Has interpretado a muchos personajes a lo largo de tu carrera. ¿Te cuesta trabajo salir de uno para entrar en otro? 

Hay personajes que te van a acompañar siempre. No los convoco todos los días ni a toda hora, porque sería imposible el camino. Pero algunos han dejado una huella importante en mi vida y hasta en mi personalidad. Aparcar un personaje y darle vida a otro forma parte del entrenamiento. Que ese proceso sea orgánico y placentero es una responsabilidad nuestra como creadores.  

Construir un personaje es entablar una nueva relación contigo mismo, algo que nace dentro de ti y que llegará hasta donde tú seas capaz de hacerlo. Me gusta vivir esos momentos. 

¿Tu físico te ha abierto puertas en tu carrera o te ha perjudicado? 

Tengo que agradecerle mucho a mi físico. Siempre me ha gustado hacer deporte y mantenerme en forma. No es un secreto que el mundo del espectáculo demanda imágenes atractivas y tengo que agradecer poder contar con ello. No me considero especial e intento que no sea ese el motivo fundamental por el que me busquen; pero el cuerpo y la mente serán tus herramientas fundamentales para avanzar. 

Te has ganado el prestigio que tienes hoy trabajando, ¿has llevado tu carrera conscientemente por determinados rumbos o ha sido suerte? 

Trabajar, trabajar y seguir trabajando siempre ha sido mi foco. Mi obsesión con no detenerme ha sido la responsable de que fuera sumando a mi curriculum. No soy muy consciente de cómo han ido sucediendo las cosas, pero un trabajo me ha ido llevando a otro y espero que esa dinámica siga funcionando.  

No me imagino mi vida fuera del arte. Luego está el orgullo que te producen las opiniones de familiares, de amigos y personas que se acercan y te hablan cariñosamente de lo que ya puedes nombrar como tu obra, que no ha sido más que tu propia vida. 

¿Cómo percibe tu familia tu profesión? ¿Tus hijos tienen referencia de tu trabajo?

El otro día estaba hablando con mi hijo Lucca por teléfono y me comentaba que vio una película que le gustó mucho y que le había encantado el actor, que quería ver más pelis de él. Yo quise motivarlo y le pregunté si aquel era su actor preferido. Él se quedó unos segundos en silencio y me dijo: “No papá, mi actor preferido, eres tú”. Me llené de emoción. “Soy muy afortunado”, pensé. 

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