Secretos de la Isla

Cualquier idea preconcebida que usted tenga del teatro –muy convencional o muy trasgresora- échela a un lado si es que irá a ver La Isla Secreta. No vaya preparado de antemano en ninguna regla o tradición, no vaya a encontrarse con una sala de teatro ni con el ticket de entrada ni con fastuosas tramoyas. No es que La Isla Secreta haya reinventado el teatro en Cuba -si es que algo queda para reinventar-, pero hay ciertos casos en que uno debe despojarse de sí y de todo lo demás, si pretende llevarse un fragmento de espectáculo, una frase específica, un movimiento de caderas de la actriz. Y es por esto que, si debiera recomendar, yo diría que vaya en blanco, que practique antes un ejercicio de búsqueda y liberación de espíritu, y asista desnudo a ver, simplemente, a Lola y Eduardo. Haga usted lo que le toca como público. Los actores harán lo que les corresponde como actores: si hay que ser aire, ellos serán más puro y refrescante que el aire, si hay que ser búcaro, ellos serán búcaro, y si hay que estar tristes, ellos, como actores, lo estarán más que nadie. Usted, como público, llame y reserve un asiento del apartamento 12, edificio 308, de la calle Soledad.

                                                                         Antes de la obra

En la calle Soledad vive gente que nunca había ido al teatro. En todas partes hay gente que nunca ha ido al teatro. Los hay en las lomas, y los debe haber en Broadway, y los hay en La Habana. Un día los vecinos de la calle Soledad fueron invitados por Eduardo al teatro. Esta vez el teatro les quedaba cerca, en un solar del barrio, y dicen que todos se vistieron como pensaban que se debía ir al teatro, camisa de mangas y pantalón los hombres, vestidos serios y lindas estolas las mujeres, y desde ese día les gusta el teatro a los vecinos de la calle Soledad, y tienen un teatro en el barrio.

Por eso, media hora antes –la función comienza a las ocho- desde hace casi un año se reúne gente delante del edificio 308, gente que llama por teléfono, que se ha enterado de un grupo nuevo de actores, y que ha reservado para ver qué hacen esas personas que no cobran la entrada, que hicieron un teatro en la casa,  y que luego del espectáculo brindan té y pastel de piña.

Entonces,  cuando a las siete y media de la noche hay gente esperando en las puertas del solar, Eduardo y Lola se preparan desde hace unas horas, entrenan con tiempo hasta que al fin todo comienza.

Y les pregunto al respecto. Les quiero preguntar mucho y Eduardo quiere que le diga qué pretendo preguntarle. Cualquier cosa, le respondo. No sé, tal vez les pregunte si ustedes son gente feliz.

Eduardo atrapa mi pregunta y la devuelve. Dime tú qué cosa es la felicidad, me dice. Le digo que no sé, que no creo ser una persona feliz pero que igual se lo voy a preguntar a él en algún momento. Por ahora, tengo otra pregunta:

Ustedes decidieron irse, después de muchos años, de El Ciervo Encantado. ¿Qué tiene La Isla secreta de El Ciervo y qué tiene que no le debe a nadie?

Eduardo: “Nos tenemos a nosotros. Si te fijas, El Ciervo tiene una dinámica de grupo donde el actor es el centro, y la memoria del actor es el centro del centro. El trabajo consiste en  descubrir cuál sería esa memoria escondida y, por supuesto, eso está inscrito en cada espectáculo que se hizo en El Ciervo e inscrito en el cuerpo de los actores. Es tu memoria, la de tus ancestros, es muy personal el trabajo que se hace allí, por eso generalmente cuando se va un actor, no se repite la experiencia, muere o se retoma desde cero, nunca sería el mismo espectáculo, nadie allí dobla un personaje porque no hay personajes, son seres. El trabajo está muy dirigido a la búsqueda espiritual de autoconocimiento. Por eso ¿qué tenemos de El Ciervo?, pues nos tenemos a nosotros mismos, nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestra memoria, además de todo el aprendizaje, la técnica actoral, lo vivido, lo sentido en tanto tiempo. Eso nos llevamos de El Ciervo.

“Es toda una ética de trabajo y una estética. No podemos pretender hacer algo completamente alejados porque somos hijos de esa experiencia la cual yo fundé desde el año 1995, y ha sido acumulativa. Pienso que eso nos calza. Nos hemos ido enriquecidos, nos hemos ido con una edad avanzada en términos de experiencia para poder hacer nuestro propio proyecto. ¿Qué tenemos de diferentes? Sentimos la necesidad de no tener un director, de autodirigirnos, cosa que puede sonar totalmente absurda y contradecir la estética del proyecto porque en la medida en que tú te autodiriges, entonces habría que definir qué es dirigirse, no sería el director clásico que te dice muévete para acá, sino una especie de guía que te conduce y te dirige hacia diferentes zonas. Esto ha sido un larguísimo proceso en el cual estamos, que es buscar cómo podemos dirigirnos sin censurarnos, empezar a  entrenar un tercer ojo que nos observa de afuera con una mirada global del espectáculo en sí, sin que eso te coaccione. Porque cuando uno empieza a juzgarse, se corta la espontaneidad, la energía, nos dimos cuenta de que teníamos que encontrar otro camino y debía ser de otra manera”.

Lola: “Otra cosa, Eduardo, es que la dirección misma te va cambiando el entrenamiento. Tenemos como nuevo que estamos en una casa, eso es algo nuevo, siempre actuamos en espacios en los que cabía más público, más amplios, también lo de las tertulias es nuevo y es fundamental. Luego de que termina el espectáculo, nos vamos a una sala y el público puede dialogar directamente con nosotros y nosotros con ellos”.

-¿Y en qué consiste ese entrenamiento tan largo que hacen ustedes mientras la gente espera aún en la calle para ver Oración?

Lola: “Este espectáculo no tiene maquillaje, estamos en la casa desde las cuatro de la tarde, preparamos la sala, limpiamos, hacemos el pastel, ponemos las flores, el entrenamiento lo empezamos dos horas antes de la función. Es parte de lo que hacíamos en El Ciervo: ejercicios de  respiración, de liberación de tenciones, liberamos el cuerpo, la mente, para estar en un estado libre cuando empiece el espectáculo. No ensayamos, solo hacemos trabajo psicofísico”.

Eduardo: “Hay que empezar siempre desde cero, hay que romper con todo lo que tienes de mecánico, de inercia, romper con la cotidianeidad. Es un proceso que te va llevando hasta llegar a ese estado. Porque lo importante aquí es profundizar en el sentido que tiene cada parte del espectáculo, por qué y para qué hago eso. Es un ejercicio de conciencia, una reflexión constante de cada zona del espectáculo. Por eso creemos que el actor se queda con más cosas de lo que el espectador ve. Toda la experiencia del basurero no está en la obra, pero está. Hay público que nos pide que hagamos la historia de los basureros, pero eso está metabolizado allí”.

El primer espectáculo que La Isla Secreta estrenó fue Oración, nombre tomado de un capítulo del libro El color del verano, de Reinaldo Arenas. Oración, aunque en la escena no lo parezca, tiene que ver con el mayor basurero de La Habana. Lola y Eduardo necesitaban cuerpos de muñecas que usaron los niños cubanos por los años 80 y que hoy abundan poco, y para esto se fueron al tiradero, y en el tiradero conocieron gente que los ayudó con las muñecas, y la historia de esta gente. Metáforas de la vida y metáforas del teatro. En el basurero más grande de La Habana vive Luz María, quien fuera bailarina de Tropicana hace ya años, vive también un biólogo, y un ingeniero, y muchas más personas:

Lola: “Al basurero tuvimos que llegar para encontrar muñecas y allí encontramos a gente con las que nos conectamos. Nosotros fuimos a comprar muñecas y muchos nos la regalaron, en un lugar donde se bebe demasiado ron, uno se cuestionaba eso, conversamos con ellos, y de pronto se fueron creando lazos. Me acuerdo de la primera vez que fui y llovió mucho, y pensé en ellos, que viven en esos quimbos y en condiciones tan malas”.

 La obra

Todo es muy oscuro en la sala. La versión más oscura de la oscuridad misma. Hay gradas pequeñas y unos cuantos cojines en el suelo. Al principio cabían once personas, pero ya han habilitado el lugar de tal manera que llega a haber un total de 22. Hay, en un rincón, un ramillete de girasoles amarillos. Hay además unas velas alumbrando las fotografías de Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, José Martí, Dulce María Loynaz, Lezama Lima, Antonin Artaud, Grotowski, Madre. Están allí como cuidando el espectáculo, como asegurando que todo salga como debe salir, como debiera salir bajo el ojo de tales nombres. Lola y Eduardo han tomado de la obra de estas personas para conformar Oración, así es que todos ellos están allí mirando, con la atención eterna del público más fiel.

La obra es para que te lleves algo, o no te lleves nada, o quizás te imprima un estado, como sucede con el teatro. Lola y Eduardo llegan a convertirse en un solo cuerpo en el escenario, son exquisitos físicamente, tienen la fuerza física del actor maduro. Si se proponen simular el nacimiento de un niño, uno realmente se cree los gritos de Lola y el nacimiento de Eduardo. Un cuerpo que sale de otro cuerpo.

Los actores todo el tiempo utilizan un amasijo de muñecas, torsos, brazos, bustos de muñecas. Se las tiran arriba, se cubren de muñecas, las manejan como quieren, llegan a formar sus cuerpos y los cuerpos de las muñecas una misma cosa también.

Hay un momento de la obra donde se comienzan a escuchar las voces grabadas de varias personas. Cada voz –o sea, cada persona- dice en la grabación sus aspiraciones, sus sueños por cumplir, sus metas. Un viaje, se les oye decir. Felicidad. Escalar el monte Everest.

La obra comienza con unos rugidos impactantes. Sonidos guturales en medio de aquella oscuridad. Un ambiente de miedo, de susto y contención. Poco a poco ese ambiente va desapareciendo en la obra, y el final parece el encuentro de la luz, la escapatoria, la buscada salida del túnel.

Oración no tiene un texto que guíe el espectáculo, no tiene más que dos actores y el virtuosismo de sus cuerpos. Sueltan ideas, más bien oraciones, se alza la música, se enciende disimuladamente la luz, y el espectador le da sentido a esos hechos, a cada gemido, a cada palabra, a cada movimiento. Uno, al final, interpreta lo que quiere. Entonces les lanzo una pregunta:

-Ustedes se alejan de la dramaturgia tradicional y van a la espectacular, no hay un texto único en la obra sino que la obra se va conformando con acciones, con texto, con sonido. ¿Cómo trabajan, cómo logran tener un producto final que bebe de tantas fuentes?

Eduardo: “La praxis es la que manda, por mucho que te quiera explicar. Usamos un pretexto para comenzar, es una especie de interrogante casi siempre, y empezamos a debatir, hacemos propuestas, improvisaciones a partir de ese pensamiento en acción, llevamos esa pregunta a la escena a través de una metáfora, y comenzamos a construir y deconstruir. Es un proceso de doble vía, y en esa medida el espectáculo se va haciendo poco a poco. Tú no sabes a dónde vas a llegar. No sabes cómo va a terminar, hay que probarlo en el escenario para ver si funciona”.

Lola: “Nos hacemos propuestas los unos a los otros, vemos entre todos qué aporta, qué caminos nos abre, si es válida la propuesta, o cómo se puede llevar al espectáculo, y así vamos engarzándolas todas. Tiene la estructura de una sueño, donde cada cual puede leer su propia historia”.

Eduardo: “Por lo general esa es la estructura, se hace la propuesta y se va desarrollando. Dentro de las propuestas entran las luces, el sonido, el vestuario, el texto, y vamos haciendo con todo eso una sola voz”.

-¿Y defienden ustedes alguna tradición? Hablo, por ejemplo, de lo que Barba llama sus abuelos del ethos, de la identidad profesional. ¿Tienen ustedes sus abuelos?

Eduardo: “Claro, uno no viene del aire. Nosotros somos hijos y tenemos ancestros teatrales como todo el mundo. En el altar del espectáculo está Grotowski, Artaud, sentimos que en ellos ha habido una preocupación por los mismos mecanismos de sentirse libre y de autoconocimiento. Nos sentimos hijos de la tradición de teatro cubano desde Vicente hasta acá. Vicente fue maestro de Corrieri, Corrieri y Rentería de Flora Lauten, Flora de Nelda y Nelda mía, es decir, que hay una cadena, el pase de batón es directo”.

                                                                       Después de la obra

Una vez terminada la puesta, todos pasan a una sala contigua. Lola prepara para ese momento té y pastel de piña. El público, que ya no es tan público sino más bien invitados, toma asiento alrededor de una mesita. Los actores, que ya no son actores sino más bien anfitriones, comparten lo que han preparado. Vendría a ser un tipo de tertulia. Quien ha participado en estas actividades, sabe de lo falsas que pueden llegar a parecer: todo está pactado, puesto en el lugar por la fuerza, la gente habla lo que no tiene que hablar y hay muchos espacios de silencio. Lola y Eduardo tratan todo el tiempo de que esto no ocurra. Sobre todo Eduardo. Lanzan preguntas, socializan los nombres de cada uno, cuenta una vez más por qué han decido hacer La Isla Secreta y qué pretenden con su proyecto artístico. Hablan, claro, de teatro, pero también hablan de literatura, y de la Ley de la Gravedad de Newton, de poesía, de nebulosas, o de cualquier cosa que se les ocurra. La gente pregunta, unos más y otros menos. Se hace,  como en este tipo de eventos, momentos de silencio, pero Eduardo siempre trata de evadirlos. Los actores conocen quiénes son y qué piensa su público de lo que hacen, y su público les dice y conocen a los actores que vieron en escena. Son solo Lola y Eduardo en la escena, actualmente el grupo lo componen cuatro personas.

-¿Piensan mutar a otra cosa, piensan agrandarlo en cuanto a integrantes?

Eduardo: “No lo sabemos. No hay una necesidad de crecer por crecer. En lo que hay que estar alertas es en qué necesitamos. Así ha sido el montaje de Oración, y así fue como nos acercamos a las demás personas del grupo. No hay un deseo de que esto sea un bulto de gente.

 Lola: “Queremos que se vaya dando orgánicamente”.

-Eduardo dijo que ustedes con su trabajo no buscaban dinero ni reconocimiento, ¿qué buscan realmente?

Lola: “Partimos de situaciones reales. Estamos en una casa porque no tenemos otro lugar, igual pasa con la economía, se necesita para el proyecto, lo que sucede es que no hay vía, pero tampoco estamos priorizando esa zona. Lo que sí no nos gustaría es cobrarle al público, porque por el hecho de que estén en nuestra casa, es como si fueran una visita, y estamos agradecidos de que la gente venga. Hemos recibido muchísimo del público, quieren apoyar, y ahora no somos lo suficientemente conscientes de cuánto nos pueda servir”.

Eduardo: “Eso es un poco lo que creemos que viene en un futuro. Que aunque el grupo de teatro esté apoyado por la institución, tenga cómo buscarse la vida”.

-Y si tuvieran que decirme cómo ven ustedes el teatro, qué representa en sus vidas, ¿qué dirían?

Eduardo: “El teatro es la manera de orientarme, la manera de entender no solo lo que me pasa a mí como individuo, sino también como ciudadano, como parte de una sociedad , es mi manera de comunicarme con el mundo”.

Lola: “Es una vía de autoconocimiento. El teatro es mi manera, y tiene mucho riesgo. Una vez yo oí a un actor decir que pararse arriba de un escenario era como pararse arriba de un campo minado, y ese riesgo me hace observarme y me pone en un estado límite donde  las cosas no son fáciles, es una zona donde no está lo convencional sino donde constantemente estoy saltando, tengo que saltar, y eso me pone en un punto de conocimiento extremo”.

-¿Cómo los lleva eso de ser pareja, trabajar todo el tiempo juntos, y que el trabajo sea en la propia casa?

Eduardo: “Llevamos ya 13 años y no hay diferencias ni se dice aquí empieza el arte y aquí la vida cotidiana. Hay actores que nunca estuvieran con una actriz porque dicen que son muy complicadas, pero a nosotros nos ha ido bien”.

Lola: “Será porque nos conocíamos de otra vida y teníamos parte adelantada”.

Eduardo: “Puede ser”.

-Ahora sí les lanzo la pregunta: ¿son ustedes gente feliz? ¿Lo que hacen los hace gente feliz?

Lola: “Un día estábamos conversando varias personas sobre qué haríamos si uno se estuviera muriendo y tuviera mucho dinero, yo me puse a buscar y a rebuscar, a ver qué haría, pero es lo mismo que estoy haciendo ahora, si no, estuviera buscando esa otra cosa. Estoy haciendo el teatro que yo quiero, tratando de buscar un texto que conecte conmigo, con lo que yo siento, que conecte con Eduardo, con el público, es maravilloso, me he puesto a pensar qué otra cosa podría hacer, y de verdad no la encuentro”.

Eduardo: “Creo que fue Carlos Marx quien dijo que la felicidad es el conocimiento y el crecimiento, la conciencia del crecimiento. A mí me gusta y me lo cojo, y si la felicidad es eso, yo soy feliz”.

-Por último, si les pidiera una “oración”, ¿con qué oración se quedarían ustedes de todas las de la obra?”.

Eduardo: “Yo con el silencio”.

Lola: “Y yo con un tin tin tin, que se escucha durante la obra, no sé si te habrás dado cuenta”.

Yo me quedo con la oración final, les digo. Y Lola me dice que la extrajeron del libro de Arenas, y entonces se atreve a repetirla:

“Quiero ser fiera, condesa, serpiente, hormiga, deseo, agua, fuego. Quiero jugar, crear, estallar, que alguien sepa que estallo, que alguien sepa que estamos estallando siempre”.

Fotos: Stephane Vernade

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